martes, 26 de febrero de 2013

Justicia cinematográfica

De politica y cosas peores

‘‘¿Estás teniendo sexo?” –le preguntó doña Panoplia de Altopedo, señora de buena sociedad, a su hija célibe. Y es que la dama se consideraba progre. “Sí, mamá” –reconoció la chica. “Entonces ten esto” –le ofreció doña Panoplia. Y así diciendo le entregó a la muchacha un paquetito de condones. “No los necesito –dijo ella-. Sólo tengo sexo con mujeres”…

A pesar de ser crítico cinematográfico, a Pipo Lanarts le gusta mucho el cine. Hay algo, sin embargo en lo cual no está de acuerdo. Le parece una equivocación llamar al cine “el séptimo arte”. (Nota del autor: en México, cuando la producción de películas fue estatizada, el cine llegó a ser el arte número 792).

Opina Pipo que el cine es el primer arte de nuestra época; el que los suma a todos –como la ópera-, y el que con mayor claridad y difusión describe nuestro tiempo y nuestro mundo. Ciertamente hay cine malo, pero también hay mala poesía, y mala pintura, y mala música. Entonces, aunque es crítico de cine, Pipo Lanarts es fervoroso cinéfilo. Se había ausentado de las salas cinematográficas –cada vez le resulta más penoso salir de su casa, pequeño paraíso que disfruta intensamente-, y gozaba el llamado “cine en pantuflas”, el que se ve en casita. Pero ahora, con las salas VIP, donde se puede recostar como en su cama en comodísimos sillones, y disfrutar de variados comeres y beberes, Lanarts ha recobrado la magia de ir al cine. Vio las películas que fueron nominadas para el Óscar, y estuvo de acuerdo con los resultados, sobre todo con el que otorgó la estatuilla a Daniel Day-Lewis.

Histórica fue la noche del domingo, pues Day-Lewis recibió por tercera vez el Óscar al mejor actor, lo cual nadie, ni los más grandes entre los más grandes, había logrado. Desde luego está el caso de la enorme Katharine Hepburn, que en la categoría de mejor actriz se allegó cuatro estatuillas, pero aquí se habla del mejor actor. Pipo Lanarts ama el cine clásico; aquellas gloriosas películas fruto del star system en los años treintas, cuarentas y cincuentas; pero piensa que el cine de nuestro tiempo es igualmente bueno. No cree que el Óscar sea lo máximo en la carrera de un artista de la pantalla grande. Recuerda, por ejemplo, a Luise Rainer, la primera actriz que ganó el Premio de la Academia en dos ocasiones consecutivas -por “El gran Ziegfeld” y por “La buena tierra”-, quien luego cayó en injusto olvido.

Fue ella la primera y más notable víctima de la llamada “maldición del Óscar”. Tampoco ignora Pipo que algunos de los más grandes actores de Hollywood jamás obtuvieron el premio, entre ellos Richard Burton y Peter O’Toole, y que todavía no lo ha ganado una maravillosa actriz, Glenn Close, nominada seis veces, ninguna de las cuales ha subido al podio. Aun así Pipo Lanarts considera que el Óscar es obviamente un preciado galardón; vive con intensidad el colorido folclor que rodea a las ceremonias de entrega, y declara que los resultados de este año fueron justos. (¡Caramba, ni parece crítico de cine!)...

En cierta revista dedicada a mujeres en busca de marido apareció este aviso de ocasión: “Busco al hombre que me haga feliz. Marido ya tengo”…

En un avión iban sentados juntos un caballero y un perico. La azafata les preguntó que querían beber. El señor pidió un vaso de agua. El loro dijo: “A mí tráeme un whisky doble. ¡Y pronto, idiota!”.

La muchacha, asustada por aquel exabrupto inesperado, fue corriendo y le trajo el whisky al pajarraco. Fue tal su prisa que se le olvidó traer el agua que le había pedido el otro pasajero. El cotorro apuró de un trago el whisky, y en seguida le dijo a la azafata: “Tráeme otro igual. ¡Y rapidito, imbécil!”. Se apresuró otra vez la chica, y le trajo al perico la bebida. El señor, al ver que tampoco ahora le había traído la azafata el vaso de agua, pensó que sería atendido si usaba la misma táctica que el loro. Le dijo a la muchacha: “¡Y yo quiero mi vaso de agua, estúpida!”. No acababa aún de decir eso cuando llegaron dos fornidos miembros de la tripulación; agarraron al hombre y al perico, y abriendo la puerta del avión los arrojaron sin miramientos al vacío. Mientras el hombre caía vertiginosamente el loro lo alcanzó volando y le dijo: “Amigo: sólo si sabes volar puedes ponerte grosero en un avión”…

Al empezar la noche de bodas Meñico Maldotado se presentó por primera vez al natural ante su flamante mujercita. Le vio ella la alusiva parte y dijo con molestia: “Todo el argüende del noviazgo, la boda, y el viaje hasta acá ¿para eso?”…

FIN.

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