De politica y cosas peores
Afrodisio Pitongo, hombre de libídine arriscada, llegó a la oficina
con los ojos morados, lleno de cardenales y lacerias. Le preguntaron sus
compañeros, alarmados: “¿Qué te sucedió?”. Responde con quebrantada voz
el tal Pitongo: “Me golpeó un amigo porque estuve de acuerdo con él”.
“¿Cómo es eso?” –se asombraron los otros. Explica Afrodisio: “Dijo él:
‘Mi mujer es buenísima en la cama’. Y dije yo: ‘Es cierto’”…
Susiflor le
comentó a Dulcilí: “La virginidad es como un billete de mil pesos: si
lo das no te queda nada, y si lo conservas no te sirve de nada”…
El
médico tenía su mano puesta en la parte más alta del muslo de la hermosa
chica. Pregunta ella, intrigada: “¿Está usted seguro, doctor, de que
ahí es donde se debe tomar el pulso?”…
Antes de lo esperado doña
Macalota llegó a su casa de un viaje, y encontró a su esposo, don
Chinguetas, tomando una ducha con la joven criadita de la casa.
“¿Qué
significa esto?” –preguntó doña Macalota, que tenía una extraña
propensión a indagar el significado de las cosas. Respondió,
imperturbable, don Chinguetas: “Tú sabes bien que me gusta cantar bajo
la regadera, y ya me cansé de hacerlo sin acompañamiento”…
Ilustra mi
comentario de hoy una ancianita que solía decir al confesarse: “Me
acuso, padre, de que levanto falsos que luego salen ciertos”. En efecto,
la naturaleza humana, tan inhumana a veces, nos lleva siempre a pensar
mal, pues no pocas veces a fin de cuentas eso equivale a haber pensado
bien. El refranero popular, tan realista que linda con lo cínico,
propone una regla que al parecer no falla: “Piensa mal y acertarás”. La
explosión en el edificio de Pemex dio lugar a que inmediatamente algunos
pensaran en la posibilidad de un atentado terrorista. La especie no se
debe admitir sin más ni más, pero tampoco sin más ni más se debe
desechar. Hay fanáticos de ideologías extremistas que no vacilan en
llegar a la violencia criminal para imponer o preservar sus dogmas.
Desde luego a estas alturas los expertos ya saben a qué se debió aquel
hecho desastrado. Lo deseable es que se nos diga la verdad acerca de lo
sucedido. Es mejor estar intranquilos en la verdad que con calmo sosiego
en la mentira. Yo quiero pensar que se trató de un accidente —casi
siempre esa es la versión oficial que se da—, pero… ¡Insensato
columnista! ¡Con esos puntos suspensivos dejaste en suspenso a la
República! Y eso que son nada más tres. ¿Te imaginas si hubieran sido
seis puntos suspensivos, o 14, ó 36? ¿Acaso no tenemos ya suficientes
motivos de inquietud? ¿A tantas y tantas causas de zozobra añades una
más? ¿En qué país vivimos? O, mejor enunciada la pregunta: ¿en qué país
sobrevivimos? Ea, moja tu cálamo en tinta no tan negra, y exorna tu
peroración con algunos relatos de humor lene que pongan al menos una
vislumbre de vaga claridad en la calígine que nos rodea…
Don Añilio
llevaba en las espaldas muchos almanaques, aunque no tantos que se
hubiesen acabado en él las apetencias por esa dulce pasta —la expresión
es de don Federico Gamboa— que es la tibia y muelle carne femenina. Una
tarde el provecto caballero visitó a su amiguita Himenia Camafría,
célibe madura pero que también había conservado sus coqueterías. Animado
por dos o tres copitas de vermú que le escanció la dama don Añilio le
recitó algunos versos sugestivos (“Bésame con el beso de tu boca, /
cariñosa mitad del alma mía. / Un solo beso el corazón invoca, / que la
dicha de dos me mataría”), lo cual puso a la dueña de la casa en
apretada tentación de dar al traste con la reserva y parsimonia que
hasta entonces había usado en el trato con el sexo opuesto. La detuvo,
sin embargo, el recuerdo de sus lecturas de piedad en el Colegio de las
Adoratrices, entre ellas el libro “Pureza y hermosura”, de Monseñor
Tihamer Toth. Para desviar el curso que las cosas iban tomando se echó
aire vigorosamente con un abanico en el cual aparecía Pedro Infante
vestido de motociclista de tránsito. Don Añilio solicitó, vehemente:
“¡Un beso al menos, cara amiga mía!”. “Hagamos una cosa —sugirió la
señorita Himenia así estrechada—. Me esconderé en algún sitio de la
casa, y usted me buscará. Si me encuentra le daré el ósculo que me pide.
Si no me encuentra, estoy atrás de las cortinas del comedor”…
FIN.
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