sábado, 28 de febrero de 2009

Ideologías

De politica y cosas peores
 
El marido le dijo a su mujer: “Me gustaría que cuando tuvieras un orgasmo me lo dijeras”. “No puedo” —responde ella. “¿Por qué no?” —se amosca el marido. Contesta la señora: “Porque me tienes prohibido que te hable a la oficina”...
 
El jefe de la cárcel para presos políticos de un país bananero llamó a los prisioneros y les informó: “Vamos a mandar la mitad de ustedes a Estados Unidos, y la otra mitad a Canadá!”. “¡Fantástico!” —exclamaron a coro los reclusos. Se vuelve el jefe a su ayudante y le ordena: “Trae la sierra eléctrica”...
 
En la noche de bodas el recién casado se asombró al ver que su flamante mujercita se presentaba ante él completamente al natural, en peletier, pero luciendo un pequeño sombrerito. “¡Qué hermosa eres! —le dijo con arrobo al contemplar sin veladuras los íntimos encantos de su amada—. Pero ¿por qué ese sombrerito?”. “Por pudor —responde ella—. Mi mamá me dijo que nunca me dejara ver por ti sin nada encima”...
 
Una señora le dijo a Babalucas que su marido había muerto. “¿Cómo puede estar muerto mi amigo?” —exclamó el badulaque, consternado. “Muerto está —confirmó la señora tristemente—. Muerto y sepultado”. “¿Muerto y sepultado? —se aflige Babalucas—. ¡Caramba, entonces la cosa estuvo peor!”...
 
Con esa misma forma de pensar yo me pregunto si acaso las ideologías en México están muertas y han sido sepultadas. Parece no haber ya ninguna distinción entre un panista, un priÍsta y un perredista, siendo que supuestamente representan el primero a la derecha; al centro el segundo, y el tercero a la posición de izquierda. Los políticos cambian ahora de partido como cambiar de calcetines, prenda la más idónea para ejemplificar esa pedestre conducta que en nuestros tiempos se ve con naturalidad. La mayoría de nuestros hombres públicos no tienen una ideología; tienen sólo ambiciones. Los mueve el apetito del dinero y el poder; no sienten la vocación del político verdadero, cuyo afán es servir a su comunidad con altruismo y ética. De esa tela ya no hay, decían nuestros abuelos para significar que algo bueno había desaparecido. Aquí han desaparecido las ideas. Al menos ésa es la idea que tengo...
 
Regresó Meñico del baño del restorán, y su compañero de mesa se asombró al ver que llevaba la entrepierna toda mojada. “¿Qué te pasó?” —le preguntó, azorado. Explica Meñico: “El oftalmólogo me puso lentes de aumento esta mañana. Ahora que fui al baño a hacer una necesidad menor saqué lo que tenía que sacar. Lo vi muy grande; dije: ‘Éste no es el mío’, y lo volví a guardar. Fue entonces cuando me mojé”...
 
Un muchacho estaba en vísperas de casarse. Buscó a un amigo suyo que recientemente había hecho lo mismo y le preguntó: “¿Cómo es el matrimonio?”. Responde el amigo: “Al principio es muy bonito. Pero luego sales de la iglesia y...” ...
 
Después del trance erótico en un motel de corta estancia le dice don Algón a su amiguita: “Todas las veces que hemos estado juntos las tengo registradas”. “¡Qué lindo detalle! —se emociona la muchacha—. ¿Las tiene registradas en su diario?”. “No —precisa don Algón—. En mi talonario de cheques”...
 
Pepito le pregunta a su papá: “Papi: ¿cuál es el sexo débil?”. Replica el señor con un hondo suspiro: “Nosotros los hombres, hijo; después de los 60”...
 
Cuando nació Picio, el hombre más feo del condado, los médicos le dijeron a sus padres: “Lo sentimos mucho. Hicimos todo lo que pudimos, pero el niño vivió”...
 
Le pregunta una señora a otra: “¿Por qué insistes siempre en ir con el doctor Pitoncio, habiendo tantos médicos?”. Contesta la otra: “Es que no sabes lo que usa en vez de termómetro”. (No le entendí)...
 
FIN.


CUENTOS POLÍTICOS

Paren al mundo, quiero bajarme…

Paren al mundo, quiero bajarme: me resisto a leer cada mañana la prensa para encontrarme con más fotografías de decapitados ni deseo saber cómo se dispara la cifra de acribillados pertenecientes a diversas bandas de mafiosos. No, sólo pienso en huir de las balaceras por medio de las cuales los envenenadores del mundo se disputan el mercado de estupefacientes; ya no quiero levantarme con más noticias relativas al asalto de gente humilde a la que despojan de su raya o su menguada quincena ni quiero cansarme de protestar por la ejecución de chamacos inocentes pertenecientes a familias de acaudalados mexicanos que han hecho su fortuna, en su mayoría, con el producto de su trabajo. Ya no me tranquiliza contemplar más fotografías de brigadas del Ejército patrullando las diversas ciudades de la república. Me sublevo al leer homilías dominicales de arzobispos que declaran “en esta santa casa, la casa de Dios se purifican las limosnas pagadas por los narcotraficantes…”. Me irritan cada vez más las fotografías de los líderes de los sindicatos oficiales, auténticos secuestradores de la nación, que ostentan relojes, cuyo precio es superior a 20 años de trabajo de sus agremiados ni resisto, asimismo, descubrir las mansiones de estos siniestros personajes en el extranjero, adquiridas con impuestos pagados por el dolorido pueblo de México.

Basta, todo está podrido. Los maestros de nuestros hijos se niegan a ser capacitados, los alumnos reprueban en un 90% los exámenes de admisión para ingresar en la Universidad Nacional, la prueba de que en las escuelas mexicanas se incuba la mediocridad y la dependencia.
La Iglesia no puede seguir sosteniendo que “es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos”, cuando la mayor parte de los ricos crean empresas, generan riqueza, empleos, divisas y prosperidad, por lo que tienen garantizado un lugar en el infierno…

Paren al mundo, quiero bajarme porque se utiliza a niños palestinos como escudos humanos durante los conflictos armados en contra del Estado de Israel, de la misma manera en que me resulta indigerible que los fanáticos musulmanes suicidas se rodeen el cuerpo con cartuchos de dinamita para hacerlos estallar en cualquiera de sus cinco rezos cotidianos. Me deprimen los crecientes porcentajes de desempleo al pensar en los padres de familia que carecen de ingresos para pagar colegiaturas, medicinas, hipoteca o renta de la casa habitación. No puedo dejar de pensar en los empresarios que tienen contratadas deudas en dólares y que asisten a la devaluación cotidiana de nuestra moneda, mal que se agrava desde que no llegan los ingresos por exportaciones programadas debido a la contracción de los mercados mundiales. Surgen por doquier fraudes bursátiles, inmensos desfalcos en los fondos de pensiones de los que depende el bienestar y la supervivencia de millones de personas de la tercera edad. Los empleos antes considerados indignos por los nacionales de ciertos países, hoy son nuevamente demandados como parte de la parálisis económica que genera a diario un mayor calentamiento social al propiciar el robo de famélico, estimular la xenofobia, incentivar la expansión de la industria del despojo, la del asalto con violencia, la del secuestro, libre de impuestos y de sanciones.

Un nuevo gobierno de la extrema ultraderecha en Israel denuncia la construcción de bombas atómicas en Irán y califica a este último gobierno como una auténtica amenaza nuclear para el Estado hebreo. Es claro que las diferencias en el Medio Oriente se resolverán mediante un voluminoso intercambio de artefactos nucleares, con lo cual no haremos sino regresar a la Edad de Piedra de llegar a escalar el conflicto a nivel planetario.

Los polos se descongelan con el sobrecalentamiento atmosférico, suben los niveles de los mares y de los océanos, bien pronto asistiremos a la desaparición de puertos y ciudades que quedarán sepultados bajo las aguas.
Continuarán los cambios climáticos, los incendios en zonas boscosas, lloverá cuando no debería llover, nevará cuando no debería nevar, surgirán huracanes cada vez más devastadores, se producirán inundaciones sin precedentes en la historia de la humanidad, nos acosarán la sequía y otros fenómenos meteorológicos como consecuencia de la veleidad de fenómenos como el Niño, surgirán enfermedades desconocidas por ingerir huevos o carne de animales engordados con hormonas o pescados alimentados con sustancias tóxicas derramadas irresponsablemente en los mares.

Paren al mundo, quiero bajarme: las guerras generadas por rivalidades y por ambiciones políticas religiosas o económicas; la invasión de narcotraficantes; la violencia y la delincuencia incontrolables; la ausencia de empleos; la quiebra de la moral y de la ética mundiales; la contaminación mundial en sus más diversas manifestaciones, me están llevando a la conclusión de que es necesario tomar unas vacaciones porque he llegado a la conclusión de que: estábamos.

Don Juan y el toro

Presente lo tengo Yo
 
Don Juan Sánchez Navarro fue un rico empresario, destacado dirigente de la llamada iniciativa privada. Sus raíces son de Coahuila: perteneció a la familia que tuvo aquí la hacienda que, según se ha dicho, es la más grande que en el mundo ha sido.

Lo que yo no sabía es que este poderoso señor fue alguna vez cronista de toros. Con el seudónimo de Sorobell publicaba en España crónicas de las corridas mexicanas. Cuando vino Manuel Rodríguez “Manolete” no sólo reseñó sus actuaciones en el viejo Toreo de la Condesa: también escribió una especie de epístola taurina, escrita en forma de romance, con versos octosílabos, dirigida a un amigo suyo de aquellos tiempos, el abogado Alfonso Noriega. Yo recuerdo a este licenciado: en la Facultad de Derecho de la UNAM se le apodaba “El Chato”, el Chato Noriega. Un día vino a dar una conferencia en la Facultad de Derecho de la Universidad, y yo comí con él en “La Canasta”. Fue ahí donde me contó una anécdota acerca de su colega don Mario de la Cueva, tocayo suyo de apodo, pues también era llamado “El Chato”.

-Pero distinto Chato —precisó el licenciado Noriega—, pues

Ser chato de la nariz
es cosa que nada prueba.
Lo que sí es grave desliz
es ser Chato de la Cueva.

En esa espístola taurina menciona Sánchez Navarro a Saltillo y —desde luego— a Armilla. Me parece interesante, y la transcribo aquí:

Señor Alfonso Noriega.
Presente-. Querido Chato:
Por las noticias de ayer
con gran gusto me he enterado
que preparan a Silverio
y a Armillita un banquetazo.
Desde luego yo me adhiero
a ese tan justo agasajo,
pues si admiro a Manolete
-torero de arriba a abajo-
también admiro, y mucho,
a Silverio el esforzado,
y al maestro don Fermín,
de sabiduría un tratado,
y si a Manolete dimos
embuchao y jamón serrano,
y bebimos manzanilla,
y nos bailamos un tango,
en tratándose de Armilla
y de Silverio, está claro
que comamos barbacoa,
chiles rellenos, tasajo,
y que todo lo rociemos
con un sabroso curado
de tuna, de mango, o bien
de piña, guayaba o apio,
y después, y como postre,
luego que hayamos cantado
“Adiós Mariquita linda”,
nos bailemos un huapango.
Esta adhesión te la envío
por conducto, caro Chato,
de Lumiére el columnista,
amigo muy estimado.

Y si le canté yo a Córdoba
en el banquete pasado,
cantaremos a Saltillo
y a Texcoco mano a mano.
Juntos todos brindaremos
con un tequila en la mano,
gritando ¡Que viva siempre
el torero mexicano!
Sabes que mucho te estima
a ti, Juan Sánchez Navarro.

Buena factura tiene este romance, y buen sabor taurino. Valía la pena conocerlo.

¡Cuántas cosas se escriben cada día! ¡Cuántas cosas!

¡Cuántas cosas se escriben cada día! ¡Cuántas cosas!

En todo el mundo millones de hombres y mujeres teclean sin descanso, o escriben con incesante pluma palabras en papel. A todos, aunque no lo confiesen, los mueve un mismo afán: vencer a esos dos grandes enemigos que son la muerte y el olvido. Buscan lo mismo que todo artista busca: la inmortalidad.

Y sin embargo de cada millón de esos escritores 999,999 seremos olvidados. Ni una sola palabra nuestra quedará. No debemos, por tanto buscar la gloria eterna. ¡Es tan difícil de alcanzar! La logran sólo gigantes como Homero, Dante, Shakespeare, Cervantes, y algunos pocos más. Al escribir debemos, cuando mucho, buscarnos a nosotros mismos.

Hacer con humildad nuestra tarea de cada día, y al fin de la jornada abandonarnos en el tibio regazo del olvido. Ahí no vendrán los eruditos a despertarnos del sueño —tan tranquilo— de la nada.

Lindas muchachas acompañaron en su congreso a los veteranos líderes de la CTM

“... Lindas muchachas acompañaron en su congreso a los veteranos líderes de la CTM...”.

Un líder que yo me sé,
suspiró: “Ya nada valgo.
Recuerdo que son para algo,
pero olvidé para qué”.

viernes, 27 de febrero de 2009

Azogado

De politica y cosas peores
Afrodisio Pitongo era proclive a todas las concupiscencias, especialmente a la carnal. Un día fue hospitalizado. Lo visitó un amigo, y lo encontró vendado de la cabeza hasta los pies, cual momia egipcia. “¿Qué te pasó?” —le preguntó afligido. Responde Afrodisio con voz feble: “Me golpeó Cornulio”. “¿Por qué?” ---inquiere el amigo. Contesta el lacerado: “Porque estuve de acuerdo con él”. “¿Cómo es posible? —se asombra el visitante—. Los acuerdos mueven más bien a la armonía que a la disensión. ¿Te golpeó Cornulio porque estuviste de acuerdo con él?”. “Sí —confirma Pitongo débilmente—. Me contó que su esposa hacía el amor muy bien, y yo le dije: ‘Estoy de acuerdo’”...
Martiriano, el abnegado esposo de Jodoncia, llevaba siempre en su cartera un retrato de su feróstica consorte. Una compañera de oficina le preguntó por qué. Explicó el pequeño señor: “Cuando tengo un problema veo el retrato de mi esposa, y el problema, por grande y difícil que sea, desaparece al punto”. “¡Qué bonito!” —se emociona la compañera. “Así es —prosigue don Martiriano—. Veo el retrato de mi esposa y me digo: ‘¿Qué problema puede ser mayor que éste?’”...
Tarzan llegó a su casa de la selva en horas de la madrugada. Jane, furiosa, le hizo una escena, y luego se puso en huelga de piernas cruzadas. Quiero decir que le negó al rey de la jungla sus encantos. Día tras día éste le suplicaba que accediera a sus demandas amorosas, pero Jane se mantenía en su empecinamiento riguroso. Una noche, encalabrinado por urticantes ímpetus eróticos, Tarzan le puso a Jane un ultimátum. “Si esta noche no me das lo que te pido —le dijo terminante—, me iré a una casa de chitas”...
El árbol del idioma deja caer sus hojas. Ese símil no es mío, desde luego. Pertenece a Jacob Grimm, filólogo notable y gran recopilador de cuentos de hadas junto con su hermano Wilhelm. En efecto, palabras que ayer se usaron mucho son arcaísmos hoy, y su empleo acarrea a quien las dice la nota de anacrónico o pedante. Ha desaparecido, por ejemplo, el término “avampiés”, que designaba a la polaina que cubría el empeine del pie de los señores para no dejar a la vista el calcetín, considerado entonces parte de la ropa interior. En las películas de Fred Astaire ese etéreo bailarín luce a veces avampiés. Desapareció la prenda, y desapareció por tanto la palabra que servía para nombrarla. Otro vocablo que dejó de usarse es “azogado”, que describe a quien sufre turbación y se agita inútilmente sin cesar. Si alguien respiraba los mefíticos vapores del azogue —o sea mercurio— contraía un mal que se manifestaba en temblores incesantes, y se decía de él que estaba “azogado”. Yo no diré que ante el problema de la violencia y la inseguridad el régimen calderonista se ve azogado. Y no lo diré porque el vocablo ha caído ya en desuso, y no quiero incurrir en pedantería o anacronismo...
Babalucas le dice a su mujer: “Estoy muy preocupado y muy molesto. En la oficina el jefe dijo que soy medio indejo”. “No te inquietes —lo tranquiliza la señora—. Dice eso porque sólo te conoce a medias”...
Don Senectino, hombre provecto, iba a casarse con Pompona, mujer en flor de edad. A fin de fortalecerse para el trance nupcial fue con un médico, y éste le aplicó una serie de inyecciones de glándulas de mono. La noche de las bodas, preocupado, el facultativo llamó a la habitación de los novios a ver cómo iba el importante evento del connubio. Le preguntó a la novia: “¿Dio resultado el tratamiento a base de glándulas de mono?”. Contesta la recién casada: “Lo sabré cuando mi marido deje de echar maromas en la alfombra y de columpiarse en el candil del cuarto”...

FIN.

Cierto, pero increíble

Presente lo tengo Yo
 
Juro que quien me contó lo que voy a contar me juró que es cierto lo que le contaron.
 
Sucedió lo sucedido en una ciudad del centro del País. Cierta señora que hacía la limpieza de su casa vio una cucaracha dentro de la taza del inodoro. Prontamente fue a la lavandería y trajo un poderoso insecticida en aerosol, con el cual roció al insecto. No pareció hacerle efecto la rociada al bicharrajo, de modo que la señora repitió el tratamiento, y luego una vez más. La cucaracha dio ciertas señales de hallarse, digamos, un poco apendejada, pero de ningún modo muerta. La señora le aplicó nuevamente el fortísimo aerosol. La cucaracha continuó moviéndose. Entonces la señora, ya irritada, le dejó ir con ánimo vindicativo todo el letal vapor que quedaba en el recipiente.
 
No me extraña la resistencia del animalejo. Allá por los años sesentas, cuando la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la URSS, se proyectó una película documental que tuvo mucho éxito. Se llamaba “La Crónica Helstrom”. En ella se daban a conocer los resultados de una investigación hecha por científicos dados a la futurología. Según ellos el mundo estaba en inminente trance de acabar por causa de una explosión atómica, a la cual seguirían muchas otras. La especie humana iba a desaparecer de la faz de la Tierra, y con ella todas las demás criaturas animadas. La escena final de la película mostraba un paisaje desolado, estéril páramo sin árboles ni hierba. Hagan ustedes de cuenta un ejido. Se aproximaba la cámara a aquel polvo grisáceo sin traza alguna de haber albergado vida alguna vez. De pronto se veía un leve movimiento en aquel polvo. Seguía una pausa cargada de tensión, y luego emergía triunfalmente una cucaracha, único ser que habría sobrevivido a la catástrofe nuclear.
 
En efecto, según los enterados, ni Rasputín tiene la resistencia de las cucarachas. El príncipe Yusupov, ya se sabe, le dio a beber a ese perverso monje un litro de cianuro; le administró medio kilo de estricnina untada en galletitas; le propinó cuatro balazos, uno de ellos en parte que no es para nombrarse, y luego arremetió contra él a puñaladas, tras de lo cual lo arrojó a uno de esos ríos rusos que salen en las canciones, el Volga, el Ochichornia, alguno de ésos. Se fue al fondo de las heladas aguas el maldecido Rasputín, pero volvió a la superficie, y le hizo al príncipe Yusupov la señal del dedo.
 
Pero me he apartado de mi historia. Vuelvo a ella. El caso es que apenas había terminado la señora de vaciar en la taza del excusado los letales vapores que antes dije, cuando sin saberlo ella fue su esposo a ese lugar a hacer lo que tenía que hacer, que no era cosa menor, sino mayor. Ocupó su asiento; encendió un cigarrillo, pues al parecer en ese sitio la gente fuma muy a gusto, y luego... Lo que luego sucedió merece párrafo aparte.
 
Luego el señor, sin moverse de donde estaba sentado, echó el cerillo dentro de la taza. El fósforo iba encendido todavía. La taza estaba llena con los vapores poderosos —y altamente inflamables— que la señora había rociado en abundancia para acabar con la tozuda cucaracha. La explosión se oyó en toda la colonia.
 
No quiero ni imaginar lo que le sucedió al señor.
 
Partes muy vulnerables de su cuerpo, anteriores y posteriores, deben haber sufrido los efectos de aquella gran conflagración. Seguramente dejó de fumar a causa de la terrífica experiencia. Ojalá no haya dejado de hacer algunas otras cosas.

Inusitado baby shower

Que le hagan un baby shower a una mamá es cosa natural, y muy frecuente. Pero que a un papá le hagan un baby shower es un insólito suceso que debe registrarse para ejemplo y memoria de las generaciones venideras.
 
Alejandro, el tercero de esos cuatro grandísimos orgullos que mis hijos son, fue feliz padre de María Ángela, que ha llenado su casa y nuestras vidas con la magnificencia de su pequeñez. Ale es maestro. Cuando llegó a su clase en la Universidad Autónoma del Noreste encontró, emocionado y sorprendido, que cada uno de sus alumnos había llevado un regalo para la recién nacida.
 
A veces la maldad humana parece abatir toda esperanza. Yo, el abuelo de esta niña que trae todavía en su mirada la visión del cielo, doy las gracias a esos maravillosos muchachos y muchachas.
 
Con ese inusitado baby shower demostraron que nada puede acabar con la bondad y el bien. Hermosos fueron todos sus regalos, pero el mejor de todos fue su amor.
 
¡Hasta mañana!...

Muchos han perdido su trabajo

“... Muchos han perdido su trabajo...”.

Dijo torciendo la boca
un gran holgazán de aquí:
“¡Qué afortunados! A mí
todavía no me toca”.

jueves, 26 de febrero de 2009

Prohibir políticos

De politica y cosas peores
 
Don Languidio, senescente caballero, echó de menos una leontina que su abuelo le había regalado. Sospechó que Cleptanís, la linda criadita de la casa, había hurtado la valiosa prenda, y buscó en la petaquilla de la joven. Ahí estaba, en efecto, la cadena de oro para el reloj de bolsillo. “Lo siento mucho, Cleptanís -le dice don Languidio a la muchacha-. Me temo que tendré que llamar a la policía”. “¡No lo haga, señor, se lo suplico! -impetra con angustia la criadita-. ¡No quiero ir a la cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y todo triste ruido hace su habitación! ¡Pídame lo que quiera, que yo me rendiré a su voluntad, cualquiera que ésta sea! ¡Todo con tal de no pisar una mazmorra, celda, calabozo, galera, trápana o prisión!”. (Nota: le faltó “ergástula”). Don Languidio, que había llegado ya a la cuaresma de la vida, conservaba todavía entre las cenizas de su edad madura algunos rescoldos de antiguo carnaval, y miró abierto el portillo por donde podría entrar a holgarse con los encantos de la moza, a quien miraba siempre con avidez de fauno. Le dijo, pues, cuál era su exigencia, y la mucama se allanó a esa torpe demanda de libídine. Mas vino a suceder que a la hora de la verdad le sucedió al pobre don Languidio lo mismo que al presidente Calderón: no pudo izar la bandera. Por más esfuerzos que hizo, y pese a que tenía junto a sí la apetecible belleza de la joven, no logró el desdichado carcamal ponerse en aptitud de gozar lo que con tanto ardor había deseado en sus vehementes fantasías. “Lo siento mucho, Cleptanís -le dice entonces don Languidio a la muchacha-. Me temo que ahora sí tendré que llamar a la policía”...
 
Yo no digo que en este país debería estar prohibida la política. Lejos de mí tan temeraria idea. De no ser por la política ¿cómo podría haber en México hombres ricos? Lo que sí digo es que los políticos deberían estar prohibidos. La verdad, nos tienen hartos ya con su incesante propaganda. Cualquier extranjero que venga a México y vea la profusa publicidad que a sí mismos se hacen esos señores en todos los medios, cuartos, tercios y demás fracciones, y los grotescos anuncios de los partidos que los encaramaron al poder, sabrá inmediatamente que se encuentra en un país subdesarrollado. No tienen los gobernantes por qué alardear de las obras que pagan con el dinero de los contribuyentes: realizar esas obras es su obligación, y no deben usar el cargo —y el erario— para promover su imagen a fin de llegar a otro cargo. Estamos cansados ya de ese incesante bombardeo de imágenes, frases hechas, dimes y diretes, promesas y jactancias. Por desgracia no hay ley que prohiba ese dispendio, pues las leyes electorales las hacen los partidos a su medida, y no tiende por tanto esa legislación a procurar el bien de México y de los mexicanos, sino a favorecer a esa nueva casta de políticos que gastan millonadas en este país pobre -en este pobre país- que México es. Y más no digo, porque se me acabó el espacio. Además estoy muy encaboronado...
 
Con dos historietillas haré bajar el telón de esta comedia, y luego me retiraré muy digno, dentro de lo posible...
 
El pirata Morgan —parche en un ojo, pata de palo, agudo gancho en lugar de mano izquierda— iba por una playa con su esposa. Andaba ahí una hermosa chica con las bubis y las pompis llenas de tafetanes y curitas. Nervioso le dice el pirata a su mujer, que lo veía con mirada de interrogación: “¡Te juro que no la conozco!”...
 
Himenia Camafría, madura señorita soltera, fue a una fiesta. Ahí un trovador cantó con mucho sentimiento aquello de: “Tengo un pájaro azul...”. “¡Pobrecillo! —exclama compadecida la señorita Himenia—. Ha de ser falta de circulación”...
 
FIN.

De esto y aquello

Presente lo tengo Yo
 
El Papa Juan XXIII, de felicísima memoria, escribió en su autobiografía:

“... Hay tres formas seguras en que un hombre se puede arruinar: el juego, las mujeres y la agricultura. Mi padre escogió la manera más aburrida de las tres: era agricultor...”.

Es cierto: quien se dedica a las labores de la tierra, tan sujetas a las condiciones del cielo, está expuesto a toda suerte de calamidades. Los manzaneros de Arteaga suelen decir que son milperos.

-¿Por qué milperos? -les preguntan-. Ustedes son fruticultores; no cultivan maíz; no tienen milpas. ¿Por qué dicen que son milperos?

-Porque ya estaba buena la manzana, pero granizó... Había flor, pero cayó la helada.... Se veía venir ya la cosecha, pero nos llegó una plaga.... Tuvimos mucha producción, pero se desplomó el precio... Mil peros hay en esto. Por eso somos milperos.

- II -

Arte sutil es el del epigrama, ese difícil género que en modo genial cultivó don Francisco Liguori, con quien compartí páginas en la revista “Siempre”. La gracia del epigrama consiste en su punzante brevedad. Lindo ejemplar de la especie es este epigrama del queretano Luis Vega y Monroy, ingenioso señor durante muchos años escribió en la Cadena García Valseca con el seudónimo “Don Luis”. Un grupo de sacerdotes católicos, holandeses, pidieron que la mujer pudiera participar en los ritos de la Iglesia, y que la obligación del celibato sacerdotal fuera anulado. Y escribió don Luis:

Con Eva en la sacristía,
y abolido el celibato,
muy pronto en cada curato
tendrá que haber guardería.

- III -

El Cronista acaba de llegar de Chihuahua. Los tarahumaras, o tarahumares, veneran una planta cuyo nombre nada más ellos deben y pueden pronunciar. Se llama “jícuri”.
Virtudes taumaturgas tiene el jícuri. Macerada y comida, la planta produce un éxtasis que dura varios días, en los cuales el venturoso que la comió tiene visiones inefables y experimenta goces del cuerpo nunca conocidos. Puesto bajo el cinturón, el jícuri protege a quien lo lleva del ataque de bestias u hombres malos. Si se le lleva a las cacerías es prenda segura de buen éxito: el venado se acercará manso al percibir su olor, y sin moverse dejará que el cazador lo mate.

El jícuri es planta pudorosa; su honestidad y recato es de doncella. Por eso no se le puede tener en la cueva o la casa, pues aunque sea de noche sus ojos verán en la oscuridad cosas que no debe mirar. Así, el jícuri se ha de guardar en la troje, dentro de un jarro o chiquihuite.
 
Planta sagrada, no se le puede perder ni robar. Si ratas o tlacuaches se la comen el negligente dueño sentirá para siempre los dientes de aquellos animales en su corazón. Si alguien que no tiene jícuri roba el del vecino, el ladrón se volverá loco a los tres meses. Para evitar esa demencia debe invitar a todos a una fiesta. Ahí declarará su robo. En desagravio, al jícuri le ofrecerá tesgüino, y aquel a quien robó la planta le dará un buey.

El jícuri es planta divina. El Padre Dios, cansado de las maldades que veía, decidió cambiar de casa: dejó la tierra y se fue al cielo. A fin de compensar su ausencia, y para hecer menor la pena de los hombres, que quedaban tan solos en el mundo, les dio el jícuri.

Color de plúmbago

Otra vez el plúmbago ha puesto en mi jardín su azul que casi no es azul.
 
Miro estas flores desvaídas y pienso si acaso han renunciado a ser azules. Parecen olvidadas de sí mismas.
 
Quizá tuvieron al principio un azul muy azul, como de mar o cielo, y se les fue esfumando, y ahora el cielo y el mar son más azules con el azul que los pálidos pétalos perdieron.
 
Yo pido al plúmbago que ya no deje ir el leve azul que aún le queda. Cuando un color se va nunca regresa. Algún pintor lo encuentra y se lo apropia. Si el azul de estas flores sigue en fuga, alguna vez el plúmbago será, como el olvido, blanco. Los ancianos dirán que la flor era azul -color de plúmbago-, y nadie les creerá.
 
¡Hasta mañana!...

Penélope Cruz tiene un cuerpo perfecto; yo no la tocaría’, declara un famoso cirujano plástico

“Penélope Cruz tiene un cuerpo perfecto; yo no la tocaría’, declara un famoso cirujano plástico”

Dice una gran tontería
este hombre tan circunspecto.
Si el cuerpo de ella es perfecto
yo sí que la tocaría.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Dolo bueno y dolo malo

De politica y cosas peores
 
Astasio llegó ayer a su casa y sorprendió a su esposa, doña Facilisa, entrepiernada en el lecho conyugal con un desconocido. Desconocido para don Astasio, pues todos los indicios denotaban que doña Facilisa tenía con el sujeto trato asiduo: le decía “Papashito”, “Negro lindo”, “Coshototas” y otras expresiones de similar jaez que implicaban confianza y familiaridad. Tal como hacía siempre, el mitrado esposo colgó en la percha su saco, su sombrero y su bufanda, y fue en seguida al chifonier donde guardaba una cierta libretita en la cual solía apuntar palabras denostosas para decirlas a su mujer cuando la hallaba así. Entró en la alcoba y le endilgó a la pecatriz este vocablo: “¡Yira!”. Dicho término se usa en Argentina y Uruguay para nombrar a la prostituta callejera. “¡Ay, Astasio! —se quejó ella—. Entiende que necesitaba aprovechar el día. Luego ya no podré hacer esto en más de un mes. ¿No sabes que mañana principia la cuaresma?”...
 
Babalucas fue a hablar con el cura de su iglesia. “¿Qué debo hacer, padre —le preguntó—, para acercarme a Dios?”. El sacerdote le aconseja: “Ora”. “Las 11 y media —responde Babalucas—. Pero ¿qué debo hacer para acercarme a Dios.”...
 
Los juristas romanos solían distinguir entre dolo bueno y dolo malo. El primero es permisible. Un comerciante puede anunciar: “¡Últimos vestidos en existencia!”, aunque tenga la bodega llena. Esa mentira a nadie perjudica. El dolo malo, en cambio, es el que causa daño a la otra parte. Si el comerciante anuncia sus vestidos diciendo que son de seda natural, y en realidad están hechos de material sintético, entonces comete un acto ilícito, ya que engaña a su cliente al venderle algo de calidad inferior a lo que ofrece, y obtiene con ese engaño un indebido lucro. A la propaganda política puede aplicarse igual criterio. Si un partido presenta a su candidato como un dechado de virtudes; el más trabajador y más honesto (“Muy pocas veces ha sido acusado de robar”); eso puede pasar, aunque el sujeto sea un perdulario. Todos sabemos que la política no es para Hermanas de la Caridad. Sin embargo, si ese partido ofrece que al llegar al poder bajará de inmediato el precio del diesel y de la gasolina, y que automáticamente elevará los salarios de todos los trabajadores, entonces ese partido incurre en falsedad, pues promete algo de imposible cumplimiento. Eso está haciendo el PRD en el Distrito Federal. Puso una profusión de anuncios espectaculares en los que ofrece aquello que bien sabe no podrá cumplir. El PRD nos tiene ya acostumbrados a sus procedimientos demagógicos. Pero cuando su demagogia toca el extremo del cinismo llega el momento de decirle en voz de pueblo: “Por favor ¡no manches!”...
 
La mamá de Facilda Lasestas le informó muy preocupada: “Hija: la gente dice que te estás acostando con tu novio”. “¡Ay, mami! —se mortifica la muchacha—. ¡No puede una acostarse con un hombre sin que las malas lenguas digan que es tu novio!”...
 
En la fiesta una invitada le comenta al atractivo caballero que tenía al lado: “Me hace usted pensar en mi tercer marido”. “¿De veras? —responde el señor—. ¿Cuántas veces se ha casado?”. Contesta la señora: “Dos”...
 
Aquella mujer de pueblo fue con un médico de la ciudad y le dijo que sentía ciertos malestares en el busto. El galeno la auscultó brevemente; le informó que no tenía nada, y luego le presentó un recibo por mil pesos. Vio la mujer esa elevada suma y preguntó la razón del alto cobro. Responde el facultativo: “Eso es lo que yo cobro por una auscultación”. “¡Carajo! —exclama ella con enojo—. ¡Qué caro sale un cachondeo cuando se llama ‘auscultación’!”...
 
FIN.

La razón de la sinrazón

Presente lo tengo Yo
 
Veo con interés, señor licenciado, que no trae en la frente la señal de ceniza que los católicos llevan este día.
 
-¡Qué observadora es usted, amiga mía! Estoy seguro de que si llevara yo en la cabeza un ganso, una sandía, o un turbante de moro con plumas de pavo real, también lo notaría usted.
 
-Favor que me hace, licenciado. Pero ¿puedo preguntarle por qué no lleva esa seña cineraria?
 
-Usted puede preguntarme cualquier cosa. Que yo le conteste ya es otro cantar.
 
-¿He cometido acaso indiscreción?
 
-Una mujer nunca es indiscreta. Mire: desde que cumplí los 18 años dejé de ir a la iglesia para que el sacerdote me impusiera la ceniza. Y vaya que en ese tiempo el saltillense que no mostraba esa señal era considerado apóstata o hereje. La gente lo veía con hostilidad, y se apartaba de él igual que de un leproso. Aun así, a tan temprana edad yo decidí no volver a llevar en la frente eso que se llamaba “desusito”, o sea la cruz dibujada con ceniza.
 
-¿Por qué decidió eso, licenciado?
 
-Se lo diré después. Primero le contaré un episodio de mi vida. Tenía yo un amigo muy querido. Era un muchacho ejemplar. Católico ferviente, oía misa y comulgaba a diario, no como nosotros, que íbamos a misa sólo los domingos y comulgábamos los primeros viernes nada más. Además mi amigo rezaba el rosario con su madre después de la merienda, e iba a la hora santa por la noche. Pertenecía a la ACJM, y llevaba siempre en el pecho una medalla de la Virgen, y un detente.
 
-Perdone mi ignorancia, licenciado. ¿Qué es un detente?
 
-Era un escapulario con la imagen del Sagrado Corazón y una inscripción, seguramente dirigida al Espíritu Maligno, que decía. “¡Detente! ¡El Corazón de Jesús está conmigo!”.
 
¿Usted no usaba detente, licenciado?
 
-Jamás lo usé. Y sin embargo el Espíritu Maligno nunca me acometió. Seguramente no merecía yo sus acometidas. Pero estamos hablando de mi amigo. Era, como le dije, un muchacho modelo; muy religioso, muy cristiano. Pensábamos que se iba a ir al seminario. Un día, sin embargo, cambió de la noche a la mañana. Dejó de ir a la iglesia; se volvió asiduo parroquiano de la cantina que estaba en los bajos del Hotel Coahuila, y todos los fines de semana se iba al Triste con las muchachas malas.
 
-Extraño cambio. ¿A qué cree usted que se debió?
 
-Él mismo nos explicó la causa de esa transformación. Un miércoles de ceniza fue a que el padre le pusiera en la frente la señal. Al imponérsela dijo el sacerdote la frase del ritual: “Memento homo quia pulvis es et in pulverem reverteris”. Esa fórmula, como usted sabe, es un eco del Génesis (3,19). Significa: “Recuerda, hombre, que polvo eres y en polvo te convertirás”. Aquellas palabras calaron hondo en el alma de mi amigo. Se dijo: “Si polvo soy y en polvo habré de convertirme, entonces gozaré la vida antes de hacerme yo también cenizas”. Y desde entonces los días se le fueron en tratos pecaminosos con hombres de mal vivir y con mujeres de la vida airada. Cuando murió repentinamente por causa de sus vicios, a muy temprana edad, el señor cura García Siller nos dijo que de seguro nuestro amigo estaba condenado al fuego eterno. Por eso dejé yo de ponerme la ceniza.
 
-¿Por qué, señor licenciado?
 
La verdad no entiendo.
 
-¿Y todavía pregunta por qué, amiga mía?
 
Porque temo que aquellas palabras que escuchó mi amigo me induzcan también a mí al libertinaje. Y, la verdad, no quiero condenarme.

¿Malbéne hereje?


Los críticos de Malbéne dicen de él que está rozando ya los límites de la herejía. En su último artículo para la revista “Iter” ese controvertido teólogo escribió lo siguiente:

“... La Iglesia exige que el pecador se arrepienta con prontitud de sus pecados, pero ella es lenta en el arrepentimiento. Sus contriciones tardan siglos. Varias centurias le tomó reconocer su error al juzgar a Galileo, y la injusticia que cometió al llamar ‘pérfidos’ a los judíos y culparlos de la muerte de Jesús. Me pregunto cuánto tiempo habrá de transcurrir antes de que la Iglesia pida perdón a sus sacerdotes por haberlos apartado de la mujer, y pida perdón a las mujeres por haberlas apartado del sacerdocio...”.

Carezco de elementos para determinar si por estas opiniones cae Malbéne en la categoría de hereje, pero sí puedo adelantar que sus palabras provocarán polémica. Ojalá ese debate sea presidido por la caridad.

¡Hasta mañana!...

Un individuo rechaza ser el padre de unos octillizos

“... Un individuo rechaza ser el padre de unos octillizos...”.

Con palabras descorteses
niega su paternidad.
“Eso —dice— no es verdad.
¡Sólo lo hice siete veces!”.

martes, 24 de febrero de 2009

Imitación de la vida

De politica y cosas peores
 
Una joven soltera fue a consultar al ginecólogo. Había sentido miedo, le dijo, pues le iban a llegar sus días, y ahora sentía pánico, pues no le habían llegado. El médico, después de examinarla, le entregó unas pastillas. “¿Son anticonceptivas?” —preguntó, esperanzada, la muchacha. “No —contesta el facultativo—. Son aspirinas. Así no le dolerá la cabeza durante el embarazo”...
 
Llegó una señora a su casa y sorprendió a su marido en el lecho conyugal con una estupenda morenaza. Al ver aquello prorrumpió en pesias, maldiciones y dicterios. “Contente, Macalota —le dice el fornicario—. Yo no me quejo cuando tú comes galletas en la cama”...
 
Pipo Lanarts, crítico de arte, escribió esto al reseñar la ceremonia de los Óscares: “Casi 80 años han pasado desde que el 16 de mayo de 1929 se llevó a cabo por primera vez la entrega del premio que luego se llamó Óscar. Esa vez la película galardonada fue ‘Wings’ (‘Alas’), todavía perteneciente al cine mudo. Los protagonistas del film fueron Clara Bow, Richard Arlen y Charles Rogers, ya olvidados; pero si uno se fija bien reconocerá a un largirucho actor de nombre Gary Cooper, y a una mujer que quiso ser actriz y que después se convirtió en una de las mayores chismosas del ambiente artístico: Hedda Hopper. Quizás el único mérito de ‘Wings’ es que contiene escenas reales de batallas aéreas de la Primera Guerra. En esa ocasión el acto de la entrega se hizo en el fastuoso Blossom Room del Hotel ‘Roosevelt’. El anfitrión fue Douglas Fairbanks. Un escogido grupo de 270 invitados pagaron 5 dólares cada uno por asistir al banquete donde el premio se entregó. Los organizadores procuraron que la ceremonia fuera solemne y elegante, pues los clérigos y las agrupaciones de padres de familia se quejaban del poco apego que Hollywood y sus artistas tenían a la moral, y los dueños de los estudios pensaron que debían poner en la industria algo de aquello que se llamaba ‘clase’. Mucho celuloide ha corrido bajo el puente desde entonces, pero los sueños fabricados en esa mágica ciudad siguen teniendo al mundo bajo su encantamiento. La noche del domingo quien esto escribe contempló hechizado el prodigioso despliegue de talento y belleza que Hollywood es capaz de presentar; el genio de sus guionistas —ahí comienza todo—; de sus directores y productores; de sus actores y actrices; de todos esos maravillosos hombres y mujeres que ponen algo de sí para que nosotros podamos ocupar una butaca y ver, con un vaso de refresco y una caja de palomitas de maíz, las espléndidas creaciones del cine, que ya no es ‘el séptimo arte’, como antes se decía, sino el mayor de nuestro tiempo, el principal. Agradezcamos, pues, a esos locos geniales —o genios en trance de locura— el don de sueños que nos entregan con sus arrebatadas existencias; miremos en la oscuridad de la sala cinematográfica esa imitación de la vida que es el cine, y salgamos luego a la luz para seguir viviendo esa copia del cine que es la vida”. Hasta aquí Pipo Lanarts...
 
En cierta playa nudista unas chicas se rieron al ver a un hombre que salía del mar. Tan extremadamente dotado por la naturaleza estaba ese individuo que al caminar por la playa iba dejando en la arena la huella de su masculinidad, a más de levantar con ella toda suerte de moluscos, tanto cefalópodos como bivalvos y gasterópodos: calamares, chipirones, almejas, mejillones, chirlas, berberechos, pequeños pulpos y otros. A las muchachas aquella desmesura corporal les llamó la atención de tal manera que no pudieron menos que soltar el trapo de la risa. Les dice el hombre con dolorido tono de reconvención: “¿Por qué se ríen de mí, alegres señoritas? ¿Acaso ignoran que con el agua fría las partes del varón se ponen más pequeñas?”...
 
FIN.

Hostia santa

Presente lo tengo Yo
 
Cuando llegó a Veracruz el primer barco que traía a México refugiados españoles, los pasajeros y tripulantes del navío se asombraron al ver en el malecón una vociferante turba de mujeres que portaban mantas y cartelones que decían: HUELGA DE TORTILLERAS.
 
Sucedió que las sufridas señoras que hacían tortillas y las vendían en el mercado decidieron ponerse en paro permanente, pues les subieron el costo de la masa sin permitirles a ellas aumentar el precio de su mercancía. Pero en España la palabra “tortillera” no servía para designar a la mujer que hace y vende tortillas —allá no hay tortillas como las de nosotros—, sino para nombrar a la mujer que gusta de tener trato sexual con otra mujer. Cuando vieron aquello de: “Huelga de tortilleras”, los españoles recién llegados se preguntaron con asombro qué motivo tenían esas mujeres para ponerse en huelga, y en qué modo o manera la iban a efectuar.
 
Un cierto amigo mío, sudamericano él, dice que lo mejor que tiene México es el taco. “El que me gusta más —añade— es el de tortilla”. La primera vez que le oí decir eso le pregunté cómo era el taco de tortilla. Jamás había oído yo hablar de él; pensé que era un invento de la nueva cocina mexicana. Me contestó: “Es una tortilla a la que le pongo sal, y luego la envuelvo igual que un taco y me la como. Pocos manjares he probado en mi vida tan sabrosos”.
 
Y vaya que las tortillas de hoy casi no son tortillas. Tortillas aquellas de mi feliz niñez, hechas con nixtamal que se llevaba al molino, y elaboradas por sapientísimas mujeres que de las palmas de sus manos sacaban aquel prodigio en forma de perfecto círculo, tan perfecto que ni siquiera Euclides habría podido trazarlo con precisión mayor.
 
Caían sobre el comal esas maravillas, y después de cocidas por un lado se inflaban mágicamente por el otro. “Como un sapito”, decíamos mientras las esperábamos, golosos, para “capearlas” —o sea recibirlas en el aire— antes de que llegaran a la canasta. Si a la tortillera se le inflaban las tortillas eso significaba, según decía la conseja, que su suegra le tenía buena voluntad. Ungidas levemente con manteca de puerco, y con añadidura de unos granitos de sal, tales tortillas tenían sabor de gloria. Comparadas con las de ahora, que se hacen en máquina con harina prefabricada de maíz, eran como maná del cielo junto a un bocado de aserrín.
 
En Sombrerete, Zacatecas, entré cierto día en una pequeña fonda. Me preguntó la muchacha que atendía a la clientela: “Sus tortillas ¿las quiere de hombre o de mujer?”. Le pregunté cuáles eran unas y cuáles otras. “Las de mujer —me explicó— son las que hacemos las mujeres. Las otras son las de tortillería”. Claro que pedí tortillas de mujer. Entiendo las exigencias de nuestro mundo actual, pero pienso que el inventor de la máquina de hacer tortillas incurrió en grave sacrilegio. Al rato se va a inventar una máquina para escribir poemas o componer canciones.
 
Un inspirado vate ramosarizpense, Fidencio Flores, le hizo una oda a la tortilla, y la llamó “hostia santa”. Cada tortilla es eso: una hostia. Con ella se ha de comulgar como con la sagrada forma. Si el pan es fruto de la tierra y del trabajo del hombre, la tortilla era algo mucho mejor: un fruto de la tierra y del trabajo de la mujer. Espero no irme de este mundo sin volver a comerme una de aquellas miríficas tortillas hechas por palmoteo de manos femeninas. Le pondré a esa tortilla un poco de mantequita de puerco, y un tenue espolvoreo de sal. La comeré como una eucaristía, y eso será una anticipación del paraíso.

Caracol

Este hombre camina por el huerto con su hijo. Cinco años tiene el niño. Sabe, por tanto, muchas cosas.

En el sendero el hombre ha visto un caracol. Alguien le dijo que los caracoles son enemigos de las plantas. Va, pues, el hombre hacia el lento caracol y lo aplasta con un rudo pisotón.

-Hazlo otra vez —le pide el niño.

-¿Quieres —pregunta con extrañeza el padre— que lo aplaste otra vez?

-No —responde el pequeño—. Quiero que hagas otra vez el caracol que acabas de aplastar.

Todos los seres y las cosas son sagrados. Hemos de contemplar con reverencia aun la más humilde forma de la vida, pues todas las criaturas tienen la majestad y el misterio de la vida. Cualquier hombre puede aplastar un caracol, pero ni aun el hombre más sabio de la tierra puede reconstruir sus sabias espirales.
 
Ante la vida detengámonos, para que la muerte se detenga.

¡Hasta mañana!...

Se visten muy bien las actrices de Hollywood

“... Se visten muy bien las actrices de Hollywood...”.

Y comentaba un actor
(no puedo decirles quién):
“Así es. Se visten muy bien.
Y se desvisten mejor”.

lunes, 23 de febrero de 2009

Aventura peligrosa

De politica y cosas peores
Afrodisio Pitongo, galán concupiscente, felicitó a Susiflor por el lindo vestido que llevaba. Pero le dijo: “Sé dónde se vería mejor”. “¿Dónde?” —preguntó inocentemente Susiflor—. Responde Afrodisio con salaz sonrisa: “En el piso de mi recámara”...
Le cuenta una señora a otra: “Estoy muy preocupada. En la escuela los niños insultan y golpean a mi hijo”. Sugiere la otra: “Que le diga al profesor”. Responde acongojada la señora: “Él es el profesor”...
Viene ahora el chiste más mamilas en lo que va del mes. Babalucas era soldado recién entrado a la milicia. Se queja con su cabo, y le dice: “Cabo: no cabo en la cama”. El hombre lo corrige: “No se dice ‘cabo’. Se dice ‘quepo’”. Y dice entonces Babalucas: “Quepo: no cabo en la cama”...
La verdad monda y lironda es que México no es un estado de derecho. Aquí la impunidad no es la excepción, sino la regla, y la administración de justicia marcha con paso testudíneo. (Permítanme un momentito. Voy a consultar el diccionario para ver qué significa esa palabra: testudíneo. “Testudíneo. Adj. Propio de la tortuga”. Gracias). Aquí la ley es letra muerta; lo mismo los poderosos que los débiles se sienten al margen o por encima de ella. Es falsa la afirmación según la cual la ley se aplica sólo a los pobres, según rezaba la sombría cuarteta que un anónimo versificador escribió en una celda de la antigua prisión de Lecumberri: 

“En este lugar maldito, / donde reina la tristeza, / no se castiga el delito: / se castiga la pobreza”. 

También los pobres evaden la ley todos los días, pues a nadie se aplica la legalidad. Ni siquiera los más salvajes pueblos del Salvaje Oeste estuvieron tan sin ley como están ahora nuestras ciudades. La vida en ellas se ha vuelto una aventura peligrosa. El Estado mexicano será sólo un remedo de estado mientras no sea un Estado de derecho...
La esposa se quejaba del constante asedio sexual de su marido. Un consejero matrimonial consiguió que el esposo redujera sus demandas: le pediría sexo a su señora únicamente en los días cuyo nombre comienza con la letra eme. Una mañana muy temprano el tipo se le acercó en la cama, muy mimoso, a su mujer. Le recuerda ella, terminante: “Prometiste que sólo haríamos esto los días con eme”. Pregunta con inocente tono el individuo: “¿Y qué no es momingo?”...
Aquel señor sospechaba que su esposa le estaba adornando la cabeza. Un día la siguió, y vio que entraba en el departamento de un sujeto que tenía fama de play boy. Al día siguiente contrató a un musculoso individuo para que irrumpiera en el pisito del lascivo galán y sacara de ahí a la señora, si era necesario por medio de la fuerza. Él esperaría afuera para reprender con severidad a la infidente. En efecto, llegaron ambos al departamento del play boy. El hombrón abrió la puerta con una violentísima patada y entró como una tromba. Se oyeron voces descompuestas, ruido de muebles que caían, y a poco salió el sujeto empujando con violencia a la mujer. La ve el señor que estaba afuera y le dice con desconcierto al individuo: “Oiga, esa mujer no es mi esposa”. “¡Pero es la mía!” —contesta hecho una furia el tipo...
Galateo, el lechero del barrio, se quejaba amargamente: “Esta recesión me está perjudicando mucho”. Le pregunta alguien: “¿Vendes ahora menos leche que antes?”. “No —contesta Galateo—. Pero con la recesión hay crisis económica. Con la crisis económica hay desempleo. Con el desempleo más maridos están en su casa. ¡Y eso me perjudica mucho!”...
Solicia Sinpitier, madura señorita soltera, recibió una llamada telefónica en su casa. El que llamaba era el director del manicomio local. “Señorita Sinpitier —le dice—. Llamo para avisarle que se nos escapó un maniático sexual”. “Sí —responde Solicia—. Mañana se los llevo”...
FIN.

Alvarado

Presente lo tengo Yo
 
Tengo a mucha honra pertenecer a la Academia Alvaradeña de la Lengua. El diploma donde consta mi ingreso a esa corporación está firmado por Salvador Novo, Camilo José Cela y Armando Jiménez, el autor de “Picardía Mexicana”.

Dicha agrupación la integran escritores que usan en sus textos el habla popular con toda su carga de genio, ingenio y palabras de esas a las que llaman “malas”, pero que son tan buenas como la otras, y en ocasiones aún más útiles. La Academia lleva el calificativo de “Alvaradeña” porque ya se sabe que en Alvarado, Veracruz, es donde esas palabras tienen mayor uso.

Se cuenta que al consulado mexicano de cierta ciudad de Europa llegó un tipo y dijo que le habían robado la cartera. Necesitaba dinero para volver a México.

-Pregúntele de dónde es —le pidió el cónsul a su secretaria.

-Dice es de Alvarado —averiguó ella—, pero no tiene tipo de veracruzano.

-Dígale que no hay dinero.

A poco volvió la muchacha.

-¿Qué dijo el hombre? —le preguntó el cónsul.
-Entre otras muchas palabras que no puedo repetir dijo que vaya usted a tiznar a su madre.
-Déle el dinero. Es de Alvarado.

En cierta ocasión asistí en Alvarado a un concurso de maldiciones. Los concursantes eran pericos cuyos dueños los entrenaban para decir el riquísimo catálogo de dicterios con que cuenta el idioma nacional. La ganadora fue una cotorrita que recitó, una tras otra, 32 maldiciones, desde “pendejo” —vocablo que pronunciaba “pindeho”— hasta la relativa a la mamá, con todas sus variaciones. Inteligente pájaro, no cabe duda. Si se pudiera cruzaría yo a esa periquita con un palomo mensajero. ¡Qué buenos recados mandaría a cierta gente que me sé!

En Alvarado la expresión “hijo de puta” se usa con toda naturalidad, y no tiene carácter ofensivo. Se dice allá “un hijo de puta” como decimos acá “un fulano”. Me cuenta un buen amigo que en la plaza de Alvarado un muchacho le pidió a un bolerito que le lustrara el calzado. Al terminar la operación el muchacho le dijo al chiquillo que el dinero se lo pagaría su mamá, una señora que estaba en la banca de al lado.

Fue el chamaco y le preguntó a la señora:
-Oiga: ¿usté es la mamá de ese hijo de puta?
La expresión “hideputa” es de rancia estirpe castellana. Recuerdo un par de versos en una comedia de Juan del Encina, versos de vituperio y maldición: “... ¡Hideputa avillanado, / grosero, lanudo, brusco!...”. Cervantes afirmaba que ese término era tan de uso común que no debía vedarse. Aun a veces, declaró por boca de Sancho, entraña admiración: “-¡Hideputa, y qué bien combate!”.

Ahora está de moda poner maldiciones en las notas periodísticas. Yo digo que esas palabras son como los desnudos en el cine: no se han de prohibir, pero sólo deben usarse si son necesarios. Aquel campesino se negó a venderle su mula al señor cura. Le explicó:
-Padrecito: no tiene usted el vocabulario que se necesita para hacerla andar.

La verdad es que no hay “malas palabras”. Toda palabra, por el sólo hecho de existir, es buena, y tiene su razón de ser. Una señorita soltera se quejó con el dueño de la farmacia: su dependiente había sido grosero con ella.
-No fui grosero —se defiende el muchacho—. La señorita me preguntó dónde debía ponerse el supositorio, y yo lo único que hice fue decírselo.

(OJO, redacción: Dice “Juan del Encina”, no “Juan de la Encina”. Gracias).

Historias del señor pérez y de su trágica lucha contra La Burocracia

El Funcionario del Estado llamó al señor pérez y le ordenó:
-Dirígete a la Ventanilla A.Obedeció el señor pérez.
En la Ventanilla A encontró al mismo Funcionario, que le dijo:
-Preséntate en la Ventanilla B.
El señor pérez acató la orden.
En la Ventanilla B halló de nuevo al Funcionario, que le ordenó ahora:
-Ve a la Ventanilla C. En la Ventanilla C el mismo Funcionario le ordenó al señor pérez que fuera a la Ventanilla D.
Y así sucesivamente, hasta que el señor pérez llegó a la Ventanilla Z.
Harto ya de ir a tantas Ventanillas, exclamó con desesperación:
-¡Éste es el cuento de nunca acabar!
Apenas acababa de decir eso cuando el Funcionario del Estado le ordenó:
-Dirígete a la Ventanilla A.
¡Hasta mañana!...

Un marido demandó al cirujano que le agrandó el busto a su señora

“... Un marido demandó al cirujano que le agrandó el busto a su señora...”.

Esa demanda te explicas
si la noticia has leído.
Al parecer el marido
tiene las manos muy chicas.

domingo, 22 de febrero de 2009

El octavo

De politica y cosas peores
 
La lección trataba de los tiempos del verbo. Les pide a los niños la maestra: “-Díganme en qué tiempo está el verbo en la siguiente frase: ‘-Esto no debió haber sucedido’”. Responde sin vacilar Pepito: “-¡En preservativo imperfecto, maestra!”...
 
Himenia, madura señorita soltera, está en el consultorio del médico joven, simpático y apuesto. El doctor le pide que se desvista para revisarla. Poco después entra y le pregunta: “-¿Ya se desvistió, señorita Himenia?”. “-Sí, doctor —responde ella tímidamente—. ¿Y usted?”...
 
Un amigo encuentra en la calle a Babalucas. “-¡Quihubo Babalucas! —lo saluda con singular afecto—. ¡Tenía mucho tiempo de no verte! ¿A qué te dedicas ahora?”. Responde muy serio Babalucas: “-Compro huevos a 3 pesos cada uno, los echo en agua hirviendo y luego vendo huevos duros a 3 pesos cada uno”. El amigo se desconcierta. “-No entiendo —dice—. Compras huevos a 3 pesos, los haces duros y luego los vendes otra vez a 3 pesos. ¿Qué ganancia te queda”. “-¡Cómo que qué me queda! —exclama con energía Babalucas—. ¿Y luego el caldo?”...
 
En el bar un señor se molestó al ver que el sujeto sentado al lado suyo comenzaba a tomar del vaso en que él bebía. “-Perdone, caballero —dice el abusón—. Confundí su bebida con la mía”. Al rato el tipo empieza a fumarse el cigarro que el señor acababa de encender. “-Disculpe —repite—. Creí que era mi cigarro”. Cuando se levanta para irse toma el portafolios del señor. “-Perdone otra vez —se justifica cuando éste le reclama—. Pensé que era el mío”. “-¡Carajo! —estalla el señor—. ¡Qué bueno que no sabes dónde vivo, caón!”...
 
Empezaba a clarear la luz del día después de la agitada noche de bodas. El joven marido se aplicó al deliquio de la madrugada, el cual, según los entendidos es uno de los más deleitosos de cuantos puede haber. A la mitad del amoroso trance exclama extática su mujercita: “-¡Te amo, Enrique!”. “-Oye —se interrumpe el muchacho—. Yo no me llamo Enrique”. “-Ya lo sé —replica ella—. Pero pensé en el nombre porque este es el octavo”...No le entendí)...
 
Solsticia Sinpitier, madura señorita soltera, le dice al guapo joven en la fiesta: “-¿Qué edad me calcula?”. Responde el muchacho: “-A juzgar por el brillo de sus ojos, 26 años. Tomando en cuenta la tersura de su piel, 25. Viendo sus manos, 22…”. “-¡Caramba! —sonríe halagada la señorita Sinpitier—. ¡Qué amable!”. “-Espere —replica el joven—. Todavía no hago la suma...
 
Mr. Cuckold, señor americano de ya madura edad, aguardaba nerviosamente en la sala de espera de la maternidad. Llega una enfermera y le dice: “Su esposa dio a luz un hombrecito”. “¡Ah! —exclama muy orgulloso Mr. Cuckold—. ¡Eso les mostrará a mis amigos que puede haber nieve en mi tejado, pero en mi chimenea todavía hay fuego!”. “Pues haga limpiar la chimenea —le dice la enfermera—, porque el niño salió negrito”...
 
Iba una señora en una vagoneta. Con ella viajaban 12 niños. Inadvertidamente la conductora se pasó una señal de alto. La detiene un oficial de tránsito y le pregunta: “Señora: ¿no sabe cuándo se debe detener?”. Responde ella, confusa: “-Cuatro de ellos no son míos’’...
 
Pirulina tuvo una cita con Afrodisio Grandpitier, galán que gozaba de mucha fama por su fogosidad. Cuando regresó, su compañera de cuarto le pidió muy interesada: “Siéntate y cuéntame todos los detalles de tu cita con Afrodisio”. “No puedo” —respondió Pirulina—. “¿No puedes contarme lo que pasó?” —se extraña la amiga—. “No, —replica Pirulina con voz feble—. No puedo sentarme”...
 
FIN.

El recuerdo. ¿Se necesita más?

Presente lo tengo Yo
 
Por entre las cortinas del recuerdo asoma la amabilísima visión de un Saltillo con el encanto de las cosas idas que evoco en el tranco de una sola parrafada. El policía nocturno, con su farol y su silbato. Nos recuerda al sereno y al gendarme de “La Verbena de la Paloma”: “Pus si yo toco el pito, se acaba la función”. Amables policías que no podían trabar amistad con nadie para no perder su independencia: por reglamento debían conducirse “con la mayor moderación, aunque con dignidad y energía”, como si llevaran la macana en una mano y el Carreño en la otra. Las campanas de las iglesias, que anunciaban con permiso expreso de la ley el Angelus, y tocaban a rebato para llamar a los ciudadanos a combatir un incendio. Saltillenses que traían la música por dentro, y por fuera también, pues poseían un amplio surtido de músicas: “vítores, serenatas, alboradas, gallos”, que vaya usted a saber qué diferencia habría. Cosas cuyo conocimiento nos asombra, como esos bailes llamados velorios en que los participantes bailaban valses, polkas y redovas al lado del cuerpecito muerto de un infante. Prohibición terminante de “ensuciarse” en la vía pública. (“Oiga, eso no se puede hacer aquí”. “Pos yo ya estoy pudiendo”. “Voy a dar parte a la autoridad”. “Si quiere désela toda”). Arrieros, cocheros, sotas, cargadores, herreros, carroceros, aguadores, hortelanos, campaneros, carretoneros, todo un desfile de personajes idos para siempre, como desaparecieron después el vareador de lana, y el afilador de María Enriqueta, que viene tocando su caramillo, y el apaleador de nogales, y el capador de gatos, y el tejedor de tule, y tantos y tantos tipos más que eran parte de la vida en Saltillo y que se fueron ya. Podemos imaginar a los niños, jugando a la pelota y la rayuela en las esquinas, o “coleándose” de los coches, que así se llamaba a colgarse de la parte posterior de los cochecitos de caballos, y yo todavía alcancé a hacerlo y a sentir la honda emoción deliciosa de la aventura prohibida, con el riesgo de recibir en el lomo o las costillas la caricia del exactísimo “chicote” del cochero, que manejaba su látigo con funesta puntería de Guillermo Tell. Niños que hacían volar sus “papelotes” (papalotes decíamos nosotros) desde las azoteas de las casas, o en la amplitud de la plaza sin árboles ni fuente, y por eso amenazados con una multa de 25 centavos por un legislador draconiano que se había olvidado de que alguna vez fue niño. Saltillo de 1886 que se dormía al toque de oración y despertaba con las luces primeras de la aurora; que vivía al ritmo lento del paso de los viejos jamelgos por las calles; donde el café-restorán era visto por los honrados vecinos con los mismos ojos de suspicacia con que se ven ahora las cantinas y los billares de barriada. De todo eso ¿algo nos queda o todo se hizo polvo, cenizas, sombra, nada, como el poeta dijo? Podemos al menos correr las cortinas del vasto salón de las memorias, y en una tibia penumbra evocar aquella ciudad pequeña de nuestros abuelos. Jamás los muertos entierran a sus muertos. Nosotros seguimos velando en los aposentos del corazón del cuerpo tibio de aquel Saltillo párvulo, el Saltillo de nuestros padres y nuestros abuelos.

Historias de la creación del mundo

Adán y Eva fueron a ver el rosal, que tenía aromadas rosas.

Fueron a ver el peral, que tenía verde follaje y lindas peras.

Y fueron a ver el panal, que tenía dulcísima miel.

Pero no fueron a ver el nopal, que tenía sólo ásperas pencas y espinas aguzadas.

-Señor —dijo el nopal muy triste a Dios—. El hombre y la mujer van a ver a todas las criaturas, menos a mí. Dame algo que haga que vengan también conmigo.

El Señor no resiste casi nunca los ruegos de sus criaturas, por más que sabe que muchas veces les hace más mal que bien lograr lo que desean. Así, dio al nopal tunas sabrosas. Y en efecto, Adán y Eva fueron a verlo y comieron del rico fruto que ahora daba. Pero después se alejaron y no volvieron ya.

-¿Por qué, Señor?

 —preguntaba el nopal con aflicción—.

Fue entonces cuando el Augusto dijo la famosa frase que inexplicablemente no recogió el Génesis, pero que es una verdad como la Biblia:
 
-“Al nopal lo van a ver...”. Y lo demás.

¡Hasta mañana!...


La creciente falta de huevo en la dieta del mexicano, puede restar vigor y entereza a las nuevas generaciones

“... La creciente falta de huevo en la dieta del mexicano, puede restar vigor y entereza a las nuevas generaciones...”.

De decir no tengo empacho
por medio de este conducto,
que si falta aquel producto
se nos quitará lo macho.

sábado, 21 de febrero de 2009

Partida secreta

De politica y cosas peores
 
Doña Facilisa fue a confesarse con el padre Arsilio. “Me acuso, padre —le dice— de que he engañado a mi marido”. Pregunta el buen sacerdote: “¿Cuántas veces”. Luego de un largo silencio inquiere Facilisa: “¿Tiene usted una calculadora”...
 
La linda maestra de Inglés le indica a Pepito: “Has terminado el primer curso. No tengo ya nada qué enseñarte”. Responde el precoz niño: “¿Puedo hacerle algunas sugerencias”...
 
La abuelita de Pirulina le daba sabios consejos. “Lo que debes hacer, hijita —le recomendaba--, es buscarte ya un hombre que te convenga”. “Lo estoy buscando, abuela —le asegura Pirulina--. Pero mientras tanto me divierto con hombres que no me convienen”...
 
Don Languidio tuvo trato de fornicio con una ávida muchacha que hacía comercio con su cuerpo. Al final del apurado trance le dice la codiciosa pecatriz a don Languidio, pensando en el dinero que éste le pagaba: “¿Cuándo lo haremos otra vez? Dígame el día”. Responde con voz feble el veterano: “Mejor te digo el año”...
 
Cosa de Perogrullo es señalar que la República es la cosa pública. Eso equivale a decir que pertenece a todos. Resulta contrasentido, entonces, que en una república haya partidas secretas. Es como si en un convento de trapenses hubiese una radiola. Ciertamente durante 70 años todo el erario estuvo a disposición del Presidente en turno, que tenía en el presupuesto nacional una enorme partida secreta de la cual podía disponer conforme a su voluntad omnímoda. Se supone, sin embargo, que la democracia ha de ser luz y pureza, pureza y luz, como el cristal de roca. Y se supone también que vivimos ya tiempos democráticos. La transparencia es entonces requisito sine qua non —y deje usted sine qua non: absolutamente indispensable— del buen manejo de los fondos públicos. Esa transparencia ha de extenderse a otros entes, como los sindicatos, que copiaron todos los vicios y corrupciones del aparato oficial, y los magnificaron. La democracia no ha llegado todavía a esas organizaciones. Mantienen sin cambio alguno la misma estructura que tenían en la época del PRI. Obligar por ley a los sempiternos líderes de esos sindicatos a rendir cuentas a sus agremiados es exigencia que ya no se puede postergar, y es también un paso muy importante en la urgente tarea de democratizar el sindicalismo mexicano, tan sujeto aún a las ataduras de antes...
 
¡Hoy! ¡Sí, hoy a las 6 de la tarde, en el Salón de Actos del Palacio de Minería, presentaré en la Feria del Libro mi más reciente obra: “La Otra Historia de México. Hidalgo e Iturbide: la gloria y el olvido”. Contaré anécdotas tan inverosímiles que parecen verdaderas; citaré datos estremecedores sobre los héroes que nos dieron Patria; diré cosas que siempre nos ocultó la mentirosa historia oficialista, y coincidiré contigo en el común amor a México, al que no puede dañar nunca la verdad. Te espero a ti, que perteneces al grupo de mis cuatro lectores queridísimos, para darte las gracias por tu afecto y tu amistad...
 
Desde lo alto del puente que cruzaba el río dos jactanciosos individuos estaban haciendo una necesidad menor. Dice uno de los presuntuosos tipos: “¡Qué frío está el río!”. Replica el otro: “Deja lo frío. ¡Qué hondo!”. (No le entendí)...
 
El viajero llegó a un país de Oriente, y el Primer Ministro le mostró cosas relacionadas con el sistema de justicia. Al visitante le llamó la atención ver una guillotina pequeñita, tan pequeña que cabía en una mano. “¿Por qué es tan pequeña esa guillotina
” —preguntó—. “La usamos para los violadores —explica el funcionario—. La Comisión de Derechos Humanos nos prohibió decapitarlos”... (Tampoco le entendí)...
 
FIN.

El ejemplo de los AA

Presente lo tengo Yo
 
Un cierto individuo, nuevo rico, fue invitado a una cena de gran gala por una dama de la alta sociedad. Se preocupó mucho aquel sujeto, porque la cena era de parejas, y su esposa no tenía ningún roce social. Todos los demás roces ya los había tenido, pero ése le faltaba. Así, antes de entrar en la elegante mansión amonestó a la señora. Le dijo:

-Si tienes duda acerca de cómo debes comportarte, disimula, mujer, disimula.
Sentados ya a la mesa lo primero que hizo ella fue tomar la servilleta, con la cual se sonó en forma muy sonora la nariz. En voz baja le dice su marido, preocupado:

-¡Disimula, mujer, disimula!

Se sirvió la sopa. Ella tomó el plato con ambas manos, se lo llevó a la boca y empezó a sorber ruidosamente. Aquélla era la mejor sopa que los invitados habían... escuchado. Y el hombre, nerviosísimo:

-¡Disimula, mujer, disimula!

A la mitad de la cena la señora se puso a rascarse la cabeza en modo tal que todos los invitados lo notaron. Le dice su marido, ya al borde del colapso:

-¡Disimula, mujer, disimula!

Y le responde ella con enojo:

-¡Estoy disimulando! ¡No es aquí donde tengo la comezón!

Yo les pido a mis amigas y amigos de Alcohólicos Anónimos que disimulen también. Disimulen, por favor, el hecho de que no pude atender la amable invitación que me hicieron para estar en su junta regional. Ocupaciones menos importantes me impidieron disfrutar su compañía como otras veces lo he hecho. Quiero decirles, sin embargo, por este medio, que admiro a quienes forman parte de su ejemplar asociación. Son ustedes hombres y mujeres que han vencido al más tremendo enemigo que cualquier ser humano puede llegar a tener: él mismo. No consiguieron ese triunfo solos: volvieron la vista a Aquél que todo lo puede, y entregándole su debilidad consiguieron esa fuerza por la cual salieron vencedores.

Ustedes saben que cada día es un combate nuevo, pero saben también que en esa lucha no están solos. Todos sus seres queridos están con ustedes, y con ustedes está, sobre todo, el infinito amor de un Padre que quiere lo mejor para sus hijos, y que los acompaña en el camino.

Les expreso mi admiración y mi cariño. Deseo que cada día sea para ustedes una nueva conquista. El mejor regalo que pueden hacer a su familia, a sus amigos, a todos aquellos que los quieren, es el regalo de sí mismos, convertidos en personas nuevas, libres ya de las ataduras que ayer los sujetaron. La vida se abre ante nuestros ojos igual que una promesa. Cada día es un regalo que debemos agradecer a quien nos creó. Así, con agradecimiento, y llenos de confianza, vivamos nuestra vida, y hagamos de ella un regalo de felicidad para aquellos a quienes amamos y que nos dan, todos los días, el don precioso de su amor.

El canto de la tórtola

Canta una tórtola a lo lejos. Su canto es triste, tan triste que la mañana tiene melancolías de bruma.
 
¿Por qué es doliente el canto de la tórtola?
 
Parece queja de enamorada sin amor. El sol se ha ido para no escucharla. Yo desperté con alegría en el alma, porque el sueño me trajo sueños de cosas idas que jamás se van; pero la voz desconsolada de la tórtola puso aflicción en mí, y ahora ando perdido en los vacíos aposentos de la tristeza.
 
Y sin embargo no quiero que calle esta ave congojosa. Cada quién su tristeza, digo yo. Escucharé su cuitada melodía como quien oye un nocturno de Chopin, y añadiré a su partitura una pequeña nota en mí menor. Mañana será otro día. Cantará otra ave más alegre. A oírla vendrá el sol, y la elegía de la tórtola será un recuerdo que me traerá recuerdos de cosas idas que jamás se van.

¡Hasta mañana!...

Prepara el Congreso una reforma anticrisis

“... Prepara el Congreso una reforma anticrisis...”.

Yo no sé qué sea eso,
pues la nota no lo informa.
Será mejor la reforma
si la hacen anticongreso.