viernes, 1 de febrero de 2013

¡No manches!

De politica y cosas peores

El odontólogo estaba en trance de fornicio con una lindísima paciente, y en ese momento irrumpió en el consultorio su mujer. Al día siguiente el periódico local publicó la noticia: “Dentista sorprendido por su esposa cuando llenaba la cavidad equivocada”…

Al terminar la comida don Chinguetas encendió un cigarrillo y le dio una ávida fumada. “¡Primero de febrero al fin! —dijo muy contento—. ¡Creo que mi propósito de Año Nuevo ya duró lo suficiente!”…

Babalucas se dispuso a gozar los deliquios de amor con Pirulina. Ella le musitó al oído: “¿No vas a usar alguna protección?”. Fue el badulaque y se puso su casco de futbol americano…

Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, le dijo a su mujer: “Creo que nunca podré olvidar el día en que te conocí”. “¡Ay!” –se emocionó ella, conmovida. “Pero seguiré intentándolo” –remató el canalla…

Tres excursionistas se vieron precisados a pernoctar en una cabaña que tenía una sola cama. Al día siguiente dos de ellos amanecieron con sus partes de varón adoloridas. El que había dormido en medio les comentó: “Tuve un extraño sueño. Toda la noche soñé que estaba esquiando”…

“No manches”, dicen los muchachos. Y no lo dicen por mala educación, sino por buena: la frase es eufemismo para disimular otra expresión más ruda: “No mames”. Tampoco ésta dicción es en verdad tan fuerte: la palabra “mamón” designa a aquel que aún está mamando la leche materna. Al pedirle a alguien que no mame se le está exhortando a no ser tan bobalicón o simple como un crío en lactancia todavía. Sucede, sin embargo, que esas palabras son equívocas, por su connotación sexual, y entonces se disfrazan recurriendo al circunloquio supradicho: “No manches”. Lo usó con tino López Obrador al referirse al dictamen de la Comisión Fiscalizadora del Instituto Federal Electoral según el cual AMLO fue el único candidato a la Presidencia que se excedió en sus gastos de campaña. Tal dictamen se antojó tan dudoso, extravagante, inverosímil, disparatado, absurdo, exótico, increíble, improbable y peregrino (no necesariamente en ese orden) que dio lugar no sólo a desatadas críticas, sino también a gran copia de chocarrerías, entre ellas la de López Obrador: “No manchen”. Quizá por eso el IFE reculó. Eso se oye muy feo. Diré mejor: ció. Eso nadie lo entenderá, ni yo. Diré más bien: se patraseó. Eso parece vulgarismo. Diré entonces: dio marcha atrás, retrocedió. Acordaron los consejeros, en efecto —y acordaron bien—, postergar una semana el debate sobre la eventual multa al Movimiento Progresista. Esperemos que tal aplazamiento favorezca los criterios de legalidad, equidad e imparcialidad que deben presidir las decisiones de ese Instituto tan cuestionado y puesto en solfa últimamente…

Sonó el timbre de la puerta, y la señora de la casa abrió. Quien llamaba era un compadre de su esposo. “Mi marido no está” –le informó al hombre. “Ya lo sé, comadrita —dijo el tipo—. Precisamente esperé a que se marchara. Es con usted con la que quiero hablar”. Ella, extrañada pero curiosa, lo invitó a pasar. En la sala le dijo el visitante, sin preámbulos: “Comadre: usted me gusta mucho. Le ofrezco 10 mil dólares si me deja gozar de sus encantos”. “¡Compadre! —exclamó ella—. ¡Es usted un grosero, un insolente, un atrevido! Los 10 mil dólares ¿serían en efectivo o en cheque?”. “Como usted quiera, comadrita —replicó el oferente— Se los puedo dar también en pagarés, letras de cambio, IOUs, cheques de viajero, títulos de la renta pública, acciones quirografarias o Bonos del Ahorro Nacional”. La mujer empezó a aducir la fe que a su marido había jurado al desposarlo; su virtud y decencia de casada; su nunca mancillado honor, pero mientras así moralizaba iba pensando en todo lo que podría comprarse con aquella cantidad. Suspiró entonces y dijo: “Que sea en efectivo, compadre, si me hace usted favor”. Fueron a la alcoba, pues, y ahí empezó a tener efecto aquella irregular concertación. El compadre, mientras se refocilaba cumplidamente, decía una y otra vez: “¡Dios mío! ¡Dios mío!”. Eso llamó mucho la atención de la señora, pues su marido lo único que solía decir en tales ocasiones era: “¡Mpf! ¡Mpf!”. Le preguntó al ilícito amador: “¿Por qué invoca usted, compadre, al Supremo Hacedor?”. Sin responder a la pregunta repitió el sujeto: “¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿De dónde voy a sacar los 10 mil dólares?”…

FIN.

No hay comentarios: