El mundo en que vivimos no es civilizado. Si lo fuera, los automóviles no tendrían claxon.
A mí no me gusta que la gente haga sonar el claxon de sus vehículos. Su sonido es casi siempre una agresión, una muestra de enojo o de impaciencia. La vida diaria sería más amable sin esa estridente cacofonía.
La otra noche, sin embargo, hice sonar mi claxon, y me alegró que otros lo hicieran sonar también.
Era el 14 de febrero, y en el cruce de dos concurridos bulevares en mi ciudad, Saltillo, un grupo de lindas chicas mostraban un letrero que decía: “Si eres feliz, toca el claxon”.
Los que pasábamos lo hacíamos sonar. Y esta vez aquello no pareció cacofonía, sino armoniosa música que nos unió, siquiera por un instante, en la común alegría de vivir.
¡Hasta mañana!...
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