Salía de su convento;
iba al pueblo y le pedía a la mujer que vendía huevos en el mercado que
le vendiera una docena, y que le hiciera la caridad de bajarle un poco
el precio. La mujer, áspera, se negaba siempre a reducir un solo
céntimo.
-Está bien -aceptaba con mansedumbre el frailecito-. Pero
entonces póngame la docena de huevos en tres bolsas: la mitad de la
docena para el padre superior; la tercera parte para el padre portero, y
la cuarta parte para mí.
La mujer ponía seis huevos —la mitad de
la docena— en una bolsa; cuatro huevos —la tercera parte de la docena—,
en otra bolsa, y tres huevos —la cuarta parte de la docena— en otra. El
frailecito pagaba la compra y se alejaba muy contento. Nunca se
percataba la mujer de que le daba 13 huevos y le cobraba 12 nada más.
Me habría gustado conocer a este frailecito. Sabía obtener por maña lo que no le iban a dar ni aun por fuerza.
¡Hasta mañana!...
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