sábado, 28 de febrero de 2009

Don Juan y el toro

Presente lo tengo Yo
 
Don Juan Sánchez Navarro fue un rico empresario, destacado dirigente de la llamada iniciativa privada. Sus raíces son de Coahuila: perteneció a la familia que tuvo aquí la hacienda que, según se ha dicho, es la más grande que en el mundo ha sido.

Lo que yo no sabía es que este poderoso señor fue alguna vez cronista de toros. Con el seudónimo de Sorobell publicaba en España crónicas de las corridas mexicanas. Cuando vino Manuel Rodríguez “Manolete” no sólo reseñó sus actuaciones en el viejo Toreo de la Condesa: también escribió una especie de epístola taurina, escrita en forma de romance, con versos octosílabos, dirigida a un amigo suyo de aquellos tiempos, el abogado Alfonso Noriega. Yo recuerdo a este licenciado: en la Facultad de Derecho de la UNAM se le apodaba “El Chato”, el Chato Noriega. Un día vino a dar una conferencia en la Facultad de Derecho de la Universidad, y yo comí con él en “La Canasta”. Fue ahí donde me contó una anécdota acerca de su colega don Mario de la Cueva, tocayo suyo de apodo, pues también era llamado “El Chato”.

-Pero distinto Chato —precisó el licenciado Noriega—, pues

Ser chato de la nariz
es cosa que nada prueba.
Lo que sí es grave desliz
es ser Chato de la Cueva.

En esa espístola taurina menciona Sánchez Navarro a Saltillo y —desde luego— a Armilla. Me parece interesante, y la transcribo aquí:

Señor Alfonso Noriega.
Presente-. Querido Chato:
Por las noticias de ayer
con gran gusto me he enterado
que preparan a Silverio
y a Armillita un banquetazo.
Desde luego yo me adhiero
a ese tan justo agasajo,
pues si admiro a Manolete
-torero de arriba a abajo-
también admiro, y mucho,
a Silverio el esforzado,
y al maestro don Fermín,
de sabiduría un tratado,
y si a Manolete dimos
embuchao y jamón serrano,
y bebimos manzanilla,
y nos bailamos un tango,
en tratándose de Armilla
y de Silverio, está claro
que comamos barbacoa,
chiles rellenos, tasajo,
y que todo lo rociemos
con un sabroso curado
de tuna, de mango, o bien
de piña, guayaba o apio,
y después, y como postre,
luego que hayamos cantado
“Adiós Mariquita linda”,
nos bailemos un huapango.
Esta adhesión te la envío
por conducto, caro Chato,
de Lumiére el columnista,
amigo muy estimado.

Y si le canté yo a Córdoba
en el banquete pasado,
cantaremos a Saltillo
y a Texcoco mano a mano.
Juntos todos brindaremos
con un tequila en la mano,
gritando ¡Que viva siempre
el torero mexicano!
Sabes que mucho te estima
a ti, Juan Sánchez Navarro.

Buena factura tiene este romance, y buen sabor taurino. Valía la pena conocerlo.

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