Presente lo tengo Yo
Raras costumbres se ven en todas partes, y las tenemos todos. Hay
incluso quienes tienen la rara costumbre de no tener una costumbre rara.
Don Chalo tenía la extraña costumbre de comprarse una frazada cada año.
La compraba tan pronto los primeros fríos del otoño caían sobre la
región, y de un color diferente cada vez: este año, roja; el próximo,
amarilla; el siguiente, azul...
Con esa frazada don Chalo se
cubría por las noches en el menguado catre en que dormía su sueño de
solterón empedernido. Luego, durante el día, se enredaba en ella cuando
salía de su pequeña casa. A falta de otro abrigo andaba con su frazada,
cosa que no era rara en esos lares, sino muy común. Tales frazadas eran
cobija por la noche y chamarra, abrigo, chaqueta, suéter, bufanda y todo
lo demás durante el día.
Pero ésa es otra historia. Volviendo a
la mía diré que don Chalo tenía otra costumbre, a más de la de comprar
cobija cada año. Esa otra costumbre consistía en vender la tal cobija
tan pronto pasaba la temporada de los fríos. Pensaba que si la guardaba
para volverla a usar en el invierno próximo la frazada se le iba a
llenar de insectos perniciosos que le harían grandes agujeros (a la
cobija, no a él); o formarían en ella sus nidos, y ahí se multiplicarían
como en cómplice jungla protectora.
Movido por ese pensamiento
que no dejaba de ser razonable, y aun prudente, don Chalo sacaba a la
venta su frazada cuando las golondrinas anunciaban el regreso de la
primavera con sus vuelos en torno de la torre del templo parroquial.
Realizaba
la venta de la frazada a mitad de precio, desde luego. Consideraba que
la otra mitad era una especie de alquiler que había pagado por el uso de
la prenda. Si Mister Hertz inventó eso de “Rent-a-car”, don Chalo puede
ser considerado el inventor de “Rent-a-blanket”, procedimiento que
ciertamente tiene mérito, si bien se le analiza. Tiempo llegará en que
nadie quiera ser propietario ya de nada, por las responsabilidades que
el derecho de propiedad lleva consigo. “El que tiene tierra tiene
guerra”, afirma un antiquísimo proverbio. Pero el que renta tierra vive
en perpetua paz, pues puede salirse de ella al término del
arrendamiento.
Lo mismo puede decirse del amor. Hay quienes
piensan que rentado sale muchísimo más barato que cuando se quiere tener
en propiedad. Yo no comparto ese criterio. Creo que el amor no se
compra con dinero, sobre todo cuando el dinero es poco. Tampoco se puede
rentar, opino yo. El amor se da, simplemente, o se recibe, y en ese dar
y recibir no intervienen las cuestiones crematísticas, o sea las
pertenecientes a la economía. El amor es gratuito o no es amor.
Sin
embargo éstas son divagaciones. Y en ellas se me ha ido el espacio.
Sólo para eso sirven las divagaciones: para acabar espacios. Quien tenga
poco espacio no debería divagar. Mañana continuaré la historia de don
Chalo y su cobija, y la remataré. La historia y la cobija.
(Seguirá).
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