lunes, 9 de febrero de 2009

Entre santa y santo II

Presente lo tengo Yo

A mí me gusta leer las vidas de los santos. En ellas encuentra uno muchos malos ejemplos. Los relatos de Butler o de fray Justo Pérez de Urbel me han servido de fuente utilísima de inspiración para sabrosas expansiones. San Agustín de Hipona, especialmente —aquél que pedía: “¡Hazme casto, Dios mío, pero todavía no!”— me dio magníficas ideas sobre cómo pecar en forma provechosa a fin de tener luego materia prima para el arrepentimiento.
 
No encontré, sin embargo, ni en el Año Cristiano ni en ninguno de los profusos santorales que he podido conseguir, información acerca de Santa Dulia y de San Prócoro. Patronos celestiales, respectivamente, de Amaneo el Bajo y Amaneo el Alto, eran fuente de constantes pugnas entre esos dos pueblos del sur. Cada uno enaltecían el mérito de su santita o su santito, y sobajaba al santito o santita del vecino.
 
Un día las dos imágenes fueron llevadas en peregrinación para pedir la lluvia. Se encontraron las procesiones en el puente, y ninguna quiso ceder el paso a la otra. Los de Amaneo el Bajo alegaban que Santa Dulia era mujer, y por lo tanto debía pasar primero. Los de Amaneo el Alto sostenían que San Prócoro era mayor en años que la muchachuela. Suyo era, por lo tanto, el derecho de paso. Lo que a la discusión le faltó en luz le sobró en calor, y aquello terminó en una sarracina de la cual dieron cuenta los periódicos. Hubo heridos por golpe de cruz o candelero, y una señora alteña malparió por el coraje que hizo al escuchar las formidables maldiciones que los de Abajo le gritaban a San Prócoro.
 
El obispo, sabio varón que fincaba su fama de prudente en la práctica de no hacer nunca nada, se vio en la necesidad de intervenir. Llamó a los dos párrocos y les ordenó que de una vez por todas arreglaran aquel pleito que a mayores cosas podía conducir. Así apremiados se reunieron los padrecitos en secreto, y después de mucho deliberar concibieron entre ambos una idea tan peregrina y desaforada que merece párrafo especial. Por eso pongo aquí punto y aparte.
 
¿Qué crees que se les ocurrió a los señores curas de Amaneo el Alto y Amaneo el Bajo para acabar con la rivalidad entre los devotos de San Prócoro y Santa Dulia?
 
Se les ocurrió nada menos —y nada más— que casar a los santitos. Esas sagradas nupcias, supusieron, seguramente darían fin a los pleitos entre las dos comunidades. Así hacían los reyes de la naciones enemigas que deseaban alcanzar la paz. Casaban a la hija del uno con el hijo del otro —o viceversa— y de ese modo se ponían en buenos términos. A veces, debo decirlo por respeto a la verdad, los pleitos se hacían más duros y enconados después de tales matrimonios, como sucedió cuando Pipino el Breve casó con Juana la Grande, pero eso es culpa de la historia, y no de la institución matrimonial.
 
Quedó acordado, pues, aquel casorio de San Prócoro Mártir con Santa Dulia Virgen. Los párrocos se aplicaron entonces a diseñar el protocolo conforme al cual se efectuarían las nupcias de aquellos novios celestiales. Los de Apaseo el Alto tendrían que ir a pedir la mano de Santa Dulia para su patrono. ¿A quién la pedirían?
¿Al señor cura?
 
No. Los de Amaneo el Bajo tendrían que dar su consentimiento. También habría que preguntar a los devotos de San Prócoro si aceptaban el matrimonio entre su santo y la santa de sus tradicionales enemigos. ¡Qué problema! Los padrecitos coincidieron en que era muy difícil llevar a cabo un desposorio celestial. No tan difícil, dirá cualquier mamá de novia, como organizar una boda aquí en la Tierra.
 
(Seguirá).
 
Ver... Entre santa y santo parte 3

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