De politica y cosas peores
El señor Verdines era ecologista. Se preocupaba por el medio ambiente, y
más aún por el ambiente entero. Cierto día vio que su mujer estaba
poniéndose en las axilas un desodorante de aerosol. Con acento de
severidad le dijo: “¿Y el ozono?”. Respondió la señora: “También ahí me
voy a poner”…
“¡Feliz año nuevo!” —gritó en la cantina Empédocles
Etílez, beodo profesional. “¿Feliz año nuevo? —le dijo el de la
taberna—. Amigo: ya estamos en febrero”. “¡Febrero! —se asombró el tal
Etílez—. ¡Uta, la que me va a poner mi mujer cuando llegue a la casa!”…
El cancionero entonó en el restorán aquella sentida canción yucateca que
dice: “Tengo un pájaro azul…”. La señorita Himenia Camafría le dijo al
oído a su amiguita Solicia Sinpitier: “Pobre hombre. Ha de ser por falta
de circulación”…
El juez de los divorcios le preguntó a la mujer: “¿Qué
edad tiene usted?”. “35 años” —respondió ella. El juzgador clavó en la
demandante una mirada severa y la reconvino luego: “Señora: acabo de ver
su acta de nacimiento, y el documento muestra que tiene usted 50 años
de vida”. Contesta ella: “Señor juez: a los 15 años que pasé con mi
marido ¿los llama usted vida?”…
En la Ciudad de México una dama de la
noche deambulaba por la avenida Insurgentes, y se topó con una compañera
de oficio. “¿Qué haces? —le preguntó la amiga con sorpresa—. Nunca te
había visto por aquí”. Explica la sexoservidora: “Se casó mi hija, y de
regalo de bodas le di el Paseo de la Reforma”…
Dos socios financieros
veían en la pantalla cómo sus acciones en la Bolsa se iban desplomando.
Uno de ellos estaba nerviosísimo; sudaba y se mesaba los cabellos con
desesperación. El otro, en cambio, mantenía las manos en los bolsillos.
“¡Eres un inconsciente! —le reclama el primero al segundo—. ¡Yo aquí,
arrancándome los pelos, y tú con las manos en los bolsillos!”. Replica
el otro: “Estoy haciendo lo mismo”…
Jactancio, sujeto elato, presumido,
le dijo a la linda chica: “¿Crees en el amor a primera vista, o debo
pasar otra vez?”…
Afrodisio Pitongo, galán proclive a la carnalidad,
comentó a propósito de una de sus antiguas novias: “Tenía una sonrisa
encantadora. Sonreír era la segunda cosa mejor que con la boca podía
hacer”…
En la fiesta la elegante dama le dijo a uno de los invitados:
“Al verlo me parece estar viendo a mi tercer marido”. Inquirió el otro:
“¿Cuántas veces se ha casado usted?”. Responde ella: “Dos”…
El jefe de
personal entrevistaba a la curvilínea chica que pedía el puesto de
secretaria. Le preguntó: “¿Tiene usted alguna habilidad especial?”. “Sí
—respondió ella—. Soy muy buena para el sexo”. “Ejem… —vaciló el
hombre—. Quiero decir, alguna habilidad especial en la oficina”.
“Precisamente —confirmó la chica—. Casi siempre lo hago en la oficina”…
El famoso escritor recibió por mensajería un boleto para la comedia
musical de moda. La tarjeta que acompañaba al obsequio decía
escuetamente: “De parte de una admiradora”. “Tendré que ir” —le dijo el
literato a su mujer. Ella se molestó: “¿Vas a ir solo?”. Arguyó el
hombre: “Viene un boleto nada más, y he leído que las localidades para
la función de hoy están totalmente agotadas”. Se fue, pues, el escritor a
disfrutar el espectáculo. Apenas había salido cuando sonó el teléfono
en su casa. Contestó la señora, y una voz de hombre le preguntó: “¿Cómo
están las cosas?”. “Puedes venir —respondió ella—. Cayó”…
La maestra le
dijo a Pepito: “A cualquier cosa que yo te pregunte deberás contestar de
inmediato. A ver, dime: ¿cuántas son 33 por 33?”. Responde Pepito: “¡De
inmediato!”…
Tres parejas de casados pasaron a mejor vida el mismo día,
y llegaron al mismo tiempo al Cielo. Le preguntó San Pedro al hombre de
la primera pareja: “¿Cómo te llamas?”. “Edelvino” —respondió el señor.
“Lo siento —dijo el portero celestial—. No puedo dejar que entre en el
Cielo alguien cuyo nombre hace pensar en bebidas alcohólicas. Tendrás
que irte de aquí junto con tu esposa”. Llamó San Pedro a la segunda
pareja y le preguntó su nombre al esposo. “Me llamo Eudoro” —contestó
él. “Lo siento —dijo otra vez el apóstol de las llaves—. No puedo
permitir que entre en la morada de la eterna bienaventuranza alguien
cuyo nombre hace pensar en el oro. Deberás marcharte de aquí junto con
tu mujer”. La esposa del tercer individuo se vuelve hacia su marido y le
dice preocupada: “Creo que estamos en dificultades, Próculo”…
FIN.
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