sábado, 7 de marzo de 2009

Saltillo, ‘La Atenas de México’

De politica y cosas peores

El juez le informa a la mujer: “Su esposo dice que usted lo engaña. La sorprendió con otro hombre en el domicilio conyugal”. “Al contrario, su señoría —protesta la acusada—. Él es el que me engañó a mí. Me dijo que iba a llegar a las 11 de la noche, y llegó a las 9 y media”...

El otro día fui a Nueva York, y pedí a mis anfitriones que me llevaran al mall más grande y más lujoso de la gran ciudad. Cuando paseaba por el enorme y elegante centro comercial me dije de repente: “¡Caramba, hasta parece que estoy en Saltillo!”. Y es que en Saltillo, queridos cuatro lectores míos, acaba de abrir sus puertas Galerías Saltillo, cuya tienda ancla es Liverpool, prestigiosísimo establecimiento al que acompañan ahora decenas de las tiendas más exclusivas de México y el mundo, con salas de cine VIP, un centro de alimentos para satisfacer los más exigentes paladares y sitios de diversión que harán las delicias de chicos y grandes. Todos los lugares comunes se agotan en ese hermoso centro comercial, nada común. Saltillo, mi ciudad, amigos míos, se ha transformado. En plena crisis luce un rostro renovado de grande y moderna capital. Una intensa obra de gobierno ha dotado a la ciudad de obras de vialidad —puentes, pasos a desnivel, distribuidores— que impresionan por su número y funcionalidad. Nuevos museos y centros de arte se han unido a la antigua tradición cultural que dio a Saltillo el merecido —aunque modesto— nombre de “La Atenas de México”. (En Grecia vi un letrero que decía: “Atenas: el Saltillo de Europa”). La gente cuenta con centros para la atención integral de la persona, desde la niñez hasta la ancianidad, y esos beneficios llegan a todos los rincones de Coahuila, aun a aquéllos donde chifla Tarzan, donde el viento da la vuelta, donde el diablo perdió el jorongo, que así se dice de los lugares más alejados y remotos. Las comparaciones son ¡oh! diosas, pero cualquier observador imparcial tiene que reconocer que pocas —muy pocas— administraciones han hecho por mi estado y mi ciudad lo que la administración del joven Gobernador Moreira ha hecho. Yo no soy imparcial —Dios me libre de eso que en un escribidor es culpa de tibieza—, y tampoco soy observador, pero huyo de incurrir en esa falta que mueve a los críticos a no señalar jamás lo bueno. Siento orgullo de mi ciudad, y no lo oculto, pues el amor por el solar nativo es cualidad de gente de bien (no de gente bien, que es cosa muy distinta, y deleznable). Gracias, pues, a Liverpool, por haber dado a mi ciudad esa nueva gala que la adorna y enriquece. Mucho porfié ante mis amigos de Liverpool para que establecieran una tienda acá. Igual hice tiempo ha con mis amigos de Sanborns: también a ellos les pedí insistentemente que llevaran a Saltillo su tradición y su excelencia. Las aspiraciones que tengo por el bien de mi terruño se colmarían si algún día la Librería Gandhi, espléndida y noble empresa de cultura, pusiera los ojos en Saltillo. Eso ya pondría al Paraíso Terrenal en un honroso segundo sitio después de mi ciudad...

El granjero se presentó en la compañía de seguros. “Mi tractor se quemó —dice—. Quiero que me den 500 mil pesos. Eso fue lo que me costó”. Le dice el ajustador: “No podemos darle dinero en efectivo. Lo único que podemos hacer esa darle otro tractor igual al que perdió”. El hombre se queda pensando, y luego dice: “Entonces cancelen el seguro de vida de mi esposa”...

Llegó un viejito con el odontólogo. “Vengo a que me saque los dientes”. Dice el dentista con asombro: “¡Pero si usted no tiene dientes!”. “Precisamente —replica el ancianito—. Vengo a que me los saque. Me los tragué”...

Un indiscreto amigo le pregunta a don Cornulio: “¿Cómo es tu mujer en la cama?”. Responde el mitrado marido: “Realmente no lo sé. Las opiniones están muy divididas”...

FIN.

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