El milagro de un niño
Caton y sus 4 lectores
Armando Fuentes Aguirre (Catón), escritor y periodista mexicano nacido el 8 de julio de 1938 en Saltillo, Coahuila. Autor de las columnas "Mirador", "De política y cosas peores", "Manganitas" y "Presente lo tengo Yo".
miércoles, 25 de diciembre de 2013
miércoles, 27 de febrero de 2013
Ganan mucho los diputados federales
“... Ganan mucho los diputados federales...”.
Observación pertinente
acerca de esos que sobran:
en verdad no ganan: cobran,
lo cual es muy diferente.
martes, 26 de febrero de 2013
Justicia cinematográfica
De politica y cosas peores
‘‘¿Estás teniendo sexo?” –le preguntó doña Panoplia de Altopedo, señora
de buena sociedad, a su hija célibe. Y es que la dama se consideraba
progre. “Sí, mamá” –reconoció la chica. “Entonces ten esto” –le ofreció
doña Panoplia. Y así diciendo le entregó a la muchacha un paquetito de
condones. “No los necesito –dijo ella-. Sólo tengo sexo con mujeres”…
A
pesar de ser crítico cinematográfico, a Pipo Lanarts le gusta mucho el
cine. Hay algo, sin embargo en lo cual no está de acuerdo. Le parece una
equivocación llamar al cine “el séptimo arte”. (Nota del autor: en
México, cuando la producción de películas fue estatizada, el cine llegó a
ser el arte número 792).
Opina Pipo que el cine es el primer arte de nuestra época; el que los suma a todos –como la ópera-, y el que con mayor claridad y difusión describe nuestro tiempo y nuestro mundo. Ciertamente hay cine malo, pero también hay mala poesía, y mala pintura, y mala música. Entonces, aunque es crítico de cine, Pipo Lanarts es fervoroso cinéfilo. Se había ausentado de las salas cinematográficas –cada vez le resulta más penoso salir de su casa, pequeño paraíso que disfruta intensamente-, y gozaba el llamado “cine en pantuflas”, el que se ve en casita. Pero ahora, con las salas VIP, donde se puede recostar como en su cama en comodísimos sillones, y disfrutar de variados comeres y beberes, Lanarts ha recobrado la magia de ir al cine. Vio las películas que fueron nominadas para el Óscar, y estuvo de acuerdo con los resultados, sobre todo con el que otorgó la estatuilla a Daniel Day-Lewis.
Histórica fue la noche del domingo, pues Day-Lewis recibió por tercera vez el Óscar al mejor actor, lo cual nadie, ni los más grandes entre los más grandes, había logrado. Desde luego está el caso de la enorme Katharine Hepburn, que en la categoría de mejor actriz se allegó cuatro estatuillas, pero aquí se habla del mejor actor. Pipo Lanarts ama el cine clásico; aquellas gloriosas películas fruto del star system en los años treintas, cuarentas y cincuentas; pero piensa que el cine de nuestro tiempo es igualmente bueno. No cree que el Óscar sea lo máximo en la carrera de un artista de la pantalla grande. Recuerda, por ejemplo, a Luise Rainer, la primera actriz que ganó el Premio de la Academia en dos ocasiones consecutivas -por “El gran Ziegfeld” y por “La buena tierra”-, quien luego cayó en injusto olvido.
Fue ella la primera y más notable víctima de la llamada “maldición del Óscar”. Tampoco ignora Pipo que algunos de los más grandes actores de Hollywood jamás obtuvieron el premio, entre ellos Richard Burton y Peter O’Toole, y que todavía no lo ha ganado una maravillosa actriz, Glenn Close, nominada seis veces, ninguna de las cuales ha subido al podio. Aun así Pipo Lanarts considera que el Óscar es obviamente un preciado galardón; vive con intensidad el colorido folclor que rodea a las ceremonias de entrega, y declara que los resultados de este año fueron justos. (¡Caramba, ni parece crítico de cine!)...
Opina Pipo que el cine es el primer arte de nuestra época; el que los suma a todos –como la ópera-, y el que con mayor claridad y difusión describe nuestro tiempo y nuestro mundo. Ciertamente hay cine malo, pero también hay mala poesía, y mala pintura, y mala música. Entonces, aunque es crítico de cine, Pipo Lanarts es fervoroso cinéfilo. Se había ausentado de las salas cinematográficas –cada vez le resulta más penoso salir de su casa, pequeño paraíso que disfruta intensamente-, y gozaba el llamado “cine en pantuflas”, el que se ve en casita. Pero ahora, con las salas VIP, donde se puede recostar como en su cama en comodísimos sillones, y disfrutar de variados comeres y beberes, Lanarts ha recobrado la magia de ir al cine. Vio las películas que fueron nominadas para el Óscar, y estuvo de acuerdo con los resultados, sobre todo con el que otorgó la estatuilla a Daniel Day-Lewis.
Histórica fue la noche del domingo, pues Day-Lewis recibió por tercera vez el Óscar al mejor actor, lo cual nadie, ni los más grandes entre los más grandes, había logrado. Desde luego está el caso de la enorme Katharine Hepburn, que en la categoría de mejor actriz se allegó cuatro estatuillas, pero aquí se habla del mejor actor. Pipo Lanarts ama el cine clásico; aquellas gloriosas películas fruto del star system en los años treintas, cuarentas y cincuentas; pero piensa que el cine de nuestro tiempo es igualmente bueno. No cree que el Óscar sea lo máximo en la carrera de un artista de la pantalla grande. Recuerda, por ejemplo, a Luise Rainer, la primera actriz que ganó el Premio de la Academia en dos ocasiones consecutivas -por “El gran Ziegfeld” y por “La buena tierra”-, quien luego cayó en injusto olvido.
Fue ella la primera y más notable víctima de la llamada “maldición del Óscar”. Tampoco ignora Pipo que algunos de los más grandes actores de Hollywood jamás obtuvieron el premio, entre ellos Richard Burton y Peter O’Toole, y que todavía no lo ha ganado una maravillosa actriz, Glenn Close, nominada seis veces, ninguna de las cuales ha subido al podio. Aun así Pipo Lanarts considera que el Óscar es obviamente un preciado galardón; vive con intensidad el colorido folclor que rodea a las ceremonias de entrega, y declara que los resultados de este año fueron justos. (¡Caramba, ni parece crítico de cine!)...
En cierta revista dedicada a
mujeres en busca de marido apareció este aviso de ocasión: “Busco al
hombre que me haga feliz. Marido ya tengo”…
En un avión iban sentados
juntos un caballero y un perico. La azafata les preguntó que querían
beber. El señor pidió un vaso de agua. El loro dijo: “A mí tráeme un
whisky doble. ¡Y pronto, idiota!”.
La muchacha, asustada por aquel exabrupto inesperado, fue corriendo y le trajo el whisky al pajarraco. Fue tal su prisa que se le olvidó traer el agua que le había pedido el otro pasajero. El cotorro apuró de un trago el whisky, y en seguida le dijo a la azafata: “Tráeme otro igual. ¡Y rapidito, imbécil!”. Se apresuró otra vez la chica, y le trajo al perico la bebida. El señor, al ver que tampoco ahora le había traído la azafata el vaso de agua, pensó que sería atendido si usaba la misma táctica que el loro. Le dijo a la muchacha: “¡Y yo quiero mi vaso de agua, estúpida!”. No acababa aún de decir eso cuando llegaron dos fornidos miembros de la tripulación; agarraron al hombre y al perico, y abriendo la puerta del avión los arrojaron sin miramientos al vacío. Mientras el hombre caía vertiginosamente el loro lo alcanzó volando y le dijo: “Amigo: sólo si sabes volar puedes ponerte grosero en un avión”…
La muchacha, asustada por aquel exabrupto inesperado, fue corriendo y le trajo el whisky al pajarraco. Fue tal su prisa que se le olvidó traer el agua que le había pedido el otro pasajero. El cotorro apuró de un trago el whisky, y en seguida le dijo a la azafata: “Tráeme otro igual. ¡Y rapidito, imbécil!”. Se apresuró otra vez la chica, y le trajo al perico la bebida. El señor, al ver que tampoco ahora le había traído la azafata el vaso de agua, pensó que sería atendido si usaba la misma táctica que el loro. Le dijo a la muchacha: “¡Y yo quiero mi vaso de agua, estúpida!”. No acababa aún de decir eso cuando llegaron dos fornidos miembros de la tripulación; agarraron al hombre y al perico, y abriendo la puerta del avión los arrojaron sin miramientos al vacío. Mientras el hombre caía vertiginosamente el loro lo alcanzó volando y le dijo: “Amigo: sólo si sabes volar puedes ponerte grosero en un avión”…
Al empezar la noche de
bodas Meñico Maldotado se presentó por primera vez al natural ante su
flamante mujercita. Le vio ella la alusiva parte y dijo con molestia:
“Todo el argüende del noviazgo, la boda, y el viaje hasta acá ¿para
eso?”…
FIN.
Tiempo de sandías. En ‘la pampa coahuilense’
Presente lo tengo Yo
En enero de 1942 llegó a Saltillo un insólito viajero: el general de
brigada don Rubén García. Generalmente no viajaba en plan de general el
general: lo hacía como explorador y excursionista, y vino aquí porque
había oído hablar de unas grutas maravillosas que estaban cerca de
nuestra ciudad y quería conocerlas.
Era hombre de mucha fama don Rubén. Pertenecía a la Academia de Ciencia "Antonio Alzate''; a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística; a la Academia Nacional de Historia y Geografía; al Ateneo de Ciencias y Artes de México; a la Agrupación Mexicana de Presidentes y ex-Presidentes de Sociedades Científicas, y a la Unión Racionalista, sea eso lo que haya sido. También pertenecía el general -romántico pilón- a la Bohemia Poblana.
Forrado en tales pergaminos vino el general García a nuestros lares. Hizo el viaje desde Torreón. Lo impresionó el paisaje del desierto coahuilense, que describió con acentos a lo Manuel José Othón: "... Yermos continuos; eriazos en que medran señeros los roquedales y do el risco es nota que cambia apenas al compás de la tristeza y al ripio de la desolación...'', y con imágenes estridentistas: "... Aburrimiento de kilómetros que bostezan a lo largo de largas distancias...''.
Viaja en autobús el general viajero y llega a San Pedro de las Colonias. "... Se apresuran los vendedores. Ofrecen cabezas de chivo; muchos pasajeros engullen con fruición este guiso tan gustado en el norte. Algunos compran `lonches' (pan con jamón) y sorben sodas de toronja. Otros mascan a más y mejor un pedazo de madera llamado ‘quiote’ que desprende un juguito dulzón. `De ver dan ganas', dice vulgar proloquio. Por 5 centavos adquiero un trozo de ese árbol tatemado y doime a morder y chupar. El suelo queda cubierto de bagazos en un instante... Pasa un señor cenceño, atezado, de carnes rugosas, a quien todos saludan con atención. Es el general Cervera, viejo batallador, exgobernador del Estado y actual presidente municipal de la localidad...''.
El sol, los espejismos de arena, el horizonte inacabable hicieron a don Rubén García incurrir en hipérboles como las de Tartarín de Tarascón:
“... Las sandías de San Pedro gozan fama por sus dimensiones colosales: la mayor parte de las que se cosechan pesan de 11 a 27 kilos, y calabazas suelen encontrarse de 46 kilos de peso...''.
No le reprochemos esas exageraciones al general García. Las adquirió por contagio de los sampetrinos de entonces. Leamos:
"... -¿Es pobre San Pedro? -pregunto.
-No tanto -replica un señor-. Si lo que ha producido se hubiera empleado bien, sin duda superaría a Torreón, pues su algodón es de soberbia clase y abundantísimo. Con el dinero que ha producido sería dable empedrar toda la ciudad con adoquines de plata...''.
Otra parada del autobús, obligatoria aún en nuestros días: Paila. Veamos cómo era Paila en los años cuarentas del pasado siglo: "... Estación de gasolina y restaurante, constituídos ambos por un cuchitril con alerón. Es lo único habitado en varias leguas a la redonda, y marca la mitad de la ruta entre Torreón y Saltillo. En Paila mora con su familia un solo hombre, colono del arenal espantoso: Alberto González Peña, sujeto vigoroso y entusiasta, rubio y vivaz mocetón. Me mira de hito en hito, corre por un albuncillo forrado de piel y tendiéndome una página rosa, espeta:
-General: le ruego me dé su autógrafo. Hace unas cuantas horas pasó por aquí Rodolfo Gaona y también se lo pedí.
Escribo esta dedicatoria: ‘Al solitario habitante del desierto, al triunfador de la pampa inhóspita'...''.
Era hombre de mucha fama don Rubén. Pertenecía a la Academia de Ciencia "Antonio Alzate''; a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística; a la Academia Nacional de Historia y Geografía; al Ateneo de Ciencias y Artes de México; a la Agrupación Mexicana de Presidentes y ex-Presidentes de Sociedades Científicas, y a la Unión Racionalista, sea eso lo que haya sido. También pertenecía el general -romántico pilón- a la Bohemia Poblana.
Forrado en tales pergaminos vino el general García a nuestros lares. Hizo el viaje desde Torreón. Lo impresionó el paisaje del desierto coahuilense, que describió con acentos a lo Manuel José Othón: "... Yermos continuos; eriazos en que medran señeros los roquedales y do el risco es nota que cambia apenas al compás de la tristeza y al ripio de la desolación...'', y con imágenes estridentistas: "... Aburrimiento de kilómetros que bostezan a lo largo de largas distancias...''.
Viaja en autobús el general viajero y llega a San Pedro de las Colonias. "... Se apresuran los vendedores. Ofrecen cabezas de chivo; muchos pasajeros engullen con fruición este guiso tan gustado en el norte. Algunos compran `lonches' (pan con jamón) y sorben sodas de toronja. Otros mascan a más y mejor un pedazo de madera llamado ‘quiote’ que desprende un juguito dulzón. `De ver dan ganas', dice vulgar proloquio. Por 5 centavos adquiero un trozo de ese árbol tatemado y doime a morder y chupar. El suelo queda cubierto de bagazos en un instante... Pasa un señor cenceño, atezado, de carnes rugosas, a quien todos saludan con atención. Es el general Cervera, viejo batallador, exgobernador del Estado y actual presidente municipal de la localidad...''.
El sol, los espejismos de arena, el horizonte inacabable hicieron a don Rubén García incurrir en hipérboles como las de Tartarín de Tarascón:
“... Las sandías de San Pedro gozan fama por sus dimensiones colosales: la mayor parte de las que se cosechan pesan de 11 a 27 kilos, y calabazas suelen encontrarse de 46 kilos de peso...''.
No le reprochemos esas exageraciones al general García. Las adquirió por contagio de los sampetrinos de entonces. Leamos:
"... -¿Es pobre San Pedro? -pregunto.
-No tanto -replica un señor-. Si lo que ha producido se hubiera empleado bien, sin duda superaría a Torreón, pues su algodón es de soberbia clase y abundantísimo. Con el dinero que ha producido sería dable empedrar toda la ciudad con adoquines de plata...''.
Otra parada del autobús, obligatoria aún en nuestros días: Paila. Veamos cómo era Paila en los años cuarentas del pasado siglo: "... Estación de gasolina y restaurante, constituídos ambos por un cuchitril con alerón. Es lo único habitado en varias leguas a la redonda, y marca la mitad de la ruta entre Torreón y Saltillo. En Paila mora con su familia un solo hombre, colono del arenal espantoso: Alberto González Peña, sujeto vigoroso y entusiasta, rubio y vivaz mocetón. Me mira de hito en hito, corre por un albuncillo forrado de piel y tendiéndome una página rosa, espeta:
-General: le ruego me dé su autógrafo. Hace unas cuantas horas pasó por aquí Rodolfo Gaona y también se lo pedí.
Escribo esta dedicatoria: ‘Al solitario habitante del desierto, al triunfador de la pampa inhóspita'...''.
Voces destempladas
Don Abundio relata historias reales que parecen inventadas, y dice descomunales mentiras que presenta como verdad irrecusable.
Cuenta de un compadre suyo a quien cierto día visitó. Al llegar a la puerta de la casa escuchó adentro voces destempladas. Era su compadre, que gritaba: “¡Vieja desgraciada! ¡Ya me tienes harto, zorra! ¡Me voy! ¡Me voy de esta casa para siempre!”.
Temeroso de algún desaguisado llamó a la puerta apresuradamente. Le abrió el dueño de la casa. Se veía tranquilo. Cauteloso, le dijo don Abundio:
-Oí gritos, compadre.
-Sí –respondió el tipo-. Mi señora salió, y estoy ensayando por si alguna vez me atrevo.
Narra esa historia don Abundio, y la remata:
-Yo ni a ensayar me atrevo.
¡Hasta mañana!...
Ningún mexicano ganó un Óscar
“... Ningún mexicano ganó un Óscar...”.
Lo digo con buenos modos
y en estado de conciencia:
si premiaran la violencia
los ganaríamos todos.
Lo digo con buenos modos
y en estado de conciencia:
si premiaran la violencia
los ganaríamos todos.
lunes, 25 de febrero de 2013
Creencias dogmáticas
De politica y cosas peores
H.L. Mencken, aquel desfachatado cínico, dijo que el hombre se resigna
al matrimonio con tal de tener sexo, y la mujer se resigna al sexo con
tal de tener matrimonio. Clarilí, joven esposa, llegó un día a su casa
después de trabajar en la oficina, y quedó gratamente sorprendida al ver
que su marido había hecho todos los quehaceres que usualmente ella
debía hacer. El hombre arregló el departamento; lavó y planchó la ropa;
bañó a los niños, les dio de cenar y los llevó a la cama, y finalmente
preparó una sabrosa cena para su mujercita. Al día siguiente Clarilí le
contó lo sucedido a una de sus compañeras. Ella no daba crédito. Le dijo
con asombro: “¿Por qué hizo todo eso tu marido?”. Explicó Clarilí: “Es
que en la noche siempre estoy demasiado cansada para hacer el amor, y él
pensó que si esta vez me ahorraba las faenas de la casa yo estaría en
disposición de brindarle un rato de buen sexo”. Preguntó llena de
curiosidad la amiga: “Y ¿qué sucedió?”. “Nada —respondió Clarilí—. Él
estaba demasiado cansado para hacer el amor”…
Nadie podrá acusar de
modernismo a Keith O’Brien, cardenal británico. Se ha negado
terminantemente a aceptar cualquier forma de unión legal entre personas
del mismo sexo, y considera que la posición de la Iglesia en temas tales
como el aborto y la eutanasia deriva de “creencias dogmáticas básicas
de origen divino” de las cuales nadie se debe apartar. Sin embargo en
recientes declaraciones hechas a la BBC de Londres el Cardenal O’Brien
se manifestó a favor de que se discuta la cuestión del celibato
sacerdotal. Muchos sacerdotes y religiosos, dijo, encuentran
dificultades para cumplir ese voto, y deberían poder casarse y tener
hijos. En opinión del cardenal tocará al nuevo Papa considerar si la
Iglesia debe modificar su postura en este y otros asuntos que no son de
origen divino. Nadie puede asegurar con bases firmes que el doloroso
tema de los sacerdotes pedófilos está directamente relacionado con el
celibato, pero pienso que no se equivocará quien diga que el celibato
—inexistente en la Iglesia original— atenta en forma grave contra el
derecho natural, que es creación divina, y obedece a causas puramente
humanas. También creo que la Iglesia se revitalizaría, y que la crisis
de vocaciones y la creciente deserción de fieles disminuirían al
admitirse la existencia de sacerdotes casados y de casados sacerdotes.
Igualmente considero que la incorporación de la mujer a funciones
sacerdotales, como sucedía en los primeros tiempos de la Iglesia,
aportaría nueva riqueza humana a la institución. Es gran atrevimiento
del suscrito que habla opinar sobre asuntos tan complejos, pero también
los laicos tenemos derecho a decir nuestro sermón…
Doña Pasita, mujer de
pueblo, anciana, viajó a la gran ciudad en un camioncito Flecha Roja.
Iba a visitar a sus nietas Juana y Petra, que hacía un par de años se
habían ido a la urbe. La primera novedad con que se topó la viejecita al
reunirse con las muchachas fue que ya no se llamaban como antes, Petra y
Juana: ahora Juana era Jeanine, y Petra respondía al nombre de
Pierrette. Mujeres citadinas, ya no eran aquellas sencillas y lozanas
mozas que del pequeño pueblo habían salido. Al verlas tan enlucidas y
adornadas doña Paz recordó una linda canción, La guarecita, que alguna
vez oyó en Ecuandureo, Michoacán, cuando viajaba por el sur con su
marido, visitador de la Recaudación de Rentas. Decía así esa antigua
tonada al hablar de una mujer de la ciudad: “Usa rojas las mejillas, /
las faldas a las rodillas, ha de ser por la calor, / lleva las trenzas
cortadas, / trae las ojeras moradas, / y las uñas de color…”. Así se
veían Juana y Petra: iban pintadas como coche; parecían muñecas
japonesas. También su modo de vestir había cambiado. Ya no lucían medias
de popotillo en virulé, que así se dice cuando las medias se ajustan
arrollándolas en la parte superior. Ahora gastaban medias caladas a
través de las cuales dejaban ver las carnes del chamorro, cosa que a
doña Paz le pareció por demás inconveniente. También llevaban profusión
de perendengues (“Nomás les falta colgarse el molcajete” —pensó la
anciana al verlas), y calzaban zapatos de tacón aguja, no de tacón
panela, tacones anchos, como los que se usaban en el pueblo. Recelosa
les preguntó: “Díganme, hijitas: ¿de qué viven?”. Respondió Juana,
quiero decir Jeanine: “Cosemos, abuela”. Doña Pasita meneó la cabeza y
luego dijo: “Ya me lo imasinaba”…
FIN.
La sabiduría de todos. Es decir, los refranes.
Presente lo tengo Yo
—Con esto y un buen bizcocho, hasta mañana a las ocho.
Se decía eso, jocosamente, al final de una cena opípara, abundante, para significar que se había cenado muy bien.
—Dijo Blas, y punto en boca.
Expresión usada irónicamente cuando alguien decía alguna cosa que pretendía ser la última verdad, el argumento definitivo.
—Pega la boca a la pared.
O sea: calla, contente, aguántate las ganas de hablar, de decir algo.
—A mear y a la camita.
Con esa frase se daba por concluído un asunto, alguna discusión.
—Comerse el lonche antes del recreo.
Eso hacían los novios que tenían trato íntimo antes de la boda.
—Peerse pa’ dentro.
Aguantar sin protesta algún mal trato o injusticia.
—Las de San Pedro.
Eran las lágrimas. Recordemos que el apóstol lloró después de negar tres veces a Jesús. Se le salieron “las de San Pedro’’.
—Le dijo las cuatro letras.
Es decir, le aplicó a una mujer cierta palabra bastante fuerte.
—Despacio, chinches, que la noche es larga.
Se usaba esa expresión para calmar la impaciencia de alguien que pedía más rapidez al hacer algo.
—Pringapiés.
Eufemismo para referirse a la diarrea.
—Quedarse con el chongo hecho.
Quedarse plantada una mujer que se arregló para salir con alguien que no llegó.
—Sonarse con el pañuelo de cinco puntas.
Sonarse con los dedos la nariz.
—Pipiolo.
Niño
pequeño. Yo veía esa palabra en las tiras cómicas venidas de Argentina.
Ahora me encuentro —Diccionario de Americanismos de don Francisco J.
Santamaría— con que la palabra viene del náhuatl “pipiyolin’’, que
quiere decir “niño’’, “chamaco’’.
—Este nomás oye por las nalgas.
Se decía del muchachillo que sólo hacía caso si se le aplicaban unas buenas nalgadas.
—Sin contar los años que mamó, lloró, meó, anduvo a gatas y fue a la escuela.
Esa curiosa expresión se usaba luego de que una mujer había dicho su edad quitándose los años.
Pájaro madrugador
A este pájaro le llaman pájaro madrugador. Es el primero que abre sus alas a la luz.
No
es hermoso, a menos que se diga que todos los seres vivos son hermosos.
Su plumaje es gris, y apenas muestra en un leve tono amarillejo en la
región del pecho. Tampoco canta bellamente; dice nomás un trino
monocorde.
Su único mérito, entonces, es el de madrugar. Él toma
la noche y la convierte en día. Es un pequeño sol que ya está ahí
cuando aparece el Sol.
Yo, que duermo aún —estoy dormido siempre—,
sé que este pájaro madrugador —este madrugador pájaro— no duerme como
yo. El día tendrá entonces quien le dé la bienvenida.
Y el mundo
empezará a ser mundo en la mañana porque antes que ninguno amaneció el
pájaro madrugador.
¡Hasta mañana!...
Problemas en la Universidad que creó López Obrador
“…Problemas en la Universidad que creó López Obrador…”
La Universidad citada,
a sus orígenes fiel,
si la creó Andrés Manuel
siempre estará emproblemada.
a sus orígenes fiel,
si la creó Andrés Manuel
siempre estará emproblemada.
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