Llega el viajero a Brunswick, y en la catedral de San Blas mira el
sepulcro del rey Enrique y de su esposa Matilde Plantagenet, hermana de
Ricardo Corazón de León.
El escultor que labró las dos efigies
parece haber incurrido en contradicción, pues mientras las cabezas de
los personajes descansan en sendos almohadones, sus pies se posan sobre
peanas, como si las figuras, yacentes, estuvieran en posición vertical.
Yo
no hallo contradicción alguna. El artista nos está diciendo que quien
murió sigue viviendo. Entre la vida y la muerte no hay frontera; las dos
son parte de un círculo sin fin. La vida es el principio de la muerte;
la muerte es el comienzo de una nueva vida.
Sin hablar, esas estatuas le dicen al viajero muchas cosas.
¡Hasta mañana!...
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