miércoles, 20 de febrero de 2013

Juniors de la política

De politica y cosas peores

En altas horas de la noche sonó el teléfono en el departamento de Meñico Maldotado, que dormía ya profundamente. Contestó él, sobresaltado, y escuchó la voz de una mujer. Quien llamaba era su amiga Pirulina, con quien Meñico había tenido algunos escarceos de carácter erótico-sensual. Le dijo la muchacha: “Perdona mi llamada inoportuna, Meñi, pero acabo de leer en Internet que la gripe aviar ataca primero a los pájaros pequeños, y quise decírtelo inmediatamente, para que te prevengas”…

Astatrasio Garrajarra, ebrio con su itinerario, fue con un doctor, pues sentía dolores y molestias en todo el cuerpo. Después de examinarlo le dice el facultativo: “No puedo dar con la causa de su malestar. Pienso que es por la bebida”. “Ya veo —replica el temulento—.

Volveré cuando esté usted sobrio”…

El empleado de la oficina, hombre maduro, con tupido bigote y gruesas gafas, tenía una entrevista con el jefe de personal. Le dice éste: “Lo que nos perturba un poco, señor Glafírez, no es que haya usted encontrado la religión, sino que venga al trabajo vestido de monja”…

La esposa de Ovonio Grandbolier, el hombre más perezoso del condado, le confió a una amiga: “Mi marido tiene un grave problema de columna: no la puede separar del sillón”…

Los juniors de la política superan ya, y por mucho, a los de la iniciativa privada. Antes eran los hijos de los banqueros, de los grandes empresarios, comerciantes e industriales, quienes se paseaban en automóviles de lujo, se exhibían con mujeres que todo lo exhibían y daban fiestas desmadrosas como las de La dolce vita, toda proporción guardada. Ahora los hijos de la política son esos patéticos especímenes, los juniors rastacueros que una y otra vez ofrecen el espectáculo de su altanería y su mentecatez.

El llamado Niño Verde, que no es tal niño, sino adolescente ya, un adolescente cuarentón, es claro ejemplo de eso. Sus excesos son resultado de una viciosa legislación electoral que permite la existencia de falsos partidos que son en verdad empresas lucrativas en manos de un individuo o una familia. Habría que hacer una reforma radical por la cual los partidos deban su registro a los votos que ganen en las urnas por sí mismos, y no a los que sumen por efecto de alguna alianza o coalición con los partidos grandes. Las leyes y las instituciones electorales han de servir para ayudar a México a salir del subdesarrollo político en que se halla, no para reflejarlo. (¡Bófonos!)…

El médico de la casa de ancianos respondía las preguntas de los huéspedes en la sesión semanal. Preguntó doña Pasita, dulce viejecita de 85 años: “Doctor: ¿a mi edad es posible quedar embarazada?”. “Claro que no” –sonrió el médico. Desde el fondo del salón se oyó la voz de don Pitorro, anciano de la misma edad: “¿Lo ve, Pasita? Le dije que no teníamos nada de qué preocuparnos”…

Llegó un individuo a la consulta del doctor Duerf, célebre psiquiatra.

El tipo traía un plátano metido en un oído, y un pepino en el otro. “¿Cómo ve, doctor?” –le pregunta al analista-. ¿Cuál cree que sea mi problema?”. Pensativo, con una mano en la barbilla, responde el doctor Duerf: “Se me hace que no está usted comiendo bien”…

Inquirió Babalucas en el súper: “¿Por qué está tan caro este yogurt?”. Le informó la encargada: “Son bacilos cultivados”. Replica Babaluas: “No me importa la educación que tengan”…

Don Chinguetas se sentó ante el televisor y le pidió a su hijo: “Tráeme una cheve, antes de que empiece”. Poco después le dijo: “Tráeme otra cerveza, que no tarda en empezar”. No pasaron muchos minutos, y le volvió a pedir: “Tráeme otra cheve, porque ya va a empezar”.

Doña Macalota, la esposa de don Chinguetas, estalló. Le gritó a su marido con destemplada voz: “¿Ése es el ejemplo que le das a tu hijo? ¿Te parece bien estar así, echadote, sin hacer nada, bebiendo cerveza tras cerveza, mirando esos programas que nada más a ti te gustan y que son puras idioteces?”. Suspira don Chinguetas y le dice a su hijo: “¿Lo ves? Ya empezó”…

El maestro les preguntó a los niños: “¿Cuál es el vegetal que hace llorar?”. Contestó sin vacilar Pepito: “El repollo”. “No —lo corrigió el mentor—. El vegetal que hace llorar es la cebolla, no el repollo”. “¿Que no? —insistió Pepito—. Que le den un repollazo en los éstos, a ver si no se le salen las lágrimas”…

FIN.

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