martes, 5 de febrero de 2013

Lo mejor del Super Bowl

De politica y cosas peores

Una mujer de prominentes atributos posteriores llegó al Nacional Monte de Piedad, y ante el asombro del encargado de valuar las prendas puso las unánimes pompas en la ventanilla. “No vengo a empeñarlas –le dijo con naturalidad al valuador-. Sólo quiero que me las valúe, para saber su posible precio en el mercado”…

Pepito y su amigo Juanilito estaban en el parque. Frente a ellos pasaron dos muchachonas de exuberante anatomía y sinuosos movimientos serpentinos. Le dice Pepito a Juanilito: “¿Sabes qué? Estoy empezando a sospechar que en la vida hay algo más que tabletas, play station y futbol”…

Había una chica de esas que, dice la conocida frase, tienen cuerpo de tentación y cara de arrepentimiento. Le decían La Camarona, porque quitándole la cabeza todo lo demás estaba buenísimo.

Tiempo después le cambiaron el apodo por La Beisbolista. Cometió un error, y se le llenó la casa…

En el campo nudista charlaban dos hermosas féminas cuyos espléndidos encantos atraían la atención de todos los másculos presentes. Le dice con disgusto una a la otra: “¡Odio a los hombres que te visten con la mirada!”…

Nalgarina y Pomponona tenían mucho en qué sentarse. Y sin embargo en el bar le dijo Pomponona a Nalgarina: “Tomemos nuestras copas en la barra, y de pie. Si nos sentamos ocultaremos la mercancía”…

Rosibel, la guapa secretaria de don Algón, era dueña de una extraordinaria pechonalidad. A su lado Jayne Mansfield, la más prominente pechugona del cine americano, podía considerarse despechada, y Dolly Parton una tábula rasa. Don Algón llevó a la oficina a su hijo recién salido de la universidad, y mostrándole de lejecitos a Rosibel le anunció poniéndole una mano sobre el hombro: “Hijo mío: ahora que yo me retire todo eso será tuyo”. (Y es fama que el muchacho ni siquiera preguntó: “¿Y la Cheyenne, ’apá?”)…

Me he dado cuenta, columnista, de que los chascarrillos que has contado son variaciones sobre el mismo tema. Todos versan sobre las atractivas prendas corporales de la mejor mitad del género humano: la mujer. ¿A qué se debe ese denominador común? Voy a decirlo. Disfruté mucho el Super Bowl. El juego final entre San Francisco y Baltimore estuvo tan lleno de rasgos únicos, de extraordinarios incidentes, que es muy probable que ese partido sea el más raro e interesante de todos los que se han jugado en la historia del Súper Tazón. Un dramático final; los insólitos errores cometidos; el sensacional regreso de 108 yardas; el hecho de que dos hermanos fueran los head coaches de los equipos rivales; incluso el extrañísimo suceso del apagón en el estadio, que causó la suspensión más larga —33 minutos— en un juego; todo eso hizo de este partido un hito en la gran crónica del futbol americano.

Habrán de disculparme los aficionados, sin embargo, si digo que lo mejor del Super Bowl fue Beyoncé.

Antes de razonar mi dicho haré una digresión de carácter estrictamente filológico. Las palabras están ya tan gastadas por el uso que para expresar el cabal sentido de algo hay que decir dos veces el vocablo que lo nombra. “Quiero café café” –repetimos para significar nuestro deseo de beber un auténtico café (como el de La Parroquia, en Veracruz), y no un sucedáneo de café. En el mágico pueblo de Santiago, Nuevo León, había un lugareño a quien la gente llamaba la Perolona, porque vendía grandes bolsas de las cuales decía: “Son de lona”. Y enfatizaba en seguida: “Pero lona”. Pues bien: Beyoncé Knowles es una mujer mujer. Lo es no porque tenga una munificente carnadura que me hizo recordar a las espléndidas divas de mi primera juventud: Ninón Sevilla, Meche Barba, Rosa Carmina, María Antonieta Pons. ¡Ah, aquellas grupas mayestáticas! ¡Oh, aquellos basilicales muslos! ¡Y aquellos tetámenes ubérrimos, y aquellas cinturas de palmera, y aquellos ojos que al mirar le decían al varón: “Date por muerto”! Todo eso tiene aquella magnífica señora, Beyoncé. Pero es “mujer mujer” principalmente porque posee talento, inteligencia, gracia, y sentido de la propia libertad. Cuerpo y espíritu, en resumen.

¿Puede haber combinación mejor? Ni carne sin alma ni alma sin de dónde agarrarse uno. “Barro para mi barro y azul para mi cielo”, decía Ramón López Velarde hablando de su mujer ideal. Que me perdonen, pues, los aficionados al deporte de las tacleadas, pero lo mejor del Super Bowl 47 —mucho mejor que el regreso de 108 yardas— fue Beyoncé. ¡Viva la vida!...

FIN.

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