miércoles, 11 de marzo de 2009

Apuestas

De politica y cosas peores

En tiempos de la guerra escaseó en mi ciudad el maíz. Para comprarlo había que obtener un vale del Gobierno. Ese papel daba derecho a adquirir un kilo o dos. El empleado que entregaba los vales decía siempre que se le habían acabado. Era mentira: tenía el cajón lleno, pero vio en el reparto de los vales una ocasión para medrar. En México, sin embargo, conocemos muy bien los vericuetos de la corrupción, y siempre acabamos por saber andarlos. Alguien dio con la forma de conseguir sin problema aquellos vales. Llegaba a la ventanilla y le decía al empleado: “Le apuesto un peso, don Fulano, a que no hay vales para comprar maíz”. Don Fulano sacaba algunos del cajón y le decía, triunfante: “¡Perdió usted!”. El comprador entregaba el peso de la apuesta y se alejaba, igualmente triunfante, con los vales. En cierta ocasión alguien le afeó su conducta a aquel empleado. Le dijo que era corrupto. “Corrupto no soy, líbreme Dios —respondió él—. Lo que me pierde es esta maldita pasión por las apuestas”. Esa pasión pierde a muchos, en efecto.

Un tipo llegó a su casa en horas de la madrugada. Su esposa le reclamó hecha una furia: “De seguro te pasaste la noche jugando a las cartas”. “Jamás toco las cartas” —respondió el sujeto. En ese momento su mujer le puso enfrente el plato con los dos huevos fritos que le había guisado. El hombre miró el plato con los huevos y dijo automáticamente: “Cien pesos al dos de oros”.

Otro tipo jugó al poker con un tahúr profesional, y perdió todo lo que tenía. Desesperado jugó lo que había perdido contra un rato de amor con su mujer, y la perdió también. El tahúr cobró la apuesta, y seguramente lo hizo en excelente forma, pues al final le dijo la señora: “Ahora apuéstale en el dominó. También juega muy mal”.

En Las Vegas murió un apostador profesional. Un orador tomó la palabra en el panteón. “Nuestro amigo no está muerto —dijo—. Duerme el tranquilo sueño de la paz”. Desde el fondo se oyó la voz de otro apostador. “50 dólares a que está muerto”.

En esa misma ciudad, Las Vegas, un hombre astroso le pidió al turista que le regalara 5 dólares. “No tengo para comer” —le dijo. Replicó el turista: “No me engañe. Seguramente quiere ese dinero para apostar”. “No, señor —protestó el otro—. Dinero para apostar sí tengo”...

Y ¿qué decir de aquel raro sujeto? Bebía copa tras copa en la cantina, con aire melancólico y las dos manos puestas sobre el mostrador. “¿Por qué está tan triste, amigo?” —le preguntó el cantinero. No respondió el hombre. Solamente hizo un gesto de desesperación. “¿Perdió el trabajo?” —inquiere el de la taberna. Tampoco respondió el hombre; negó con la cabeza nada más. Pregunta el cantinero: “¿Lo dejó su esposa?”. Otra vez el hombre niega con la cabeza, sin hablar. Le dice el tabernero: “¿Perdió en el juego?”. El hombre, con gesto triste, dice que sí con la cabeza. “¿Perdió mil pesos?” —inquiere el cantinero. El hombre hizo un gesto como diciendo: “Eso no es nada”. “¿Perdió 10 mil pesos?” —pregunta el otro. “El hombre repitió el gesto para significar que había perdido mucho más. Arriesga el de la taberna: “¿Perdió 100 mil pesos?”. El hombre dijo que sí con la cabeza. “¡Caramba! —exclama el cantinero—. ¡Si yo llegara a perder esa cantidad mi mujer me cortaría los éstos!”. El melancólico bebedor apartó las manos que tenía puestas sobre el mostrador. Ahí estaban sus éstos...

Yo no soy dado a las apuestas, pero me atrevería a apostar que la mujer francesa acusada de secuestro será entregada a Francia. Eso elevará los bonos del Presidente francés en su país, y hará bajar —todavía más— los bonos de Calderón en México...

FIN.

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