De politica y cosas peores
El juez le informa a la mujer: “Su esposo dice que usted lo engaña. La
sorprendió con otro hombre en el domicilio conyugal”. “Al contrario, su
señoría —protesta la acusada—. Él es el que me engañó a mí. Me dijo que
iba a llegar a las 11 de la noche, y llegó a las 9 y media”...
El otro
día fui a Nueva York, y pedí a mis anfitriones que me llevaran al mall
más grande y más lujoso de la gran ciudad. Cuando paseaba por el enorme y
elegante centro comercial me dije de repente: “¡Caramba, hasta parece
que estoy en Saltillo!”. Y es que en Saltillo, queridos cuatro lectores
míos, acaba de abrir sus puertas Galerías Saltillo, cuya tienda ancla es
Liverpool, prestigiosísimo establecimiento al que acompañan ahora
decenas de las tiendas más exclusivas de México y el mundo, con salas de
cine VIP, un centro de alimentos para satisfacer los más exigentes
paladares y sitios de diversión que harán las delicias de chicos y
grandes. Todos los lugares comunes se agotan en ese hermoso centro
comercial, nada común. Saltillo, mi ciudad, amigos míos, se ha
transformado. En plena crisis luce un rostro renovado de grande y
moderna capital. Una intensa obra de gobierno ha dotado a la ciudad de
obras de vialidad —puentes, pasos a desnivel, distribuidores— que
impresionan por su número y funcionalidad. Nuevos museos y centros de
arte se han unido a la antigua tradición cultural que dio a Saltillo el
merecido —aunque modesto— nombre de “La Atenas de México”. (En Grecia vi
un letrero que decía: “Atenas: el Saltillo de Europa”). La gente cuenta
con centros para la atención integral de la persona, desde la niñez
hasta la ancianidad, y esos beneficios llegan a todos los rincones de
Coahuila, aun a aquéllos donde chifla Tarzan, donde el viento da la
vuelta, donde el diablo perdió el jorongo, que así se dice de los
lugares más alejados y remotos. Las comparaciones son ¡oh! diosas, pero
cualquier observador imparcial tiene que reconocer que pocas —muy pocas—
administraciones han hecho por mi estado y mi ciudad lo que la
administración del joven Gobernador Moreira ha hecho. Yo no soy
imparcial —Dios me libre de eso que en un escribidor es culpa de
tibieza—, y tampoco soy observador, pero huyo de incurrir en esa falta
que mueve a los críticos a no señalar jamás lo bueno. Siento orgullo de
mi ciudad, y no lo oculto, pues el amor por el solar nativo es cualidad
de gente de bien (no de gente bien, que es cosa muy distinta, y
deleznable). Gracias, pues, a Liverpool, por haber dado a mi ciudad esa
nueva gala que la adorna y enriquece. Mucho porfié ante mis amigos de
Liverpool para que establecieran una tienda acá. Igual hice tiempo ha
con mis amigos de Sanborns: también a ellos les pedí insistentemente que
llevaran a Saltillo su tradición y su excelencia. Las aspiraciones que
tengo por el bien de mi terruño se colmarían si algún día la Librería
Gandhi, espléndida y noble empresa de cultura, pusiera los ojos en
Saltillo. Eso ya pondría al Paraíso Terrenal en un honroso segundo sitio
después de mi ciudad...
El granjero se presentó en la compañía de
seguros. “Mi tractor se quemó —dice—. Quiero que me den 500 mil pesos.
Eso fue lo que me costó”. Le dice el ajustador: “No podemos darle dinero
en efectivo. Lo único que podemos hacer esa darle otro tractor igual al
que perdió”. El hombre se queda pensando, y luego dice: “Entonces
cancelen el seguro de vida de mi esposa”...
Llegó un viejito con el
odontólogo. “Vengo a que me saque los dientes”. Dice el dentista con
asombro: “¡Pero si usted no tiene dientes!”. “Precisamente —replica el
ancianito—. Vengo a que me los saque. Me los tragué”...
Un indiscreto
amigo le pregunta a don Cornulio: “¿Cómo es tu mujer en la cama?”.
Responde el mitrado marido: “Realmente no lo sé. Las opiniones están muy
divididas”...
FIN.
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