De politica y cosas peores
El odontólogo estaba en trance de fornicio con una lindísima paciente, y
en ese momento irrumpió en el consultorio su mujer. Al día siguiente el
periódico local publicó la noticia: “Dentista sorprendido por su esposa
cuando llenaba la cavidad equivocada”…
Al terminar la comida don
Chinguetas encendió un cigarrillo y le dio una ávida fumada. “¡Primero
de febrero al fin! —dijo muy contento—. ¡Creo que mi propósito de Año
Nuevo ya duró lo suficiente!”…
Babalucas se dispuso a gozar los
deliquios de amor con Pirulina. Ella le musitó al oído: “¿No vas a usar
alguna protección?”. Fue el badulaque y se puso su casco de futbol
americano…
Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, le dijo a su mujer:
“Creo que nunca podré olvidar el día en que te conocí”. “¡Ay!” –se
emocionó ella, conmovida. “Pero seguiré intentándolo” –remató el
canalla…
Tres excursionistas se vieron precisados a pernoctar en una
cabaña que tenía una sola cama. Al día siguiente dos de ellos
amanecieron con sus partes de varón adoloridas. El que había dormido en
medio les comentó: “Tuve un extraño sueño. Toda la noche soñé que estaba
esquiando”…
“No manches”, dicen los muchachos. Y no lo dicen por mala
educación, sino por buena: la frase es eufemismo para disimular otra
expresión más ruda: “No mames”. Tampoco ésta dicción es en verdad tan
fuerte: la palabra “mamón” designa a aquel que aún está mamando la leche
materna. Al pedirle a alguien que no mame se le está exhortando a no
ser tan bobalicón o simple como un crío en lactancia todavía. Sucede,
sin embargo, que esas palabras son equívocas, por su connotación sexual,
y entonces se disfrazan recurriendo al circunloquio supradicho: “No
manches”. Lo usó con tino López Obrador al referirse al dictamen de la
Comisión Fiscalizadora del Instituto Federal Electoral según el cual
AMLO fue el único candidato a la Presidencia que se excedió en sus
gastos de campaña. Tal dictamen se antojó tan dudoso, extravagante,
inverosímil, disparatado, absurdo, exótico, increíble, improbable y
peregrino (no necesariamente en ese orden) que dio lugar no sólo a
desatadas críticas, sino también a gran copia de chocarrerías, entre
ellas la de López Obrador: “No manchen”. Quizá por eso el IFE reculó.
Eso se oye muy feo. Diré mejor: ció. Eso nadie lo entenderá, ni yo. Diré
más bien: se patraseó. Eso parece vulgarismo. Diré entonces: dio marcha
atrás, retrocedió. Acordaron los consejeros, en efecto —y acordaron
bien—, postergar una semana el debate sobre la eventual multa al
Movimiento Progresista. Esperemos que tal aplazamiento favorezca los
criterios de legalidad, equidad e imparcialidad que deben presidir las
decisiones de ese Instituto tan cuestionado y puesto en solfa
últimamente…
Sonó el timbre de la puerta, y la señora de la casa abrió.
Quien llamaba era un compadre de su esposo. “Mi marido no está” –le
informó al hombre. “Ya lo sé, comadrita —dijo el tipo—. Precisamente
esperé a que se marchara. Es con usted con la que quiero hablar”. Ella,
extrañada pero curiosa, lo invitó a pasar. En la sala le dijo el
visitante, sin preámbulos: “Comadre: usted me gusta mucho. Le ofrezco 10
mil dólares si me deja gozar de sus encantos”. “¡Compadre! —exclamó
ella—. ¡Es usted un grosero, un insolente, un atrevido! Los 10 mil
dólares ¿serían en efectivo o en cheque?”. “Como usted quiera, comadrita
—replicó el oferente— Se los puedo dar también en pagarés, letras de
cambio, IOUs, cheques de viajero, títulos de la renta pública, acciones
quirografarias o Bonos del Ahorro Nacional”. La mujer empezó a aducir la
fe que a su marido había jurado al desposarlo; su virtud y decencia de
casada; su nunca mancillado honor, pero mientras así moralizaba iba
pensando en todo lo que podría comprarse con aquella cantidad. Suspiró
entonces y dijo: “Que sea en efectivo, compadre, si me hace usted
favor”. Fueron a la alcoba, pues, y ahí empezó a tener efecto aquella
irregular concertación. El compadre, mientras se refocilaba
cumplidamente, decía una y otra vez: “¡Dios mío! ¡Dios mío!”. Eso llamó
mucho la atención de la señora, pues su marido lo único que solía decir
en tales ocasiones era: “¡Mpf! ¡Mpf!”. Le preguntó al ilícito amador:
“¿Por qué invoca usted, compadre, al Supremo Hacedor?”. Sin responder a
la pregunta repitió el sujeto: “¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿De dónde voy a
sacar los 10 mil dólares?”…
FIN.
No hay comentarios:
Publicar un comentario