De politica y cosas peores
El cliente del restorán le pidió al mesero: “Quiero unos huevos
divorciados”. El hombre apuntó la orden y fue a la cocina. Pasó un buen
rato, y el camarero no aparecía. Finalmente llegó. Traía un plato de
huevos revueltos. “Oiga —le reclamó el parroquiano—. Los huevos que me
trae usted son revueltos. Yo se los pedí divorciados”. “Así venían,
señor —responde el mesero, imperturbable—. Seguramente en el camino se
reconciliaron”…
Lord Feebledick llegó a su finca de campo luego de
terminada la cacería de la zorra. Venía de mal humor, pues sucedió que
la perra de su vecino, lord Highrump, estaba en celo, y en la carrera la
perra fue adelante, tras ella iban los perros, jadeando desalados, y
hasta atrás corría la zorra. El disgusto de lord Feebledick se agrandó
considerablemente cuando al entrar en la alcobra vio a su mujer, lady
Loosebloomers, en ilícito consorcio de carnalidad con Wellh Ung, el
pelirrojo mozallón encargado de la cría de los faisanes. Montó en cólera
milord —su esposa solía decirle con acritud: “Ya nada más en eso y en
tus caballos montas”—, y bufó airado: “¡Miserables! ¡Pero me la van a
pagar!”. Suplicó, humilde, el mancebo: “De la manera más atenta le
ruego, señor, que le pase la cuenta a milady, pues yo soy de condición
económica bastante débil”. “Ésa es la única condición que tiene débil
—acotó lady Loosebloomers—, pero lo exime de pagar las costas de este
asunto. Además debes saber, marido, que su pobre madre está impedida, y
su hermana carece de dote. El muchacho está ahorrando para poder
casarla. Lo que hace conmigo, y que tú acabas de presenciar
inopinadamente, no lo hace por lujuria, ni menos aún por falta de
respeto a tu persona, sino como un trabajo extra que le permita
allegarse algo de dinero a fin de mejorar su posición”. “Ya veo —se
tranquilizó lord Feebledick—. Se trata de un asunto laboral, y no
carnal. Leí el último libro de mister Bernard Shaw, y en él dice que las
clases acomodadas debemos acudir en auxilio de los sectores marginados
para aliviar en algo su aflictiva condición. Creo que esta es una
magnífica ocasión para poner en práctica sus ideas sociales, aunque tú
sabes que yo tiendo más bien al conservadurismo”. Replicó lady
Loosebloomers: “Nunca es tarde cuando se trata de componer un poco el
mundo. Te felicito, esposo, por tu magnanimidad. Y usted, joven montero,
agradezca la buena disposición de mi marido”. “De corazón le doy las
gracias —declaró el mancebo—, y me perdonarán si aprovecho la ocasión
para pedir un aumento de sueldo. Con eso de la guerra de los Boers se
han encarecido considerablemente los artículos de primera necesidad,
especialmente el whisky y la cerveza. Suplico su comprensión al
respecto”. Repuso lord Feebledick: “Dejemos ese tema para cuando esté
usted vestido, joven. Todo dependerá de su desempeño”. Inquirió el
mocetón: “¿En esto o en lo de los faisanes?”. “En lo de los faisanes,
claro —precisó milord—. Esto es, digamos, un side-line del cual no puedo
hacerme cargo. Trate usted el asunto con mi esposa”. “Lo trataremos
cuando esté usted desvestido —le dijo lady Loosebloomers al muchacho—.
Por ahora terminemos lo que comenzamos. No es bueno dejar las cosas
inconclusas”. Lord Feebledick juzgó que su presencia ahí ya no era
necesaria, y se dirigió al salón fumador a revisar su colección de
sellos de correo. Encendió un cigarrillo egipcio y aspiró morosamente el
humo. Mientras seguía con la mirada las volutas que en el aire formaban
figuras caprichosas y luego se desvanecían, milord recordó la profunda
verdad contenida en la frase que sirvió de nombre a una de las
celebradas obras de Shakespeare: All’s well that ends well. Es bueno
todo lo que acaba bien…
Aquellos casados no tenían familia, y ansiaban
vehementemente un hijo. Una amiga de la esposa había estado en la misma
situación, y luego realizó su anhelo de ser madre. Le recomendó a la
muchacha que fuera a ver a su doctor. Fue, en efecto. Terminada la
consulta la esposa tomó el teléfono y llamó a su marido. “¡Mi vida! —le
anunció con alegría—. ¡Dice el médico que es muy posible que tengamos un
hijo!”. “¡Fantástico! —exclamó él lleno de alegría—. ¡Por favor, ponme
al doctor en el teléfono!”. “Espera un poco —le pide la muchacha—. Deja
que acabe de vestirse”…
FIN.
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