sábado, 14 de marzo de 2009

Simonía

De politica y cosas peores
 
En esta columnejilla aparece el cuento titulado “La Triste Historia (no tan triste) del Conejito y el Topo”. El reverendo Rocko Fages, pastor de la Iglesia de la Tercera Venida (no confundir con la Iglesia de la Tercera Avenida, que no acepta el bautizo por inmersión, sino con chisguetes de pistola de agua, “para estar a tono con los tiempos”), dijo que el tal relato es desaconsejable. Por esa admonición recomiendo a mis cuatro lectores que eviten la lectura de dicho chascarrillo. Hagan que otra persona lo lea, y luego se los cuente...

Muchas veces he dicho que amo profundamente a mi iglesia, la católica. No debería yo decir que soy católico, lo reconozco, por mis muchas fallas y defectos; pero lo que hago es decir públicamente que soy un mal católico, a fin de no hacer daño con mi vida ni con mis obras a lo que tanto quiero. A veces, sin embargo, mi catolicismo es puesto a prueba. Extraño en algunos voceros de la Iglesia esa cultura y esa formación que se vuelven prudencia y tino a la hora de hacer declaraciones. Entonces me acomete la sensación de “pena ajena” que decían nuestros mayores. Pondré un ejemplo. El director de radio y televisión de la Arquidiócesis de México dijo que los matrimonios religiosos celebrados en playas, hoteles o jardines, pueden ser declarados nulos, pues ningún obispo ha autorizado dichas ceremonias, sino antes bien han sido condenadas. Añadió el vocero que el único lugar cercano a una playa donde sí se pueden efectuar esos matrimonios es X-Caret. Eso, la verdad, es para dar risa, si no es que vergüenza. A cada paso leemos en las crónicas de sociales acerca de bodas religiosas hechas fuera del recinto de los templos, sobre todo en playas de moda. (Yo tengo para mí que algunos de quienes hacen ahí esas bodas las hacen no por romanticismo, sino porque les salen más baratas. A ellas, en efecto, sólo asisten los invitados de mucho compromiso, y no los centenares que acudirían si la boda la hicieran en su lugar de origen). Pero esas ceremonias religiosas, playeras, jardineras u hoteleras, no podrían efectuarse sin la presencia de un sacerdote, el cual —debe pensarse— acepta fungir en ese acto por una sola razón: dinero, aun sabiendo que participa en un acto susceptible de ser anulado. Lo que el vocero de la arquidiócesis conseguirá con su declaración es que algunas novias busquen ahora casarse en playas, hoteles y jardines. De ese modo si el matrimonio falla podrán anularlo, y volverse a casar de blanco, y por la iglesia. En muchas de las anulaciones de matrimonios religiosos parece rondar el espectro de la simonía, que es la compraventa de beneficios relacionados con lo eclesiástico. La falta de coherencia entre lo que se predica y lo que se hace es causa de daño para la Iglesia, y la lastima...

Sigue ahora el cuentecillo que arriba se anunció...

Asomado a su hoyo un topo le apostó a un conejito que él, yendo por abajo de la tierra, podía llegar más pronto que el conejito corriendo por arriba a otro hoyo que se veía unos 10 metros más allá. El que perdiera la apuesta se sometería a las exigencias eróticas del otro. El conejito aceptó la apuesta, pero la perdió: cuando llegó al otro hoyo el topo ya lo esperaba ahí, y cobró cumplidamente la apuesta con el conejito. Repitieron la apuesta, ahora en dirección contraria. De nuevo corrió el conejito a toda su velocidad, pero al llegar al primer hoyo el topo ya lo aguardaba ahí, sonriente, y otra vez se cobró la apuesta en forma muy cumplida. Lo mismo sucedió una vez más. Pasó una zorra y dijo al conejito: “Eres un tonto. ¿No ves que son dos topos, cada uno en un hoyo? Los dos están abusando de ti”. Le responde el conejito con delicado gesto y aflautada voz: “Tú no te metas en lo que no te importa. Apuestas son apuestas”...

FIN.

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