miércoles, 13 de febrero de 2013

Sí, pero no

De politica y cosas peores

Vehementino y su novia Dulcibel fueron a un día de campo. En las semanas anteriores habían estado practicando intensamente eso que en inglés se conoce como “necking” (dijo Groucho Marx: “Quien lo llamó así no sabe nada de anatomía”), y que en el español de México recibe el nombre de cachondeo, pichoneo o guacamoleo. Quiero decir que se habían acariciado mutuamente con encendido ardor, aunque sin llegar al último deliquio.

Aquel día, el de la jira campestre, ambos sintieron el urente llamado de la naturaleza. Le dijo Vehementino a Dulcibel: “Vayamos a aquel bosquecillo, y en la umbría soledad del soto consumemos nuestro amor”. “Tengo miedo —opuso ella—. La gente podría vernos, y además soy virgen, doncella, señorita. Me han dicho mis hermanas, mis primas, mis amigas, mis vecinas (de cuadra, de calle y de colonia), mis condiscípulas del colegio, mis colegas de profesión, mis compañeras de oficina, mis conocidas del gimnasio, mis correligionarias de partido y mis contemporáneas de generación que la primera vez duele un poco”. Prometió él: “Trataré de ser cuidadoso, delicado, caballeroso y tierno”. “Tampoco es para tanto —acotó Dulcibel—. Tú aviéntate”. Sugirió el galán: “Si experimentas algo de dolor haz como vaca: ‘Muuu’, y yo entenderé que debo sofrenar mis ímpetus.

En cambio si sientes placer, deleite, satisfacción o gusto, entona una canción. Así nadie se percatará de lo que estamos haciendo, y yo sabré cómo debo actuar, y qué tempo debo dar a mi interpretación: adagio, andante, moderato, allegro, vivace, presto o prestissimo”.

Porque es de saberse que Vehementino era músico: tocaba la ocarina. Fueron, pues, los dos al sitio convenido, y recostados sobre el de grama césped no desnudo —la frase es gongorina— dieron libre curso a su amor y a sus sentidos, los cinco, y algunos más de los muchos que en esos éxtasis suelen sobrevenir. En el momento culminante Dulcibel empezó a hacer: “Muuu… Muuu”. Ya iba Vehementino a disminuir la intensidad de su pasión, pero Dulcibel lo retuvo sobre sí al tiempo que hacía: ‘Muuu… Muuu… ¡Muuujer, si puedes tú con Dios hablar…!”. ¡Qué barbaridad, del leve dolor pasajero había pasado al intenso goce placentero! Por eso empezó a cantar esa canción. Se trata de “Perfidia”, del chiapaneco Alberto Domínguez Borras, autor de otra canción que igualmente dio la vuelta al mundo: “Frenesí”. El cuento que has narrado, columnista, debe entonces datarse por los años de la Segunda Guerra, pues “Perfidia” se estrenó en 1939, y en el 42 la popularizó Xavier Cugat.

¿Podremos nosotros ponerle fecha a la realización de las buenas, bonísimas intenciones que se plasmaron en el Pacto por México, o quedarán esos loables propósitos en letra si no muerta, por lo menos bastante desmayada? Y es que los dos principales partidos de la oposición, el PAN y el PRD, dan indicios de que la cordial aquiescencia que mostraron al principio ha empezado a dar paso a reticencias del tipo de: “Sí pero no”. Eso amenaza la integridad de dicho acuerdo, y su consumación. Ojalá los partidos digan mejor: “No pero sí”, y se pongan a trabajar en coordinación con el Gobierno y la ciudadanía para sacar adelante los importantes temas que se propusieron en bien de la nación…

Capronio, sujeto ruin y desalmado, fue de compras con su esposa. Le dice la señora: “Mañana es el cumpleaños de mamá.

Me gustaría que le regaláramos algún artículo eléctrico”. “¿Una silla?” –sugirió aviesamente el canalla…

Aquel escocés que se declaraba ateo estaba pescando en el hermoso lago cuando de pronto salió de entre las aguas un gigantesco monstruo marino que hizo volcar el bote. El hombre no sabía nadar, y para colmo la terrible bestia alargó el pescuezo y lo iba a tomar entre sus horribles fauces. Clamó con desesperación el infeliz: “¡Dios mío, sálvame!”. De lo alto se oyó una majestuosa voz: “¿No has dicho siempre que no crees en Mí?”. “¡No la jodas, Señor! —replicó el escocés—. ¡Hace un minuto tampoco creía en el monstruo de Loch Ness!”…

Don Frustracio, el esposo de doña Frigidia, le confió a un amigo: “Sospecho que finalmente anoche mi mujer sintió algo en el curso del acto del amor”. “¿Por qué lo crees?” –preguntó el otro. Contesta don Frustracio: “Dejó caer la lima de las uñas”…

FIN.

No hay comentarios: