De politica y cosas peores
Facilisa tenía un cierto amigo, y lo recibía en el domicilio conyugal
cuando su coronado esposo se ausentaba. Aquella tarde llegó el querido a
refocilarse con la pecatriz, y ella lo llevó a la sala, pues ahí los
amantes acostumbraban iniciar el trance erótico —foreplay se llama esto—
antes de subir a la recámara a consumar su ilícita coición. Estaban en
ese guacamoleo inicial —besos; abrazos; caricias encendidas cuya
descripción no es para hacerse en una publicación decente—, cuando se
oyó que un automóvil entraba en la cochera. Con toda calma le pregunta
Facilisa a su galán: “Dime, Libidio: ¿alguna vez has vendido
aspiradoras?”. “¿Aspiradoras? —se soprende el coime—. No. Nunca he
vendido aspiradoras”. “Pues empieza ahora —le dice Facilisa—. Ahí viene
mi marido”...
La nueva crisis está sirviendo de pretexto a algunos
patrones inmorales para privar del empleo a sus trabajadores. Esa
conducta va contra el sentido de humanidad que en tiempos como éste ha
de prevalecer. Por encima de consideraciones utilitaristas debe privar
ahora una solidaridad social que lleve a los fuertes a ayudar a los
débiles a sortear las graves dificultades que una recesión económica
suele traer consigo. Son días éstos de ganar un poco menos y ayudar un
poco más. Con frecuencia perdemos de vista una noción elemental: a fin
de cuentas o nos salvamos todos juntos o todos juntos nos vamos a
perder.
No digo que esa frase merezca ser inscrita en bronce eterno o
mármol duradero —tanto el mármol como el bronce han subido de precio
últimamente—, pero sí pienso que en épocas como ésta debemos pensar en
los demás...
Una linda chica llevó a su perrita con el veterinario, y le
contó que el animalito no quería comer. Le dice el médico: “Tendré que
revisarla bien. Desvístase, por favor”...
El señor y la señora fueron a
cenar al restorán. Terminada la cena regresaron a su casa. En el camino
ella se dio cuenta de que había dejado sus lentes en la mesa. “¡Cómo
eres descuidada! —se enfurece el marido—. ¡Tardaré media hora en
regresar! ¡No puedo creer que me hagas esto!”. Ella, confusa y apenada,
se disculpaba una y otra vez; pero el señor, irritado, la siguió
reprendiendo durante todo el tiempo que les tomó volver al restorán.
Cuando llegaron, y la señora se disponía a bajar del automóvil, le dice
el señor: “Y ya que estás en esto, recoge también mi celular”...
Burtonio, valiente explorador, iba por una región desconocida de África
donde la mano del hombre jamás había puesto el pie. De pronto fue
acometido por un elefante. Burtonio le disparó con su potente Magnum,
pero falló el tiro. El elefante lo derribó, y lo iba a matar con un
terrible pisotón. En eso apareció una banda de nativos que con sus
gritos espantaron al formidable paquidermo, el cual huyó asustado.
Burtonio se puso en pie, lleno de susto, y les dio las gracias a los
aborígenes. “¡Me han salvado la vida, amigos míos!” —les dijo conmovido.
Responde el que dirigía a los salvajes: “Teníamos que hacerlo. No nos
gusta la carne molida”...
Don Languidio, señor de edad madura, hacía un
viaje en automóvil, y llegó a un pequeño pueblo. Fue al único hotel que
había en el lugar, y pidió una habitación. El botones lo condujo a su
cuarto y le dijo en voz baja con tono de complicidad: “Señor: si usted
quiere le puedo conseguir algo para que pase la noche más a gusto”. “Me
parece excelente idea —responde don Languidio—. Tráeme una al tiempo”.
El muchacho se desconcierta. “Hablo de chavas, señor, no de cheves”. “Yo
también hablo de chavas —replica don Languidio—. Tráeme una al tiempo.
Si me la traes helada no la podré calentar, y si me la traes caliente no
la podré enfriar”...
FIN.
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