De politica y cosas peores
Una mujer de prominentes atributos posteriores llegó al Nacional Monte
de Piedad, y ante el asombro del encargado de valuar las prendas puso
las unánimes pompas en la ventanilla. “No vengo a empeñarlas –le dijo
con naturalidad al valuador-. Sólo quiero que me las valúe, para saber
su posible precio en el mercado”…
Pepito y su amigo Juanilito estaban en
el parque. Frente a ellos pasaron dos muchachonas de exuberante
anatomía y sinuosos movimientos serpentinos. Le dice Pepito a Juanilito:
“¿Sabes qué? Estoy empezando a sospechar que en la vida hay algo más
que tabletas, play station y futbol”…
Había una chica de esas que, dice
la conocida frase, tienen cuerpo de tentación y cara de arrepentimiento.
Le decían La Camarona, porque quitándole la cabeza todo lo demás estaba
buenísimo.
Tiempo después le cambiaron el apodo por La Beisbolista. Cometió un error, y se le llenó la casa…
Tiempo después le cambiaron el apodo por La Beisbolista. Cometió un error, y se le llenó la casa…
En el campo
nudista charlaban dos hermosas féminas cuyos espléndidos encantos
atraían la atención de todos los másculos presentes. Le dice con
disgusto una a la otra: “¡Odio a los hombres que te visten con la
mirada!”…
Nalgarina y Pomponona tenían mucho en qué sentarse. Y sin
embargo en el bar le dijo Pomponona a Nalgarina: “Tomemos nuestras copas
en la barra, y de pie. Si nos sentamos ocultaremos la mercancía”…
Rosibel, la guapa secretaria de don Algón, era dueña de una
extraordinaria pechonalidad. A su lado Jayne Mansfield, la más
prominente pechugona del cine americano, podía considerarse despechada, y
Dolly Parton una tábula rasa. Don Algón llevó a la oficina a su hijo
recién salido de la universidad, y mostrándole de lejecitos a Rosibel le
anunció poniéndole una mano sobre el hombro: “Hijo mío: ahora que yo me
retire todo eso será tuyo”. (Y es fama que el muchacho ni siquiera
preguntó: “¿Y la Cheyenne, ’apá?”)…
Me he dado cuenta, columnista, de
que los chascarrillos que has contado son variaciones sobre el mismo
tema. Todos versan sobre las atractivas prendas corporales de la mejor
mitad del género humano: la mujer. ¿A qué se debe ese denominador común?
Voy a decirlo. Disfruté mucho el Super Bowl. El juego final entre San
Francisco y Baltimore estuvo tan lleno de rasgos únicos, de
extraordinarios incidentes, que es muy probable que ese partido sea el
más raro e interesante de todos los que se han jugado en la historia del
Súper Tazón. Un dramático final; los insólitos errores cometidos; el
sensacional regreso de 108 yardas; el hecho de que dos hermanos fueran
los head coaches de los equipos rivales; incluso el extrañísimo suceso
del apagón en el estadio, que causó la suspensión más larga —33 minutos—
en un juego; todo eso hizo de este partido un hito en la gran crónica
del futbol americano.
Habrán de disculparme los aficionados, sin embargo, si digo que lo mejor del Super Bowl fue Beyoncé.
Antes de razonar mi dicho haré una digresión de carácter estrictamente filológico. Las palabras están ya tan gastadas por el uso que para expresar el cabal sentido de algo hay que decir dos veces el vocablo que lo nombra. “Quiero café café” –repetimos para significar nuestro deseo de beber un auténtico café (como el de La Parroquia, en Veracruz), y no un sucedáneo de café. En el mágico pueblo de Santiago, Nuevo León, había un lugareño a quien la gente llamaba la Perolona, porque vendía grandes bolsas de las cuales decía: “Son de lona”. Y enfatizaba en seguida: “Pero lona”. Pues bien: Beyoncé Knowles es una mujer mujer. Lo es no porque tenga una munificente carnadura que me hizo recordar a las espléndidas divas de mi primera juventud: Ninón Sevilla, Meche Barba, Rosa Carmina, María Antonieta Pons. ¡Ah, aquellas grupas mayestáticas! ¡Oh, aquellos basilicales muslos! ¡Y aquellos tetámenes ubérrimos, y aquellas cinturas de palmera, y aquellos ojos que al mirar le decían al varón: “Date por muerto”! Todo eso tiene aquella magnífica señora, Beyoncé. Pero es “mujer mujer” principalmente porque posee talento, inteligencia, gracia, y sentido de la propia libertad. Cuerpo y espíritu, en resumen.
¿Puede haber combinación mejor? Ni carne sin alma ni alma sin de dónde agarrarse uno. “Barro para mi barro y azul para mi cielo”, decía Ramón López Velarde hablando de su mujer ideal. Que me perdonen, pues, los aficionados al deporte de las tacleadas, pero lo mejor del Super Bowl 47 —mucho mejor que el regreso de 108 yardas— fue Beyoncé. ¡Viva la vida!...
Habrán de disculparme los aficionados, sin embargo, si digo que lo mejor del Super Bowl fue Beyoncé.
Antes de razonar mi dicho haré una digresión de carácter estrictamente filológico. Las palabras están ya tan gastadas por el uso que para expresar el cabal sentido de algo hay que decir dos veces el vocablo que lo nombra. “Quiero café café” –repetimos para significar nuestro deseo de beber un auténtico café (como el de La Parroquia, en Veracruz), y no un sucedáneo de café. En el mágico pueblo de Santiago, Nuevo León, había un lugareño a quien la gente llamaba la Perolona, porque vendía grandes bolsas de las cuales decía: “Son de lona”. Y enfatizaba en seguida: “Pero lona”. Pues bien: Beyoncé Knowles es una mujer mujer. Lo es no porque tenga una munificente carnadura que me hizo recordar a las espléndidas divas de mi primera juventud: Ninón Sevilla, Meche Barba, Rosa Carmina, María Antonieta Pons. ¡Ah, aquellas grupas mayestáticas! ¡Oh, aquellos basilicales muslos! ¡Y aquellos tetámenes ubérrimos, y aquellas cinturas de palmera, y aquellos ojos que al mirar le decían al varón: “Date por muerto”! Todo eso tiene aquella magnífica señora, Beyoncé. Pero es “mujer mujer” principalmente porque posee talento, inteligencia, gracia, y sentido de la propia libertad. Cuerpo y espíritu, en resumen.
¿Puede haber combinación mejor? Ni carne sin alma ni alma sin de dónde agarrarse uno. “Barro para mi barro y azul para mi cielo”, decía Ramón López Velarde hablando de su mujer ideal. Que me perdonen, pues, los aficionados al deporte de las tacleadas, pero lo mejor del Super Bowl 47 —mucho mejor que el regreso de 108 yardas— fue Beyoncé. ¡Viva la vida!...
FIN.
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