viernes, 13 de marzo de 2009

El vampirito de Eagle Pass

De politica y cosas peores

¿Recuerdan mis cuatro lectores la historia del famoso Vampirito de Eagle Pass? En esa ciudad de Texas apareció un vampiro como Drácula, el legendario conde que dio siniestro nombre a Transilvania. Pero el vampiro texano, a diferencia del europeo, no chupaba la sangre de sus víctimas: las hacía objeto de sus bajos instintos de lujuria, libídine, lascivia, concupiscencia, sensualidad, incontinencia, salacidad, erotismo, intemperancia, carnalidad y rijo. Ninguna mujer podía ya salir de casa después de la caída de la tarde, pues apenas había dado unos pasos por la calle cuando caía sobre ella el deshonesto monstruo, y echándola por tierra saciaba sus torpes impulsos en la indefensa víctima. No duró mucho aquel problema: es bien conocida la eficacia de la policía texana. Bien pronto el sheriff del condado echó mano al vampiro. Sin saber qué hacer con él pidió a la Border Patrol que lo deportara a México, lo cual se hizo sin siquiera seguir los protocolos del Tratado de Estrasburgo. Acá de este lado el vampirito de Eagle Pass siguió haciendo de las suyas, y con mayor asiduidad, pues en estas tierras las corporaciones policiacas no son tan eficientes. Además surgió una discusión que llegó hasta las Cámaras: había que determinar si la persecución del monstruo competía a las autoridades del Municipio, el Estado o la Federación. Nada frenaba ya los desmanes del vampiro, que cobraba dos o tres víctimas por noche, excepción hecha de cuando había luna llena, pues entonces se acrecía su cachondez, y hasta seis víctimas cobraba en la jornada. Inútiles fueron todas las formas de defensa que las señoras habían aprendido viendo en la tele las películas de Bela Lugosi. Una estimable dama le mostró al vampirito un crucifijo: resultó que el vampiro era agnóstico. Otra se enredó al cuello una ristra de ajos. El vampiro exclamó con deleite: “Oh! Garlic seasoned!” (algo así como: “¡Ah! ¡Y al mojo de ajo!”), y procedió a consumar su impúdico ritual. Cansadas ya de aquello las señoras acudieron ante el señor cura y le contaron lo que estaba sucediendo. El párroco estaba ya en antecedentes: su auxiliar, la señorita Peripalda, había sido víctima seis veces del vampiro; la primera por azar; las otras cinco cuando la señorita Peripalda volvió a pasar por el mismo lugar donde había sido asaltada la primera vez, a fin de comprobar si el monstruo andaba todavía por ahí. Les dijo el sacerdote a las señoras: “No cabe duda, hijas, de que el vampiro no es cosa de este mundo. Seguramente esa infame criatura es un íncubo, un súcubo o un engendro de Lucifer, Satanás, Luzbel, Belial o Belcebú. Pienso que sólo una oración bendita puede sofrenar y contener sus ímpetus”. Les ofreció que él mismo compondría el exorcismo. En efecto, en la misa del siguiente domingo lo dio a conocer, y las señoras lo apuntaron para aprenderlo de memoria y decirlo al vampiro cuando se presentara. La oración iba así: “Por San Amós y San Jonás, vampirito de Eagle Pass, de mí tú no abusarás, porque te condenarás”. Esa misma noche una voluntaria salió a la calle a efecto de poner a prueba la eficacia de aquel benditísimo conjuro. No había caminado mucho cuando ¡flap flap flap! llegó el vampiro y se dispuso a lanzarse contra su nueva víctima. La señora, fiada en la virtud del exorcismo, le espetó con firme determinación: “¡Por San Amós y San Jonás, vampirito de Eagle Pass, de mí tú no abusarás, porque te condenarás!”. El vampiro puso el gesto en blanco. Luego dijo: “Sorry, lady; I don’t speak Spanish”. ¡Y ñácatelas!...

Los mexicanos hemos puesto esperanzas en Barack Obama. Ojalá cuando le tratemos el asunto de los migrantes no nos diga: “Sorry, folks. I don’t speak Spanish”...

FIN.

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