De politica y cosas peores
¿Recuerdan mis cuatro lectores la historia del famoso Vampirito de Eagle
Pass? En esa ciudad de Texas apareció un vampiro como Drácula, el
legendario conde que dio siniestro nombre a Transilvania. Pero el
vampiro texano, a diferencia del europeo, no chupaba la sangre de sus
víctimas: las hacía objeto de sus bajos instintos de lujuria, libídine,
lascivia, concupiscencia, sensualidad, incontinencia, salacidad,
erotismo, intemperancia, carnalidad y rijo. Ninguna mujer podía ya salir
de casa después de la caída de la tarde, pues apenas había dado unos
pasos por la calle cuando caía sobre ella el deshonesto monstruo, y
echándola por tierra saciaba sus torpes impulsos en la indefensa
víctima. No duró mucho aquel problema: es bien conocida la eficacia de
la policía texana. Bien pronto el sheriff del condado echó mano al
vampiro. Sin saber qué hacer con él pidió a la Border Patrol que lo
deportara a México, lo cual se hizo sin siquiera seguir los protocolos
del Tratado de Estrasburgo. Acá de este lado el vampirito de Eagle Pass
siguió haciendo de las suyas, y con mayor asiduidad, pues en estas
tierras las corporaciones policiacas no son tan eficientes. Además
surgió una discusión que llegó hasta las Cámaras: había que determinar
si la persecución del monstruo competía a las autoridades del Municipio,
el Estado o la Federación. Nada frenaba ya los desmanes del vampiro,
que cobraba dos o tres víctimas por noche, excepción hecha de cuando
había luna llena, pues entonces se acrecía su cachondez, y hasta seis
víctimas cobraba en la jornada. Inútiles fueron todas las formas de
defensa que las señoras habían aprendido viendo en la tele las películas
de Bela Lugosi. Una estimable dama le mostró al vampirito un crucifijo:
resultó que el vampiro era agnóstico. Otra se enredó al cuello una
ristra de ajos. El vampiro exclamó con deleite: “Oh! Garlic seasoned!”
(algo así como: “¡Ah! ¡Y al mojo de ajo!”), y procedió a consumar su
impúdico ritual. Cansadas ya de aquello las señoras acudieron ante el
señor cura y le contaron lo que estaba sucediendo. El párroco estaba ya
en antecedentes: su auxiliar, la señorita Peripalda, había sido víctima
seis veces del vampiro; la primera por azar; las otras cinco cuando la
señorita Peripalda volvió a pasar por el mismo lugar donde había sido
asaltada la primera vez, a fin de comprobar si el monstruo andaba
todavía por ahí. Les dijo el sacerdote a las señoras: “No cabe duda,
hijas, de que el vampiro no es cosa de este mundo. Seguramente esa
infame criatura es un íncubo, un súcubo o un engendro de Lucifer,
Satanás, Luzbel, Belial o Belcebú. Pienso que sólo una oración bendita
puede sofrenar y contener sus ímpetus”. Les ofreció que él mismo
compondría el exorcismo. En efecto, en la misa del siguiente domingo lo
dio a conocer, y las señoras lo apuntaron para aprenderlo de memoria y
decirlo al vampiro cuando se presentara. La oración iba así: “Por San
Amós y San Jonás, vampirito de Eagle Pass, de mí tú no abusarás, porque
te condenarás”. Esa misma noche una voluntaria salió a la calle a efecto
de poner a prueba la eficacia de aquel benditísimo conjuro. No había
caminado mucho cuando ¡flap flap flap! llegó el vampiro y se dispuso a
lanzarse contra su nueva víctima. La señora, fiada en la virtud del
exorcismo, le espetó con firme determinación: “¡Por San Amós y San
Jonás, vampirito de Eagle Pass, de mí tú no abusarás, porque te
condenarás!”. El vampiro puso el gesto en blanco. Luego dijo: “Sorry,
lady; I don’t speak Spanish”. ¡Y ñácatelas!...
Los mexicanos hemos
puesto esperanzas en Barack Obama. Ojalá cuando le tratemos el asunto de
los migrantes no nos diga: “Sorry, folks. I don’t speak Spanish”...
FIN.
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