miércoles, 18 de marzo de 2009

Me voy a divorciar de ti, por p...

Presente lo tengo Yo

La historia que voy a contar es real. Eso puede quitarle interés, pues la realidad suele ser poco interesante, al menos en lo general. ¿Por qué llegaron a interesar tanto los llamados “reality shows”? Porque no eran reales. Es cierto: a veces la realidad es la batalla de Waterloo, y entonces sí se pone interesante. Pero ésa es una excepción. En promedio la realidad es más aburrida que una charreada para el que no charrea.

Mi historia de hoy trata de dos señoras, amigas entre sí, que un día fueron a Las Vegas. Lo hacían frecuentemente; les gustaba mucho el juego. Distraían dinero del gasto; hurgaban en la cartera del marido; vendían esta joyita o aquélla; pero siempre se las arreglaban para tener billetes para el pasaje y la jugada.

Esa vez tuvieron mala suerte. Tan mala que no les quedó dinero ni para pagar la cuenta del hotel. Sus tarjetas de crédito estaban agotadas. Se les ocurrió entonces una idea desesperada. ¿Cuál es el modo más antiguo en que una mujer puede obtener dinero? Ése.

Fueron con un botones del hotel, le dieron una propina y le pidieron que discretamente difundiera el rumor de que había dos señoras en el hotel dispuestas a hacer pasar a cualquiera un agradable rato. El botones puso el asunto en conocimiento del concierge, y éste avisó a la gerencia: había dos prostitutas en el hotel. Antes de lo que esperaban las señoras recibieron en su cuarto la discreta visita de dos caballeros. Pero no eran clientes; eran policías. Las esposaron, las subieron a una patrulla y las llevaron a un cuartel policíaco. Ahí las ficharon y las metieron luego en una celda junto con otras maturrangas de todos colores y sabores. Y olores.

Tenían derecho a una llamada telefónica. Una de ellas llamó a su hermano y entre lágrimas le contó lo que pasaba: las habían detenido por error. Llegó el hermano al día siguiente. Contrató un abogado; ellas se declararon culpables ante un juez y pagaron la correspondiente multa. Con eso salieron de la cárcel y regresaron a sus hogares muy espichaditas, como se dice en lengua mexicana.

Pasaron unos meses. Llegó el de las vacaciones. Allá va a San Antonio la señora con su marido y sus pequeños hijos. Al pedir en la frontera el permiso de internación funcionó la computadora de la oficina de Migración americana.

-Usted y los niños pueden pasar —le dijo el gringo al hombre—, pero la señora no. -¿Por qué? —se sorprendió el esposo.

-Ejerció la prostitución en el estado de Nevada, concretamente en Las Vegas, y fue por ello objeto de deportación. Le está prohibido el ingreso a este país.

No dijo nada el marido; le contó a su mujer que había habido un problema con los pasaportes de los niños. Al regresar contrató a un investigador que fue a Las Vegas y averiguó toda la historia. El esposo invitó a cenar a la otra pareja y, juntos los cuatro en un restaurante de postín, dijo de pronto:

-Me voy a divorciar de ésta. Creyeron los otros que jugaba.

-Hablo en serio —repitió el otro dirigiéndose a su esposa—. Me voy a divorciar de ti.

-¿Por qué? —preguntó ella palideciendo.

-Por puta —respondió sin eufemismos el esposo—. Y creo —se dirigió al amigo— que tú también te vas a divorciar de tu mujer, por la misma causa.

Y así diciendo sacó las fichas policíacas de las dos. ¡Pobres prostitutas que ni siquiera llegaron a serlo! Imagina tú el final de esta historia verdadera; ponle el desenlace que se te ocurra. Pero aplica toda tu imaginación, porque aquí sí la realidad anduvo muy imaginativa.

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