viernes, 22 de febrero de 2013

100 años de la muerte de Madero

De politica y cosas peores

Pitorro fue en su juventud un tarambana. Todos los goces y deleites conoció, incluso algunos muy poco conocidos. Le llegó el momento, sin embargo, de sentar cabeza, para lo cual contrajo matrimonio. Un par de meses después de haber ingresado en ese claustro un amigo le preguntó cómo se sentía en su nuevo estado, después de su bien disfrutada soltería. “Estoy muy a gusto —declaró él—. Eso sí: continuamente debo recordarme a mí mismo algunas cosas, para no meter la pata”. “¿Cómo cuáles?” –quiso saber el amigo. “Bueno —explicó Pitorro—, cada vez que hago el amor con mi mujer, al final tengo que repetirme varias veces: ‘No le vayas a pagar. No le vayas a pagar’”…

Don Cornulio, cuya esposa era complaciente con todos, menos con él, despertó a su señora a medias de la noche. “¿Qué sucede?” –le preguntó ella, sobresaltada. Le dijo don Cornulio: “Voy a levantarme a hacer pipí”. La mujer se indignó: “¿Y para decirme eso me despiertas?”. “No —replicó mansamente don Cornulio—. Te despierto para que me cuides el lugar”…

El gato le dijo a la gatita: “Sería capaz de morir por ti”. “¿De veras? —ronroneó la gatita—. ¿Cuántas veces?”…

El jefe de personal le preguntó al aspirante a empleado de oficina: “¿Es usted productivo, joven?”. “Bastante, señor —aseguró el tipejo—. Tengo ocho hijos”. “Lo que le pregunto —aclaró el funcionario— es si es usted productivo en la oficina”. Contesta el otro: “Todos los hice en la oficina”…

Un sujeto visitó al doctor Pipino, reconocido urólogo. Le dijo: “Tengo un problema en mi ambulacro, doctor; quiero decir en mi parte de varón”. Pidió el facultativo: “Déjeme verla”. “Muy bien –respondió el hombre-. Pero una cosa tendrá que prometerme: no se reirá cuando la vea”. “Señor mío –se ofendió el doctor Pipino-. Soy un profesional de la ciencia médica, y tomo muy en serio mi labor. Cuando reviso a un paciente lo hago con tal seriedad que, comparado con el mío, el rostro de Buster Keaton es la máscara viva de la hilaridad. Permítame entonces examinar la dicha parte”. El tipo puso al descubierto su atributo varonil. Al verlo el doctor Pipino soltó una estentórea carcajada, y estuvo a punto de venir al suelo por causa de la risa. “¿Lo ve? –le dijo el hombre con dolorido sentimiento-. Le dije que se iba a reír”. “Perdóneme, amigo –se disculpó el galeno, apenado-. Lo que sucede es que en todos mis años de ejercicio no había visto a un hombre con un atributo tan ridículamente pequeño. ¡Es milimétrico, diminuto, mínimo! ¡Casi no se puede ver! Pero en fin, dígame qué problema tiene en esa parte”. Contesta el individuo: “La traigo muy inflamada”…

Durante muchos años —siete décadas— la noble figura de don Francisco I. Madero constituyó un molesto recuerdo para la clase gobernante. La democracia fue el ideal por el que dio su vida el coahuilense, y la creación de un partido oficial al término de las luchas llamadas revolucionarias instauró una era en la cual el sufragio efectivo no existió, y todas las prácticas democráticas fueron anuladas. El aniversario del sacrificio del Apóstol ha de ser ocasión para considerar si la democracia está ya asentada entre nosotros, o si, conculcada ayer por un solo partido, es hoy objeto de conculcación por varios. Igualmente debemos reconocer que la pobreza y la falta de educación del pueblo son males que permiten a los grandes poderes fácticos de la nación –los del dinero; los de la comunicación- influir decisivamente sobre los procesos de elección, en tal manera que si en tiempos de la dominación del PRI se nos decía que vivíamos en una “democracia sui géneris”, ahora nuestro ejercicio democráticos es aún más sui géneris. Desde luego no existe una democracia químicamente pura. Ni los griegos, sus inventores, la tuvieron. Sucede, sin embargo, que la democracia es ejercicio de ciudadanos libres, y la pobreza y la ignorancia impiden el goce pleno de la libertad. La democracia, entonces, en vez de ser ejercida por todos es administrada por algunos. A 100 años de la muerte de Madero no podemos decir que su ideal está cumplido. Tampoco están cumplidas las aspiraciones de justicia social que alentaron el movimiento revolucionario. Así las cosas, ese aniversario debe ser ante todo un remordimiento de conciencia…

FIN

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