martes, 17 de febrero de 2009

Entre las mejores del mundo

De politica y cosas peores
 
Florimel, hermosa chica, fue a hablar con el padre Picho, el párroco del pueblo. Lo halló en la sacristía. “Mi novio es un hijo de p... —le dijo con enojo—. Anoche me tomó la mano”. “Eso no quiere decir que sea un hijo de p..., hija —responde el señor cura—. Mira: yo también te estoy tomando la mano, y eso no significa que sea un hijo de p...”. “Luego me agarró una bubis —añade Florimel—. Es un hijo de p...”. “No lo es, hija —contesta el sacerdote—. Mira: yo también te estoy agarrando una bubis, y eso no significa que sea un hijo de p…”. Prosigue la muchacha: “Pero es que también me hizo el amor. Le digo que es un hijo de p…”. “No lo es, hija —insiste el padre Picho—. Mira: ahora yo también te estoy haciendo el amor, y eso no significa que sea un hijo de p...”. Declara entonces Florimel: “Pero es que mi novio tenía herpes genital, y me lo contagió”. Prorrumpe entonces con furor el párroco: “¡Mira qué hijo de p...!” ...
 
A aquella pobre chica, escasa en atractivos corporales, las lenguas vespertinas (Nota de la redacción: Seguramente nuestro amable colaborador quiso decir: “las lenguas viperinas”) le decían “El sombrero de mago”. Nada por aquí, nada por allá...
 
El hijo de doña Macalota relataba: “Mi mamá enterró a tres maridos. El último todavía vivo”...
 
Hay un elegante restorán en la Zona Rosa de la Ciudad de México. Se llama “Las Bondades de Hitler”. Ahí trabaja como mesero Babalucas. Le preguntó cierto día un parroquiano: “Los camarones ¿vienen solos?”. “No, señor —respondió el badulaque—. Yo los traigo”...
 
Aviso: Mañana pondré aquí un cuento extremadamente rojo. Se llama “La línea del amor”. Lo leyó doña Tebaida Tridua, presidenta de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, y de inmediato se le presentó un intenso cuadro de acrodermatitis supurativa, vecicante y flictenoide. Hubo necesidad de someterla a una terapia urgente a base de cataplasmas saturninas. Las personas que no deseen sufrir intensos cuadros que requieran la aplicación de cataplasmas saturninas deben evitar mañana la lectura de esa tremenda badomía...
 
He viajado por los seis continentes en que se divide el mundo: América, Europa, Asia, África, Oceanía y Saltillo, y con frecuencia vuelo por las principales líneas aéreas cuyos aviones surcan los cielos del planeta. Nada menos acabo de regresar de un extenso recorrido por el cono sur del continente americano, periplo en que logré combinar en forma provechosa el trabajo y el placer. Puedo decir, entonces, que las líneas aéreas mexicanas están entre las mejores del mundo. Muy pocas tienen la puntualidad y excelencia en el servicio que tiene, por ejemplo, Aeroméxico. Yo debo mucho a la gentileza, amabilidad y eficiencia del personal de Aeroméxico, especialmente en Monterrey, que es casi siempre mi aeropuerto de salidas y llegadas. Los mexicanos solemos criticar todo lo nuestro, y en eso hacemos mal. Deberíamos contar también lo bueno que tenemos, y reconocerlo. Basta salir de México para darnos cuenta de que hay muchísimas cosas buenas en nuestro país, pero sólo las apreciamos cuando salimos a otras partes. Nada como estar lejos de México para estar cerca de él...
 
(Hermosa frase esta última, digna de ser inscrita en bronce eterno o mármol duradero. Mientras alguien la graba en alguno de esos perennes materiales yo la anotaré con lápiz rojo en mi cuaderno)...
 
Decía Picio, el hombre más feo de la comarca: “Cuando mi esposa era mi novia, tenía miedo de la oscuridad. Nos casamos, y la primera noche me vio al natural. Ahora le tiene miedo a la luz”...
 
Palmerio era fanático del golf. No hablaba de otra cosa más que de golf. Su esposa le dijo un día, cansada ya: “¡Estoy harta de oírte hablar de golf! ¿Por qué no hablas de otra cosa?”. Responde él: “¿De qué?”. Sugiere la señora: “Podrías hablar de sexo, por ejemplo”. “Está bien —acepta Palmerio—. Me pregunto si follaría anoche Tiger Woods”...
 
FIN.

No hay comentarios: