miércoles, 6 de febrero de 2013

‘A un panal de rica miel…’

De politica y cosas peores
 
Viagra y suplemento vitamínico de hierro. Don Chinguetas, señor de edad madura, cometió el error de tomar esas dos sustancias al mismo tiempo, y ahora anda con la ésta apuntando continuamente hacia el Norte…
 
El padre de Pepito quiso darle a su desfachatado crío una lección moral. Le dijo: “George Washington, siendo niño, cortó con un hacha un árbol de cerezo que había plantado su papá, y de inmediato confesó su falta. ¿Sabes, entonces, por qué no lo castigó su padre?”. “Sí —responde el chiquillo sin dudar—.

Porque todavía tenía el hacha en la mano”…
 
Don Añilio, el señor que discretamente cortejaba a Himenia Camafría, madura señorita soltera, le preguntó una tarde, mientras los dos bebían en la casa de ella un té de yerbadulce u orozuz con galletas Marías (la señorita Himenia las llamaba “pastas”): “Si alguna vez usted y yo nos casáramos, amiga mía, ¿qué fecha del calendario le gustaría para llevar a cabo nuestros desposorios?”. Contestó de inmediato la señorita Himenia: “El 21 de diciembre”. “¿Por qué?” –inquirió el senescente caballero. Explicó la señorita Camafría: “Porque es la noche más larga del año”…
 
“A un panal de rica miel dos mil moscas acudieron…”. ¿Saben mis cuatro lectores cuántas notificaciones para el registro de nuevos partidos se presentaron ante el Instituto Federal Electoral? ¡Cincuenta! Risum teneatis, amici? ¿Podéis contener la risa, amigos? Ese crecido número se explica si se consideran las jugosas prerrogativas que ofrece a los concesionarios del poder político una legislación electoral hecha por los partidos para los partidos.

Quien logra el registro de unas siglas partidistas se convierte automáticamente en millonario. No necesita haber trabajado un solo día, y ya no tendrá que trabajar el resto de su vida. De ahí el marcado interés que muchos muestran en la política. Por lo menos en 48 de esos 50 casos no se trata de civismo: se trata de pancismo. Lo dicho: “A un panal de rica miel dos mil moscas acudieron…”. Y ya no digo más, porque estoy muy encaboronado…
 
El galán con quien esa noche salió la pizpireta Pirulina se sorprendió al ver que la muchacha llevaba un cinto en los tobillos. “¿Por qué lo traes ahí?” –le preguntó asombrado. Explica ella con una sonrisa: “Es que mi mami me hizo prometerle que no dejaría que me tocaras más abajo del cinto”…
 
Un lugareño fue a la oficina de Correos de su pueblo y preguntó por el código postal de Kote, Florida.

El encargado buscó en vano ese nombre en los registros y el mapa de ese estado. Después de mucho batallar cayó en la cuenta de que la ciudad a que se refería el individuo era Tampa. (No le entendí)…
 
Un cazador iba por lo más espeso de la jungla africana, ahí donde la mano del hombre no ha puesto nunca el pie. En eso le salieron al paso dos feroces leones de melena negra. El cazador alzó su rifle y accionó el gatillo. ¡Horror, el arma estaba encasquillada, y no disparó! El hombre, entonces, echó a correr a toda su velocidad. Le dice uno de los leones al otro: “Permíteme un momentito, por favor. Nunca puedo resistir la comida rápida”…
 
Aquella muchacha tenía unas piernas cipresinas, largas y finas como las de Cyd Charisse, la actriz y bailarina a la que Cabrera Infante llamaba “la Cyd Campeadora”. Las golosas miradas masculinas iban siempre hacia las bien torneadas piernas de la chica. Y comentaba ella, perpleja: “No sé por qué los hombres nos miran tanto las piernas a las mujeres, si luego es lo primero que hacen a un lado”…
 
Una jirafa entró en un bar, se sentó en uno de los banquillos de la barra y pidió un tequila doble.

El cantinero y los parroquianos se le quedaron viendo, estupefactos. “¿Por qué me miran así? —preguntó desconcertada la jirafa—. Ya cumplí los 21 años”…
 
Babalucas fue a cobrar un cheque. Le pide la cajera: “¿Tiene usted alguna identificación?”. “Sí —contesta el badulaque—. Un lunar en la nalga izquierda”…
 
Don Astasio entró en la recámara y sorprendió a su esposa en los brazos de un desconocido.

Antes de que el mitrado marido pudiera pronunciar palabra le dijo la señora con tono de reproche: “Tú tienes la culpa. Me dejas sola demasiado tiempo”. Replica don Astasio, gemebundo: “¡Pero si sólo fui a la cocina a traer un vaso de agua!”…
 
FIN.

No hay comentarios: