El milagro de un niño
Armando Fuentes Aguirre (Catón), escritor y periodista mexicano nacido el 8 de julio de 1938 en Saltillo, Coahuila. Autor de las columnas "Mirador", "De política y cosas peores", "Manganitas" y "Presente lo tengo Yo".
miércoles, 25 de diciembre de 2013
miércoles, 27 de febrero de 2013
Ganan mucho los diputados federales
“... Ganan mucho los diputados federales...”.
Observación pertinente
acerca de esos que sobran:
en verdad no ganan: cobran,
lo cual es muy diferente.
martes, 26 de febrero de 2013
Justicia cinematográfica
De politica y cosas peores
‘‘¿Estás teniendo sexo?” –le preguntó doña Panoplia de Altopedo, señora
de buena sociedad, a su hija célibe. Y es que la dama se consideraba
progre. “Sí, mamá” –reconoció la chica. “Entonces ten esto” –le ofreció
doña Panoplia. Y así diciendo le entregó a la muchacha un paquetito de
condones. “No los necesito –dijo ella-. Sólo tengo sexo con mujeres”…
A
pesar de ser crítico cinematográfico, a Pipo Lanarts le gusta mucho el
cine. Hay algo, sin embargo en lo cual no está de acuerdo. Le parece una
equivocación llamar al cine “el séptimo arte”. (Nota del autor: en
México, cuando la producción de películas fue estatizada, el cine llegó a
ser el arte número 792).
Opina Pipo que el cine es el primer arte de nuestra época; el que los suma a todos –como la ópera-, y el que con mayor claridad y difusión describe nuestro tiempo y nuestro mundo. Ciertamente hay cine malo, pero también hay mala poesía, y mala pintura, y mala música. Entonces, aunque es crítico de cine, Pipo Lanarts es fervoroso cinéfilo. Se había ausentado de las salas cinematográficas –cada vez le resulta más penoso salir de su casa, pequeño paraíso que disfruta intensamente-, y gozaba el llamado “cine en pantuflas”, el que se ve en casita. Pero ahora, con las salas VIP, donde se puede recostar como en su cama en comodísimos sillones, y disfrutar de variados comeres y beberes, Lanarts ha recobrado la magia de ir al cine. Vio las películas que fueron nominadas para el Óscar, y estuvo de acuerdo con los resultados, sobre todo con el que otorgó la estatuilla a Daniel Day-Lewis.
Histórica fue la noche del domingo, pues Day-Lewis recibió por tercera vez el Óscar al mejor actor, lo cual nadie, ni los más grandes entre los más grandes, había logrado. Desde luego está el caso de la enorme Katharine Hepburn, que en la categoría de mejor actriz se allegó cuatro estatuillas, pero aquí se habla del mejor actor. Pipo Lanarts ama el cine clásico; aquellas gloriosas películas fruto del star system en los años treintas, cuarentas y cincuentas; pero piensa que el cine de nuestro tiempo es igualmente bueno. No cree que el Óscar sea lo máximo en la carrera de un artista de la pantalla grande. Recuerda, por ejemplo, a Luise Rainer, la primera actriz que ganó el Premio de la Academia en dos ocasiones consecutivas -por “El gran Ziegfeld” y por “La buena tierra”-, quien luego cayó en injusto olvido.
Fue ella la primera y más notable víctima de la llamada “maldición del Óscar”. Tampoco ignora Pipo que algunos de los más grandes actores de Hollywood jamás obtuvieron el premio, entre ellos Richard Burton y Peter O’Toole, y que todavía no lo ha ganado una maravillosa actriz, Glenn Close, nominada seis veces, ninguna de las cuales ha subido al podio. Aun así Pipo Lanarts considera que el Óscar es obviamente un preciado galardón; vive con intensidad el colorido folclor que rodea a las ceremonias de entrega, y declara que los resultados de este año fueron justos. (¡Caramba, ni parece crítico de cine!)...
Opina Pipo que el cine es el primer arte de nuestra época; el que los suma a todos –como la ópera-, y el que con mayor claridad y difusión describe nuestro tiempo y nuestro mundo. Ciertamente hay cine malo, pero también hay mala poesía, y mala pintura, y mala música. Entonces, aunque es crítico de cine, Pipo Lanarts es fervoroso cinéfilo. Se había ausentado de las salas cinematográficas –cada vez le resulta más penoso salir de su casa, pequeño paraíso que disfruta intensamente-, y gozaba el llamado “cine en pantuflas”, el que se ve en casita. Pero ahora, con las salas VIP, donde se puede recostar como en su cama en comodísimos sillones, y disfrutar de variados comeres y beberes, Lanarts ha recobrado la magia de ir al cine. Vio las películas que fueron nominadas para el Óscar, y estuvo de acuerdo con los resultados, sobre todo con el que otorgó la estatuilla a Daniel Day-Lewis.
Histórica fue la noche del domingo, pues Day-Lewis recibió por tercera vez el Óscar al mejor actor, lo cual nadie, ni los más grandes entre los más grandes, había logrado. Desde luego está el caso de la enorme Katharine Hepburn, que en la categoría de mejor actriz se allegó cuatro estatuillas, pero aquí se habla del mejor actor. Pipo Lanarts ama el cine clásico; aquellas gloriosas películas fruto del star system en los años treintas, cuarentas y cincuentas; pero piensa que el cine de nuestro tiempo es igualmente bueno. No cree que el Óscar sea lo máximo en la carrera de un artista de la pantalla grande. Recuerda, por ejemplo, a Luise Rainer, la primera actriz que ganó el Premio de la Academia en dos ocasiones consecutivas -por “El gran Ziegfeld” y por “La buena tierra”-, quien luego cayó en injusto olvido.
Fue ella la primera y más notable víctima de la llamada “maldición del Óscar”. Tampoco ignora Pipo que algunos de los más grandes actores de Hollywood jamás obtuvieron el premio, entre ellos Richard Burton y Peter O’Toole, y que todavía no lo ha ganado una maravillosa actriz, Glenn Close, nominada seis veces, ninguna de las cuales ha subido al podio. Aun así Pipo Lanarts considera que el Óscar es obviamente un preciado galardón; vive con intensidad el colorido folclor que rodea a las ceremonias de entrega, y declara que los resultados de este año fueron justos. (¡Caramba, ni parece crítico de cine!)...
En cierta revista dedicada a
mujeres en busca de marido apareció este aviso de ocasión: “Busco al
hombre que me haga feliz. Marido ya tengo”…
En un avión iban sentados
juntos un caballero y un perico. La azafata les preguntó que querían
beber. El señor pidió un vaso de agua. El loro dijo: “A mí tráeme un
whisky doble. ¡Y pronto, idiota!”.
La muchacha, asustada por aquel exabrupto inesperado, fue corriendo y le trajo el whisky al pajarraco. Fue tal su prisa que se le olvidó traer el agua que le había pedido el otro pasajero. El cotorro apuró de un trago el whisky, y en seguida le dijo a la azafata: “Tráeme otro igual. ¡Y rapidito, imbécil!”. Se apresuró otra vez la chica, y le trajo al perico la bebida. El señor, al ver que tampoco ahora le había traído la azafata el vaso de agua, pensó que sería atendido si usaba la misma táctica que el loro. Le dijo a la muchacha: “¡Y yo quiero mi vaso de agua, estúpida!”. No acababa aún de decir eso cuando llegaron dos fornidos miembros de la tripulación; agarraron al hombre y al perico, y abriendo la puerta del avión los arrojaron sin miramientos al vacío. Mientras el hombre caía vertiginosamente el loro lo alcanzó volando y le dijo: “Amigo: sólo si sabes volar puedes ponerte grosero en un avión”…
La muchacha, asustada por aquel exabrupto inesperado, fue corriendo y le trajo el whisky al pajarraco. Fue tal su prisa que se le olvidó traer el agua que le había pedido el otro pasajero. El cotorro apuró de un trago el whisky, y en seguida le dijo a la azafata: “Tráeme otro igual. ¡Y rapidito, imbécil!”. Se apresuró otra vez la chica, y le trajo al perico la bebida. El señor, al ver que tampoco ahora le había traído la azafata el vaso de agua, pensó que sería atendido si usaba la misma táctica que el loro. Le dijo a la muchacha: “¡Y yo quiero mi vaso de agua, estúpida!”. No acababa aún de decir eso cuando llegaron dos fornidos miembros de la tripulación; agarraron al hombre y al perico, y abriendo la puerta del avión los arrojaron sin miramientos al vacío. Mientras el hombre caía vertiginosamente el loro lo alcanzó volando y le dijo: “Amigo: sólo si sabes volar puedes ponerte grosero en un avión”…
Al empezar la noche de
bodas Meñico Maldotado se presentó por primera vez al natural ante su
flamante mujercita. Le vio ella la alusiva parte y dijo con molestia:
“Todo el argüende del noviazgo, la boda, y el viaje hasta acá ¿para
eso?”…
FIN.
Tiempo de sandías. En ‘la pampa coahuilense’
Presente lo tengo Yo
En enero de 1942 llegó a Saltillo un insólito viajero: el general de
brigada don Rubén García. Generalmente no viajaba en plan de general el
general: lo hacía como explorador y excursionista, y vino aquí porque
había oído hablar de unas grutas maravillosas que estaban cerca de
nuestra ciudad y quería conocerlas.
Era hombre de mucha fama don Rubén. Pertenecía a la Academia de Ciencia "Antonio Alzate''; a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística; a la Academia Nacional de Historia y Geografía; al Ateneo de Ciencias y Artes de México; a la Agrupación Mexicana de Presidentes y ex-Presidentes de Sociedades Científicas, y a la Unión Racionalista, sea eso lo que haya sido. También pertenecía el general -romántico pilón- a la Bohemia Poblana.
Forrado en tales pergaminos vino el general García a nuestros lares. Hizo el viaje desde Torreón. Lo impresionó el paisaje del desierto coahuilense, que describió con acentos a lo Manuel José Othón: "... Yermos continuos; eriazos en que medran señeros los roquedales y do el risco es nota que cambia apenas al compás de la tristeza y al ripio de la desolación...'', y con imágenes estridentistas: "... Aburrimiento de kilómetros que bostezan a lo largo de largas distancias...''.
Viaja en autobús el general viajero y llega a San Pedro de las Colonias. "... Se apresuran los vendedores. Ofrecen cabezas de chivo; muchos pasajeros engullen con fruición este guiso tan gustado en el norte. Algunos compran `lonches' (pan con jamón) y sorben sodas de toronja. Otros mascan a más y mejor un pedazo de madera llamado ‘quiote’ que desprende un juguito dulzón. `De ver dan ganas', dice vulgar proloquio. Por 5 centavos adquiero un trozo de ese árbol tatemado y doime a morder y chupar. El suelo queda cubierto de bagazos en un instante... Pasa un señor cenceño, atezado, de carnes rugosas, a quien todos saludan con atención. Es el general Cervera, viejo batallador, exgobernador del Estado y actual presidente municipal de la localidad...''.
El sol, los espejismos de arena, el horizonte inacabable hicieron a don Rubén García incurrir en hipérboles como las de Tartarín de Tarascón:
“... Las sandías de San Pedro gozan fama por sus dimensiones colosales: la mayor parte de las que se cosechan pesan de 11 a 27 kilos, y calabazas suelen encontrarse de 46 kilos de peso...''.
No le reprochemos esas exageraciones al general García. Las adquirió por contagio de los sampetrinos de entonces. Leamos:
"... -¿Es pobre San Pedro? -pregunto.
-No tanto -replica un señor-. Si lo que ha producido se hubiera empleado bien, sin duda superaría a Torreón, pues su algodón es de soberbia clase y abundantísimo. Con el dinero que ha producido sería dable empedrar toda la ciudad con adoquines de plata...''.
Otra parada del autobús, obligatoria aún en nuestros días: Paila. Veamos cómo era Paila en los años cuarentas del pasado siglo: "... Estación de gasolina y restaurante, constituídos ambos por un cuchitril con alerón. Es lo único habitado en varias leguas a la redonda, y marca la mitad de la ruta entre Torreón y Saltillo. En Paila mora con su familia un solo hombre, colono del arenal espantoso: Alberto González Peña, sujeto vigoroso y entusiasta, rubio y vivaz mocetón. Me mira de hito en hito, corre por un albuncillo forrado de piel y tendiéndome una página rosa, espeta:
-General: le ruego me dé su autógrafo. Hace unas cuantas horas pasó por aquí Rodolfo Gaona y también se lo pedí.
Escribo esta dedicatoria: ‘Al solitario habitante del desierto, al triunfador de la pampa inhóspita'...''.
Era hombre de mucha fama don Rubén. Pertenecía a la Academia de Ciencia "Antonio Alzate''; a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística; a la Academia Nacional de Historia y Geografía; al Ateneo de Ciencias y Artes de México; a la Agrupación Mexicana de Presidentes y ex-Presidentes de Sociedades Científicas, y a la Unión Racionalista, sea eso lo que haya sido. También pertenecía el general -romántico pilón- a la Bohemia Poblana.
Forrado en tales pergaminos vino el general García a nuestros lares. Hizo el viaje desde Torreón. Lo impresionó el paisaje del desierto coahuilense, que describió con acentos a lo Manuel José Othón: "... Yermos continuos; eriazos en que medran señeros los roquedales y do el risco es nota que cambia apenas al compás de la tristeza y al ripio de la desolación...'', y con imágenes estridentistas: "... Aburrimiento de kilómetros que bostezan a lo largo de largas distancias...''.
Viaja en autobús el general viajero y llega a San Pedro de las Colonias. "... Se apresuran los vendedores. Ofrecen cabezas de chivo; muchos pasajeros engullen con fruición este guiso tan gustado en el norte. Algunos compran `lonches' (pan con jamón) y sorben sodas de toronja. Otros mascan a más y mejor un pedazo de madera llamado ‘quiote’ que desprende un juguito dulzón. `De ver dan ganas', dice vulgar proloquio. Por 5 centavos adquiero un trozo de ese árbol tatemado y doime a morder y chupar. El suelo queda cubierto de bagazos en un instante... Pasa un señor cenceño, atezado, de carnes rugosas, a quien todos saludan con atención. Es el general Cervera, viejo batallador, exgobernador del Estado y actual presidente municipal de la localidad...''.
El sol, los espejismos de arena, el horizonte inacabable hicieron a don Rubén García incurrir en hipérboles como las de Tartarín de Tarascón:
“... Las sandías de San Pedro gozan fama por sus dimensiones colosales: la mayor parte de las que se cosechan pesan de 11 a 27 kilos, y calabazas suelen encontrarse de 46 kilos de peso...''.
No le reprochemos esas exageraciones al general García. Las adquirió por contagio de los sampetrinos de entonces. Leamos:
"... -¿Es pobre San Pedro? -pregunto.
-No tanto -replica un señor-. Si lo que ha producido se hubiera empleado bien, sin duda superaría a Torreón, pues su algodón es de soberbia clase y abundantísimo. Con el dinero que ha producido sería dable empedrar toda la ciudad con adoquines de plata...''.
Otra parada del autobús, obligatoria aún en nuestros días: Paila. Veamos cómo era Paila en los años cuarentas del pasado siglo: "... Estación de gasolina y restaurante, constituídos ambos por un cuchitril con alerón. Es lo único habitado en varias leguas a la redonda, y marca la mitad de la ruta entre Torreón y Saltillo. En Paila mora con su familia un solo hombre, colono del arenal espantoso: Alberto González Peña, sujeto vigoroso y entusiasta, rubio y vivaz mocetón. Me mira de hito en hito, corre por un albuncillo forrado de piel y tendiéndome una página rosa, espeta:
-General: le ruego me dé su autógrafo. Hace unas cuantas horas pasó por aquí Rodolfo Gaona y también se lo pedí.
Escribo esta dedicatoria: ‘Al solitario habitante del desierto, al triunfador de la pampa inhóspita'...''.
Voces destempladas
Don Abundio relata historias reales que parecen inventadas, y dice descomunales mentiras que presenta como verdad irrecusable.
Cuenta de un compadre suyo a quien cierto día visitó. Al llegar a la puerta de la casa escuchó adentro voces destempladas. Era su compadre, que gritaba: “¡Vieja desgraciada! ¡Ya me tienes harto, zorra! ¡Me voy! ¡Me voy de esta casa para siempre!”.
Temeroso de algún desaguisado llamó a la puerta apresuradamente. Le abrió el dueño de la casa. Se veía tranquilo. Cauteloso, le dijo don Abundio:
-Oí gritos, compadre.
-Sí –respondió el tipo-. Mi señora salió, y estoy ensayando por si alguna vez me atrevo.
Narra esa historia don Abundio, y la remata:
-Yo ni a ensayar me atrevo.
¡Hasta mañana!...
Ningún mexicano ganó un Óscar
“... Ningún mexicano ganó un Óscar...”.
Lo digo con buenos modos
y en estado de conciencia:
si premiaran la violencia
los ganaríamos todos.
Lo digo con buenos modos
y en estado de conciencia:
si premiaran la violencia
los ganaríamos todos.
lunes, 25 de febrero de 2013
Creencias dogmáticas
De politica y cosas peores
H.L. Mencken, aquel desfachatado cínico, dijo que el hombre se resigna
al matrimonio con tal de tener sexo, y la mujer se resigna al sexo con
tal de tener matrimonio. Clarilí, joven esposa, llegó un día a su casa
después de trabajar en la oficina, y quedó gratamente sorprendida al ver
que su marido había hecho todos los quehaceres que usualmente ella
debía hacer. El hombre arregló el departamento; lavó y planchó la ropa;
bañó a los niños, les dio de cenar y los llevó a la cama, y finalmente
preparó una sabrosa cena para su mujercita. Al día siguiente Clarilí le
contó lo sucedido a una de sus compañeras. Ella no daba crédito. Le dijo
con asombro: “¿Por qué hizo todo eso tu marido?”. Explicó Clarilí: “Es
que en la noche siempre estoy demasiado cansada para hacer el amor, y él
pensó que si esta vez me ahorraba las faenas de la casa yo estaría en
disposición de brindarle un rato de buen sexo”. Preguntó llena de
curiosidad la amiga: “Y ¿qué sucedió?”. “Nada —respondió Clarilí—. Él
estaba demasiado cansado para hacer el amor”…
Nadie podrá acusar de
modernismo a Keith O’Brien, cardenal británico. Se ha negado
terminantemente a aceptar cualquier forma de unión legal entre personas
del mismo sexo, y considera que la posición de la Iglesia en temas tales
como el aborto y la eutanasia deriva de “creencias dogmáticas básicas
de origen divino” de las cuales nadie se debe apartar. Sin embargo en
recientes declaraciones hechas a la BBC de Londres el Cardenal O’Brien
se manifestó a favor de que se discuta la cuestión del celibato
sacerdotal. Muchos sacerdotes y religiosos, dijo, encuentran
dificultades para cumplir ese voto, y deberían poder casarse y tener
hijos. En opinión del cardenal tocará al nuevo Papa considerar si la
Iglesia debe modificar su postura en este y otros asuntos que no son de
origen divino. Nadie puede asegurar con bases firmes que el doloroso
tema de los sacerdotes pedófilos está directamente relacionado con el
celibato, pero pienso que no se equivocará quien diga que el celibato
—inexistente en la Iglesia original— atenta en forma grave contra el
derecho natural, que es creación divina, y obedece a causas puramente
humanas. También creo que la Iglesia se revitalizaría, y que la crisis
de vocaciones y la creciente deserción de fieles disminuirían al
admitirse la existencia de sacerdotes casados y de casados sacerdotes.
Igualmente considero que la incorporación de la mujer a funciones
sacerdotales, como sucedía en los primeros tiempos de la Iglesia,
aportaría nueva riqueza humana a la institución. Es gran atrevimiento
del suscrito que habla opinar sobre asuntos tan complejos, pero también
los laicos tenemos derecho a decir nuestro sermón…
Doña Pasita, mujer de
pueblo, anciana, viajó a la gran ciudad en un camioncito Flecha Roja.
Iba a visitar a sus nietas Juana y Petra, que hacía un par de años se
habían ido a la urbe. La primera novedad con que se topó la viejecita al
reunirse con las muchachas fue que ya no se llamaban como antes, Petra y
Juana: ahora Juana era Jeanine, y Petra respondía al nombre de
Pierrette. Mujeres citadinas, ya no eran aquellas sencillas y lozanas
mozas que del pequeño pueblo habían salido. Al verlas tan enlucidas y
adornadas doña Paz recordó una linda canción, La guarecita, que alguna
vez oyó en Ecuandureo, Michoacán, cuando viajaba por el sur con su
marido, visitador de la Recaudación de Rentas. Decía así esa antigua
tonada al hablar de una mujer de la ciudad: “Usa rojas las mejillas, /
las faldas a las rodillas, ha de ser por la calor, / lleva las trenzas
cortadas, / trae las ojeras moradas, / y las uñas de color…”. Así se
veían Juana y Petra: iban pintadas como coche; parecían muñecas
japonesas. También su modo de vestir había cambiado. Ya no lucían medias
de popotillo en virulé, que así se dice cuando las medias se ajustan
arrollándolas en la parte superior. Ahora gastaban medias caladas a
través de las cuales dejaban ver las carnes del chamorro, cosa que a
doña Paz le pareció por demás inconveniente. También llevaban profusión
de perendengues (“Nomás les falta colgarse el molcajete” —pensó la
anciana al verlas), y calzaban zapatos de tacón aguja, no de tacón
panela, tacones anchos, como los que se usaban en el pueblo. Recelosa
les preguntó: “Díganme, hijitas: ¿de qué viven?”. Respondió Juana,
quiero decir Jeanine: “Cosemos, abuela”. Doña Pasita meneó la cabeza y
luego dijo: “Ya me lo imasinaba”…
FIN.
La sabiduría de todos. Es decir, los refranes.
Presente lo tengo Yo
—Con esto y un buen bizcocho, hasta mañana a las ocho.
Se decía eso, jocosamente, al final de una cena opípara, abundante, para significar que se había cenado muy bien.
—Dijo Blas, y punto en boca.
Expresión usada irónicamente cuando alguien decía alguna cosa que pretendía ser la última verdad, el argumento definitivo.
—Pega la boca a la pared.
O sea: calla, contente, aguántate las ganas de hablar, de decir algo.
—A mear y a la camita.
Con esa frase se daba por concluído un asunto, alguna discusión.
—Comerse el lonche antes del recreo.
Eso hacían los novios que tenían trato íntimo antes de la boda.
—Peerse pa’ dentro.
Aguantar sin protesta algún mal trato o injusticia.
—Las de San Pedro.
Eran las lágrimas. Recordemos que el apóstol lloró después de negar tres veces a Jesús. Se le salieron “las de San Pedro’’.
—Le dijo las cuatro letras.
Es decir, le aplicó a una mujer cierta palabra bastante fuerte.
—Despacio, chinches, que la noche es larga.
Se usaba esa expresión para calmar la impaciencia de alguien que pedía más rapidez al hacer algo.
—Pringapiés.
Eufemismo para referirse a la diarrea.
—Quedarse con el chongo hecho.
Quedarse plantada una mujer que se arregló para salir con alguien que no llegó.
—Sonarse con el pañuelo de cinco puntas.
Sonarse con los dedos la nariz.
—Pipiolo.
Niño
pequeño. Yo veía esa palabra en las tiras cómicas venidas de Argentina.
Ahora me encuentro —Diccionario de Americanismos de don Francisco J.
Santamaría— con que la palabra viene del náhuatl “pipiyolin’’, que
quiere decir “niño’’, “chamaco’’.
—Este nomás oye por las nalgas.
Se decía del muchachillo que sólo hacía caso si se le aplicaban unas buenas nalgadas.
—Sin contar los años que mamó, lloró, meó, anduvo a gatas y fue a la escuela.
Esa curiosa expresión se usaba luego de que una mujer había dicho su edad quitándose los años.
Pájaro madrugador
A este pájaro le llaman pájaro madrugador. Es el primero que abre sus alas a la luz.
No
es hermoso, a menos que se diga que todos los seres vivos son hermosos.
Su plumaje es gris, y apenas muestra en un leve tono amarillejo en la
región del pecho. Tampoco canta bellamente; dice nomás un trino
monocorde.
Su único mérito, entonces, es el de madrugar. Él toma
la noche y la convierte en día. Es un pequeño sol que ya está ahí
cuando aparece el Sol.
Yo, que duermo aún —estoy dormido siempre—,
sé que este pájaro madrugador —este madrugador pájaro— no duerme como
yo. El día tendrá entonces quien le dé la bienvenida.
Y el mundo
empezará a ser mundo en la mañana porque antes que ninguno amaneció el
pájaro madrugador.
¡Hasta mañana!...
Problemas en la Universidad que creó López Obrador
“…Problemas en la Universidad que creó López Obrador…”
La Universidad citada,
a sus orígenes fiel,
si la creó Andrés Manuel
siempre estará emproblemada.
a sus orígenes fiel,
si la creó Andrés Manuel
siempre estará emproblemada.
domingo, 24 de febrero de 2013
Recuerdos y costumbres
De politica y cosas peores
Día muy especial es el domingo. Algunos cristianos lo utilizan para
pedirle a Dios que les ayude a ya no cometer los pecados que cometieron
el sábado y que volverán a cometer el lunes. Antiguamente el domingo era
llamado “el día del Señor”. Todos lo respetaban, con excepción de los
golfistas. Ese respeto llegaba en ocasiones al extremo. En los últimos
años del siglo diecinueve se le ocurrió al dueño de una fuente de sodas
en Estados Unidos —la ciudad no ha sido bien determinada— poner sobre
una porción de nieve de vainilla un poco de crema, mermelada de fresa y
nuez molida, y coronarlo todo con una cereza. A tal ricura le dio el
nombre de “Sunday”. Después, por presión de los ministros religiosos,
que opinaron que tal nombre era una falta de respeto al día consagrado a
Dios, le cambió una letra a la palabra, y así nació el famoso “sundae”.
Nadie, ni en Estados Unidos ni en el resto del mundo, hacía sundaes tan
espléndidos como los que en Saltillo preparaba la querida familia
Nakasima en la nevería de su nombre. Esa delicia es uno de los mejores
recuerdos de mi infancia. Me gustaría ser niño otra vez, primero para
volver a ver a mis papás, y luego para volver a disfrutar un sundae de
la Nevería Nakasima. Todo esto viene a colación porque los domingos no
se deben profanar hablando de política. Narraré entonces algunos
cuentecillos de humor lene, y luego me quedaré en casita, pues si todos
los coches del mundo se pusieran en fila, uno tras otro, eso sería el
tráfico de un domingo por la tarde…
Afrodisio Pitongo, hombre proclive a
la concupiscencia de la carne, llegó a su departamento después de
medianoche. Ya en la cama se acercó a su esposa con intención erótica
evidente. (El erotismo, dice Vargas Llosa, es el sexo desanimalizado).
Le dijo la señora: “Hoy no. Me duele la cabeza”. “Qué raro —manifestó
Afrodisio, pensativo—. Debe andar algún virus por aquí. Las vecinas del
12 y del 14 me acaban de decir exactamente lo mismo”…
A un argentino de
Buenos Aires le aconsejó alguien: “Obedece siempre a tus superiores”.
“¡Pero che pibe! —protestó el porteño—. ¿Dónde voy a encontrar uno?”…
Declaró Babalucas con tristeza: “Soy hijo póstumo”. Nací 10 años después
de la muerte de papá”…
Doña Frigidia pidió en la farmacia una buena
cantidad de vaselina. “La necesito para propósitos sexuales” —le informó
al asombrado farmacéutico. “¿Para propósitos sexuales?” —repitió el
hombre sin saber qué decir. “Sí —confirmó doña Frigidia—. Todas las
noches unto con vaselina la perilla de la puerta de mi cuarto, y así mi
marido no puede entrar a demandarme sexo”…
Don Languidio ordenó en la
fonda un plato de menudo sonorense. Cuando se lo sirvieron hizo un
movimiento brusco, y el plato entero le cayó en el regazo. “¡Qué bueno
que te cayó ahí! —se alegró su esposa—. ¡Siempre he oído decir que el
menudo de Sonora es capaz de resucitar a un muerto!”. (Evoquemos la
cuarteta inicial del inmortal soneto que en homenaje de ese egregio
condumio escribió don Francisco Bernal:
“¡Oh menudo sabroso, te saludo /
en esta alegre y refrescante aurora / en que reclamo alientos, pues es
hora / en que tú estás cocido y yo estoy crudo!...”)…
El director del
internado instruyó a los estudiantes de nuevo ingreso. Les dijo: “Se
prohíbe a los alumnos varones entrar en el dormitorio de las chicas
después de las 9 de la noche. El que sea sorprendido ahí después de esa
hora será multado con 100 pesos la primera vez, 300 la segunda y 500 la
tercera”. Se oyó la voz de un estudiante: “¿Cuánto por toda la
temporada?”…
El padre Arsilio solía entrar rápidamente en la pequeña
cantina del pueblo; pedía un tequila doble, se lo tomaba y luego se iba a
su casa a comer. Cierto día llegó, como de costumbre, y se encontró con
la novedad de que estaba ahí una mujer de amplísimos hemisferios
posteriores. La guapa fémina pidió una cerveza, la bebió, pagó y se fue.
Le preguntó el cantinero al padre Arsilio: “¿Qué le pareció esa
muchachona, padre?”. “Ni siquiera la vi —declaró el amable sacerdote—.
Jamás pongo mis ojos en cosas terrenales”. El tabernero, apenado, se
disculpó, y luego le dijo: “¿Qué le voy a servir, señor cura?”. “Lo de
siempre —respondió el padre Arsilio—. Un teculo doble”…
FIN.
Etiquetas:
AFA,
Afrodisio Pitongo,
Armando Fuentes Aguirre,
Babalucas,
Caton,
Cuarteta,
De politica y cosas peores,
Don Languidio,
Doña Frigida,
Padre Arsilio,
Soneto
Señora. Así se llama una canción. O varias.
Presente lo tengo Yo
Esta señora viene una vez por semana a visitar a su hijo. Los
domingos llega siempre al colegio, al mediodía, y está con él toda la
tarde. Lo lleva a la Alameda y le compra un rehilete y un manzaní.
Después lo lleva de nueva cuenta al internado, y con un beso se despide
de él.
Esta señora es elegante. Viene en carro de sitio. Las
placas de ese automóvil son de Nuevo León. Viste con elegancia la
señora, elegancia quizás un poco llamativa, al menos para los usos de
Saltillo. Además es alta y rubia. Su peinado es de los que se llaman
“permanente”. Parece artista. Le da un cierto aire a Emilia Guiú, la que
salió con Pedro Infante en “Angelitos negros”.
Pero es muy
reservada la señora, apenas cruza palabra con el Hermano que la recibe
cuando llega y le entrega al niño. En el colegio hay internos y medios
internos. Éstos nada más comen ahí; los otros también duermen. Les está
terminantemente prohibido, bajo pena de pecado, decir cómo es su vida en
el colegio. Los demás murmuramos. Alguien oyó decir que los internos se
bañan con una especie de camisón que les llega hasta los pies.
También
se dice que los internos rezan todas las noches un rosario, de rodillas,
antes de ir a la cama. Quién sabe. Se ven tristes, eso sí. ¿Por qué? No
lo podemos explicar. ¿Tristes, y todas las tardes, cuando nos hemos ido
los externos, y los domingos además, tienen para ellos solos el gran
patio de juegos, y los balones?
Algunos compañeros que viven por
cerca del colegio han visto a la señora, y han visto también el
automóvil en que llega. Es un De Soto azul. Un día yo también lo vi, por
pura casualidad. Iba con mi mamá a visitar a la hermana de Héctor
González Morales, una señorita que se llamaba Gudelia y vivía por la
calle de Hidalgo al sur. Vi aquel enorme coche azul estacionado ante la
puerta del colegio. En el preciso instante en que pasábamos salió mi
compañero con la señora. Así supe que era su mamá. Al día siguiente
revelé el dato, y eso me dio una popularidad que duró 5 minutos. ¿Acaso
duran más las otras popularidades?
Pude ver bien a la señora.
Recuerdo que me llamó mucho la atención una prenda de piel que le
colgaba de los hombros. Hacía un poco de frío, y la señora lucía aquella
piel que terminaba en una pequeña cabeza de animal, el hocico afilado,
los ojillos negros de cuentas de cristal. Yo nunca había visto una
prenda igual, pero mi mamá me dijo que las artistas usaban mucho tales
prendas.
Demos ahora un salto en el tiempo. ¡Tantos saltos da el
tiempo en nosotros! Ahora soy un jovenzuelo que va de ocultas a
Monterrey y tiene amigos mayores que él. Estos amigos conocen ya las
cosas de la vida.
—Vamos allá —dicen un día.
Yo no sé dónde
es “allá”, pero igual voy. Allá vamos todos. Estamos en la calzada
Madero, y es de noche. Hay una puerta que tiene un foco rojo. Entramos
por ahí a un salón oscuro. Hay mesas en donde beben hombres, algunos
solos, otros acompañados por una mujer, solitarios todos. Algunas
parejas bailan la torpe música que sale de una murga. Junto a la puerta
hay un mostrador. Aburrida ante una caja registradora, el rostro
apoyado en una mano, perdida la mirada en el vacío, está la dueña del
negocio, una mujer rubia, ya de años, que tiene una cierta semejanza con
Emilia Guiú.
Historias de la creación del mundo
Aquella mañana el Creador estaba más atareado que de costumbre.
Parecía que iba a hacer su obra maestra.
Llegó el Espíritu y le preguntó:
—¿Qué haces?
Sin dejar de trabajar respondió el Padre:
—Estoy haciendo al salvador del mundo.
El Espíritu se sorprendió. Le dijo:
—¿Ya estás haciendo a tu Hijo?
Y contestó el Creador:
—No. Estoy haciendo al árbol.
¡Hasta mañana!...
Vuelve a subir el precio de los huevos
“… Vuelve a subir el precio de los huevos…”
Esa carestía es tanta
que toda la población
—lo digo sin intención—
ya los trae en la garganta.
Esa carestía es tanta
que toda la población
—lo digo sin intención—
ya los trae en la garganta.
sábado, 23 de febrero de 2013
Ahora sí hay Presidente
De politica y cosas peores
Esta columnejilla empieza hoy con un cuento subido de color. Las
personas a quienes no les gusten los colores subidos deben omitir su
lectura, y empezarla en la parte donde dice: “La buena noticia es que
ahora sí hay Presidente. La mala noticia es que ahora sí hay
Presidente”…
Un inglés, un irlandés y un escocés fueron a jugar golf con
sus esposas. Los escoceses, ya se sabe, tienen fama de ser
demasiadamente ahorrativos. Sucedió que una súbita ráfaga de viento le
levantó la falda a la esposa del inglés, y se vio que la señora no traía
nada abajo. “Es que no me das para que me compre ropa interior” –le
explicó la mujer a su marido. El británico sacó la cartera y le dio
dinero a su esposa para que la comprara. Sopló otra vez el viento, y le
levantó el vestido a la irlandesa. También ella iba absolutamente
ventilada en la región de la entrepierna. Le dijo lo mismo a su marido:
no llevaba ropa íntima porque él no le daba con qué adquirirla. El
irlandés se llevó la mano al bolsillo, sacó unos billetes y se los
entregó a su cónyuge para que se comprara ropa y no fuera a sufrir algún
accidente de hiperventilación. Una nueva ráfaga le alzó la falda a la
esposa del escocés. “Begorrah! –exclamó el hombre-. ¿Por qué no traes
calzones, woman?”. Respondió ella: “Porque tú no me das para
comprarlos”. El escocés se llevó la mano al bolsillo y sacó un peine. Le
dijo a su mujer: “Por lo menos ponte presentable”…
La buena noticia es
que ahora sí hay Presidente. La mala noticia es que ahora sí hay
Presidente. No incurrirá en falso testimonio quien diga que Felipe
Calderón no gobernó. Si al paso de los años preguntara alguno: “¿Cuándo
fue Presidente Calderón?”, la respuesta obligada sería: “Nunca”. En el
curso del sexenio calderonista los gobernadores actuaron como se les
pegó la gana. Se instauró un “feuderalismo” por el cual cada gobernador
hizo de su estado un feudo o coto particular donde sólo su voluntad
privaba. Calderón, encerrado en sí mismo y rodeado de incondicionales,
dejó hacer y dejó pasar. El resultado fue un absoluto desmadre, si me es
permitida esa ática expresión. Con el regreso del PRI ha vuelto el
sistema presidencialista, y otra vez la autoridad se ejerce desde el
centro. Ya se ha notado el ejercicio de ese control central. El último
caso en que lo vimos fue con motivo del zipizape habido entre Beltrones y
el guerrerense Aguirre. Fue suficiente una vaga alusión presidencial
para que los dos belicosos personajes acallaran sus gritos pugnaces y se
avinieran a la conciliación. Eso es bueno, pues en esta república de
chómpiras es necesario que alguien ponga siquiera un viso de orden. El
restablecimiento de ese control presidencialista, sin embargo, entraña
el riesgo del autoritarismo si de él deriva el surgimiento de una sola
voluntad omnímoda que todo lo determine y lo decida todo en el país. Eso
no sólo sería retroceder: también sería volver hacia atrás…
En la
antesala del laboratorio de exámenes clínicos el pequeño Juanilito
lloraba desconsoladamente. Le preguntó Pepito: “¿Por qué lloras?”.
Respondió Juanilito entre sus lágrimas: “Me hicieron un examen de
sangre, y con una aguja me picaron el dedito”. Al oír eso Pepito rompió
en gemidos desgarrados. Le preguntó, asustado, Juanilito: “¿Por qué
lloras así?”. Y contestó Pepito sollozando: “¡A mí me van a hacer un
examen de orina!”…
Aquella línea aérea se enorgullecía de la puntualidad
de sus vuelos. Su lema era: “La Northern Arrow siempre sale a tiempo”.
Cierto día un niñito que viajaba con su mamá le preguntó a la señora:
“Mami: si los gatos tienen gatitos, y los perros tienen perritos ¿por
qué los aviones no tienen avioncitos?”. La señora no supo qué contestar.
El chamaquito repitió con tanta insistencia la pregunta que hizo que
la madre se desesperara y lo reprendiera levantando la voz. Acudió una
de las azafatas a ver qué sucedía, y la señora le explicó: “Es que mi
hijo me preguntó por qué, si los gatos tienen gatitos y los perros
tienen perritos, los aviones no tienen avioncitos. No supe qué
contestar. Insistió él, y me desesperé yo. ¿Acaso usted podría responder
a esa pregunta?”. “Pienso que sí –replicó la muchacha-. En nuestro caso
los aviones no tienen avioncitos porque la Northern Arrow siempre sale a
tiempo”… (No le entendí)…
FIN.
Escenas de baile
Presente lo tengo Yo
Es la noche del Sábado de Gloria. Esa noche hay baile en todos los
ejidos, congregaciones y pequeños pueblos campesinos. ¿Dónde estamos? En
cualquier parte del noreste de México. Puede ser en Coahuila; puede ser
en Tamaulipas; puede ser en Nuevo León. El baile se lleva a cabo en un
galpón, una como bodega grande que se usa para seleccionar manzanas. O
naranjas. Toca un conjunto de acordeón, bajosexto y tololoche. Los
músicos han tocado ya “La Cacahuata”, “El Circo” y “Evangelina”.
Ahora interpreta “Los jacalitos”.
Un joven ranchero vestido con pantalón
de mezclilla, camisa a cuadros, sombrero texano y botas vaqueras
“nombra” a una muchacha del lugar. El ranchero es alto y es fornido.
Cuando habla con sus amigos luce arrogante y decidido, pero ahora se
nota tímido, y su voz casi es un murmullo cuando dice:
-¿Bailamos, señorita?
Ella levanta hacia él la mirada de sus grandes ojos cafés y responde:
-Ahorita no, gracias.
Pero él insiste:
-Aunque sea la del cumplimiento.
Ella se levanta a bailar. Es por cumplir, nada más, por no hacerle desaire a aquél que la ha invitado.
Termina
la pieza y él la lleva a su lugar. Le da las gracias tocándose el ala
del sombrero, pero antes de retirarse hace otra petición:
-¿Le parece si bailamos terciadas?
Le
está pidiendo bailar con él una pieza sí y otra no. Eso sucede cuando
los bailadores han estado a gusto con su pareja. Ella ha sentido el
fuerte brazo del muchacho en su cintura, el cálido muro de su pecho y la
ruda caricia de su mano, callosa mano de hombre trabajador. Responde
entonces mirándolo con una nueva mirada:
-Bueno.
Ya no baila
con nadie ninguno de los dos. Ambos esperan a que acabe la pieza de no
bailar y llegue la de bailar. Y él la nombra de nuevo.
A la tercera él propone:
-¿Bailamos seguido?
Eso
significa que ya bailarán todas las piezas el uno con el otro. Según
las costumbres y usos lugareños eso es manifestación de un compromiso
entre la pareja. Pero él no ha dicho nada. Y ella tampoco habla: cuando
esperas no hablas. Entre una pieza y otra los dos quedan de frente, sin
mirarse. Se acomoda él su paliacate, que trae en el cuello a modo de
corbata; ella, con un pañuelito de encaje, diminuto, se enjuga las gotas
de sudor en la frente. Ambos pierden la mirada en el vacío; parece que
lo ven todo, pero no miran nada.
Los ojos de uno quisieran posarse en
los del otro, pero eso no se vería bien. Estamos en Coahuila -o en Nuevo
León, o Tamaulipas- pero igual pasa por el aire la copla que recogió
don Ricardo Palma en el Perú:
No me mires, que miran que nos miramos.
Miremos la manera de no mirarnos.
No nos miremos,
Y cuando no nos miren
nos miraremos.
Termina
el baile. Son ya las dos de la mañana. Ha concluído la última pieza.
Fue un chotis que se llama “Amor de Madre”. Lo pidieron las señoras de
edad, ya como despedida. El ranchero conduce a la muchacha a su lugar.
Ahí la esperan su madre, sus hermanas y amigas. Ella sonríe, pero se
angustia en su interior: bailó toda la noche con aquel muchacho, y él no
le dijo nada. ¿Cuáles serán sus intenciones? Sí no se le declara ella
va a quedar mal ante el pueblo, y será objeto de irrisión. Ya llegan a
donde están los otros. De pronto él la detiene por el brazo, la mira con
mirada que es al mismo tiempo suplicante e imperiosa y le dice:
-¿Qué no comprende?
Ella comprende. ¿Qué mujer no comprende a su hombre? ¿Qué mujer no comprende la vida? Responde solamente:
-Sí.
Un año después se casan.
Fantasma
Este hombre no duerme nunca.
No puede dormir porque en la
soledad de la noche un espectro se le aparece. El oscuro fantasma llega
frente a él y lo mira; lo mira fijamente. Nada le dice. Lo ve en
silencio con ojos de reproche.
El hombre se preguntaba quién era
esa sombra que lo acusaba sin hablar. ¿Era acaso el espectro de su
padre? Todo hombre lleva consigo, igual que Hamlet, el fantasma de su
padre.
Cierta noche un vislumbre de luna atravesó el cristal de la
ventana. El hombre pudo entonces mirar el rostro del espectro. Era él
mismo. Él mismo era su fantasma.
No conozco el final de la historia. Quizá ni siquiera es historia. Quizá es solamente recuerdo.
¡Hasta mañana!...
El Chómpiras entregó las instalaciones del CCH
“… El Chómpiras entregó las instalaciones del Colegio de Ciencias y Humanidades. No habrá castigo para él…”
Se arregló el problema ya,
pero, con tal lenidad,
pronto, con seguridad,
otro Chómpiras vendrá.
viernes, 22 de febrero de 2013
100 años de la muerte de Madero
De politica y cosas peores
Pitorro fue en su juventud un tarambana. Todos los goces y deleites
conoció, incluso algunos muy poco conocidos. Le llegó el momento, sin
embargo, de sentar cabeza, para lo cual contrajo matrimonio. Un par de
meses después de haber ingresado en ese claustro un amigo le preguntó
cómo se sentía en su nuevo estado, después de su bien disfrutada
soltería. “Estoy muy a gusto —declaró él—. Eso sí: continuamente debo
recordarme a mí mismo algunas cosas, para no meter la pata”. “¿Cómo
cuáles?” –quiso saber el amigo. “Bueno —explicó Pitorro—, cada vez que
hago el amor con mi mujer, al final tengo que repetirme varias veces:
‘No le vayas a pagar. No le vayas a pagar’”…
Don Cornulio, cuya esposa
era complaciente con todos, menos con él, despertó a su señora a medias
de la noche. “¿Qué sucede?” –le preguntó ella, sobresaltada. Le dijo don
Cornulio: “Voy a levantarme a hacer pipí”. La mujer se indignó: “¿Y
para decirme eso me despiertas?”. “No —replicó mansamente don Cornulio—.
Te despierto para que me cuides el lugar”…
El gato le dijo a la gatita:
“Sería capaz de morir por ti”. “¿De veras? —ronroneó la gatita—.
¿Cuántas veces?”…
El jefe de personal le preguntó al aspirante a
empleado de oficina: “¿Es usted productivo, joven?”. “Bastante, señor
—aseguró el tipejo—. Tengo ocho hijos”. “Lo que le pregunto —aclaró el
funcionario— es si es usted productivo en la oficina”. Contesta el otro:
“Todos los hice en la oficina”…
Un sujeto visitó al doctor Pipino,
reconocido urólogo. Le dijo: “Tengo un problema en mi ambulacro, doctor;
quiero decir en mi parte de varón”. Pidió el facultativo: “Déjeme
verla”. “Muy bien –respondió el hombre-. Pero una cosa tendrá que
prometerme: no se reirá cuando la vea”. “Señor mío –se ofendió el doctor
Pipino-. Soy un profesional de la ciencia médica, y tomo muy en serio
mi labor. Cuando reviso a un paciente lo hago con tal seriedad que,
comparado con el mío, el rostro de Buster Keaton es la máscara viva de
la hilaridad. Permítame entonces examinar la dicha parte”. El tipo puso
al descubierto su atributo varonil. Al verlo el doctor Pipino soltó una
estentórea carcajada, y estuvo a punto de venir al suelo por causa de la
risa. “¿Lo ve? –le dijo el hombre con dolorido sentimiento-. Le dije
que se iba a reír”. “Perdóneme, amigo –se disculpó el galeno, apenado-.
Lo que sucede es que en todos mis años de ejercicio no había visto a un
hombre con un atributo tan ridículamente pequeño. ¡Es milimétrico,
diminuto, mínimo! ¡Casi no se puede ver! Pero en fin, dígame qué
problema tiene en esa parte”. Contesta el individuo: “La traigo muy
inflamada”…
Durante muchos años —siete décadas— la noble figura de don
Francisco I. Madero constituyó un molesto recuerdo para la clase
gobernante. La democracia fue el ideal por el que dio su vida el
coahuilense, y la creación de un partido oficial al término de las
luchas llamadas revolucionarias instauró una era en la cual el sufragio
efectivo no existió, y todas las prácticas democráticas fueron anuladas.
El aniversario del sacrificio del Apóstol ha de ser ocasión para
considerar si la democracia está ya asentada entre nosotros, o si,
conculcada ayer por un solo partido, es hoy objeto de conculcación por
varios. Igualmente debemos reconocer que la pobreza y la falta de
educación del pueblo son males que permiten a los grandes poderes
fácticos de la nación –los del dinero; los de la comunicación- influir
decisivamente sobre los procesos de elección, en tal manera que si en
tiempos de la dominación del PRI se nos decía que vivíamos en una
“democracia sui géneris”, ahora nuestro ejercicio democráticos es aún
más sui géneris. Desde luego no existe una democracia químicamente pura.
Ni los griegos, sus inventores, la tuvieron. Sucede, sin embargo, que
la democracia es ejercicio de ciudadanos libres, y la pobreza y la
ignorancia impiden el goce pleno de la libertad. La democracia,
entonces, en vez de ser ejercida por todos es administrada por algunos. A
100 años de la muerte de Madero no podemos decir que su ideal está
cumplido. Tampoco están cumplidas las aspiraciones de justicia social
que alentaron el movimiento revolucionario. Así las cosas, ese
aniversario debe ser ante todo un remordimiento de conciencia…
FIN
Profetas y proxenetas (II)
Presente lo tengo Yo
Aquí se habla de hombres y de nombres
¿Qué grave asunto tratan
Maximiliano de Habsburgo, futuro Emperador de México, y don Jesús Terán,
ilustre mexicano nacido en Aguascalientes, abogado y liberal? Dejemos
que nos lo cuente, en verso, don Juan de Dios Peza, que conoció de
labios de sus contemporáneos la historia de esta insólita entrevista.
Habla don Jesús Terán:
“... No aceptéis, señor, un trono
que tiene cimientos falsos,
ni os ciñáis una corona
que Napoleón ha labrado.
No quiere México reyes,
el pueblo es republicano
y si llegáis a mi patria
y os riegan palmas y lauros,
sabed que tras esas pompas
y esos mentidos halagos,
pueden estar escondidos
el deshonor y el cadalso”.
Oyendo aquestas palabras
dichas por aquel anciano,
a tiempo que por los aires
cruzó veloz un relámpago
tiñendo en color de sangre
la inmensidad del espacio,
sin dar respuesta ninguna
quedóse Maximiliano
rígido, lívido, mudo,
como una estatua de mármol.
Corrió inexorable el tiempo,
huyeron breves los años
y en una noche de junio,
triste, solo, ensimismado,
en vísperas de la muerte
el Archiduque germano,
en su celda de Querétaro
y en sus desgracias pensando,
así dijo conmovido
a uno de los abogados
que fueron a despedirse
en momentos tan aciagos:
“Todo lo que hoy me sucede
a tiempo me lo anunciaron.
Un profeta he conocido
que sin doblez, sin engaño,
me auguró que en esta tierra
a donde vine cegado,
el pueblo no quiere reyes
ni gobernantes extraños,
y que si lauros y palmas
se me regaban al paso,
tras ellas encontraría
el deshonor y el cadalso”.
“¿Quién ha sido ese profeta”
-al príncipe preguntaron-.
“Era un ministro de Juárez,
sincero, patriota, honrado:
don JESÚS TERÁN que ha muerto
en su hacienda hará dos años.
¡Ah! ¡Si yo le hubiera oído!
¡Si yo le hubiera hecho caso!
Hoy estuviera en mi alcázar
con los seres más amados,
y no contara las horas
para subir al cadalso”.
Ahora
bien: ¿por qué puse a este relato el extraño título de “Profetas y
proxenetas”?
Porque en Saltillo el barrio pecaminoso, zona roja
—rojísima— de mujeres de la vida, chulos y proxenetas, estuvo durante
muchos años en las calles de Terán, bautizadas así en honor de don
Jesús. He aquí como este gran profeta tuvo entre nosotros la desdicha de
dar su nombre a cosas innombrables.
El Padre Soárez
El Padre Soárez charlaba con el Cristo de su iglesia.
-Señor –le preguntó-. Aquí entre nos: ¿existe el infierno?
-¿Por qué quieres saberlo? –preguntó a su vez Jesús-. ¿Hiciste algo?
-No
hagas bromas sobre esto –se amoscó el Padre Soárez-. Es un asunto
demasiado serio para tomarlo a la ligera. Dime: ¿el infierno existe?
-En cierta forma sí -respondió Jesús-. Pero yo no lo hice. Cada quién se hace el suyo cuando lo merece.
-¿Y entonces –volvió a preguntar el Padre Soárez- todo eso del fuego eterno, de la condena por la eternidad?
-Eso –contestó Jesús- lo inventó alguien con demasiada imaginación y ninguna compasión.
Seguramente está en su infierno.
¡Hasta mañana!...
El llamado Niño Verde tiene muy mala conducta
“… El llamado Niño Verde tiene muy mala conducta…”
Ese tipo, según sé,
hace cada porquería,
que en vez de eso debería
llamarse Niño Café.
jueves, 21 de febrero de 2013
La ley es letra muerta
De politica y cosas peores
La joven esposa iba a dar a luz. Le indicó su médico: “El padre de la
criatura puede estar con usted en el momento del parto”. “No creo que
sea una buena idea, doctor –respondió ella-. Él y mi marido no se llevan
bien”…
Clotario, hijo de doña Gorgolota, les comentó a sus amigos: “Voy
a dejarme crecer el bigote”. “¿Para qué?” –le preguntaron ellos,
extrañados. Explicó él: “Es que quiero parecerme a mi mamá”. (¡Qué
tierno!)…
Lleno de aflicción aquel hombre le contó al psiquiatra: “Tengo
un problema, doctor. Nadie me cree nunca lo que digo”. Le dice el
analista, severo: “Hábleme con la verdad, amigo. ¿Cuál es en realidad su
problema?”…
Hubo un naufragio, y un señor y su esposa se salvaron.
Asidos a un madero flotaron durante largos días, y al fin llegaron a una
remota isla desierta apartada de todo tráfico marino. Llevaban ya dos
años ahí cuando cierto día avistaron una canoa que venía hacia ellos. La
señora dirigió hacia el bote el catalejo que habían salvado del
naufragio, y lo que vio la llenó de alegría. “¡No lo vas a creer,
Ildegondo! –le dijo a su marido, jubilosa-. ¡Es mi mamá!”…
Doña Panoplia
de Altopedo, dama de buena sociedad, hizo una visita a la cárcel con
sus amigas de la Sociedad Benéfica. Esa actividad anual era parte del
programa que la señora De Altopedo se había fijado para salir en los
periódicos, y de paso quizá también salvar su alma. Le preguntó doña
Panoplia a un reo: “Dígame, buen hombre: ¿por qué está usted aquí?”.
“Señora –suspiró el recluso-, porque no me dejan salir”…
La verdad monda
y lironda es que México no es un Estado de derecho. La ley se
desconoce, tanto en el sentido de ser incumplida como en el sentido de
ser ignorada. Los delincuentes desconocen la ley, vale decir la violan, y
los legisladores que desvirtúan la institución del amparo al privar a
este recurso del principio de generalidad que toda ley debe tener,
desconocen también el derecho, pues ignoran los principios en que se ha
de basar toda norma jurídica. En tiempos pasados –muy pasados- se
hablaba de “la majestad de la ley”. Ante ella se inclinaban por igual
los legistas y los legos. En nuestro país tal prevalencia de la
legalidad no existe. La ley es letra muerta. Y sepultada, se podría
añadir, si no fuera por el tufo que su irregular elaboración y
aplicación despide permanentemente.
Un país en que los legisladores
alteran la ley a su antojo, y los juzgadores la hacen como chicle para
favorecer a saqueadores y secuestradores, es un triste país. Triste país
es aquel donde una ralea de chómpiras puede ocupar con violencia una
institución de la Universidad, y no se les toca ni con el pétalo de una
rosa. Conclusión: un Estado que no es de derecho es un Estado chueco…
¡Mentecato escribidor, con este infame juego de palabras tú también te
pusiste al margen de la ley! Para calificar debidamente tu peroración
esperaré a saber si andabas sobrio cuando la escribiste, o si estás
anclado en el pasado, y averiguaré también si dicha perorata es tuya, es
ajena o es de la chingada -con perdón sea dicho-, todo en aras de un
país más civil y más civilizado. Narra mejor el enfrentamiento que
tuviste con doña Tebaida Tridua a raíz de tu intención de publicar el
cuento que viene al final de esta columnejilla. Lo leyó la ilustre dama y
sufrió un repentino accidente de eritromelia, también llamada
enfermedad de Pick, afección caracterizada por el enrojecimiento de la
piel en la superficie dorsal de los brazos y las piernas.
El médico de
cabecera de la señora Tridua, llamado con urgencia, prescribió un
tratamiento radical a base de bizmas de chunchucuyo de pichón, que si
bien no curó del todo a la paciente sí le alivió los síntomas que
presentaba. Ahora bien: ¿qué chascarrillo fue ése que causó tan
lamentable efecto en la señora Presidenta ad vitam interina de la Pía
Sociedad de Sociedades Pías? He aquí la nefanda relación…
Una mujer
llegó con el doctor Cavadenti, odontólogo reconocido, y sin decir
palabra empezó a desvestirse. El facultativo, alarmado, la detuvo.
“Señora –le dijo-, me temo que sufre usted una equivocación. El
consultorio del ginecólogo se halla en el segundo piso”. “Ninguna
equivocación –respondió con tono decidido la mujer-. Usted fue el que le
puso a mi marido su nueva dentadura; usted es el que me la va a sacar”…(No le entendí)…
FIN.
Profetas y proxenetas
Presente lo tengo Yo
Están frente a frente dos hombres liberales. Uno es austriaco. Su
nombre es Maximiliano de Habsburgo. No equivoqué el calificativo:
Maximiliano fue gran liberal, posiblemente más que don Benito Juárez.
Aunque no más que su esposa, debo decir. Carlota Amalia fue más liberal
que don Benito y don Maximiliano juntos, con todos los Prietos, Ocampos y
Lerdos añadidos.
Mujer de su tiempo -y casi del nuestro, pues
murió en 1927- Carlota profesó con vehemencia las tesis del liberalismo.
Esas ideas la malquistaron con el Vaticano en días cruciales de su
vida; quizá fue la rencorosa inquina de la curia romana lo que le causó a
aquella infeliz mujer la pérdida de la razón. En efecto, ciertas cartas
de Carlota en las cuales decía pestes del clero mexicano cayeron en
manos de agentes del Papa, quienes las entregaron al Cardenal
camarlengo. Cuando postrada de rodillas Carlota le rogó al Pontífice que
interviniera a fin de que Napoleón III siguiera apoyando el trono de su
marido en México, el Papa, mudo, rígido, le extendió esas cartas.
¿Cómo, le dijo sin palabras, le pedía ayuda si así había actuado contra
los intereses de la Iglesia en aquella nación americana?
Pero esa
es otra historia. Tristísma, por cierto, pero es otra. La que quiero
narrar es la del encuentro de aquellos dos grandes liberales,
Maximiliano y el otro. ¿Quién es el otro? Es don Jesús Terán. Este señor
nació en Aguascalientes. Abogado, fundó el Instituto Científico y
Literario de su ciudad natal, plantel que es allá lo que el Ateneo
Fuente es aquí. Sus méritos lo llevaron a la Ciudad de México. Fue
secretario de Relaciones de don Benito Juárez, quizá el que menos tiempo
ha durado en ese cargo, pues lo ocupó menos de una semana, del 6 al 12
de abril de 1862. El Benemérito de las Américas -todavía no se le
conocía con tal nombre- lo designó ministro plenipotenciario de México
en España e Inglaterra, y don Jesús aceptó el cargo, pero con una
condición: como el erario nacional estaba pobre -aunque no tanto como
ahora-, él iría a Europa pagando de su dinero el viaje, la estancia allá
y todos los gastos de su representación. Don Benito aceptó eso de mil
amores. De 500, más bien, por la penuria del erario.
Otros rasgos
semejantes de desprendimiento había tenido don Jesús Terán. Siendo
gobernador de Aguascalientes repartió una gran hacienda entre los peones
acasillados y campesinos en general de la comarca. La hacienda que
repartió no era suya, es cierto, pero tal detalle no quita el
desprendimiento. Honor a quien honor merece.
Don Jesús Terán ha
llegado, pues, a Miramar, el austero y aun así precioso castillo que
tiene Maximiliano, donde vivía una feliz vida de poeta, navegante y
estudioso de la naturaleza. Llegó don Jesús el 3 de mayo de 1864.
Maximiliano iba a ser Emperador de México: una comisión de mexicanos le
había ofrecido el trono imperial a nombre del pueblo. El señor Terán se
proponía convencerlo de que no aceptara la corona. Nadie le había
encargado esa encomienda: él mismo se la fijó, e iba a cumplirla.
¿Logrará
su propósito don Jesús Terán? ¿Disuadirá a Maximiliano, o subirá éste
al trono? ¿Durará aquel efímero imperio? ¿Caerá? ¿Qué suerte correrá el
emperador? Las respuestas a todas estas apasionantes preguntas podrá
usted conocerlas en el próximo capítulo. (Continuará).
Ambición
“Una ambición es un sueño equipado con un motor V8”.
La frase no es de algún eminente motivador, o de un especialista en superación personal.
Es de Elvis Presley.
La
palabra “ambición” no tiene buena fama. Se le equipara casi siempre a
un ansia desmedida de riquezas. Elvis -¡ah, Elvis!- considera que la
ambición es el impulso que lleva a alguien a luchar por realizar su
sueño, un sueño que puede ser valioso.
De nada sirve, en efecto, soñar sin actuar. Cuando nada se hace por cumplirlos es cuando en verdad los sueños sueños son.
Elvis nos enseña eso con su frase. El profesor Elvis.
¡Hasta mañana!...
Harán cambios a la Ley de Víctimas
“… Harán cambios a la Ley de Víctimas…”.
Cuando acaben, digo yo
-y la están cambiando ya-,
no la reconocerá
la madre que la parió.
miércoles, 20 de febrero de 2013
Juniors de la política
De politica y cosas peores
En altas horas de la noche sonó el teléfono en el departamento de Meñico
Maldotado, que dormía ya profundamente. Contestó él, sobresaltado, y
escuchó la voz de una mujer. Quien llamaba era su amiga Pirulina, con
quien Meñico había tenido algunos escarceos de carácter erótico-sensual.
Le dijo la muchacha: “Perdona mi llamada inoportuna, Meñi, pero acabo
de leer en Internet que la gripe aviar ataca primero a los pájaros
pequeños, y quise decírtelo inmediatamente, para que te prevengas”…
Astatrasio Garrajarra, ebrio con su itinerario, fue con un doctor, pues
sentía dolores y molestias en todo el cuerpo. Después de examinarlo le
dice el facultativo: “No puedo dar con la causa de su malestar. Pienso
que es por la bebida”. “Ya veo —replica el temulento—.
Volveré cuando esté usted sobrio”…
Volveré cuando esté usted sobrio”…
El empleado de la oficina, hombre maduro, con
tupido bigote y gruesas gafas, tenía una entrevista con el jefe de
personal. Le dice éste: “Lo que nos perturba un poco, señor Glafírez, no
es que haya usted encontrado la religión, sino que venga al trabajo
vestido de monja”…
La esposa de Ovonio Grandbolier, el hombre más
perezoso del condado, le confió a una amiga: “Mi marido tiene un grave
problema de columna: no la puede separar del sillón”…
Los juniors de la
política superan ya, y por mucho, a los de la iniciativa privada. Antes
eran los hijos de los banqueros, de los grandes empresarios,
comerciantes e industriales, quienes se paseaban en automóviles de lujo,
se exhibían con mujeres que todo lo exhibían y daban fiestas
desmadrosas como las de La dolce vita, toda proporción guardada. Ahora
los hijos de la política son esos patéticos especímenes, los juniors
rastacueros que una y otra vez ofrecen el espectáculo de su altanería y
su mentecatez.
El llamado Niño Verde, que no es tal niño, sino adolescente ya, un adolescente cuarentón, es claro ejemplo de eso. Sus excesos son resultado de una viciosa legislación electoral que permite la existencia de falsos partidos que son en verdad empresas lucrativas en manos de un individuo o una familia. Habría que hacer una reforma radical por la cual los partidos deban su registro a los votos que ganen en las urnas por sí mismos, y no a los que sumen por efecto de alguna alianza o coalición con los partidos grandes. Las leyes y las instituciones electorales han de servir para ayudar a México a salir del subdesarrollo político en que se halla, no para reflejarlo. (¡Bófonos!)…
El llamado Niño Verde, que no es tal niño, sino adolescente ya, un adolescente cuarentón, es claro ejemplo de eso. Sus excesos son resultado de una viciosa legislación electoral que permite la existencia de falsos partidos que son en verdad empresas lucrativas en manos de un individuo o una familia. Habría que hacer una reforma radical por la cual los partidos deban su registro a los votos que ganen en las urnas por sí mismos, y no a los que sumen por efecto de alguna alianza o coalición con los partidos grandes. Las leyes y las instituciones electorales han de servir para ayudar a México a salir del subdesarrollo político en que se halla, no para reflejarlo. (¡Bófonos!)…
El médico de la casa de ancianos respondía las preguntas de
los huéspedes en la sesión semanal. Preguntó doña Pasita, dulce
viejecita de 85 años: “Doctor: ¿a mi edad es posible quedar
embarazada?”. “Claro que no” –sonrió el médico. Desde el fondo del salón
se oyó la voz de don Pitorro, anciano de la misma edad: “¿Lo ve,
Pasita? Le dije que no teníamos nada de qué preocuparnos”…
Llegó un
individuo a la consulta del doctor Duerf, célebre psiquiatra.
El tipo traía un plátano metido en un oído, y un pepino en el otro. “¿Cómo ve, doctor?” –le pregunta al analista-. ¿Cuál cree que sea mi problema?”. Pensativo, con una mano en la barbilla, responde el doctor Duerf: “Se me hace que no está usted comiendo bien”…
El tipo traía un plátano metido en un oído, y un pepino en el otro. “¿Cómo ve, doctor?” –le pregunta al analista-. ¿Cuál cree que sea mi problema?”. Pensativo, con una mano en la barbilla, responde el doctor Duerf: “Se me hace que no está usted comiendo bien”…
Inquirió Babalucas
en el súper: “¿Por qué está tan caro este yogurt?”. Le informó la
encargada: “Son bacilos cultivados”. Replica Babaluas: “No me importa la
educación que tengan”…
Don Chinguetas se sentó ante el televisor y le
pidió a su hijo: “Tráeme una cheve, antes de que empiece”. Poco después
le dijo: “Tráeme otra cerveza, que no tarda en empezar”. No pasaron
muchos minutos, y le volvió a pedir: “Tráeme otra cheve, porque ya va a
empezar”.
Doña Macalota, la esposa de don Chinguetas, estalló. Le gritó a su marido con destemplada voz: “¿Ése es el ejemplo que le das a tu hijo? ¿Te parece bien estar así, echadote, sin hacer nada, bebiendo cerveza tras cerveza, mirando esos programas que nada más a ti te gustan y que son puras idioteces?”. Suspira don Chinguetas y le dice a su hijo: “¿Lo ves? Ya empezó”…
Doña Macalota, la esposa de don Chinguetas, estalló. Le gritó a su marido con destemplada voz: “¿Ése es el ejemplo que le das a tu hijo? ¿Te parece bien estar así, echadote, sin hacer nada, bebiendo cerveza tras cerveza, mirando esos programas que nada más a ti te gustan y que son puras idioteces?”. Suspira don Chinguetas y le dice a su hijo: “¿Lo ves? Ya empezó”…
El maestro les preguntó a los niños:
“¿Cuál es el vegetal que hace llorar?”. Contestó sin vacilar Pepito: “El
repollo”. “No —lo corrigió el mentor—. El vegetal que hace llorar es la
cebolla, no el repollo”. “¿Que no? —insistió Pepito—. Que le den un
repollazo en los éstos, a ver si no se le salen las lágrimas”…
FIN.
Etiquetas:
AFA,
Armando Fuentes Aguirre,
Astatrasio Garrajarra,
Babalucas,
Caton,
De politica y cosas peores,
Don Chinguetas,
Don Pitorro,
Doña Macalota,
Doña Pasita,
Meñico Maldotado,
Ovonio Brandbolier,
Pirulina
Un poema de amor. Para decirlo a... alguien
Presente lo tengo Yo
En las noches de bohemia es necesario
abrirle un espacio a la poesía. He hallado un misterioso poema cuyo
autor no he podido averiguar, pero que parece haber sido escrito para
esas noches en que, después del vino y las canciones, se levantan
recuerdos que es necesario decir con palabras de poeta. He aquí esos
versos que encontré. Si alguien sabe quién es su autor, supla con su
saber mi desconocimiento.
DEMASIADO TARDE
Hoy leí aquel poema que escribí para ti,
y... cuánto hemos cambiado desde que lo escribí.
Fue como abrir la puerta de una alcoba sombría
donde flota un perfume de mujer todavía.
Como ver la carátula de un reloj detenido
que marca únicamente las horas del olvido.
Y fue triste, muy triste, como ver el reflejo
de una estrella en un pozo o un cirio en un espejo.
Triste como esa lluvia que ya ha llovido tanto
que dejó de ser lluvia sin llegar a ser llanto.
Porque el amor sonríe como si no supiera
que ya es ceniza cuando todavía es hoguera.
Porque la primavera, de la hondura a la altura,
sabe lo que florece, pero no cuánto dura.
Y el corazón se engaña con ese encantamiento
como una niña ciega que juega con el viento.
- - - - -
Hoy, leyendo el poema que escribí para ti,
me he quedado más triste que cuando lo escribí.
Ya es demasiado tarde para tender la mano,
y demasiado triste cuando se tiende en vano.
Ya es demasiado tarde. Fuiste una enredadera
que cubrió mi ventana para que no se abriera.
Ya es demasiado tarde para decirte: “Ven”.
Yo sé por qué lo digo; tú lo sabes también.
Porque ese tiempo nuestro, sin hoy y sin mañana,
será el mejor paisaje que tuvo tu ventana,
y yo andaré en la sombra que nunca se termina
como un minero ciego que se perdió en la mina.
- - - - -
Hoy, leyendo el poema que escribí para ti,
sentí el sabor amargo de lo que no escribí.
Porque yo nunca dije que en una madrugada
pudiera despertarte la humedad de tu almohada,
ni que suspirarías, registrando un baúl,
al desdoblar la seda de aquel vestido azul.
Ni dije que es probable que estés con otro hombre
y distraídamente lo llames con mi nombre,
y que si me recuerdas cuando brindes con él
derramarás la copa de vino en el mantel.
Y no dije tampoco que no hay nada vacío,
que en el cauce sin agua sigue corriendo el río,
y que en una llanura, como en un sentimiento,
aún tiembla la espiga después que pasó el viento...
No lo dije, amor mío, y ahora lo digo aquí,
en este último verso que escribo para ti.
DEMASIADO TARDE
Hoy leí aquel poema que escribí para ti,
y... cuánto hemos cambiado desde que lo escribí.
Fue como abrir la puerta de una alcoba sombría
donde flota un perfume de mujer todavía.
Como ver la carátula de un reloj detenido
que marca únicamente las horas del olvido.
Y fue triste, muy triste, como ver el reflejo
de una estrella en un pozo o un cirio en un espejo.
Triste como esa lluvia que ya ha llovido tanto
que dejó de ser lluvia sin llegar a ser llanto.
Porque el amor sonríe como si no supiera
que ya es ceniza cuando todavía es hoguera.
Porque la primavera, de la hondura a la altura,
sabe lo que florece, pero no cuánto dura.
Y el corazón se engaña con ese encantamiento
como una niña ciega que juega con el viento.
- - - - -
Hoy, leyendo el poema que escribí para ti,
me he quedado más triste que cuando lo escribí.
Ya es demasiado tarde para tender la mano,
y demasiado triste cuando se tiende en vano.
Ya es demasiado tarde. Fuiste una enredadera
que cubrió mi ventana para que no se abriera.
Ya es demasiado tarde para decirte: “Ven”.
Yo sé por qué lo digo; tú lo sabes también.
Porque ese tiempo nuestro, sin hoy y sin mañana,
será el mejor paisaje que tuvo tu ventana,
y yo andaré en la sombra que nunca se termina
como un minero ciego que se perdió en la mina.
- - - - -
Hoy, leyendo el poema que escribí para ti,
sentí el sabor amargo de lo que no escribí.
Porque yo nunca dije que en una madrugada
pudiera despertarte la humedad de tu almohada,
ni que suspirarías, registrando un baúl,
al desdoblar la seda de aquel vestido azul.
Ni dije que es probable que estés con otro hombre
y distraídamente lo llames con mi nombre,
y que si me recuerdas cuando brindes con él
derramarás la copa de vino en el mantel.
Y no dije tampoco que no hay nada vacío,
que en el cauce sin agua sigue corriendo el río,
y que en una llanura, como en un sentimiento,
aún tiembla la espiga después que pasó el viento...
No lo dije, amor mío, y ahora lo digo aquí,
en este último verso que escribo para ti.
La raspilla
Esta planta tiene nombre feo.
Se llama raspilla.
Su procedencia tampoco tiene nombre grato.
Pertenece a la familia de las Borragináceas.
Y sin embargo esa planta de feo nombre, la raspilla, perteneciente a la familia de las Borragináceas, da una preciosa flor de bello nombre.
La flor de nomeolvides.
De todo esto derivo una lección.
No importa lo que eres.
Importa lo que das.
¡Hasta mañana!...
Se llama raspilla.
Su procedencia tampoco tiene nombre grato.
Pertenece a la familia de las Borragináceas.
Y sin embargo esa planta de feo nombre, la raspilla, perteneciente a la familia de las Borragináceas, da una preciosa flor de bello nombre.
La flor de nomeolvides.
De todo esto derivo una lección.
No importa lo que eres.
Importa lo que das.
¡Hasta mañana!...
El anuncio de la renuncia del Papa desató la política en el Vaticano
“... El anuncio de la renuncia del Papa desató la política en el Vaticano...”.
Tengo una amiga muy crítica
que dice que la de aquí
es juego de niños, sí.
La de Roma, ésa es política.
Tengo una amiga muy crítica
que dice que la de aquí
es juego de niños, sí.
La de Roma, ésa es política.
martes, 19 de febrero de 2013
El fin del mundo…
De politica y cosas peores
Dos tipos, casados ambos, tenían ya más de diez años de vivir como
vecinos en el mismo edificio. Cierto día estaban conversando. Le dice
uno al otro: “La verdad, no entiendo. Yo pertenezco a la Iglesia de la
Tercera Venida, que permite el uso de todos los medios
anticoncepcionales habidos y por haber —la píldora, el condón,
etcétera—, y aun así soy padre ya de ocho hijos.
En cambio tú eres católico. Se supone que tu iglesia no te permite usar ninguno de esos medios. Y sin embargo no tienes hijos. ¿Cómo le haces?”. Explica el otro: “Es que yo practico el sexo únicamente en el tiempo seguro”. Pregunta el amigo con gran interés: “¿Cuál es el tiempo seguro?”. Contesta el tipo: “Cuando tú no estás en tu casa”…
En cambio tú eres católico. Se supone que tu iglesia no te permite usar ninguno de esos medios. Y sin embargo no tienes hijos. ¿Cómo le haces?”. Explica el otro: “Es que yo practico el sexo únicamente en el tiempo seguro”. Pregunta el amigo con gran interés: “¿Cuál es el tiempo seguro?”. Contesta el tipo: “Cuando tú no estás en tu casa”…
En el quirófano,
terminada la intervención quirúrgica, le dice uno de los cirujanos al
otro: “¿No odias cuando al acabar una operación, y después de hacer la
sutura, te das cuenta de que te sobraron partes?”…
Lord Feebledick le
pidió a su mujer, lady Loosebloomers: “Explícame otra vez por qué todos
los días te pones abundante jugo de limón en las bubis”. “Ya te lo he
dicho varias veces —se impacientó milady—. Es porque pienso que tengo el
busto demasiado grande, y una amiga me aseguró que con aplicaciones de
jugo de limón su tamaño se reducirá”. “Ya lo recuerdo —admitió lord
Feebledick—. Pero ahora explícame por qué el chofer, el jardinero, el
guardia, el montero, el mayordomo, el carpintero, el guardabosque y el
herrero andan siempre con la boca fruncida”…
Don Severiano García, a
quien sus alumnos del Ateneo Fuente llamaban con cariño “el Chato”, era
maestro eminentísimo de Lógica. Profesaba la fría doctrina del
positivismo, que no se entibió ni cuando la impuso en México don Gabino
Barreda. A fuer de buen positivista “el Chato” Severiano creía sólo en
lo que se puede ver y tocar, y además comprobar en condiciones de
laboratorio. Cierto día alguien le dijo al Chato que Fulano y Mengano,
conocidos saltillenses, eran jotos —entonces no se usaba la palabra gay;
yo repito la que se utilizaba—, y que además eran pareja. “Quién sabe
–acotó don Severiano, que solía aplicar cumplidamente la duda
cartesiana-. Para dar crédito a esa especie tendría yo que verlos juntos
en una cama. Y quién sabe... Tendrían que estar los dos desnudos. Y
quién sabe… Tendría que estar el abdomen de uno pegado a la espalda del
otro. Y quién sabe… Tendría que pasar yo un hilo entre los dos.
Si el hilo se atorara, entonces sí podría yo empezar a considerar la posibilidad de que en efecto sean jotos”. Fueron los positivistas quienes llamaron a la Edad Media “edad oscura”. ¿Edad oscura la de Dante y Giotto, la de las catedrales góticas, la del Poema del Cid, la de Tomás de Aquino y Chaucer? ¡Háganme ustedes el refabrón cavor! Edad de la fe, la llamaría yo. Claro, si en la época medieval un Papa hubiera renunciado, y si un meteorito hubiese impactado al planeta, mucha gente habría dicho que el fin del mundo estaba cerca. Nosotros, en cambio, vivimos en el siglo 21, siglo de ciencias, de ilustración y luz. Quizá por eso ahora que renunció el Papa, y que un meteorito impactó al planeta, mucha gente anda diciendo que el fin del mundo está ya cerca…
Si el hilo se atorara, entonces sí podría yo empezar a considerar la posibilidad de que en efecto sean jotos”. Fueron los positivistas quienes llamaron a la Edad Media “edad oscura”. ¿Edad oscura la de Dante y Giotto, la de las catedrales góticas, la del Poema del Cid, la de Tomás de Aquino y Chaucer? ¡Háganme ustedes el refabrón cavor! Edad de la fe, la llamaría yo. Claro, si en la época medieval un Papa hubiera renunciado, y si un meteorito hubiese impactado al planeta, mucha gente habría dicho que el fin del mundo estaba cerca. Nosotros, en cambio, vivimos en el siglo 21, siglo de ciencias, de ilustración y luz. Quizá por eso ahora que renunció el Papa, y que un meteorito impactó al planeta, mucha gente anda diciendo que el fin del mundo está ya cerca…
El jefe de recursos humanos de la fábrica puso un aviso dirigido a las
obreras de la planta: “Si traen ustedes falda larga, tengan cuidado con
las máquinas. Si traen falda corta, tengan cuidado con los operadores de
las máquinas”…
Aquella señora estaba preocupada porque su hijo pequeño
no mostraba mucho desarrollo en la parte correspondiente a la
entrepierna. Llevó al crío con un doctor. El médico, después de
examinarlo, le dijo a la mujer: “No veo nada anormal en su hijo, señora.
Quizá si le da a comer todos los días un par de rebanadas de pan de
alforfón se le desarrollará más la mencionada parte”. Ese mismo día la
señora empezó a darle al chiquillo las dos rebanadas de pan que el
médico había prescrito. Unas semanas después observó que, en efecto, el
niño presentaba un apreciable crecimiento en la región ya dicha. Al día
siguiente el chamaquito llegó de la escuela y se sorprendió al ver sobre
la mesa de la cocina 100 paquetes de pan de alforfón. Le preguntó con
asombro a su mamá: “¿Todo ese pan es para mí?”. “Sólo un paquete
—respondió la señora—. El resto es para tu padre”…
FIN.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)