jueves, 12 de febrero de 2009

Historia de un ovni

Presente lo tengo Yo
 
Yo no estaba aquí; estaba en Tampico. Me gusta mucho ir a ese puerto por una razón muy especial: la gula. Debemos aprender a practicar la gula, porque es el último pecado de la carne que podremos cometer. Y sucede que en mi opinión Tampico es una de las seis ciudades mexicanas donde mejor se come. Las otras son México, D.F.; Oaxaca; Mérida; Puebla y Monterrey.

Eso que digo de Tampico lo sabe poca gente —incluso muchos tampiqueños no se han dado cuenta—, pero yo sí lo sé. Comer un filete de negrilla en el “Jardín Corona”; degustar una sopa de jaiba en “El Porvenir”, donde se está mejor que enfrente (enfrente está el panteón); paladear unas manitas de cangrejo en “El pollo marino”, son inefables experiencias que hacen olvidar toda crisis y toda recesión.

Estaba yo en Tampico, pues, y no supe que esa noche, a la misma hora de mi peroración, un objeto volador no identificado surcaba el ancho cielo de Saltillo. Es mucha descortesía de los extraterrestres hacer sus vuelos sin sujetarlos a un itinerario como el de las líneas aéreas comerciales. En el caso de éstas uno sabe muy bien a qué horas debió haber salido el vuelo que se demoró. Con los ovnis, en cambio, nadie sabe cuándo aparecerán, y eso se presta a confusiones y malentendidos. Yo, por ejemplo, de haber sabido que aquella noche un ovni iba a surcar el ancho cielo de Saltillo, habría suspendido mi viaje al puerto jaibo con tal de ver la maravilla de esa astronave cósmica.

Me cuentan que el ovni atravesó la ciudad —por arriba, naturalmente— en dirección de norte a sur, e hizo algunas evoluciones muy lucidas, como para mostrar la pericia del piloto. Luego, tan súbitamente como había aparecido, se desvaneció por el rumbo de la Sierra de Zapalinamé, digamos en el cañón de los Pericos. También me dicen que numerosos saltillenses vieron el ovni, y que unos camarógrafos de la televisión alcanzaron a captarlo con las poderosísimas lentes de sus cámaras.

No sé... No sé... Lejos de mí la temeraria idea de poner en duda el fenómeno de los ovnis. Hay cosas imposibles —decía Cuco Sánchez— que sin embargo suceden. En cuestión de objetos voladores no identificados profeso un sano agnosticismo: ni niego su existencia ni la afirmo. O estamos solos en el universo o no estamos solos. Y quién sabe cuál de las dos posibilidades sea más inquietante. Pero recuerdo cómo, allá por los años cincuenta del pasado siglo, hubo delirio de los que entonces no se llamaban “ovnis” todavía, sino con el más doméstico nombre de “platos voladores”. Un señor dijo haber visto uno sobre la sierra de Arteaga, y hasta mostró una fotografía que le había tomado. En ella se apreciaba con toda claridad aquel platívolo suspendido sobre las altas cumbres del cerro de la Viga. Pero un incrédulo fotógrafo amplificó el negativo que el señor llevó a “El Diario” de don Benjamín Cabrera, y ahí se vio que el tal platillo volador era una copa de automóvil, y hasta se miraba el hilo del cual aquel señor colgó aquel accesorio antes de retratarlo.

Ahora me dicen que la otra noche un ovni surcó el ancho cielo de Saltillo.
 
No sé... No sé...

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