domingo, 8 de febrero de 2009

Veneno

De politica y cosas peores
 
Afrodisio Pitongo, concupiscente individuo proclive a la lubricidad y la libídine, fue con un cirujano plástico y le dijo: “Doctor: conocí a una hermosísima muchacha, y me casé con ella. Mi esposa presenta una particularidad muy rara: tiene tres senos”. “Ya veo —responde el facultativo—. ¿Quiere usted que le extirpe uno?”. Y contesta Pitongo: “No, doctor. Quiero que me implante una tercera mano”...
 
Simbad el Marino entró subrepticiamente en el serrallo del sultán, y tuvo trato de coición con una de las más bellas odaliscas del harén. Consumado aquel trance deleitoso se disponía ya a escapar cuando uno de los eunucos dio el grito de alarma con atiplada voz y modosos brinquitos de doncella.
 
Acudieron al punto los jenízaros que custodiaban el secluso gineceo; apresaron al audaz aventurero y lo llevaron a la presencia del sultán, que en ese momento juzgaba a los transgresores de la ley.
 
Le informan: “Este hombre se refociló con una de tus odaliscas”.
 
Dictaminó el sultán al punto: “Que en él se cumpla del talión la ley. Háganle ustedes a este bellaco lo mismo que él le hizo a mi odalisca”.
 
“¡Nunca! —se yergue Simbad con energía gallarda—. ¡Una y mil veces prefiero yo morir antes que someterme a tamaña indignidad! ¡Eso me deshonraría! ¡El peor de los baldones caería sobre mí! ¡He paseado por los siete mares —bueno, por seis, porque me falta el Caspio— el nunca tangido pendón de mi virilidad, y no voy a sufrir ahora esta vergüenza! Mejor matadme, privadme de la vida, o las dos cosas, pero lo otro ¡nunca!”.
 
“¡Calla, perro! —le ordena el jefe de los jenízaros, que eran todos esclavos negros de la Nubia, membrudos hombres de torosos músculos y estatura gigantea—.
 
Pide el sultán: “El que sigue”. Le presentaron a un hombre que había robado una manzana del huerto del visir. Y sentenció el riguroso juzgador: “Córtenle las manos. Azótenlo luego con el látigo de las siete colas hasta dejarlo desollado. Después métanlo en un perol de aceite hirviendo, y cuando muera echen sus maldecidos restos a los cerdos”.
 
A continuación le llevaron a un hombre que había jurado en falso. Decretó el sultán: “Córtenle la lengua. Luego ásenlo a fuego lento en la parrilla, la nueva, la que usamos para las barbecues. Cuando esté término medio sáquenle las entrañas, y ahórquenlo con ellas. Finalmente quémenlo en la pira, y que el simún esparza sus cenizas por todos los rumbos cardinales del desierto, de preferencia por el sur-poniente.
 
Cúmplanse las sentencias”.
 
Tomaron los jenízaros al ladrón, al perjuro y a Simbad, y se dispusieron a llevarlos al sitio donde cada uno recibiría su castigo. Tembloroso, les dice Simbad a los jenízaros: “No se les olvide, compañeros: yo soy el que únicamente debe ser follado”...
 
Capronio, individuo de mala ralea, se hallaba en el lecho de su última agonía. Sentada junto a él su esposa le enjugaba el perlino sudor que le cubría la frente. “Martiriana —empieza a decir el moribundo con voz feble—. Quiero pedirte perdón por todo el daño que en mi vida te hice. Siempre te maltraté; te humillé siempre. Jamás tuve una palabra de encomio o de cariño para ti. Aunque no necesariamente en ese orden fui aleve, brutal, cruel, déspota, encarnizado, fementido, grosero, hostigador, inicuo, jodedor, lesivo, malo, nefasto, odioso, protervo, querelloso, ruin, solapado, tosco, ultrajador, villano, xolo, yuguero y zafio (perdona si equivoqué el orden alfabético). Te mentí; falté a la fe que en el altar jurete; y por si todo eso fuera poco hice lo que jamás puede perdonar una mujer: nunca te compré un vestido. Fui el peor de los hombres para ti. ¡Perdóname!”. Y así diciendo Capronio rompió en llanto. “Calla, calla —le dice Martiriana con dulce y tierno acento—. No te atormentes más, esposo mío. Tranquilízate, y deja que el veneno haga su efecto”...
 
FIN.

No hay comentarios: