viernes, 15 de febrero de 2013

Mexicanos - extranjeros

De politica y cosas peores

La tortuga macho le contó a un amigo: “Me divorcié de mi esposa”. “¿Por qué?” -preguntó el amigo. Responde el otro: “Cuando hacíamos el amor me pedía cosas contra natura”. “¿Cosas contra natura? —se asombró el amigo—. ¿Cómo cuál?”. Responde la tortuga: “Me decía: ‘¡Más aprisa! ¡Más aprisa!’”…

Momentos antes de celebrarse el matrimonio el novio le deslizó un billete de 500 pesos al oficiante y le dijo por lo bajo: “Le agradeceré que al pedirme que pronuncie los votos matrimoniales suprima eso de: ‘¿Prometes serle fiel?’. No quiero jurar eso”. Llegó el momento de la boda. El oficiante se dirigió al novio y le preguntó en voz alta y clara: “¿Prometes obedecer en todo a tu adorable esposa; darle todo el dinero que ganes; renunciar a tus amigos para dedicarte completamente a ella; llevarle todas las mañanas el desayuno a la cama, y serle siempre fiel?”. El muchacho, aturrullado al ver todas las miradas puestas en él, sólo acertó a responder: “S-sí”. Luego, inclinándose hacia el oficiante, le reclamó entre dientes: “Creí que teníamos un arreglo”. El hombre le devolvió discretamente los 500 pesos y le respondió también por lo bajo: “La novia me hizo una mejor oferta”…

Dulciliria les informó a sus papás que estaba un poquitín embarazada. Explicó su desliz: “Todas las mujeres tenemos un minuto de debilidad”. Pasó un año, y otra vez Dulciliria salió con la misma novedad, y repitió el expediente justificativo: “Todas las mujeres tenemos un minuto de debilidad”. Lo mismo sucedió el siguiente año, y dijo de nueva cuenta: “Todas las mujeres tenemos un minuto de debilidad”. “Oye —le dijo a Dulciliria su papá—. Se me hace que tienes el minutero demasiado fácil”…

Doña Jodoncia le preguntó a don Martiriano: “¿Sabías que el hijo del vecino está pensando en casarse?”. “No puede ser —respondió el sufrido esposo—. Si pensara no se casaría”…

Una niñita lloraba desconsoladamente en la puerta de su casa. “¿Qué te sucede, buena niña?” –le preguntó una señora que pasaba. “Me regalaron una perrita —gime la pequeña—, pero mi mamá no la quiere en la casa”. Dice la bondadosa dama: “¿Y se tendrá que ir?”. “No —contestó la chiquilla arreciando su llanto—. Mi papi dice que la que tendrá que irse es la perrita”...

Voy a enviar una iniciativa preferente a la Cámara de Diputados. En ella propondré que todos los mexicanos seamos declarados extranjeros. Sucede que cuando una persona de otro país es víctima aquí de algún delito, o de algún abuso de poder, el aparato de la justicia se mueve con eficiencia si así conviene a los detentadores del poder. Su celeridad es entonces verdaderamente impresionante. Consideremos, si no, los asuntos de la Cassez y de las infortunadas turistas españolas que sufrieron una incalificable agresión por parte de otros delincuentes. Con qué prontitud actuó la maquinaria oficial, en el primer caso para soltar a la francesa, en el segundo para aprehender a los torpes sujetos que consumaron el atentado contra  las visitantes tan bárbaramente agredidas. En cambio cuando es un mexicano quien padece los efectos de un delito o una conculcación de su derecho la justicia se mueve con mayor lentitud que un caracol, y las más de las veces nunca llega, o tarda varios años en llegar. Propongo, entonces, que todos los mexicanos seamos declarados extranjeros. Así nos tratarán mejor…

Ayer, Día del Amor y la Amistad, don Chinguetas le regaló una lámpara de forma extraña a doña Macalota, su mujer. Le dijo: “Para que metas ese geniecito que tienes”…

Un hombre de edad madura entró en un bar y le escribió en un papel al cantinero: “Por favor, deme un tequila doble”. El hombre de la cantina, compasivo como casi todos los de su oficio, escribió en otro papel: “¿Desde cuándo es usted sordomudo, amigo mío?”. “Desde que empecé a beber —escribió a su vez el individuo—. Probé todos los aparatos auditivos, y ninguno me dio resultado. El médico me dijo que si renunciaba a la bebida empezaría a oír. En efecto: dejé el trago y volví a oír perfectamente”. Escribe, asombrado, el cantinero: “Y entonces ¿por qué volvió a beber?”. Responde el sujeto, también por escrito: “Lo que bebía me gustaba más que lo que oía”…

“Doctor —le dijo la mujer al célebre analista—, siento de continuo un intenso deseo sexual. ¿Qué puedo hacer para que se me apague?”. Sin vacilar indicó el facultativo: “Cásese”…

FIN.

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