De politica y cosas peores
La joven esposa iba a dar a luz. Le indicó su médico: “El padre de la
criatura puede estar con usted en el momento del parto”. “No creo que
sea una buena idea, doctor –respondió ella-. Él y mi marido no se llevan
bien”…
Clotario, hijo de doña Gorgolota, les comentó a sus amigos: “Voy
a dejarme crecer el bigote”. “¿Para qué?” –le preguntaron ellos,
extrañados. Explicó él: “Es que quiero parecerme a mi mamá”. (¡Qué
tierno!)…
Lleno de aflicción aquel hombre le contó al psiquiatra: “Tengo
un problema, doctor. Nadie me cree nunca lo que digo”. Le dice el
analista, severo: “Hábleme con la verdad, amigo. ¿Cuál es en realidad su
problema?”…
Hubo un naufragio, y un señor y su esposa se salvaron.
Asidos a un madero flotaron durante largos días, y al fin llegaron a una
remota isla desierta apartada de todo tráfico marino. Llevaban ya dos
años ahí cuando cierto día avistaron una canoa que venía hacia ellos. La
señora dirigió hacia el bote el catalejo que habían salvado del
naufragio, y lo que vio la llenó de alegría. “¡No lo vas a creer,
Ildegondo! –le dijo a su marido, jubilosa-. ¡Es mi mamá!”…
Doña Panoplia
de Altopedo, dama de buena sociedad, hizo una visita a la cárcel con
sus amigas de la Sociedad Benéfica. Esa actividad anual era parte del
programa que la señora De Altopedo se había fijado para salir en los
periódicos, y de paso quizá también salvar su alma. Le preguntó doña
Panoplia a un reo: “Dígame, buen hombre: ¿por qué está usted aquí?”.
“Señora –suspiró el recluso-, porque no me dejan salir”…
La verdad monda
y lironda es que México no es un Estado de derecho. La ley se
desconoce, tanto en el sentido de ser incumplida como en el sentido de
ser ignorada. Los delincuentes desconocen la ley, vale decir la violan, y
los legisladores que desvirtúan la institución del amparo al privar a
este recurso del principio de generalidad que toda ley debe tener,
desconocen también el derecho, pues ignoran los principios en que se ha
de basar toda norma jurídica. En tiempos pasados –muy pasados- se
hablaba de “la majestad de la ley”. Ante ella se inclinaban por igual
los legistas y los legos. En nuestro país tal prevalencia de la
legalidad no existe. La ley es letra muerta. Y sepultada, se podría
añadir, si no fuera por el tufo que su irregular elaboración y
aplicación despide permanentemente.
Un país en que los legisladores
alteran la ley a su antojo, y los juzgadores la hacen como chicle para
favorecer a saqueadores y secuestradores, es un triste país. Triste país
es aquel donde una ralea de chómpiras puede ocupar con violencia una
institución de la Universidad, y no se les toca ni con el pétalo de una
rosa. Conclusión: un Estado que no es de derecho es un Estado chueco…
¡Mentecato escribidor, con este infame juego de palabras tú también te
pusiste al margen de la ley! Para calificar debidamente tu peroración
esperaré a saber si andabas sobrio cuando la escribiste, o si estás
anclado en el pasado, y averiguaré también si dicha perorata es tuya, es
ajena o es de la chingada -con perdón sea dicho-, todo en aras de un
país más civil y más civilizado. Narra mejor el enfrentamiento que
tuviste con doña Tebaida Tridua a raíz de tu intención de publicar el
cuento que viene al final de esta columnejilla. Lo leyó la ilustre dama y
sufrió un repentino accidente de eritromelia, también llamada
enfermedad de Pick, afección caracterizada por el enrojecimiento de la
piel en la superficie dorsal de los brazos y las piernas.
El médico de
cabecera de la señora Tridua, llamado con urgencia, prescribió un
tratamiento radical a base de bizmas de chunchucuyo de pichón, que si
bien no curó del todo a la paciente sí le alivió los síntomas que
presentaba. Ahora bien: ¿qué chascarrillo fue ése que causó tan
lamentable efecto en la señora Presidenta ad vitam interina de la Pía
Sociedad de Sociedades Pías? He aquí la nefanda relación…
Una mujer
llegó con el doctor Cavadenti, odontólogo reconocido, y sin decir
palabra empezó a desvestirse. El facultativo, alarmado, la detuvo.
“Señora –le dijo-, me temo que sufre usted una equivocación. El
consultorio del ginecólogo se halla en el segundo piso”. “Ninguna
equivocación –respondió con tono decidido la mujer-. Usted fue el que le
puso a mi marido su nueva dentadura; usted es el que me la va a sacar”…(No le entendí)…
FIN.
No hay comentarios:
Publicar un comentario