De politica y cosas peores
Don Algón tuvo una aventurilla con su secretaria. Más bien
—reconozcámoslo— tuvo con ella dos o tres aventurillas. O cuatro o
cinco, o seis. O siete, ya no sé. El caso es que poco después la
muchacha empezó a actuar con sobra de confianza. Don Algón la llamó
aparte y le dijo: “Oye, nena: es cierto que tú y yo hemos salido algunas
veces. Pero ahora estás faltando al trabajo; llegas tarde; te llevas
mercancía a tu casa y sacas dinero de la caja. ¿Quién te dijo que podías
hacer todo eso?”. Responde la muchacha sin dejar de masticar su chicle:
“Mi abogado”...
El padre Arsilio estaba resolviendo un crucigrama. Le
pregunta a la monjita que le ayudaba en la parroquia: “Sor Bette: ¿qué
es algo que tiene la mujer, en cuatro letras, y las últimas tres letras
son -oño?”. Responde sin vacilar Sor Bette: “Moño”. “Es cierto —dice
admirado el padre Arsilio—. ¿Tiene usted un borrador?”. (No le
entendí)...
Una de las tareas del Gobierno es cobrarnos los impuestos.
Esa labor de cobro es una de las cosas que el Gobierno hace mejor, entre
las muchas otras cosas que hace mal, o que debiendo hacer no hace. El
problema no es que debamos pagarle impuestos al Gobierno. Tan
inevitables como la muerte son esos tributos. El problema es que
sentimos que buena parte del dinero que pagamos es mal utilizado. No
hablo de corrupción, de peculado ni de malversaciones, hierbas malas que
nadie ha podido —ni podrá nunca— arrancar de raíz. Hablo de todo
aquello que se paga con nuestros impuestos y que no redunda en bien para
la comunidad. Hablo de las enormes prerrogativas de que gozan los
partidos políticos. Hablo de la costosa burocracia electoral. Hablo de
los diputados y senadores que ni siquiera deben ganar una elección para
tener acceso a las jugosas dietas que perciben. Hablo de los altísimos
sueldos, bonos, prestaciones, aguinaldos y gratificaciones que se
asignan a sí mismos algunos funcionarios y algunos mal llamados
representantes populares. Varios meses del año debemos trabajar los
mexicanos para ese Gobierno que no ha aprendido todavía a usar con
eficiencia y con justicia el dinero tan trabajosamente ganado por los
contribuyentes. No hay en el mundo quien pague sus impuestos con una
sonrisa. Los golpes en el bolsillo duelen a veces más que los del alma, y
más —mucho más— que aquellos que nos damos en las espinillas. (Solía
decir don Simón Arocha, señor de genio e ingenio de mi natal Coahuila,
que Diosito bueno se equivocó cuando nos puso el chamorro en la parte de
atrás de la pierna. Debió ponérnoslo adelante, pues así nos evitaríamos
aquellos dolorosos golpes en las espinillas. Puesto atrás, el chamorro
para lo único que sirve es para que nos muerdan los perros). Pero al
menos los ciudadanos de otros países no ven que su dinero se malgaste
así. Somos un país pobre con partidos ricos, y con políticos
acomodaticios muy bien acomodados...
En el bar un individuo trabó
conversación con un hombre de color, y le confió que su vida marital era
infeliz. “No logro —le dijo— que mi esposa se entusiasme en el momento
del amor”. Le dice el afroamericano: “Cuando los de mi raza hacemos el
amor solemos lanzarnos con ímpetu, y luego retirarnos poco a poco. Otra
vez nos lanzamos con ímpetu, y de nuevo nos retiramos poco a poco. Eso
satisface mucho a la mujer”. El individuo decidió poner en práctica tal
técnica. Aquella noche, en efecto, al hacer el amor con su señora se
lanzó con ímpetu, y luego poco a poco se retiró. De nuevo se lanzó con
ímpetu, y luego se retiró con lentitud. La esposa observó aquello y dijo
a su marido: “¿Y ahora? ¿Qué te ha dado por hacerlo como los
negros?”...
FIN.
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