Presente lo tengo Yo
Tengo entre mis tesoros un dibujo original de Julio Ruelas. En él se
ve a un demonio que tiene enredada al torso una serpiente de abiertas
fauces amenazadoras. Apoya el maligno un pie sobre una calavera; lo ciñe
por todos lados una guirnalda de espinas.
No es feo ese demonio,
antes bien tiene el aspecto de un hermoso fauno. Sus cuernos, apenas
esbozados, más parecen adorno del peinado que astas demoníacas. Su
rostro es varonil: una mujer lo encontraría bello.
A Ruelas le
gustaba pintar al diablo. El dibujo que tengo lleva un extraño nombre:
se llama “Balada a Satán”. No sé si haya sido ilustración para la
portada de un libro; en todo caso es una obra magnífica, de lo mejor
—estoy seguro— que salió de la pluma de ese gran artista.
De él habla el poeta José Juan Tablada en “La feria de la vida”, que así se llaman sus memorias. Fue compañero de escuela del dibujante cuando ambos tenían 12 años de edad. Ruelas había inventado un curioso juguete al que llamó “titirimundi”. Consistía en varios rectángulos de papel cuyas puntas se doblaban. Llenos de dibujos, al combinarse así formaban extrañas visiones de hombres con cabezas de animales, o de bestias fantásticas con testa humana.
De él habla el poeta José Juan Tablada en “La feria de la vida”, que así se llaman sus memorias. Fue compañero de escuela del dibujante cuando ambos tenían 12 años de edad. Ruelas había inventado un curioso juguete al que llamó “titirimundi”. Consistía en varios rectángulos de papel cuyas puntas se doblaban. Llenos de dibujos, al combinarse así formaban extrañas visiones de hombres con cabezas de animales, o de bestias fantásticas con testa humana.
Al terminar la primaria los dos
muchachillos se inscribieron en el Colegio Militar, pero no duraron ahí:
la disciplina militar no era para ellos. Una vez Ruelas le dijo a
Tabalda:
-Está bien jugar a los soldaditos, pero no todo el año.
En
Alemania perfeccionó su arte el futuro gran ilustrador. Quizá eso
explica sus caprichos, parecidos a los de Goethe en “Fausto”. Le daba
por pintar cosas lúgubres y extravagantes: ahorcados; mujeres desnudas
llenas de heridas sanguinosas; monstruos nacidos como de una pesadilla o
de un delirio causado por alucinógenos. He oído decir que Ruelas solía
buscar esos “paraísos ratifícales”, y que era rendido admirador de los
poetas franceses que aspiraban el perfume de las flores del mal.
(Rebuscado eufemismo es éste último, pero me pareció mejor que decir: “los poetas franceses que se ponían motorolos”).
El
dibujo de Ruelas está junto a un ángel dibujado a lápiz por Rubén
Herrera. La señorita Carolina Sánchez, hija de don Francisco, el maestro
que descubrió el talento del notable pintor, me aseguraba que ese
dibujo es la primera obra que su autor firmó. Lo hizo sencillamente con
su primer nombre: Rubén.
¡Qué contraste el de esos dos dibujos!
Junto al demonio y la serpiente, el ángel, cuya belleza es la de una
mujer y cuyas alas se elevan sobre el arpa que tañe la celestial
criatura. En los dos dibujos, sin embargo, se advierte igual talento.
Destacó más el de Ruelas porque vivió en la Capital. Si allá hubiera ido Rubén Herrera seguramente habría alcanzado brillo igual.
Hay un símbolo en la cercanía de ambos dibujos, pues todos tenemos algo de ángel y algo de demonio. Por eso no desentonan esas dos pequeñas obras de arte, la del saltillense y la del dibujante de Satán.
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