lunes, 2 de marzo de 2009

Pretexto

De politica y cosas peores

Facilisa tenía un cierto amigo, y lo recibía en el domicilio conyugal cuando su coronado esposo se ausentaba. Aquella tarde llegó el querido a refocilarse con la pecatriz, y ella lo llevó a la sala, pues ahí los amantes acostumbraban iniciar el trance erótico —foreplay se llama esto— antes de subir a la recámara a consumar su ilícita coición. Estaban en ese guacamoleo inicial —besos; abrazos; caricias encendidas cuya descripción no es para hacerse en una publicación decente—, cuando se oyó que un automóvil entraba en la cochera. Con toda calma le pregunta Facilisa a su galán: “Dime, Libidio: ¿alguna vez has vendido aspiradoras?”. “¿Aspiradoras? —se soprende el coime—. No. Nunca he vendido aspiradoras”. “Pues empieza ahora —le dice Facilisa—. Ahí viene mi marido”...

La nueva crisis está sirviendo de pretexto a algunos patrones inmorales para privar del empleo a sus trabajadores. Esa conducta va contra el sentido de humanidad que en tiempos como éste ha de prevalecer. Por encima de consideraciones utilitaristas debe privar ahora una solidaridad social que lleve a los fuertes a ayudar a los débiles a sortear las graves dificultades que una recesión económica suele traer consigo. Son días éstos de ganar un poco menos y ayudar un poco más. Con frecuencia perdemos de vista una noción elemental: a fin de cuentas o nos salvamos todos juntos o todos juntos nos vamos a perder.

No digo que esa frase merezca ser inscrita en bronce eterno o mármol duradero —tanto el mármol como el bronce han subido de precio últimamente—, pero sí pienso que en épocas como ésta debemos pensar en los demás...

Una linda chica llevó a su perrita con el veterinario, y le contó que el animalito no quería comer. Le dice el médico: “Tendré que revisarla bien. Desvístase, por favor”...

El señor y la señora fueron a cenar al restorán. Terminada la cena regresaron a su casa. En el camino ella se dio cuenta de que había dejado sus lentes en la mesa. “¡Cómo eres descuidada! —se enfurece el marido—. ¡Tardaré media hora en regresar! ¡No puedo creer que me hagas esto!”. Ella, confusa y apenada, se disculpaba una y otra vez; pero el señor, irritado, la siguió reprendiendo durante todo el tiempo que les tomó volver al restorán. Cuando llegaron, y la señora se disponía a bajar del automóvil, le dice el señor: “Y ya que estás en esto, recoge también mi celular”...

Burtonio, valiente explorador, iba por una región desconocida de África donde la mano del hombre jamás había puesto el pie. De pronto fue acometido por un elefante. Burtonio le disparó con su potente Magnum, pero falló el tiro. El elefante lo derribó, y lo iba a matar con un terrible pisotón. En eso apareció una banda de nativos que con sus gritos espantaron al formidable paquidermo, el cual huyó asustado. Burtonio se puso en pie, lleno de susto, y les dio las gracias a los aborígenes. “¡Me han salvado la vida, amigos míos!” —les dijo conmovido. Responde el que dirigía a los salvajes: “Teníamos que hacerlo. No nos gusta la carne molida”...

Don Languidio, señor de edad madura, hacía un viaje en automóvil, y llegó a un pequeño pueblo. Fue al único hotel que había en el lugar, y pidió una habitación. El botones lo condujo a su cuarto y le dijo en voz baja con tono de complicidad: “Señor: si usted quiere le puedo conseguir algo para que pase la noche más a gusto”. “Me parece excelente idea —responde don Languidio—. Tráeme una al tiempo”. El muchacho se desconcierta. “Hablo de chavas, señor, no de cheves”. “Yo también hablo de chavas —replica don Languidio—. Tráeme una al tiempo. Si me la traes helada no la podré calentar, y si me la traes caliente no la podré enfriar”...

FIN.

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