Presente lo tengo Yo
A mí me siguen las canciones -las de amor, sobre todo- como una
hermosa corte. Y los cuentos me persiguen también, de todos los colores.
A ningún lado voy sin escuchar la letra y la música de una hermosa
canción, o sin oír el relato de alguna historia deleitable.
Voy a
Guasave, en Sinaloa, y me hospedo en un hotel de inusitado y lindo
nombre: “El Sembrador”. Mis anfitriones son bohemios de corazón. Ya en
el camino me han cantado tres canciones de inspiración local. Distintas
entre sí son esas tres canciones: la primera —es un corrido— se refiere a
la muerte de Colosio; la segunda es una especie de himno en contra del
aborto; la tercera es una lamentación de abandonado. Las tres son muy
conmovedoras, sobre todo si se oyen en ciertas condiciones.
El
Estado de Sinaloa no tiene el problema que tuvo Ramón López Velarde, que
vivía perpetuamente atribulado por el enigma de no ser carne ni
pescado. En Sinaloa se come buena carne y mejores mariscos y pescados.
Ese prodigio para el paladar que es el callo de hacha no encuentra
parigual en todo el mundo. Los ostiones de las costas sinaloenses gozan
de merecida fama por su mirífica eficacia. Y en cuanto a carnes, tienen
los afortunados habitantes de ese Estado un portentoso platillo que
ninguna otra parte yo he comido. Se llama “cabeza”, simplemente.
Consiste en un caldillo con carne de cabeza de res en barbacoa. Sazona
uno su porción con cilantro, cebolla, chile rojo y una pizquita de
orégano, y aquel humeante plato se convierte en una delicia terrenal muy
celestial. No sé por qué tan formidable manjar no ha llegado a todos
los confines del territorio nacional, y aun más allá de las fronteras
mexicanas. Basta un platillo así para prestigiar la gastronomía de toda
una nación.
Pero mi propósito no es hablar de las comidas del
cuerpo, sino del alimento del espíritu. En Guasave soy recibido por un
grupo de bohemios que harían muy buenas migas con Chuy “El Charro” Garza
Arocha, con el licenciado Carlos Robles Lostunau, el Ingeniero César
Cantú y con Gerardo Herrera Ramírez, señeros representantes en Saltillo
de la música de la nostalgia.
Guasave está lleno de compositores y
de compositoras. Me quedó la impresión de que si alguien de ahí no ha
escrito una canción no puede figurar en sociedad. Estos bohemios que me
han recibido gustan de cantar. A donde los invitan van sin cobrar nada.
Algunos hasta pagan por cantar.
-Yo no canto muy bien, licenciado;
lo reconozco. Pero me gusta cantar. Cuando hay un maratón de la Cruz
Roja en Culiacán, en Mazatlán Los Mochis o El Fuerte, yo llevo a mi
señora y la siento entre el público. Se levanta ella: ‘-He sabido que se
encuentra aquí el señor Fulano (y dice mi nombre). Me gusta mucho cómo
canta. Pago 100 pesos porque me cante una canción.
Entonces yo canto, y mi señora da el dinero. Así cumplo un deseo y de paso ayudo a la benemérita institución.
No
cabe duda: el arte cuesta. Pero más cuesta no disfrutar el arte.
Regreso de Guasave bien nutrido de espíritu y de cuerpo, y doy gracias a
Dios que me permite ir por tantos caminos y caminar en ellos al lado de
tantos buenos caminantes.
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