sábado, 9 de febrero de 2013

La ley del talión

De politica y cosas peores

El director de cine Michael Winner le comentó a Charles Bronson, aquel actor con rostro de fierro corrugado: “Acabo de leer un libro que podría servir para hacer un film extraordinario. Trata de un ciudadano común y corriente que, harto de la ineficiencia de la policía, se dedica a matar delincuentes”. “Me gustaría hacerlo” –dijo Bronson. Preguntó el cineasta: “¿Te gustaría hacer el film?”. “No —respondió el actor—. Me gustaría matar delincuentes”. Esa película —“Death wish”— se hizo, y fue un rotundo éxito: el público se sintió identificado con el hombre ordinario, víctima indefensa de los criminales, que tomaba las armas contra ellos y se hacía justicia por su propia mano. Ciertamente todos llevamos en nosotros el oculto deseo de dañar a quienes nos han hecho daño. La ley del talión tiene en el mundo de los hombres la misma fuerza que en el mundo de la física tiene la ley de la gravitación universal. Han surgido en Guerrero grupos armados cuyos integrantes se constituyen al mismo tiempo en fiscales, jueces, jurados y verdugos. La autoridad negocia con ellos sin considerar que esos ciudadanos, aparentemente justicieros, pueden incurrir en delitos semejantes a los de aquéllos a quienes persiguen. La Teoría Política prescribe que el Estado tiene el monopolio de la fuerza legítima. No puede abdicar de ella, o ceder su uso a los particulares, so riesgo de introducir en las relaciones sociales graves gérmenes de violencia e inseguridad.

Dejemos los vengadores solitarios para el cine, y contribuyamos todos, con nuestra participación de ciudadanos responsables, a que la fuerza del Estado se ejercite en forma legal, eficiente y oportuna, de manera que nadie quiera tomar en sus manos la ley y la justicia…

Con lo dicho anteriormente he cumplido mi deber de orientar a la República. Puedo entonces dedicar sin contrición alguna el resto de mi espacio a narrar unas cuantas historietas de humor lene que permitan a mis cuatro lectores aliviar la pesadumbre de aquel ciceroniano apóstrofe…

Doña Macalota llegó a su casa y encontró a su casquivano esposo, don Chinguetas, en el lecho conyugal con dos estupendas muchachonas, una morena y una rubia. “¡Chinguetas! —rebufó la señora en paroxismo de iracundia—. ¿Qué haces?”. Calmoso replicó el cínico marido: “Al pie del altar te prometí que estaría contigo en las buenas y en las malas. Éstas son las buenas”…

Doña Jodoncia, la fiera cónyuge de don Martiriano, le contó a su vecina: “Le di 200 pesos a un pobre hombre que me los pidió de caridad”. Opinó la vecina: “200 pesos es mucho dinero para darlo de limosna. ¿Qué dijo tu marido?”. Responde la anfisbena: “Dijo con voz humilde: ‘Gracias’”…

Pepito le informó a su papá que la maestra lo había sacado del salón. “¿Por qué?” –quiso saber el señor. Explica el niño: “Me preguntó cuántas son 3 por 5, y yo le dije: ‘15’. Luego me preguntó cuántas son 5 por 3”. “¡Joder! —se encrespó el padre—. ¿Y dónde está la chingá diferencia?”. “Yo le dije exactamente lo mismo —explica Pepito—. Por eso me sacó del salón”...

Era una noche fría, y el señor y su esposa estaban acurrucados en la cama viendo un programa de televisión. De pronto el hombre le dio a su mujer un apretoncito en el pie.

“¡Ah! —exclamó ella—. ¡Eso se sintió sabroso!”. “Qué bueno —dice el marido—. Pero la verdad es que creí que era el control de la tele”…

Tres niñitas, una inglesa, la otra norteamericana y la tercera francesa, estaban de vacaciones con sus padres en una playa del Caribe. Pasaron frente a un bungalow que tenía la ventana abierta, y vieron a una pareja de casados en pleno trance erótico. “¿Qué hacen?” –preguntó muy intrigada la inglesita. Dice la pequeña norteamericana: “Están haciendo el amor”. Añade la niña francesa: “Y muy mal”…

Doña Crasa era muy robusta, por no decir que gorda. Una de sus amigas, preocupada, le recomendó: “Deberías hacer alguna dieta”. Contesta la regordeta dama: “Estoy haciendo la del abecedario”. Preguntó con interés la amiga: “¿Cómo es la dieta del abecedario?”. Responde doña Crasa. “Solamente como los alimentos cuyo nombre empieza con cualquiera de las letras del abecedario”…

Le dice un tipo a otro: “Mi proctólogo se enojó conmigo, y ya no quiere atenderme”. “¿Por qué?” –pregunta el amigo. Responde el individuo: “El otro día me estaba examinando, y sin querer se me escapó el nombre de otro proctólogo”…

FIN.

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