martes, 3 de marzo de 2009

Las dos mitades (II)

Presente lo tengo Yo
 
Raras costumbres se ven en todas partes, y las tenemos todos. Hay incluso quienes tienen la rara costumbre de no tener una costumbre rara. Don Chalo tenía la extraña costumbre de comprarse una frazada cada año. La compraba tan pronto los primeros fríos del otoño caían sobre la región, y de un color diferente cada vez: este año, roja; el próximo, amarilla; el siguiente, azul...

Con esa frazada don Chalo se cubría por las noches en el menguado catre en que dormía su sueño de solterón empedernido. Luego, durante el día, se enredaba en ella cuando salía de su pequeña casa. A falta de otro abrigo andaba con su frazada, cosa que no era rara en esos lares, sino muy común. Tales frazadas eran cobija por la noche y chamarra, abrigo, chaqueta, suéter, bufanda y todo lo demás durante el día.

Pero ésa es otra historia. Volviendo a la mía diré que don Chalo tenía otra costumbre, a más de la de comprar cobija cada año. Esa otra costumbre consistía en vender la tal cobija tan pronto pasaba la temporada de los fríos. Pensaba que si la guardaba para volverla a usar en el invierno próximo la frazada se le iba a llenar de insectos perniciosos que le harían grandes agujeros (a la cobija, no a él); o formarían en ella sus nidos, y ahí se multiplicarían como en cómplice jungla protectora.

Movido por ese pensamiento que no dejaba de ser razonable, y aun prudente, don Chalo sacaba a la venta su frazada cuando las golondrinas anunciaban el regreso de la primavera con sus vuelos en torno de la torre del templo parroquial.

Realizaba la venta de la frazada a mitad de precio, desde luego. Consideraba que la otra mitad era una especie de alquiler que había pagado por el uso de la prenda. Si Mister Hertz inventó eso de “Rent-a-car”, don Chalo puede ser considerado el inventor de “Rent-a-blanket”, procedimiento que ciertamente tiene mérito, si bien se le analiza. Tiempo llegará en que nadie quiera ser propietario ya de nada, por las responsabilidades que el derecho de propiedad lleva consigo. “El que tiene tierra tiene guerra”, afirma un antiquísimo proverbio. Pero el que renta tierra vive en perpetua paz, pues puede salirse de ella al término del arrendamiento.

Lo mismo puede decirse del amor. Hay quienes piensan que rentado sale muchísimo más barato que cuando se quiere tener en propiedad. Yo no comparto ese criterio. Creo que el amor no se compra con dinero, sobre todo cuando el dinero es poco. Tampoco se puede rentar, opino yo. El amor se da, simplemente, o se recibe, y en ese dar y recibir no intervienen las cuestiones crematísticas, o sea las pertenecientes a la economía. El amor es gratuito o no es amor. 

Sin embargo éstas son divagaciones. Y en ellas se me ha ido el espacio. Sólo para eso sirven las divagaciones: para acabar espacios. Quien tenga poco espacio no debería divagar. Mañana continuaré la historia de don Chalo y su cobija, y la remataré. La historia y la cobija. 

(Seguirá).

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