martes, 5 de febrero de 2013

Iglesias y cantinas (II)

Presente lo tengo Yo

Las dos son instituciones beneméritas

En mis recuerdos hay varias cantinas. Por ejemplo “La Ópera”, en la Ciudad de México. Ahí Pancho Villa disparó su pistola, y la marca que dejó la bala en el techo se conserva todavía para atracción de los turistas. Los sábados por la tarde, allá por los años sesentas del pasado siglo, esa cantina se llenaba de burócratas con gusto por haber salido de la chamba y disgusto por tener que ir a su casa. Cada media hora se rifaba un pollo rostizado, entonces muy grande novedad. Todos los parroquianos participaban en la rifa, esperanzados, pues no es lo mismo afrontar al regresar a casa las iras de la esposa con las manos vacías, que ofrecerle como don propiciatorio un pollo rostizado.

La cantina “El Porvenir”, de Tampico, se hizo famosa por su letrero en la fachada: “Aquí se está mejor que enfrente”. Y es que enfrente está el panteón municipal. Un moralista anónimo pagó de su peculio otro letrero, entre admonitorio y filosófico, que hizo poner en el muro del cementerio: “Aquí están los que estuvieron enfrente”. Era muy aleccionador toparse con aquel inusual Memento mori.

“La Prosperidad”, de Mérida, tiene fama nacional en Yucatán. Su nombre ha llegado al extranjero, o sea al resto de la República. Esa cantina recogió una veta singularísima de los yucatecos, escasamente conocida allende sus fronteras. Es una veta de sicalipsis, pornográfica, que viene desde mediados del siglo diecinueve y que, por obvias razones, no ha tenido mucha difusión. Representante principal de esa escuela de goliardos, o sea de pícaros decidores de majaderías, es el poeta popular “Pichorra”, autor de versos tabernarios que los sabidores recitan entre copa y copa de xtabentún, y que hacen soltar el trapo de la risa a quienes los escuchan. En esos versos se dicen cosas que no son —como decía aquél— para ser decidas. Yo me sé algunos de memoria (“... Preguntas qué es amor, niña querida...”), y a veces los recito, cuando es propicia la ocasión. Algunos que los oyen se sorprenden, y me preguntan cómo es posible que la misma tierra que vio nacer a Guty y Palmerín, a Médiz Bolio y Luis Rosado Vega, a Peón y López Méndez, haya podido dar vida a un grandísimo bellaco literario como ese tal “Pichorra”, cuyos versos harían ruborizar hasta a un diputado perredista.

-Son arcanos de la creación artística -respondo yo fusilándome el título de una obra de Stefan Zweig.

En “La Prosperidad” todos los días hay variedad artística. Actúa siempre una pareja de cómicos —él y ella— que entablan diálogos de subidísimo color. La gente escucha aquellas demasías mientras bebe, y las celebra con aplausos y grandes carcajadas. Cuando voy a “La Prosperidad” me parece de pronto estar en la primera escena del “Cyrano”, de Rostand, o en una de aquellas “corralas” españolas en que se representaban los picantes pasos de comedia de Lope de Rueda o Juan del Encina.

Los moralistas reprueban a esa cantina, y a todas las demás. Yo, que por la infinita misericordia del Señor me escapé de ser moralista, odioso oficio, me río un poco de esas reprobaciones, y las juzgo puro aire —que no es lo mismo que aire puro—; eco de silencios; humo de pajas. De la cantina puede decirse lo mismo que dijo el apóstol Pablo hablando de la Iglesia: “Siempre perseguida, pero jamás vencida”.

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