domingo, 3 de febrero de 2013

La vida pone en aprietos

De politica y cosas peores

El señor Verdines era ecologista. Se preocupaba por el medio ambiente, y más aún por el ambiente entero. Cierto día vio que su mujer estaba poniéndose en las axilas un desodorante de aerosol. Con acento de severidad le dijo: “¿Y el ozono?”. Respondió la señora: “También ahí me voy a poner”…

“¡Feliz año nuevo!” —gritó en la cantina Empédocles Etílez, beodo profesional. “¿Feliz año nuevo? —le dijo el de la taberna—. Amigo: ya estamos en febrero”. “¡Febrero! —se asombró el tal Etílez—. ¡Uta, la que me va a poner mi mujer cuando llegue a la casa!”…

El cancionero entonó en el restorán aquella sentida canción yucateca que dice: “Tengo un pájaro azul…”. La señorita Himenia Camafría le dijo al oído a su amiguita Solicia Sinpitier: “Pobre hombre. Ha de ser por falta de circulación”…

El juez de los divorcios le preguntó a la mujer: “¿Qué edad tiene usted?”. “35 años” —respondió ella. El juzgador clavó en la demandante una mirada severa y la reconvino luego: “Señora: acabo de ver su acta de nacimiento, y el documento muestra que tiene usted 50 años de vida”. Contesta ella: “Señor juez: a los 15 años que pasé con mi marido ¿los llama usted vida?”…

En la Ciudad de México una dama de la noche deambulaba por la avenida Insurgentes, y se topó con una compañera de oficio. “¿Qué haces? —le preguntó la amiga con sorpresa—. Nunca te había visto por aquí”. Explica la sexoservidora: “Se casó mi hija, y de regalo de bodas le di el Paseo de la Reforma”…

Dos socios financieros veían en la pantalla cómo sus acciones en la Bolsa se iban desplomando. Uno de ellos estaba nerviosísimo; sudaba y se mesaba los cabellos con desesperación. El otro, en cambio, mantenía las manos en los bolsillos. “¡Eres un inconsciente! —le reclama el primero al segundo—. ¡Yo aquí, arrancándome los pelos, y tú con las manos en los bolsillos!”. Replica el otro: “Estoy haciendo lo mismo”…

Jactancio, sujeto elato, presumido, le dijo a la linda chica: “¿Crees en el amor a primera vista, o debo pasar otra vez?”…

Afrodisio Pitongo, galán proclive a la carnalidad, comentó a propósito de una de sus antiguas novias: “Tenía una sonrisa encantadora. Sonreír era la segunda cosa mejor que con la boca podía hacer”…

En la fiesta la elegante dama le dijo a uno de los invitados: “Al verlo me parece estar viendo a mi tercer marido”. Inquirió el otro: “¿Cuántas veces se ha casado usted?”. Responde ella: “Dos”…

El jefe de personal entrevistaba a la curvilínea chica que pedía el puesto de secretaria. Le preguntó: “¿Tiene usted alguna habilidad especial?”. “Sí —respondió ella—. Soy muy buena para el sexo”. “Ejem… —vaciló el hombre—. Quiero decir, alguna habilidad especial en la oficina”. “Precisamente —confirmó la chica—. Casi siempre lo hago en la oficina”…

El famoso escritor recibió por mensajería un boleto para la comedia musical de moda. La tarjeta que acompañaba al obsequio decía escuetamente: “De parte de una admiradora”. “Tendré que ir” —le dijo el literato a su mujer. Ella se molestó: “¿Vas a ir solo?”. Arguyó el hombre: “Viene un boleto nada más, y he leído que las localidades para la función de hoy están totalmente agotadas”. Se fue, pues, el escritor a disfrutar el espectáculo. Apenas había salido cuando sonó el teléfono en su casa. Contestó la señora, y una voz de hombre le preguntó: “¿Cómo están las cosas?”. “Puedes venir —respondió ella—. Cayó”…

La maestra le dijo a Pepito: “A cualquier cosa que yo te pregunte deberás contestar de inmediato. A ver, dime: ¿cuántas son 33 por 33?”. Responde Pepito: “¡De inmediato!”…

Tres parejas de casados pasaron a mejor vida el mismo día, y llegaron al mismo tiempo al Cielo. Le preguntó San Pedro al hombre de la primera pareja: “¿Cómo te llamas?”. “Edelvino” —respondió el señor. “Lo siento —dijo el portero celestial—. No puedo dejar que entre en el Cielo alguien cuyo nombre hace pensar en bebidas alcohólicas. Tendrás que irte de aquí junto con tu esposa”. Llamó San Pedro a la segunda pareja y le preguntó su nombre al esposo. “Me llamo Eudoro” —contestó él. “Lo siento —dijo otra vez el apóstol de las llaves—. No puedo permitir que entre en la morada de la eterna bienaventuranza alguien cuyo nombre hace pensar en el oro. Deberás marcharte de aquí junto con tu mujer”. La esposa del tercer individuo se vuelve hacia su marido y le dice preocupada: “Creo que estamos en dificultades, Próculo”…

FIN.

No hay comentarios: