martes, 19 de febrero de 2013

El fin del mundo…

De politica y cosas peores

Dos tipos, casados ambos, tenían ya más de diez años de vivir como vecinos en el mismo edificio. Cierto día estaban conversando. Le dice uno al otro: “La verdad, no entiendo. Yo pertenezco a la Iglesia de la Tercera Venida, que permite el uso de todos los medios anticoncepcionales habidos y por haber —la píldora, el condón, etcétera—, y aun así soy padre ya de ocho hijos.

En cambio tú eres católico. Se supone que tu iglesia no te permite usar ninguno de esos medios. Y sin embargo no tienes hijos. ¿Cómo le haces?”. Explica el otro: “Es que yo practico el sexo únicamente en el tiempo seguro”. Pregunta el amigo con gran interés: “¿Cuál es el tiempo seguro?”. Contesta el tipo: “Cuando tú no estás en tu casa”…

En el quirófano, terminada la intervención quirúrgica, le dice uno de los cirujanos al otro: “¿No odias cuando al acabar una operación, y después de hacer la sutura, te das cuenta de que te sobraron partes?”…

Lord Feebledick le pidió a su mujer, lady Loosebloomers: “Explícame otra vez por qué todos los días te pones abundante jugo de limón en las bubis”. “Ya te lo he dicho varias veces —se impacientó milady—. Es porque pienso que tengo el busto demasiado grande, y una amiga me aseguró que con aplicaciones de jugo de limón su tamaño se reducirá”. “Ya lo recuerdo —admitió lord Feebledick—. Pero ahora explícame por qué el chofer, el jardinero, el guardia, el montero, el mayordomo, el carpintero, el guardabosque y el herrero andan siempre con la boca fruncida”…

Don Severiano García, a quien sus alumnos del Ateneo Fuente llamaban con cariño “el Chato”, era maestro eminentísimo de Lógica. Profesaba la fría doctrina del positivismo, que no se entibió ni cuando la impuso en México don Gabino Barreda. A fuer de buen positivista “el Chato” Severiano creía sólo en lo que se puede ver y tocar, y además comprobar en condiciones de laboratorio. Cierto día alguien le dijo al Chato que Fulano y Mengano, conocidos saltillenses, eran jotos —entonces no se usaba la palabra gay; yo repito la que se utilizaba—, y que además eran pareja. “Quién sabe –acotó don Severiano, que solía aplicar cumplidamente la duda cartesiana-. Para dar crédito a esa especie tendría yo que verlos juntos en una cama. Y quién sabe... Tendrían que estar los dos desnudos. Y quién sabe… Tendría que estar el abdomen de uno pegado a la espalda del otro. Y quién sabe… Tendría que pasar yo un hilo entre los dos.

Si el hilo se atorara, entonces sí podría yo empezar a considerar la posibilidad de que en efecto sean jotos”. Fueron los positivistas quienes llamaron a la Edad Media “edad oscura”. ¿Edad oscura la de Dante y Giotto, la de las catedrales góticas, la del Poema del Cid, la de Tomás de Aquino y Chaucer? ¡Háganme ustedes el refabrón cavor! Edad de la fe, la llamaría yo. Claro, si en la época medieval un Papa hubiera renunciado, y si un meteorito hubiese impactado al planeta, mucha gente habría dicho que el fin del mundo estaba cerca. Nosotros, en cambio, vivimos en el siglo 21, siglo de ciencias, de ilustración y luz. Quizá por eso ahora que renunció el Papa, y que un meteorito impactó al planeta, mucha gente anda diciendo que el fin del mundo está ya cerca…

El jefe de recursos humanos de la fábrica puso un aviso dirigido a las obreras de la planta: “Si traen ustedes falda larga, tengan cuidado con las máquinas. Si traen falda corta, tengan cuidado con los operadores de las máquinas”…

Aquella señora estaba preocupada porque su hijo pequeño no mostraba mucho desarrollo en la parte correspondiente a la entrepierna. Llevó al crío con un doctor. El médico, después de examinarlo, le dijo a la mujer: “No veo nada anormal en su hijo, señora. Quizá si le da a comer todos los días un par de rebanadas de pan de alforfón se le desarrollará más la mencionada parte”. Ese mismo día la señora empezó a darle al chiquillo las dos rebanadas de pan que el médico había prescrito. Unas semanas después observó que, en efecto, el niño presentaba un apreciable crecimiento en la región ya dicha. Al día siguiente el chamaquito llegó de la escuela y se sorprendió al ver sobre la mesa de la cocina 100 paquetes de pan de alforfón. Le preguntó con asombro a su mamá: “¿Todo ese pan es para mí?”. “Sólo un paquete —respondió la señora—. El resto es para tu padre”…

FIN.

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