jueves, 31 de enero de 2013

Compensación por daños

De politica y cosas peores

El tema era el sexo. Llegó la etapa final del concurso televisivo. En la última pregunta el concursante podía llevar un asesor, e invitó como experto a un famoso tenorio conocido por sus hazañas de lubricidad. El conductor del programa hizo la pregunta definitiva: “Si va usted a pasar una noche de amor con una hermosa mujer, ¿en qué tres partes del cuerpo la besaría primero?”. Respondió el participante: “Primero en los labios, por supuesto... Luego en el cuello…”. Se detuvo con vacilación. Le indica el maestro de ceremonias: “Sus dos primeras respuestas han sido correctas. Ahora, por los 64 mil pesos, díganos: ¿cuál sería la tercera parte que le besaría usted a esa mujer?”. El concursante, dudoso, se volvió hacia su asesor. “A mí no me preguntes, chico —le dice éste lleno de confusión—. Yo equivoqué las dos primeras respuestas”…

Don Martiriano, el abnegado marido de doña Jodoncia, fue con el médico de la familia. “Doctor —le dijo—, mi esposa tiene una tremenda laringitis que le impide absolutamente hablar. ¿Puede darle algo que la cure, digamos, en unos dos meses?”…

La monjita joven le preguntó a Sor Bette, la abadesa del convento: “Reverenda madre: ¿cree usted que alguna vez Su Santidad permitirá que las monjas nos casemos?”. Respondió Sor Bette sin dudar: “Estoy segura de que algún día ella lo permitirá”…

El paciente le reclamó, enojado, al otorrinolaringólogo: “Doctor: me está cobrando usted mil pesos, y lo único que hizo fue aplicarme en la garganta unas pinceladas de violeta de genciana”. “¿Y qué quería que le pintara?” —contesta el otorrino—. ¿Una réplica de la Capilla Sixtina?”…

Consejo para un empleado de oficina: “No menosprecies tus capacidades. Eso déjaselo a tu jefe”…

Hoy la tierra y los cielos me sonríen. Hoy llega al fondo de mi alma el sol. Me invade ese inefable sentimiento, fugitivo y frágil, al que se da el nombre de felicidad. Tan dichoso me siento que hasta sería capaz de realizar alguna buena acción, y de perdonar incluso a mi mayor amigo. Sé bien que la felicidad no es algo que se experimenta hoy, sino algo que se recordará mañana. Pero tengo la fortuna de no ser filósofo, pues la filosofía hace imposible la felicidad, y entonces hoy me siento absurdamente, irracionalmente, insensatamente, inexplicablemente feliz.

Nada me duele, ni en el cuerpo ni en el alma; estoy poseso de cumplido amor, y la señora vida me envuelve en sus cálidos brazos de mujer. Súbitamente, sin embargo, surge en mí una pregunta que me arrebata el contento y hace que la felicidad huya de mí. La pregunta es ésta: ¿se acogerá Florence Cassez a los beneficios de la recién aprobada Ley de Víctimas (también llamada Ley Sicilia-Peña Nieto), y exigirá al Gobierno y al pueblo de México una compensación económica por los daños que sufrió en su injusto e ilegal encarcelamiento? Es pregunta…

Don Languidio, señor de edad madura, casó con Pomponona, mujer en flor de edad y rica en atributos fiosiocráticos. Un día la frondosa fémina le dijo a su senescente cónyuge: “Subamos al segundo piso y hagamos el amor”. Respondió con feble voz el cuculmeque esposo: “Escoge una de las dos cosas, linda. No puedo hacer las dos”. ¡Ah, don Languidio, infeliz escolimado! ¡Si bebieras aunque fuese un centilitro de las miríficas aguas de Saltillo no sólo podrías subir con paso firme al piso segundo de tu casa, sino serías capaz también  de ascender con andadura vigorosa por la escalera de peldaños los 300 metros con 66 centímetros que mide de alto la famosa Torre Eiffel (sin contar la antena). Luego de bajar —igualmente a pie— aún te quedarían fuerzas para llevar a Pomponona al Hotel Trocadero, que está cerca, y hacer en ella tan magnífica obra de varón que la dejarías exhausta y agotada sobre el lecho, con una vaga sonrisa entre los labios, perdida la mirada y fumando un cigarrillo turco en su boquilla de carey. Proeza parecida consumó don Feblicio, señor que cuenta tus mismos almanaques: casó también con mujer joven, y la noche de bodas, tras beber aquella linfa taumaturga —las miríficas aguas de Saltillo—, colocó sobre el tálamo nupcial uno de esos artilugios con que se lleva el registro de los tantos en el juego de carambolas, y todos los anotó, con lo cual dejó a su desposada ahíta de pasión. Y eso que don Feblicio mide sólo 1 metro 42 centímetros de alto (sin contar la antena)…

FIN.

Cosas pasadas. De siglos pasados.

Presente lo tengo Yo

Muy animada estaba la feria del 6 de agosto en el Saltillo, muy alegre. De todas partes del país habían venido mercaderes y tratantes; en largas recuas de mulas trajeron sus géneros y sus mercaderías: recios hierros forjados de Vizcaya; telas preciosas que al abrirse los cofres que las contenían dejaban escapar brillos de hilos dorados y de plata; lacas de Michoacán pintadas con todos los colores del arco iris; espuelas sonoras de Amozoc; rebozos de Santa María que podían pasarse por un anillo; recios cobijones de Tlaxcala, de trama tan cerrada y urdimbre tan firme que en ellos era posible llevar agua sin que una sola gota se filtrara por el tejido. De pueblos y lugares vecinos a Saltillo llegaban los ganaderos y ponían en venta bueyes y caballos, mulas potentes, ovejas y cabras baladoras. Los tlaxcaltecas de mirada hierática, silenciosos como esfinges, ofrecían sin decir palabra sus sarapes famosos de Saltillo, riquísima gala que ponía orgullo en su poseedor.

Un comprador andaba entre los puestos de sarapes y los veía muy bien. Se detenía luego ante uno de los vendedores, le preguntaba el precio de su mercancía y casi sin regatear decía que los compraba todos. Pedía al tlaxcalteca que lo acompañara a su mesón llevando los sarapes, que ahí se los pagaría. Regresaba después el comprador y hacía el mismo trato con otro vendedor de sarapes, y luego volvía y trataba con uno más. No sorprendía a nadie eso.

Seguramente era aquel hombre un comerciante que compraba sarapes en buena cantidad para llevarlos a su tierra y revenderlos con ganancia.

No se le vio más cuando llegó la noche. Al día siguiente, ya entrada la mañana, extrañado el mesonero porque el forastero no salía de su aposento, forzó la entrada y encontró a cinco o seis vendedores de sarapes tendidos en el suelo, atados de pies y manos y tapada la boca con grandes paliacates que les habían impedido toda voz.

Se despacharon gendarmes a caballo por ver si alcanzaban al hábil y prófugo ladrón, más no lo hallaron. Con los mismos honores se volvieron. Los pobres saraperos se quedaron sin sus lucientes prendas y sin el dinero que por ellos debían obtener. Como dice la gente: les fue como en feria.

Eso sucedió en la feria del Santo Cristo de Saltillo, año del Señor de 1811. El suceso causó revuelo en la pequeña población, que se conmovería después con sucesos de importancia más considerable: no tardarían mucho en llegar a nuestra ciudad los oleajes que un cura revoltoso había levantado. El cura se llamaba don Miguel Hidalgo, y su revuelta se llamó la guerra de Independencia.

La última agonía

En el lecho de su ultima agonía el hombre sin fe entonó con triste voz el primer verso de la canción que dice: “Poco a poco me voy acercando a ti…”.

Alguien le preguntó:

-¿En quién estás pensando al cantar esa canción?

Respondió, temeroso, el hombre sin fe:

-En la muerte.

- - - - -

En el lecho de su última agonía el hombre de fe entonó con voz alegre el primer verso de la canción que dice: “Poco a poco me voy acercando a ti…”.

Le preguntó alguien:

-¿En quién estás pensando al cantar esa canción?

Respondió, sereno, el hombre de fe:

-En la vida.

¡Hasta mañana!...

No se sabe qué decidirá la Corte en el caso del Sindicato de Electricistas

“… No se sabe qué decidirá la Corte en el caso del Sindicato de Electricistas…”


Un lector inteligente
me dio la respuesta ya:
la Suprema Corte hará
lo que diga el Presidente.

miércoles, 30 de enero de 2013

El IFE y los gastos

De politica y cosas peores

He aquí tres palabras con las cuales una mujer puede abatir el ego —y lo demás— de un hombre: “¿Ya estás ahí?”…

Astatrasio Garrajarra es un borracho. El término es liso y llano, como los amparos contaminados de política, pero describe muy bien al temulento. Cierto día llegó a la Cantina Modotti y pidió un trago. “Lo siento, señor —le dijo el barman—, pero viene usted muy tomado. No puedo servirle más”. Farfullando dicterios se retiró Atatrasio. Pocos minutos después volvió a entrar y pidió una copa. “Señor —le dijo el cantinero—, ya ha bebido usted bastante. Discúlpeme, pero no le serviré”. Garrajarra salió tartajeando entre dientes maldiciones. No habían pasado ni cinco minutos cuando de nuevo entró y pidió una bebida. “Perdone —insistió el de la taberna—, ya le dije que no voy a servirle”. “¡Uta! —exclamó entonces Astatrasio—. ¿Pos en cuántas cantinas trabajas, güey?”…

Vamos a suponer —es un supositorio, dijo aquél— que son ahora las 11 de la mañana.

El sol brilla, radiante; su luz esplende en un cielo azul por unanimidad. En ese momento llega a mi casa el Instituto Federal Electoral en pleno, con su Presidente y todos sus consejeros. El titular me hace entrega de un oficio que dice: “En este momento es de día”. Son las 11 de la mañana, ya lo señalé. A pesar de eso voy a la ventana y me asomo para cerciorarme de que es cierto que lo que el IFE dice. Quiero decir que el tal Instituto posee una cuota mínima de credibilidad. Y me lo explico: sus integrantes no son ya consejeros ciudadanos; son personeros de los partidos por virtud de los cuales llegaron a ocupar el cargo. Actúan entonces conforme al interés que los llevó a gozar el discreto encanto de la nómina. Por eso meneamos la cabeza con escepticismo cuando el IFE declara que el único candidato a la Presidencia que se excedió en sus gastos de campaña fue López Obrador. ¿Habrá quien comulgue con esa rueda de molino? Los tres partidos importantes se excedieron en sus gastos de campaña; quienquier que tenga un par de ojos y una tercia de dedos de frente lo habrá supuesto con sólo ver la copiosa propaganda de los candidatos, repetida ad náuseam. Quizás AMLO fue el único que no tuvo un tenedor de libros lo suficientemente mañoso para hacer cuadrar las cifras como lo hicieron los contadores del PRI y el PAN. Otra vez, como en el desdichadísimo caso de la mujer francesa, lo leguleyo se impone sobre lo verdadero. Pero no le preocupe eso a López Obrador. En primer lugar él no pagará los platos rotos; en segundo, podrá presentarse otra vez —ya lo está haciendo— como un perseguido de “la mafia en el poder”. Esa propaganda bien vale una multa…

El reverendo Minischlong, pastor de un pequeño pueblo en el Bible Belt americano, pasó a mejor vida. Las amigas de la viuda dejaron pasar un tiempo razonable —cuatro días— y se aplicaron luego a buscarle un nuevo marido a la señora. El único candidato disponible era el carnicero del lugar, mister Dingus.

A la interesada no le gustó el partido: ¿cómo se iba a casar con aquel hombre rudo e ineducado, después de haber sido la esposa de un Doctor in Divinity especializado en Homiletics? Pero se acercaba ya el invierno, y además el precio de la carne estaba por las nubes, de modo que finalmente aceptó las atenciones del toroso tablajero, y unos meses después lo desposó. El primer día de casados le dijo el hombre al despertar por la mañana: “Mi padre, que de Dios goce, me enseñó que el hombre debe hacerle el amor a su mujer al comenzar el día”. Horas después se hallaba la recién casada en la cocina cuando irrumpió el toroso marido, cuya carnicería estaba en la planta baja de la casa. “Mi abuelo, may he rest in peace —le dijo a la asombrada esposa—, me enseñó que el hombre debe hacerle el amor a su mujer a mediodía”. Y esa noche, cuando ella se disponía apenas a recitar sus oraciones, su flamante marido la tomó por la cintura y le dijo al tiempo que la hacía caer sobre la cama: “Mi bisabuelo, de feliz memoria, me enseñó que el hombre debe hacerle el amor a su mujer al término de la jornada”. Igual, con las mismas tres sesiones, sucedió los días siguientes. El domingo, en la iglesia, las amigas de la flamante novia le preguntaron cómo le estaba yendo con su nuevo esposo: “No tiene educación formal —les dijo ella con una gran sonrisa—, pero de sus ancestros recibió valiosas enseñanzas”…

FIN.

De mesas y meseros

Presente lo tengo Yo

Oficio tradicional el del mesero, y muy difícil

Soy hombre agradecido, y buena parte de mi agradecimiento es para los meseros. Acerca de ellos se cuentan muchos chistes (“¡Mesero! ¿Voy a tener que esperar aquí toda la noche?”. “No, señor. Cerramos a las 12”), pero esos cuentos, como los que se hacen a costa de las suegras, carecen de verdad. Bueno, casi siempre.

El primer gran mesero que conocí y traté fue Pepe Carrizales, en el inolvidable “Élite” de Chuy Martínez. Alto, delgado, con el negro cabello brillando en vaselina y peinado hacia lo alto, Pepe era modelo de elegancia y fino trato. A mí me quería bien. En cierta ocasión estaba yo con una chica, y llegó al café otra con la que antes tuve devaneos. Taconeando sonoramente para ser notada se dirigió la recién llegada a la radiola y puso la conocida melodía intitulada “Hipócrita”. Luego, ya en su mesa, clavó en mí y en mi amiga una insistente mirada de negro rencor fuliginoso. De inmediato acudió Pepe y apagó el aparato.

-Se descompuso -explicó lacónicamente a la enemiga, al tiempo que le entregaba una moneda como la que ella había depositado en la radiola.

¿Se puede pagar, acaso, la protección de semejante ángel guardián?

Pepe Carrizales nos seguía el humor a los asiduos parroquianos del café. Un día dos amigos y yo nos conjuramos para sacar de onda, como hoy se dice, a un compañero que teníamos, muy atildado él, lucidor de buenas galas, que usaba traje, corbata y mancuernillas mientras nosotros vestíamos al desgaire, según correspondía a nuestra edad. Llegamos al “Elite” los cuatro —el joven elegante por primera vez— y nos sentamos a la mesa. Acudió solícito Pepe Carrizales.

-¡Señor licenciado! —me saludó grandilocuente, haciéndome una profunda reverencia—. ¡Cuán alto honor tenerlo entre nosotros! ¿Qué va usted a tomar?

Yo, el señor licenciado que cursaba el bachillerato de Leyes en el Ateneo, pedí un café.

-Y usted, queridísimo maestro —le preguntó al segundo, estudiante de primer año en la Normal—, ¿qué desea?

-Café, también.

-¿Y usted, señor contador? -le preguntó al tercero, alumno de primer año en “la Victoriano”.
-Una Coca -solicitó el futuro tenedor.

Pepe Carrizales apuntó ceremoniosamente los pedidos. Luego, desdeñoso, se dirigió con marcada displicencia a nuestro elegante amigo.

-Y tú ¿qué quieres?

Desconcertado, el peripuesto joven apenas acertó a decir que él también quería un café.

Se alejó Pepe con majestad, en alto la nariz y el paso presto. Nuestro desventurado compañero no salía de su confusión. ¿Por qué, nos preguntó turbado y lleno de mortificación, a nosotros el “camarero” nos había hablado de usted, y a él lo había tuteado? Estiraba las mangas de la camisa para lucir las mancuernillas, prueba evidente de su calidad, y otra vez se interrogaba, y nos interrogaba, sobre la causa del trato que recibió de “el mozo”. No sabía el lacerado de la conjura tramada por nosotros con aquel Pepe Carrizales que a más de excelentísimo mesero era un actor acabalado.

Meseros de toda laya he conocido en mi existencia. En un pequeño restaurante de Oaxaca, frente a la plaza principal, el señor que iba conmigo le preguntó al mesero:

-¿Qué tienes bueno, bueno?

El muchacho sopesó la pregunta un momentito y luego respondió:

-Bueno bueno, nada.

Jamás vivió

Aquel hombre no amó nunca a una mujer.
Tampoco amó a un niño.
No quiso a un animal.
Jamás miró un crepúsculo o un amanecer.
No cantó una canción, ni silbó alguna tonadilla, ni leyó un poema.
Careció de amigos.
Y no supo gozar el pan ni el vino.
Un día le dijeron a John Dee que aquel hombre había muerto.
Preguntó él:
-¿Cómo puede haber muerto, si jamás vivió?

¡Hasta mañana!...

Multan a López Obrador

“... Multan a López Obrador...”.

También multarán a otros
partidos de varios sellos.
Pero no pagarán ellos:
pagaremos, sí, nosotros.

martes, 29 de enero de 2013

Alerta roja

De politica y cosas peores

Alerta roja. La expresión tiene tono dramático. Da idea de peligro y de urgencia para hacerle frente. Incita a estar con los ojos abiertos, en actitud de centinela vigilante que se dispone en cualquier momento a actuar. ¿Qué viene el enemigo? ¡Alerta roja! ¿Que la cortina de la gran presa está a punto de ceder? ¡Alerta roja! ¿Que en una fiesta doña Gargariola anuncia que va a cantar el Ciribiribín acompañándose ella misma con el acordeón? ¡Alerta roja! Hay casos, sin embargo, en que no se justifica esa alerta de color subido. Por ejemplo, el señor Zambrano ha puesto a su partido, el PRD, en alerta roja para impedir que haya inversión privada en el sector energético, y para defender la integridad de esa exitosa empresa que es Pemex, paradigma mundial de transparencia, modernidad, eficiencia y productividad.

Colocados así, en roja alerta, los señores perredistas se opondrán a que en Pemex se cambie incluso un foco, pues eso atentaría contra Los Ideales de la Revolución y contra La Idiosincrasia Nacional. Hay un dato, empero, que al parecer el PRD ha omitido inscribir en sus registros: el año 2013 no es el mismo que el año 1938. Muchas cosas han cambiado desde la nacionalización del petróleo, y en este mundo de hoy, globalizado, conceptos como el de nacionalismo van desapareciendo para ceder el sitio a otras visiones que evitan, so riesgo de estancarse, que los países se aferren a criterios insulares y de autosuficiencia que ya no se pueden mantener. Urge una reforma energética que modernice a Pemex y lo saque del atraso en que se encuentra en relación con otras empresas similares. Favorecer la inversión privada no es entregar el petróleo a manos extranjeras; es propiciar que ese recurso sea mejor aprovechado en bien de México y de los mexicanos. Encendamos una alerta roja, sí, pero contra los dogmatismos anacrónicos que tienen al país sumido en la inmovilidad… Un momentito, por favor. Voy a ponerme en pie y a caminar algunos pasos para mostrar que yo no estoy sumido en la inmovilidad. Gracias. Con ese mismo propósito teclearé ahora algunos chascarrillos. Favor de no encender la alerta roja…

Dulcilí les dijo a sus papás: “Mañana presentaré el examen de educación sexual. Será oral”. “¡Si es oral no lo presentes!” –se alarmó la mamá de Dulcilí…

Cuando tienes un año de edad lo importante es estar vivo. Cuando tienes 10 años lo importante es ir bien en la escuela. Cuando tienes 20 años lo importante es ejercitar el sexo. Cuando tienes 30 años lo importante es haber hallado un buen trabajo. Cuando tienes 40 años lo importante es mantenerte en forma. Cuando tienes 50 años lo importante es cenar huevos con chorizo y que no te hagan daño. Cuando tienes 60 años lo importante es poder ponerte en aptitud de ejercitar el sexo. Cuando tienes 70 años lo importante es contar con un buen médico. Cuando tienes 80 años lo importante es recordar las cosas. Cuando tienes 90 años lo importante es poder moverte. Y cuando tienes 100 años lo importante es estar vivo…

Alguien le preguntó a Babalucas: “¿Qué opina usted de la destitución del alcalde Moreno?”. Replicó el badulaque muy solemne: “En política no debe contar el tono de la piel”…

Un señor le dijo a otro: “Mi automóvil tiene un dispositivo que en voz alta me dice cómo debo manejar. Me indica si voy conduciendo muy aprisa, o mal; me avisa que adelante va un ciclista; me señala todo lo que hay en el camino: un poste, un bache, otro vehículo al que me acerqué demasiado; me reprocha si me pasé un semáforo en ámbar. Incluso me dice si voy bien peinado o no, o que la corbata no me combina bien”. El otro se asombró: “¿Todo eso te indica ese dispositivo?”. “Sí —confirma el señor—. Claro, solamente funciona cuando en el automóvil va mi esposa”…

El doctor Ken Hosanna, célebre facultativo, le informó con mucha pena al recién operado: “Lo confundimos con otro paciente, señor Lacerio, y en vez de sacarle el apéndice le hicimos una operación de cambio de sexo”. “¡San Cosme y San Damián! —exclamó el pobre señor invocando a los santos patrones de la Medicina—. ¿Quiere eso decir que ya no tengo atributo varonil?”. “En efecto —confirmó el galeno—. Ésa es la mala noticia. La buena es que en el futuro podrá tener todos los que quiera”…

FIN.

Esto no tiene nombre. Voy a buscarle alguno.

Presente lo tengo Yo

-Estoy embarazada.

Así me dijo. Yo era estudiante entonces. Cursaba el cuarto semestre. Ella estaba un semestre más abajo. Teníamos de novios desde la preparatoria aunque, la verdad, yo a veces me aburría y salía con otras, y la dejaba de ver por algún tiempo. Pero siempre volvía con ella.

Una noche fuimos a una fiesta. Cuando la llevé a su casa me dijo:

-No está mi mamá. Si quieres pasa.

Yo me había tomado unas cubas, así que se me hizo fácil. Entramos, nos sentamos en el sillón de la sala, con la luz apagada, y ahí empezó la cosa. Ya estábamos bien calientes cuando sonó el teléfono. Era su mamá. Le dijo que estaba en la casa de otra hija que tiene, casada, y que se iba a quedar con ella porque la muchacha estaba a punto de dar a luz, y no quería dejarla sola. Que ya no la esperara, que se fuera a acostar.

Y se fue a acostar. Conmigo.

Pasaron unas semanas, y entonces fue cuando me dijo:

-Estoy embarazada.

Lo habíamos hecho nomás una vez, pero con eso hubo. Qué puntería ¿verdad? Y no estoy presumiendo; lo que pasa es que así sucede: hay parejas de casados que se pasan años queriendo tener un hijo y nada, y acá su servidor con una sola vez ya estuvo. Parece cosa adrede, pero así pasa. Los que quieran tener hijos deben hacer aquello antes de casarse. Así no falla.
-¿Y ahora qué? —me dijo muy enojada la mamá—. ¿Le vas a cumplir o no a mi hija?

Yo le dije que sí, que me iba a casar. Y me casé. Y no me arrepiento. Dejé los estudios, claro. Mi suegra me consiguió este carro y me metí a taxista. Y viera que no me ha ido mal: tres, cuatrocientos pesos cada día. ¿Dónde más saca uno eso? Empiezo a las 6 de la mañana y pa’ las 3 de la tarde ya acabé. Como si fuera estudiante; es lo mismo. La tarde me la paso con m’hijo. En mi casa lo adoran porque es el vivo retrato de mi ’apá. Parece más hijo de él que mío... Lo único que tiene de mí son las manotas, grandes. Manos de hombre. Dice mi apá que las mujeres deben tener las manos chiquitas, pa’ que todo lo que agarren de su marido se les haga grande. Como el dinero, no sea usté mal pensado. Bueno, señor, ya llegamos. Son 100 pesos.

- - - - -

Breve es el trayecto entre el Hotel “La Noria” y el aeropuerto “Jesús Terán” de Aguascalientes. Tan breve que en él cabe una vida. O varias. De muchas vidas se entera uno en la legua. Cuando la gente sabe que no te volverá a ver nunca te cuenta muchas cosas. A quienes volverás a ver no les cuentas algunas.

En el avión voy recordando la historia del muchacho. Es una historia vulgar, lo cual quiere decir que es una historia maravillosa. Es pan de cada día, y el pan de cada día es prodigioso. Con historias como ésta no se pueden hacer telenovelas; pero de historias así está hecho el mundo. En todos los tiempos y en todos los países hay chicos y chicas que fueron a una fiesta y luego...

Lo que me falta es nombre para la narración. Después de considerar el hilo de los acontecimientos —la casa sola, la invitació— he pensado ponerle a esta historia el mismo nombre que lleva una canción de Sinatra. Esa canción se llama “The tender trap”. (La tierna trampa).

Coahuila

Vi ayer en la televisión americana una vieja película de guerra. Se llama “They were expendable”, y es con John Wayne, actor que hizo muchas películas de guerra, aunque se negó a ir a la guerra.

En una de las escenas se alcanza a ver un navío llamado Lucien P: Libby. Tal fue el nombre de un maestro que el director del film, John Ford, tuvo de niño. El profesor Libby enseñó a su pequeño alumno la importancia de la lectura; lo animó a escribir cuentos de fantasía y le despertó la imaginación con relatos de humor y de misterio. El cineasta le rindió homenaje en su película imponiendo su nombre a ese barco.

Ya se ve que a John Ford la vida le enseñó cosas importantes. Le enseñó, por ejemplo, a ser agradecido. Eso no se aprende en ninguna escuela.

¡Hasta mañana!...

La Suprema Corte da explicaciones sobre el fallo que liberó a Florence Cassez

“... La Suprema Corte da explicaciones sobre el fallo que liberó a Florence Cassez...”.

Algunos pintan su raya,
y dicen con voz de rayo
que la Corte no dio un fallo:
fue, mejor dicho, una falla.

lunes, 28 de enero de 2013

Criterios políticos

De politica y cosas peores

El hombre que quiera tener sexo seguro debe hacerle esta importante pregunta a la mujer: “¿A qué horas llega tu marido?”…

“Sospecho que nuestro bebé fuma” –le dijo, preocupado, don Cornulio a su esposa. “¡¿Que fuma nuestro bebé?! —se escandalizó ella—. ¡Pero si apenas tiene tres meses de nacido! ¿Por qué dices que fuma?”. “Mira —razonó don Cornulio—. Yo no fumo. Tú no fumas. Y sin embargo las bubis te huelen a tabaco”…

Don Hamponio, preso en la cárcel por sus delitos y por no tener la nacionalidad francesa, le contó a un amigo que lo visitó en el reclusorio: “Comparto la celda con un tremendo negro. Cuando llegué me dijo que le tejiera un suéter, pues si no se lo tejía me haría objeto de abusos innombrables”. “¡Qué barbaridad! —se consternó el amigo—. Y tú ¿qué hiciste?”. Replicó, desafiante, don Hamponio: “¿Cuándo has visto a un macho como yo tejiendo?”…

En el reino infinito de las matemáticas las cosas obedecen a un criterio de exactitud. El álgebra postula: “Más por más da más; menos por menos da más; más por menos da menos, y menos por más da menos”. Si trasladamos esa fórmula al campo de la justicia, y simbolizamos con el signo positivo —más— el valor del bien, y representamos con el negativo —menos— al mal, podemos hacer entonces una especie de traducción moral: “Si alguien actúa bien y le va bien, qué bien. Si alguien actúa mal y le va mal, qué bien. Si alguien actúa bien y le va mal, qué mal. Y si alguien actúa mal y le va bien, qué mal”. Sin embargo en el mundo de lo humano la exactitud no existe. Hay quienes dicen, por ejemplo, que en el affaire Cassez los ganadores fueron —aparte de la mujer— los Presidentes de México y Francia. Yo pienso precisamente lo contrario. Creo que ambos mandatarios resentirán los malos efectos de este sucio asunto que en modo tan desaseado se manipuló desde su turbio origen hasta su opaco desenlace. Peña Nieto, que en Francia es saludado —aunque sea de mentiritas— como un gran demócrata, aquí es objeto de dura reprobación por la inmensa mayoría de los mexicanos, pues se le atribuyen los cabildeos que condujeron a la decisión por la cual Florence Cassez fue liberada y pudo salir de México. A raíz de este espinoso asunto la imagen de Peña Nieto sufrió un golpe muy duro, al menos si se observa el comportamiento de las redes sociales. En lo que hace al Presidente Hollande, este señor parece encarnar la actitud de cierta especie de franceses —los menos, ciertamente, pero muy representativos del orgullo galo, especialmente del parisino—, de quienes se dice en lenguaje popular: “Ils pétent plus haut que son cul”, se peen más alto que su culo. El mesié dio a la Cassez bienvenida de jefe de estado o heroína de una causa noble, seguramente para exaltar el patrioterismo de la masa, tan necia en Francia como aquí y en China, y para componer en algo su figura, tan deteriorada por sus erráticas medidas económicas. Quizá el tiempo demuestre que el Presidente de la Francia eterna abrazó y besó a la que muchos indicios presentan como una delincuente que escapó de su castigo por medio de triquiñuelas legaloides que sirvieron de instrumento a trapacerías de conveniencia política. Yo no tengo autoridad inmoral para hacer recomendaciones a los Presidentes. En mis artículos me atrevo cuando mucho a plantear alguna tímida sugerencia al vice sub ayudante suplente auxiliar del interino sustituto de elevadorista provisional adjunto en la sala penúltima de la intendencia en receso temporal. Pero si los ahora tan amigos Hollande y Peña Nieto me permiten una recomendación, les aconsejaré que por buen tiempo ni a Peña se le ocurra ir a Francia ni Hollande piense en venir a México. Quién sabe cuál de los dos recibiría aquí mayores abucheos, si el presidente mexicano o el francés…

Viene ahora un cuentecillo de color subido. Las personas que gusten de los tonos pastel en el humor harían bien en suspender aquí mismo la lectura y saltarse hasta donde dice FIN…

Dos huevos de gallina, uno hembra y el otro macho, se estaban cociendo en la olla. Dice de pronto el huevito femenino al tiempo que se veía la cáscara: “Mira, tengo aquí una abiertita”. Contesta el huevito masculino: “Ni caso tiene que me lo digas ahora. Todavía no me pongo duro”… (No le entendí)…

FIN.

Motos. Y mitos.

Presente lo tengo Yo

El sábado por la mañana fui a desayunar en un restorán de la ciudad. El restaurante estaba lleno de añosos señores vestidos con atavíos juveniles, como en la película “Easy Rider”: chaquetas de cuero; pantalones de lo mismo; playeras con inscripciones coloridas; botas; guantes de piel; gorras o bandana en la cabeza...
 
Eran motociclistas, según deduje del hecho de que todos llegaron en motocicleta. (La práctica del periodismo le da a uno cierta perspicacia). Algunos hablaban en inglés y otros en español. Los demás no hablaban. Iban, según supe después, a un congreso de motociclistas en Guadalajara.

Los niños son capaces de hacer grandes filosofías. Con las frases de mis nietos podría yo hacer un libro de dimensión y profundidad mayores que las de “El ser y el tiempo”, de Heidegger. Digo esto porque hace muchos años, cuando los niños todavía jugaban a las canicas, un cierto amigo mío, golfista él, me contó el diálogo que oyó entre su hijo más pequeño y un compañerito de su escuela. El niño le contó que su papá jugaba golf.

-¿Qué es golf? -preguntó el amiguito.

Respondió el chiquillo:

-Es el modo que tienen los grandes de jugar a las canicas.

La verdad es que los grandes —se dice únicamente por la edad— nunca dejamos de jugar.

Quienes practican el deporte de la charrería en verdad están jugando al caballito, sólo que en vez de hacerlo con un palo de escoba, como cuando eran niños, lo hacen con finísimos ejemplares que les cuestan un ojo de la cara. O un huevo y la mitad del otro, para decirlo en modo más mexicano, se han hecho cálculos que demuestran en forma impepinable que mantener a uno de esos caballos cuesta más que mantener como querida a una modelo de Vogue en Nueva York.

Lo mismo pasa con los motociclistas. Cuando niños se aficionaron a las bicis, y ya no las soltaron. También su hobbie es caro. Una de las motos que vi costaba —comentó alguien— más de un millón de pesos. Claro, con el tipo que llevaba en el asiento el valor de la motocicleta se reducía considerablemente, pero de cualquier modo seguía costando mucho.

La gente de clase media como yo relaciona siempre motociclistas con desmadre.

Pensamos en los “Hell angels” de las películas de Peter Fonda o Dennis Hopper. Lo cierto es que la gente de moto puede ser muy civilizada. Ves a un motociclista con cola de caballo y resulta que es el presidente de una gran empresa con la cual gana millones de dólares al año. El gorilón que apenas cabe en el asiento es dueño de una cadena de supermercados.

El de la pelambrera cana es un siquiatra famosísimo. El de cabeza rapada es eminente neurocirujano. Motos vemos, personas no sabemos…

Y es que sólo quienes han tenido éxito en la vida —éxito material, quiero decir— pueden darse el lujo de tener estas motos que cuestan lo que cinco Tsurus. Allá cada quien con su afición. A mí, por ejemplo, me gustan el ajedrez y la ópera. Cualquier persona razonable dirá—y con razón— que esas dos aficiones son locura. Por eso no critico las aficiones de los demás. Quienes juegan a los caballos o a las motos en verdad están lanzando un grito de angustia ante la muerte. Lo mismo, en una u otra forma, hacemos todos. No queremos envejecer, y entonces nos subimos a una motocicleta o a un caballo. Nos sobrecoge el paso de los años, y su peso; nos asusta la vejez, y más lo que le sigue. Por eso jugamos a ser niños, para aferrarnos a la vida. Filosofía barata es ésta, ciertamente.

También a ser filósofos jugamos.

Yo mismo soy un un niño que ahora está jugando a escribir.

Calle de Santiago

Voy por la antigua calle de Santiago, y un niño camina atrás de mí.

La calle es empinada y retorcida. Seguramente su trazo se hizo siguiendo el curso de una de las acequias que bajaban desde el Ojo de Agua. Allá abajo se alcanza a columbrar apenas El Charquillo, donde el caudal formaba un breve estanque. Allá arriba, como un balcón al aire, se mira la alta casa que llaman Altamira.

Me sigue el niño cuando voy subiendo por esta calle de Santiago. Llego a la casa en que viví de niño, y en la puerta el mismo niño me recibe. Me he seguido yo mismo, y me veo en el niño del umbral.

Soy el niño que fui.

Todos lo somos.

¡Hasta mañana!...

Indignación por la soltura de Florence Cassez

“... Indignación por la soltura de Florence Cassez...”.

Cuando alguien pida hamburguesa
-eso lo estoy viendo ya-
seguro no pedirá
sus papas a la francesa.

domingo, 27 de enero de 2013

Ni damas ni caballeros

De politica y cosas peores
 
Pregúntate si eres feliz y dejarás de serlo. Esa mañana Himenia Camafría, madura señorita soltera, se preguntó si era feliz, y a pesar de aquella frase pesimista la respuesta fue que sí. El día era radiante; cumplía el Sol su deber de iluminar al mundo, y en el cielo las nubes parecían crisantemos blancos en un gran búcaro azul. Además la señorita Himenia había dormido bien, sin ese sueño malo que la perturbaba a veces, donde se veía sin ropa en medio de una ingente multitud que se burlaba de ella por su desnudez. En la calle sonaba algarabía de niños; soplaba un airecillo tibio que apenas movía las ramas del limonero en el jardín, y en el radio se oía “Collar de perlas”, con la banda de Glenn Miller, pieza que le traía a la señorita Himenia memorias gratas de la juventud. ¿Podía imaginarse algo mejor? En eso el teléfono sonó. Quien llamaba era don Almancio, su caballeroso amigo, quien le anunciaba que esa tarde iría a visitarla para tomar café. Se alegró mucho la señorita Camafría, pues a pesar de su edad —solía fijarla, como Jack Benny, en 39 años, pero lo cierto es que había pasado ya la cincuentena— abrigaba todavía la esperanza de tomar estado. A las 5 de la tarde llegó el señor Almancio. Iba vestido para la ocasión: llevaba traje de casimir príncipe de Gales; botines de charol; reloj con leontina, bastoncillo de junco y sombrero de los llamados derby. “Pase usted, querido amigo —le dijo la señorita Himenia—. ¿Qué milagro lo trajo hasta mi puerta?”. “Vine en taxi” —respondió el querido amigo, que al parecer no escuchó bien la pregunta. La anfitriona lo condujo a la sala. “¿Quiere tomar asiento?” —le preguntó. “De momento nada —contestó don Almancio, que tampoco esta vez pareció haber oído bien—. Más tarde, cuando el crepúsculo encienda el horizonte con sus oriflamas, le aceptaré un cafecito”. “¿Cómo le ha ido?” —inició Himenia la conversación. “Mucho, en efecto —replicó el añoso caballero—. No recuerdo haber visto llover tanto en esta época del año”. En vista del evidente problema de comunicación la dueña de la casa ya no preguntó más. Se aplicó a abanicarse con movimientos que había aprendido de Greta Garbo en la película “Camille”. Don Almancio, por su parte, se puso a ver con gran dedicación el techo y las paredes. Al advertir la señorita Himenia que aquel incómodo silencio se alargaba le preguntó a su invitado: “Antes del cafecito, amigo mío, ¿le gustaría tomar una copita de vermú?”. Eso sí lo oyó bien el señor. Las buenas maneras, sin embargo, lo hicieron contestar: “Gracias, querida amiga. Ha de saber usted que procuro apartarme del licor, pues cuando bebo un par de copas soy acometido por igníferas tentaciones de la carne que en ocasiones no puedo sofrenar, y que me llevan a lanzarme con intenciones lúbricas sobre la mujer que tenga más cercana”. La señorita Himenia respondió tranquila: “Conocía ya esa simpática debilidad suya, amigo mío, y me previne para el caso. Sobre la mesa del comedor hallará usted una botella de tequila, una de mezcal, una de ron, una de whiskey, una de ginebra, una de vodka, una de brandy, una de aguardiente, una de manzanilla, una de oporto, una de jerez, una de anís, una de orujo, una de ajenjo, una de champaña, una de sake, una de kummel, una de kirsch, una de baijiu,una de xtabentún, una de metaxa, una de soju, una de grappa, una de ouzo, una de bacanora, una de sotol, una de chínguere, una de marranilla y una de coñac. También tengo preparada una barrica de pulque, y 10 six packs de cerveza en el refrigerador. Escoja usted, y sírvase con la mayor confianza. Le puse un vaso grande. Y no se mida, amigo mío, que aquí no hay miramientos”. ¿Tendré qué decir lo que hizo don Almancio? Aquella “simpática debilidad” a que aludió la señorita Himenia se le adivinaba al visitante en la forma y color de su nariz, roja y bulbosa como la de W.C. Fields. Se echó el señor entre pecho y espalda dos o tres —o cuatro, o cinco, o seis— vasos de whiskey, su bebida predilecta. La señorita Himenia se tendió en actitud voluptuosa de Cleopatra en la chaise longue de la sala, a esperar que las repetidas libaciones le quitaran a su caballeroso amigo la caballerosidad, que tan estorbosa suele ser en ciertas ocasiones. (Ni damas ni caballeros hay en el lecho del amor cuando éste se hace bien). No digo lo demás que sucedió. Repito los versos el poeta: la luz del entendimiento me hace ser muy comedido. Sólo diré que esa noche, terminados los acontecimientos, Himenia Camafría, madura señorita soltera, se preguntó, ya a solas en su alcoba, si era feliz. Una jocunda voz respondió por ella: “¡Sí!”. Y digo yo en su nombre: “¡Praise the Lord!”…

FIN.

¡Estos tiempos! (Y los que vienen).

Presente lo tengo Yo
 
El nombre de este artículo es demasiado dramático, pero de momento no se me ocurrió otro.

Narraré dos anécdotas que no tienen ninguna conexión entre sí, pero que tienen mucha conexión entre sí. La primera me fue contada por el dueño de un hotel local. Dos orientales se apersonaron ante el mostrador de recepción, y uno de ellos les dijo una palabra —una palabra sola— a las muchachitas que en ese momento atendían a la clientela del hotel.

Dicha palabra fue ésta:

—Putas.

Se azoraron las niñas al escuchar ese voquible, no por corto menos sonoro y expresivo. Pusieron tal cara las pobrecillas que el oriental repitió el término para mayor claridad y precisión:

—Putas.

Se volvió una de ellas hacia su compañera, que también había oído la contundente manifestación y estaba igualmente aturrullada. Las dos tuvieron un breve cambio de impresiones que incluyó la consideración de por qué los orientales estarían tan enojados con ellas. A una se le ocurrió ir por el gerente a fin de que dilucidara aquella delicadísima cuestión. Llegó el gerente, y en correcto inglés —juat ken ai du forrr yu— preguntó a los hombres de Oriente en qué podía servirlos.

—Putas —le contestaron ellos en español aún más correcto.

Entendió al fin el gerente: lo que esos señores demandaban es que se les consiguiera un par de esas que ahora, con exceso de letras, son llamadas “sexoservidoras”. En singular esa palabra consta de 13 letras. Contra 4 nada más de la otra voz. Hay mucha diferencia, y mucha dilapidación.

Ésa es la primera anécdota. La segunda es menos interesante, pero de cualquier modo es anécdota. Allá por los años cuarentas un cierto vecino de la Villa de Santiago hizo dinero. Vendió su casa de la Villa y compró una en Monterrey, en la calle de Hidalgo, porque ahí vivían los ricos. Poco tiempo después, sin embargo, los ricos se fueron a vivir al Obispado. Trabajó mucho el señor, y logró comprarse una casa en ese elegante y apartado barrio. Pero cuando llegó ahí los ricos se habían ido a vivir ya en la Colonia del Valle. Trabajó más el señor, y hace cinco años pudo al fin comprar casa en la del Valle. Entonces se enteró de que los ricos de la del Valle se estaban yendo a vivir a la Villa de Santiago.

Semejante fenómeno se ve ahora: por causa de la inseguridad mucha gente acomodada de México se va a vivir al otro lado. Ahí los emigrados se encuentran con la novedad de que por causa de los locos que se sueltan echando balazos, muchos de quienes viven en el otro lado se están mudando a Europa. Ahí descubren que muchos europeos se están viniendo a México, donde el dólar y el euro rinden mucho y donde hay muchas facilidades para que un extranjero que cae en la cárcel pueda salir de ella. En fin, el cuento de nunca acabar.

Creación del mundo

Historias de la creación del mundo.
La fórmula del agua es H Dios O.
Esos mismos elementos están presentes en todos los seres vivos: hidrógeno, oxígeno y Dios.
El Creador hizo el agua.
Cuando el Espíritu vio la nueva obra le dijo al Hacedor:
—Hiciste el agua.
Respondió el Augusto:
—No. Hice la vida.

¡Hasta mañana!...

Cassez

“… Críticas por la liberación de la francesa…”

El enojo tan grande es
luego de lo sucedido,
que muchos han prometido
ya no comer pan francés.

sábado, 26 de enero de 2013

México y sus zonas áridas

De politica y cosas peores

Yo soy un habitante del desierto. Cuando viajo a los trópicos me mareo de verdes. Lo mío son las arenas que antes fueron grises y que se hicieron ocres por el sol. Vivo en la casa de los espejismos. La montaña que veo allá no existe. Viene en el mapa, sí, pero no existe. Lo que miro es un miraje: llego a él y llego a nada. Aquí la naturaleza —bella dama sin piedad—agarra sus dones con la fuerza con que un avaro agarra sus monedas. Allá en la selva el pez, la orquídea, el mango. En esta tierra hasta una tortilla hay que arrebatársela a la tierra. Don Simón Arocha, señor muy señorial del norte de Coahuila, bautizó con expresivo nombre a su rancho en el desierto. Le puso “Piedras de lumbre”. Calor terrible hacía siempre ahí. Las lagartijas, para refrescarse, se metían en los mofles de los camiones que pasaban. Solía decir don Simón que Dios Nuestro Señor, pese a su infinita sabiduría omnisciente, había cometido cuatro gravísimos errores. El primero fue que nos puso el chamorro en la parte de atrás de la pierna. ¡Error funesto! Debió habérnoslo puesto por delante, con lo cual nos habríamos evitado para siempre esos dolorosos golpes que a veces nos damos en las espinillas.

Puesto atrás, el chamorro para lo único que sirve es para que nos muerdan los canijos perros. El segundo error es que Diosito no nos puso un ojo en el extremo del dedo índice de la mano derecha. ¡Cuán útil nos habría sido ese tercer ojo! En la misa, a la hora de dar la limosna, sacaríamos el veinte, en vez de sacar por equivocación el peso. Y aunque llegáramos tarde a los desfiles podríamos ver el paso del cortejo con sólo levantar el dedo.

El tercer error era igualmente grave: por disposición divina a los hombres se nos caen los dientes con los años. ¡Y los dientes siempre los necesitamos! Debería caérsenos otra cosa, que con los años maldita ya la falta que nos hace. El cuarto error de Dios era al que al señor Arocha le dolía más. ¿Cómo podía ser, se preguntaba desolado, que lloviera en el mar y no lloviera nunca en Piedras de Lumbre? Don Teófilo Martínez, por su parte, agricultor en el Valle de Derramadero, cerca de Saltillo, cuando alguien le preguntaba si estaba dura la sequía en su rancho, respondía: “Cómo no estará de dura, que tengo un muchachillo en el estanque espantando a las golondrinas para que no se acaben el agua”. Y es que las golondrinas pasan rozando la superficie y toman una gota en sus piquitos. Hay en México vastas extensiones desérticas. Para atender los problemas de sus habitantes se creó una importante dependencia: la Comisión Nacional de Zonas Áridas. La dirigió en sus inicios un gran coahuilense a quien mucho debe mi estado natal, don Braulio Fernández Aguirre, quien en noviembre pasado cumplió 100 años de edad y se mantiene fuerte como un roble.

Tuvo como cercano colaborador a un saltillense apreciadísimo, don Jesús R. González. Ahora otro valioso coahuilense, Abraham Cepeda Izaguirre, ha sido designado director de la Conaza. Acertado nombramiento fue ése, puedo decirlo sin dudar. Conozco al nuevo titular desde que era muy joven. En aquellos años el Potrero de Ábrego era una comunidad aislada del mundo, y también de Arteaga y la Villa de Santiago. No había ahí energía eléctrica. Las mujeres estaban sometidas a la esclavitud del metate, y los niños debían hacer sus tareas escolares a la luz de pestilentes y humosas velas de sebo. Fui con Abraham Cepeda, que entonces tenía a su cargo tareas oficiales relacionadas con la electricidad en el campo, y le pedí que llevara la luz al Potrero. Él movió cielo y tierra —movió también un helicóptero—, y el milagro se cumplió: por las fragosidades de la sierra se tendió una línea eléctrica, y se hizo la luz en el Potrero. El nuevo titular de la Conaza es hombre generoso que conoce bien las regiones desérticas, y a sus moradores. Hará, estoy seguro, un excelente papel al frente de la Comisión. Le ruego solamente que evite un grave yerro que en otro tiempo se cometió en esa oficina. Las guapas chicas que trabajaban en la delegación de mi ciudad participaron un 20 de noviembre en el desfile de la Revolución. Llevaban unas playeras que ponían de manifiesto las atractivas turgencias de su busto. Y sin embargo las playeras mostraban en esa parte pectoral un letrero que decía: “Zonas Áridas”. Le ruego a mi admirado paisano que ese error no se vuelva a cometer…

FIN.

Santas y santos. Los tenemos cerca.

Presente lo tengo Yo

He aquí un hermoso libro. Se llama “Todos los santos”, y lo escribió Robert Ellsberg, norteamericano. En su obra el autor propone una idea que algunos clérigos ceñudos juzgarán heterodoxa: la santidad no es privilegio de católicos. Todos los hombres y mujeres, independientemente de su credo o religión, y aun los ateos, pueden alcanzar ese grado de perfección humana que llamamos santidad. Se puede ser santo sin haber pisado nunca un templo.

En efecto: ¿qué es ser santo? Doña Academia da una definición muy imperfecta. Dice en su diccionario que santo es “En el mundo cristiano, la persona a quien la Iglesia declara tal, y manda que se le dé culto universalmente”. Aparte del formalismo en que se finca la definición hay una clara parcialidad en favor de “la Iglesia”. Los académicos peninsulares no se molestan en precisar cuál Iglesia, y hablan de “el mundo cristiano” como si todo el mundo cristiano fuera a la vez católico. Como se ve, a pesar de su nueva actitud progre la Academia no puede zafarse aún ciertos resabios de franquismo.

Dijo una vez el cardenal Suhard : “Ser santo significa vivir de una manera que no tendría sentido si Dios no existiera”. Según Ellsberg un santo es alguien que amó a su prójimo con intensidad y dedicó su vida a hacerle el bien. En el libro de este teólogo en mangas de camisa aparecen como santos mujeres y hombres que la Iglesia no tiene en su santoral. Algunos, incluso, han sido perseguidos o maltratados por ella, como Galileo y Teilhard de Chardin, cuyas ideas fueron anatematizadas en su tiempo. En opinión de Ellsberg la religión no importa mucho en eso de ser santo: al lado de Ana Frank, judía, están John Woolman, cuáquero, John Wesley, metodista, Sundar Singh, hinduísta, John Donne, anglicano, Martin Luther King, evangélico...

Cuatro mexicanos vienen en la lista, y sólo uno de ellos ha sido canonizado: San Juan Diego. Los otros son Sor Juana Inés de la Cruz, César Chávez y el Padre Pro, beato ya. Aparecen también fray Bartolomé de las Casas y fray Junípero Serra.

Un numeroso grupo de escritores, opina Ellsberg, merecen ser llamados santos, desde Dante Alighieri hasta Anthony de Mello, pasando por fray Luis de León, William Blake, Dostoiewski, Tolstoi, Chesterton, Bernanos, León Bloy, Flannery O’ Connor, Silone, Mauriac y Camus. La lista de los filósofos y teólogos es larga: Martin Buber —judío—, el  cardenal Newman, Karl Rahner, Mounier, Berdiaev, Pascal, Bonhoeffer, Karl Barth, Eloísa —sí, la amante de Abelardo, que no está considerado—, Simone Weil, Orígenes, Lacordaire, Duns Escoto, Maritain, Merton, entre muchos otros.

Hay un buen número de artistas a quienes Ellsberg juzga santos: Bach, Mozart y Albert Schweitzer, músicos; Fra Angélico, Roualt y Van Gogh —¡Van Gogh!— pintores. Hay un historiador, lord Acton; una prostituta, Rajab, y hasta una periodista: la norteamericana Penny Lerno.

Hay finalmente, personajes que nadie habría pensado llamar santos: el indio Seattle, Dag Hammarskjöld —secretario general de la ONU—, Gandhi, Oskar Schindler, el de la película “La lista de Schindler”, Savonarola, Erasmo de Rotterdam, Kierkegaard...

En opinión de Robert Ellsberg, pues, hay muchos modos de ser santo, y muchas maneras de alcanzar la santidad. Seguramente entre nosotros hay santos y santas, y no nos hemos dado cuenta.

Don Juan

Variación opus 33 sobre el tema de Don Juan.
Doña Inés le preguntó a Don Juan:
-¿Me amas?
-¡Con toda el alma!–respondió él desde el fondo de su corazón.
La noche siguiente doña Elvira le preguntó a don Juan:
-¿Me amas?
Desde el fondo de su corazón respondió él:
-¡Con toda el alma!
Una noche después doña Elisa le preguntó a don Juan:
-¿Me amas?
-¡Con toda el alma! –respondió él desde el fondo de su corazón.
En ninguna de esas ocasiones mintió Don Juan. Él siempre respondía desde el fondo de su corazón.

¡Hasta mañana!...

El PRI se libra de una multa por el caso de Monex

“… El PRI se libra de una multa por el caso de Monex…”


La libertad aquí vibra
con vigor extraordinario.
México es muy libertario,
pues todo mundo se libra.

viernes, 25 de enero de 2013

Formar a nuestros hijos

Presentación de Armando Fuentes Aguirre Catón en la Rancherita del Aire de Piedras Negras, Coahuila

Un revés grave a la justicia

De politica y cosas peores

El asistente del diputado le dijo: “Tengo en el teléfono a una mujer que pregunta qué va a hacer usted en relación con la cuestión del aborto”. “Er, ejem —respondió todo nervioso el legislador—. Dile que mañana mismo le enviaré un cheque”…

Una mujer llegó al Cielo y preguntó por su marido. “¿Cómo se llama él?” –inquirió San Pedro. Contestó la recién llegada: “Su nombre es John Smith”. Le dijo el apóstol de las llaves: “Hay aquí miles de hombres que se llaman John Smith”. “El mío —precisó la mujer— me dijo poco antes de morir que se daría una vuelta en el más allá por cada vez que yo lo hubiera engañado”. “¡Ah, ya sé! —exclama San Pedro—. ¡El que tú buscas es John ‘El Trompo’ Smith!”…

Dos señoras entablaron conversación en una banca del centro comercial. Dijo una: “Soy viuda” –. “En cambio yo —replicó la otra— estoy felizmente casada. Mi marido es un hombre modelo. Todo el tiempo permanece en casa. Jamás va al cine o a un restorán, y no permite que tengamos tele. Se la pasa cantando himnos religiosos y recitando piadosas oraciones. Sale únicamente para ir a la iglesia, y cuando regresa me repite el sermón que dijo el ministro y me imparte enseñanzas de piedad muy edificantes. Es un santo”. Comenta la primera: “Mi esposo era exactamente igual. ¿Por qué crees que lo asesiné?”…

El Padre Arsilio salió a caminar por las afueras del pueblo, y vio algo que lo llenó de alarma: uno de sus feligreses había atado una cuerda a la rama de un árbol y se iba a ahorcar. “¡No hagas eso, hijo!—acudió a la carrera—. ¿Por qué quieres privarte de la vida?”. Respondió el infeliz: “Hace un año mi esposa me abandonó para irse con otro hombre”. “¡Pero eso fue hace un año! —replicó el buen sacerdote—. ¿Y ahora quieres quitarte la existencia?”.  “Sí –dice el sujeto-. Ayer me llamó para decirme que va a regresar”…

“Iustitia est constans et perpetua voluntas suum cuique tribuere”. “La justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada quien lo suyo”. Así enunciada la clásica definición romana hace referencia a un valor abstracto: la justicia, por cuyo efecto cada uno recibe lo que debe recibir conforme a sus acciones. En esos términos el apotegma tiene un contenido filosófico, de axiología, de ética. El problema viene cuando se le añade la palabra: ius. Entonces queda así: “Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi”. La justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada quien su derecho. O sea lo que la ley dice que es suyo. Ley y justicia se vuelven entonces cosas diferentes, y ésta no es necesariamente la expresión de aquella. Conforme a la justicia, por ejemplo, la esclavitud era algo abominable. En relación con el derecho positivo era legal.

Tal es, pienso, el fondo de la cuestión que los ministros de la Corte hubieron de considerar en el caso de Florence Cassez. Al darle la libertad le dieron lo que en estricto derecho le correspondía. Su proceso estuvo viciado ab initio, desde el principio, y el reconocimiento de esos vicios, con la correspondiente aplicación de la ley, trajo consigo la libertad de la mujer.

Los ministros estaban obligados a cumplir la norma; no podían ejercitar criterios abstractos de justicia, pues eso habría atentado contra la seguridad jurídica. Ignoro si la Cassez es culpable o no. Sí sé que anduvo en concilio de malos. Resulta difícil de creer que no haya conocido la naturaleza de las actividades de aquellos con quienes tenía trato tan cercano.

Numerosas evidencias  apuntan hacia su culpabilidad. Sin embargo los torpes manejos de la Procuraduría, y los vicios de procedimiento en que incurrieron quienes conocieron el caso, dieron base para que la mujer haya quedado en libertad. Conforme a derecho ya no podrá determinarse si fue culpable o no. Agradezca el priísta Peña Nieto al panista García Luna su recién estrenado buen cartel en Francia; ríase esa mujer de la justicia mexicana, y junto con sus paisanos y con el gobierno de su país considere a México una república bananera donde el orden jurídico se tuerce y retuerce según la conveniencia del momento.

Se cumplió la ley, aunque quizá la justicia haya sufrido un revés grave. Pregunto ahora si los miembros de la banda de secuestradores Los Zodíaco, mexicanos que junto con la francesa resintieron igualmente las fallas de procedimiento derivados de la necia actuación de García Luna, serán puestos también en libertad. Si hago esa pregunta ¿ofenderé a la Corte? ¿Atentaré contra las buenas relaciones entre Francia y México? Mejor no pregunto nada…

FIN.

¡Viva Villa, jijos de la ...! Un recuerdo saltillero

Presente lo tengo Yo

Año de 1914. Se vivían días difíciles, de revolución. Nuestra ciudad se sobresaltaba de continuo con los ires y venires de las tropas, y con los encuentros que libraban —a veces en las calles más céntricas— los seguidores de Carranza con los soldados del ejército federal.

Saltillo había sido ocupado por las fuerzas revolucionarias de Pablo González y Francisco Villa. Una tensa calma reinaba tras la retirada de las tropas gobiernistas. La vida de los saltillenses, sin embargo, no volvía del todo a la tranquilidad. Y eso era por causa de los soldados villistas.

El general Pablo González era un militar culto, un hombre de lecturas. Aun en los fragores de la lucha sabía respetar los derechos de la población civil. Por eso cuando conquistaba una plaza, cuando tomaba una ciudad, lo primero que hacía era acuartelar a sus tropas para evitar los desmanes de la soldadesca. Cualquier abuso lo castigaba con rigor, y así en sus filas reinaba la más completa disciplina. Todo lo contrario se veía en las huestes de Villa. Sus hombres, arrojados como eran, seguían sus arrojos después de la victoria, y trataban a los inermes ciudadanos igual que a feroces enemigos. El saqueo y el pillaje no eran caso raro entre los villistas, cuyo jefe no les imponía la dura rienda de la obediencia militar.

Para celebrar el triunfo de las fuerzas revolucionarias se llevó a cabo un baile en el Casino.

Asistieron Pablo González y Villa. Al terminar el sarao los dos salieron juntos a caminar alrededor de la Plaza de Armas. Villa había cedido a don Pablo el lado preferente al caminar con él, de modo que con su mano izquierda llevaba por el brazo derecho al general. En ese paseo iban cuando por una calle que conducía a la plaza irrumpió una banda Villista de soldados ebrios que disparaban sus pistolas al tiempo que gritaban:

-¡Viva Villa, jijos de la retiznada!

De sobra está decir que con excepción de “Viva Villa” todas las demás palabras eran más sonoras. Al oírlas, y al ver la amenazante actitud de los soldados, los saltillenes que salían del baile se untaron todos a la pared, esperando alguna agresión o tropelía de los escandalosos.

Don Pablo González, entonces, cambió de lado. Se puso a la derecha de Villa y con su mano lo tomó del brazo. Así siguieron caminando un trecho más. Luego habló González a Villa.

-General, —le dijo con voz de orden—, mande usted a esos hombres que inmediatamente se vayan al cuartel.

El Centauro del Norte no estaba acostumbrado a oírse mandar así. Hizo un movimiento instintivo como para sacar la pistola, pero sintió la fuerte presión de la mano de don Pablo, que le oprimía el brazo como garra impidiéndole todo movimiento. Entendió el guerrillero la previsión del general. Sonrió y abandonó su actitud de violencia. Y luego:

-¡Fierro! —llamó con fuerte grito a uno de los hombres de su estado mayor—. ¡Llévese a esos al cuartel!

Y sin decirse más, Pablo González y Francisco Villa siguieron su paseo. Nadie se percató de que en Saltillo, esa noche, pudo haber sucedido algo que ciertamente habría alterado el rumbo de la Revolución.

Jim Backus

Me habría gustado conocer a Jim Backus, actor de cine.

Fue él quien hizo el papel del padre de James Dean en la película “Rebelde sin causa”.

A Jim Backus se atribuye aquella frase que en Estados Unidos se hizo popular: “Muchos hombres deben su éxito a su primera esposa, y su segunda esposa a su éxito”.

Me habría gustado conocer a Jim Backus.

No sólo era un buen actor.

Era también un gran conocedor de los hombres. (Y de las mujeres).

¡Hasta mañana!...

Salió libre Florence Cassez

“… Salió libre Florence Cassez…


Con ese insólito fallo
en que la justicia danza,
Francia se tomó venganza
por lo del Cinco de Mayo.

jueves, 24 de enero de 2013

Querer es poder

Presentación de Armando Fuentes Aguirre Catón en la Rancherita del Aire de Piedras Negras, Coahuila

‘¿Qué me ves?’

De politica y cosas peores

Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, invitó a una linda chica: “Vamos a mi departamento a jugar a la magia”. Preguntó la muchacha: “¿Cómo se juega eso?”. Contestó el lujurioso galán: “Follamos, y luego te desapareces”…

Uglicia, mujer más fea que un coche por abajo, despertó al oír ruidos en su alcoba. Era un joven ladrón que había entrado. Uglicia sacó del cajón de su buró la pistola Colt que había heredado de su padre, y con ella le apuntó al ratero. “¡Quieto! —le ordenó con firmeza—. Voy a llamar a la policía para que venga a llevárselo”. “¡No me entregue, por favor!—le suplicó el ladrón—. ¡Haré cualquier cosa con tal de que me deje ir!”. “Está bien —accedió Uglicia al tiempo que encendía la luz—. Hazme el amor y podrás irte”. El ladrón vio a Uglicia, y en seguida tomó el teléfono. “Quieta —le dijo a la mujer—. Voy a llamar a la policía para que venga a llevarme”…

El bravucón del barrio chupó Faros, colgó los tenis, pasó a abonar las margaritas, se fue de minero, entregó la zalea al divino curtidor. Todos esos son eufemismos para no decir que se murió. Morir es una costumbre que sabe tener la gente, dijo Borges, pero esa costumbre no quita el temor de mencionar a la muerte por su nombre. En mis lares los diablos de las pastorelas no son llamados “diablos”. Hay el temor supersticioso de que si se pronuncia la palabra los espíritus malignos pueden oírla, y acudirán pensando que se les está llamando.

En vez de decir “los diablos” la gente dice “los nombrados”, para que los demonios no se den por aludidos. Quizá por lo mismo no decimos “la muerte”; para que no venga. Y es que no todos podemos contemplar nuestro final con la misma flema con que lo veía Churchill.

Dijo él: “Estoy preparado para encontrarme con mi Creador. Si mi Creador está preparado para encontrarse conmigo, ése ya es otro cantar”. Advierto, sin embargo, que me he apartado del relato. Vuelvo a él. Murió, dije, el bravucón del barrio. Conforme a su deseo, sus deudos pusieron en la lápida esta frase: “¿Qué me ves?”. Debo decir que muchas veces los mexicanos actuamos ante la ley como jaques bravucones. En relación con ella pensamos lo mismo que en relación con la muerte: es sólo para los demás. (“Todos los hombres son mortales. Sócrates es hombre. Luego Sócrates cree que es inmortal).

Dejamos entonces de observar el derecho; nos sentimos absolutos, es decir absueltos de cumplir las normas. Tal cosa sucede sobre todo con los políticos y los funcionarios públicos.

Hacen caso omiso del orden jurídico; se apartan de él o lo apartan como un molesto estorbo. De ahí derivan berenjenales como esos en que se metió la justicia mexicana por casos como el de Florence Cassez y el de los militares acusados de connivencia con el narcotráfico. Quienes en el sexenio pasado tuvieron a su cargo la procuración de la justicia miraban más hacia Calderón que hacia la legislación. Ahora nuestra justicia, antes tan bravucona y hoy sujeta al escrutinio propio y extraño, debe preguntar lo mismo que el valentón del barrio: “¿Qué me ves?”…

Don Estipticio fue con el doctor. Le dijo que sufría un grave caso de constipación: llevaba ya tres días sin ir al popisrúm. Le preguntó el galeno: “¿Vino usted a pie o en coche?”. “Vine caminando” –respondió el afligido señor. Inquirió el médico: “¿Qué distancia hay de aquí a su casa?”. Contestó don Estíptico: “Son cinco cuadras; 500 metros justos”. El facultativo vertió en un vaso una porción de líquido de un frasco. Luego volvió a preguntar: “¿Cuántos metros hay de la puerta de su casa a la puerta del baño?”. “Seis —contestó sin dudar don Estipticio—. Lo sé porque los he medido en pasos”. El médico echó otro poco de líquido en el vaso. Luego inquirió de nuevo: “¿Y cuál es la distancia de la puerta del baño al inodoro?”. (“Inodoro”. Otro eufemismo). “Un metro y medio” –respondió con la misma seguridad el constipado. El doctor puso otra pequeña porción del líquido en el vaso, y luego hizo que don Estipticio bebiera el contenido. “Ahora —le dijo— vaya usted a su casa. No se detenga para nada, pues he calculado la cantidad de este potente líquido purgante de modo que haga efecto en el momento justo en que llegue usted al inodoro”. Poco después el doctor recibió una llamada telefónica. Era don Estipticio, que le dijo mohíno y con enojo: “Doctor: es usted un excelente médico, pero un pésimo calculista”…

“¡Detente! —le pidió con arrebato la mujer a su pareja en el momento de la carnal unión—. ¡Me estás haciendo pedazos!”. “¡No puedo detenerme! —respondió él con la misma vehemencia—. ¡Cuida sólo que no se rompa la parte que me interesa más!”…

FIN.

Juventud, Divino desdoro

Presente lo tengo Yo

“Cada hombre tiene la edad de la mujer que acaricia”. Esa frase no es mía. Supongo que tampoco es de Confucio o Napoleón, a quienes se atribuyen casi todas las frases llamadas célebres. Lo cierto es que esas palabras sirven de justificación a los carcamales en busca de Lolitas, esos maduros caballeros con frecuencia lo único que pueden hacer con las ninfetas es el ridículo.

De todo hay en la viña del Señor. Después de los 3 millones de habitantes —he calculado— las ciudades se vuelven pecadoras. En Monterrey los bares de los hoteles de postín se ven muy concurridos por jovencitas que aceptan la compañía de calvos y panzudos forasteros. Y en los estacionamientos de los supermercados se ven rondar por las mañanas garzones pálidos y entecos que se suben al primer coche que les enciende y apaga las luces. No importa mucho si el coche es conducido por hombre, mujer, fantasma, quimera o puntos intermedios.

Esto del sexo es algo muy extraño. Hay cosas junto a las cuales las invenciones del Marqués de Sade son ortodoxia pura. En el “Thesaurus Confessarii”, del Padre Busquet, libro para uso de los confesores publicado en 1909, se mencionan desvaríos sexuales que los canales pornográficos de la televisión rechazarían por inmorales. Se habla, por ejemplo del bestialismo (bestialitas), definido como Coitus cum bruto. Por pena no traduzco, pero está muy claro. En su obra “Divagario” don Andrés Henestrosa se ocupa del armadillo, y dice que ese animal “cohabita con toda suerte de alimañas que se dejen”. En seguida comenta don Andrés: “¡Como si eso no lo pudiera hacer el hombre en caso de apuro!”. Dios nos proteja y valga para que no lleguemos nunca a ese apuro.

Vuelvo al Padre Busquet. El renombrado guía de confesores opina que dentro del género Bestialitas debe incluirse el concubitus cum daemone apparente in forma humana. Es decir, la coición con un demonio que se presenta en forma humana. Otra vez, Dios guarde la hora.

Quiero contarles ahora de un cierto amigo mío. Este señor tiene muchos años, pero tiene también mucho dinero. Decía el Chaparro Tijerina que el dinero no compra la felicidad, sobre todo si es poco. Eso es cierto. Sin embargo con dinero pueden pagarse algunas buenas imitaciones de la felicidad. Para mi amigo, por ejemplo, la felicidad consiste en tener tratos de erotismo con muchachillas a quienes triplica, o más, la edad.

-No sé por qué salen conmigo —dice él—. No les pago. Eso sí: les doy 5 mil pesos para el taxi.

En tales devaneos, que me parecen tontos y aun grotescos, a mi maduro amigo se le está yendo la fortuna. Declara con un asomo de preocupación:

-Ojalá se me acabe el gusto antes que el dinero.

La canción mexicana podría dar material para formar una doctrina filosófica. Muchas de nuestras canciones contienen pensamientos de gran profundidad en los campos de la epistemología, la ontología, la gnoseología, la axiología y la fenomenología. Una de esas canciones, “La que se fue”, de José Alfredo Jiménez, contiene una declaración que me parece muy edificante. Dice: “Pero el cariño comprado ni sabe ser bueno ni puede ser fiel”.

Debe ser cierta esa proposición. Todas las proposiciones morales son ciertas, si bien casi todas son inaplicables. Aquel amigo mío, sin embargo, hace una exégesis de otra canción de José Alfredo en los siguientes términos:

“Tengo el pelo completamente blanco, pero voy a sacar juventud de mi... cartera”.

Nevó



Nevó hace días, y las cumbres del Coahuilón y de Las Ánimas quedaron blancas con la blancura de la nieve.


Ahora brilla el sol. La nieve se derrite, y los hilillos de agua bajan por las quebradas de la sierra. Nutrirán los veneros subterráneos, y saldrán luego por los manantiales. El agua que estuvo en la montaña estará algún día en nuestra mesa.


Primero estuvo en el mar, luego en las nubes, y en el tiempo siempre. Su edad debe contarse en miles de millones de años. Quizá el agua que bebo la bebieron antes un griego del tiempo de Pericles y un hombre de la edad de piedra. Es otra agua, pero es la misma agua.


Yo me pregunto si soy un hombre que ayer fue otro hombre. Estoy hecho de tierra y agua, y toda la tierra es la misma, y es la misma el agua.


¡Hasta mañana!...