De politica y cosas peores
Saltillo, mi ciudad, tiene una larga tradición teatral. De ella forma
parte Manuel Acuña, a quien muchos confunden con pelotero de beisbol
cuando leen en el pedestal de su estatua la inscripción: “Al vate Manuel
Acuña”. Poeta malogrado, el autor del famosísimo “Nocturno” fue también
escritor dramático, y dejó con su obra “El pasado” una acabada muestra
de romanticismo escénico. Entre nuestros autores teatrales está
igualmente aquél que comenzó a escribir un tremendo drama de los que se
llamaban “culebrones”, a la manera de los que hacían Linares Rivas o
D’Annunzio, llenos de situaciones trágicas y lacrimógenas. En su obra el
escritor que digo puso adulterios, incestos, amores imposibles,
relaciones tan intrincadas y confusas que llegó un punto en que ni él
mismo pudo ya desenredar el hilo de aquel complicadísimo argumento. El
hijo resultaba ser esposo de su tía; la tía venía siendo abuela de su
padre; el cuñado se enteraba de que era novio de su mamá; el esposo de
ésta —se descubría— no era su marido; y todo conducía a un inextricable
embrollo de equívocos y trastrueques en que no se sabía quién con quién
ni cuál con cuál. Los actores habían memorizado ya los dos primeros
actos, y ni ellos ni el director alcanzaban a imaginar cómo el autor iba
a desentrañar aquella maraña sin pies ni cabeza. Cierto día el escritor
llegó al ensayo y anunció triunfalmente que había dado ya con el modo
de resolver las situaciones y dar al drama un lógico final. “¿Cómo?”
—preguntó el director muy intrigado. Respondió el dramaturgo: “En la
última escena todos los personajes están en una fiesta. Llega un oso y
se los come a todos”...
No andaba tan errado en su artificio aquel
escribidor. También los dramaturgos griegos tenían su oso, aquel deus ex
máchina que bajaba al escenario mediante un mecanismo de cuerdas y
resolvía cuestiones difíciles o trágicas. Los mexicanos hemos inventado
un recurso para usarlo cuando una elección se torna peligrosa. Ese
recurso se llama “caída del sistema”. Lo acaba de usar el PRD, aunque en
su caso el recurso no se llama “deus ex máchina”: se llama
sencillamente “cochinero”. Yo tengo una tesis de política. Las derechas
manejan muy bien la teoría, y fracasan en el terreno de la práctica. Las
izquierdas, en cambio, son pragmáticas, y las teorías les importan una
pura y celestila ingada, si me es permitida esa ática expresión. En
general —no siempre— las derechas buscan aplicar principios éticos a la
política, y muchas veces chocan frontalmente con una realidad en que la
axiología no tiene cabida, siendo que debería tener cabida en todo. Las
izquierdas, en cambio, actúan con absoluto pragmatismo. Para ellas el
fin justifica los medios, y no vacilan en aplicar ninguno que los ayude a
conseguir el poder, y a mantenerlo. La tesis que propongo explicaría
las fallas que ha demostrado el PAN en el ejercicio del poder, por su
falta de práctica, y explicaría también la ausencia de ética y legalidad
en algunas acciones del PRD, por su despego de nociones teóricas
pertenecientes al campo de los valores. Desde luego estoy generalizando
—las teorías son siempre una generalización—, pero si mi argumento falla
siempre estará el oso, el deus ex máchina, para sacarme de cualquier
complicación...
Un hombre llegó al atestado consultorio médico y dijo en
voz muy alta a la recepcionista: “Quiero ver al doctor, porque tengo un
problema en la pija”. “¡Oiga! —le indica en voz baja la muchacha—.
¡Aquí no se puede hablar así!”. “Pues ¿cómo debo hablar?” —pregunta el
individuo. “Con palabras que todos puedan oír —contesta la empleada—.
Salga usted, vuelva a entrar y diga por ejemplo: ‘Quiero ver al doctor,
porque tengo un problema en el oído’”. El tipo obedece. Sale, regresa, y
dice en voz alta a la muchacha: “Quiero ver al doctor, porque tengo un
problema en el oído”. La chica, ya tranquila, le pregunta: “¿Qué
problema tiene en el oído, señor?”. Responde el sujeto: “Cuando meo me
duele de a madre”...
FIN.
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