domingo, 17 de febrero de 2013

Placeres culposos

De politica y cosas peores

¡Mañana! Sí, mañana aparecerá en esta columneja el execrable chascarrillo intitulado “Filatelia”. Escueto nombre es ése si se considera la gran carga de sicalipsis que contiene. El dicho relato es una de las más grandes contribuciones que en lo que va del siglo se han hecho a la decadencia de Occidente. De tal cuento a la definitiva clausura de la civilización hay sólo un paso. ¡No se pierdan mis cuatro lectores esa desfachatada narración!...

En cierta ocasión dijo Alexander Woollcott, el pesado —y pesado— crítico teatral de The New Yorker: “Todo lo que me gusta es inmoral, es ilegal o engorda”. Tenía razón: el único placer impune es la lectura. Hasta la contemplación del amanecer se paga: el resto del día andas bostezando. Muchos predicadores encuentran su mayor placer en prohibir todos los placeres. Consideran que disfrutar de la vida es cosa poco seria, y también poco virtuosa. Se enojan mucho cuando la gente es feliz o está contenta. Así como hay una gramática parda —la de la gente común— hay también una filosofía parda. Esa filosofía me ha enseñado que el verdadero y último sentido de la vida consiste en tratar de ser feliz sin hacer daño a nadie, y en dar felicidad a los demás. Pero advierto que estoy bostezando. Y vaya que no vi el amanecer: desperté en mi cabaña montañesa cuando el Sol ya cantaba y esplendía el gallo. Mis bostezos —ahora me doy cuenta— se deben a la anterior aburrida perorata. No hay gente más aburrida que los moralistas. Conocen bien el mal, pero conocen mal el bien. Líbreme Dios de caer en los vanidosos extremos de la virtud, que ya la naturaleza se ha encargado de evitar que caiga yo en los vanidosos extremos del pecado.

Todo esto viene a cuento para reprobar la conducta de cuatro individuos, amigos entre sí, que una noche de sábado se fueron de parranda. Eso no tendría nada de malo de no ser porque los cuatro eran casados y pretendían seguir llevando vida de solteros. Buscaron un bar, y en él bebieron competentemente. Al siguiente día, que por casualidad era domingo, se reunieron en el club al que pertenecían, y en el baño de vapor intercambiaron confidencias acerca de lo que cada uno había hecho la noche anterior después de haber estado en la cantina. “Yo —dijo el primero— me ligué a una estupenda rubia. Ni siquiera le hice plática. Sin más ni más le dije: ‘¿Vamos?’. Ella me contestó: ‘¡Caray, qué labia tienes! ¡Ya me convenciste!”. Fuimos entonces al Motel Kamagua —“200 pesos el rato; 300 toda la noche”—, y ahí corrí el mejor de los caminos, montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos”. “¡Oye! —exclamó con admiración Pasmasio, uno de los amigos—. ¡Eso último que dijiste está muy bueno! ¿Lo leíste en alguna parte?”. “No —respondió el que había hablado—. Se me acaba de ocurrir. El baño de vapor siempre me inspira”. “Apúntalo —recomendó Pasmasio—. No se te vaya a olvidar”. Narró el segundo: “Yo conquisté a una morena preciosa. Me costó mucho conquistarla  —2 mil pesos—, pero valió la pena. Le pedí que me hiciera las tres cosas, y me hizo seis o siete. Les confieso que antes de anoche yo conocía sólo el abecé del sexo. Pues bien: con esa mujer llegué por lo menos hasta la equis. Hace unos días mi hijo adolescente me pidió que le hablara de sexo. Le contesté: “Hijo mío: lo que sabía de sexo ya se me olvidó. Tengo 15 años de casado”. Ahora sé cosas cuya existencia ni siquiera sospechaba. Buscaré el próximo sábado a esa morena para que me enseñe el resto del alfabeto. No me gusta, como a Schubert, dejar las cosas inconclusas”. “Ese Schubert —preguntó Pasmasio— ¿es alguien a quien conozco?”. No respondieron los demás. Habló el tercero: “Yo entablé conversación con una guapa pelirroja. Le dije: ‘Mi esposa no me entiende’. No le dije que es porque hablo muy aprisa. Eso hizo que la pelirroja me compadeciera. Fuimos a su departamento, y después de beber unos martinis, y de bailar a los acordes de ‘Strangers in the night’, ella me transportó al séptimo cielo de la felicidad”. “¿En qué te llevó?” —preguntó con interés Pasmasio. Tampoco esta vez los otros contestaron. Dijo entonces Pasmasio: “A mí no me fue tan bien como a ustedes. Me tocó una mujer espantosamente fea, mal encarada, gruñona, que estaba de pésimo humor. Cuando me le acerqué con intención erótica me rechazó empujándome violentamente, y me llenó de maldiciones. Una pesadilla la vieja ésa. ¿Qué clase de amigos son ustedes? ¡Me dejaron la peor!”. “¡Idiota! —le contestaron los amigos—. ¡En el bar te pusiste tan borracho que te llevamos a tu casa!”…

FIN.

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