martes, 10 de marzo de 2009

Locos

De politica y cosas peores

Le dice Dulcilí a Libidio: “Si paso la noche en tu departamento me sentiré muy mal en la mañana”. Responde el seductor: “Dormimos hasta tarde”...

Relataba un paciente de hospital: “La enfermera me preguntó: ‘¿Cómo está hoy nuestra salud?’. ‘Bien’ —le respondí. Y le agarré una de nuestras pompas. Entonces ella nos dio una cachetada”...

Este mundo está lleno de locos. Demos gracias a Dios. Locos son los poetas, tocados por un dedo divino que les abre los ojos para que vean lo que nosotros no podemos ver. Locos son todos los que se dan a la belleza: los que componen música o la tocan; los que cantan; los que pintan, esculpen, danzan, escriben, construyen armonías de piedra o vuelven eternas con su cámara las fugitivas imágenes del mundo. Locos son todos los hombres y las mujeres que hacen teatro, esa gran copia de la vida, y al hacerlo nos muestran que la vida es una gran copia del teatro. Locos son los que en la algarabía de los hombres oyen la voz de Dios, y van tras Él. Locos todos los que aman, pues el amor no es verdadero amor si no es locura. Locos los que siguen un sueño —cualquier sueño— y van tras él hasta llegar al último. Otra especie de locos hay: son los toreros. Es la gente del toro en general. A mí me gusta esa fiesta, la taurina, por la cual sigue viviendo un magnífico animal, el toro de lidia, que de otra manera desaparecería o quedaría condenado a la estólida muerte de los rastros. Soy un villamelón, lo reconozco, pero un villamelón enamorado. Me asombra y me deslumbra esa liturgia —ya más antigua que la de la Iglesia— en que el hombre recrea la lucha eterna del bien y el mal; de la vida y de la muerte; de la belleza y la fealdad. Este domingo que pasó fui a una corrida en mi ciudad. Acabado el paseíllo estaba yo muy quitado de la pena viendo hacia los tendidos, cuando estalló la plaza en una ovación. Mi esposa me dijo apresuradamente que me pusiera en pie. “¿Por qué?”. “Mira”. Habían sacado el cartelón con el nombre del primer toro: “Catón”. Y mis paisanos saltilleros me aplaudían. Aturrullado me levanté y agradecí el aplauso. Al final sonó una sonora voz venida del tendido de sol: “¡Señor Catón! ¡Eso fue para el maestro, con cariño!”. Y hubo otro aplauso más. La verdad, yo debería estar perpetuamente rezando la oración llamada por el pueblo “la Magnífica”, que es una acción de gracias. Mis queridísimos paisanos han hecho de mí un profeta en su tierra, y yo se los agradezco siempre desde el fondo de mi asombrado corazón. Gozar de su afecto es uno de mis mayores gozos. Espero merecerlo. Luego dos jóvenes toreros me brindaron sendos toros: Arturo Macías, lidiador alegre y natural, dueño de temple y de valor; y José Mauricio, dominador, artista y gran estoqueador. De buena suerte fueron esos brindis, pues los dos diestros les cortaron las orejas a los toros que me hicieron el honor de brindarme. Son ya estas nuevas figuras dos ases en la baraja taurina mexicana. Les doy otra vez gracias; y gracias doy a mi tocayo y amigo de la juventud, Santana Armando Guadiana Tijerina, que no posee una sola locura, sino dos, pues además de ser ganadero es empresario, y está haciendo que en Saltillo renazca la fiesta. Sobre todo, gracias a los aficionados saltilleros, que son puro corazón: me dieron con su espontáneo y generoso aplauso uno de los más bellos instantes de mi vida...

En la noche nupcial ella se quitó la peluca, el maquillaje, los lentes de contacto de color y los postizos delanteros y traseros. Luego se acostó junto a su flamante maridito y le preguntó con voz mimosa: “¿Me quieres?”. “Supongo que sí —responde él desconcertado—. Pero no te reconozco”...

Otros recién casados llegaron al hotel donde pasarían su noche de bodas. Les dice el administrador: “Son mil pesos por cada uno”. Sin vacilar el novio puso 3 mil pesos sobre el mostrador... (No le entendí)...

FIN.

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