miércoles, 18 de febrero de 2009

Mariguana qué fumar

Presente lo tengo Yo
 
Errol Flynn fue uno de los más galanos galanes de Hollywood en los años cuarentas y cincuentas. Cuando una de su películas era exhibida en el “Palacio” la sala se llenaba de muchachas en flor que emitían ruidosos “¡Aaaaahhhhs!” y “¡Ooooohhhhs!” cada vez que el rostro del actor aparecía en la pantalla.

No sabían esas modosas niñas que su ídolo era mariguano. Fue él quien puso de moda en Beverly Hills aquello que “El Diario” de don Benjamín Cabrera llamaba siempre “la maléfica hierba”, y que aquí fumaban únicamente los soldados. Contaba Errol Flynn que en México aprendió a fumar mariguana. El pintor Diego Rivera, aseguraba, le dio a ver los paraísos que en ella se ocultaban. El mismo Diego, decía el actor, se encargaba de tenerlo siempre provisto de cannabis.

No sé si habrá sido verdad lo que decía el actor. Ciertamente varias escenas de una de sus películas más célebres, “La carga de la Brigada Ligera”, se filmaron en México. Sucedió que el director del filme, Michael Curtiz, quería que algunos de los jinetes que galopaban en la famosa carga rodaran por el suelo con sus cabalgaduras. Para lograr eso se usaba —sobre todo en las películas de vaqueros— un dispositivo consistente en un alambre atado a una de las patas delanteras del caballo, alambre que la cámara no alcanzaba a registrar. Cuando el caballo debía caer el extra que lo montaba levantaba el alambre, con lo cual el animal tropezaba en su carrera, y caía. Muchos de esos caballos se quebraban las patas o el espinazo, y debían ser sacrificados. La Sociedad Protectora de Animales de Estados Unidos protestó por aquella crueldad, y amenazó a Hollywood con hacer que se le aplicaran las incipientes leyes que había para prevenir y castigar el maltrato a los animales. En México, sin embargo, no había ninguna agrupación que los defendiera, ni leyes para protegerlos, y entonces aquellas escenas fueron filmadas al otro lado de la frontera, cerca de Tijuana. Quizá fue ahí, y no con Diego Rivera, donde Errol Flynn se hizo mariguano.

Curiosos efectos tenía la hierba en el actor. Cuando se iba a filmar la escena principal de “La carga de la caballería ligera”, Errol Flynn y David Niven estaban en sus caballos esperando la orden del director para empezar la filmación. Flynn no gozaba de simpatía entre los extras, que lo detestaban por su arrogancia. Uno de ellos, jinete también, picó con la punta de su lanza de utilería el trasero del caballo que montaba el galán. Respingó el animal al sentir la punzadura en lugar tan reservado —también los caballos tienen su pudor—, y el ídolo vino al suelo entre las carcajadas burlonas de los extras.
Se levantó el actor, se sacudió el polvo del luciente uniforme que llevaba, y luego preguntó calmosamente:

-¿Quién fue el hijo de tal que hizo esto?
-Yo fui, muchachito —contestó desafiante el extra, un hombre rudo y musculoso—. ¿Algún problema?
-Sí —le dijo Flynn—. Baje usted del caballo.

Se apeó el hombrón, guiñando confiadamente un ojo a sus amigos. Diez minutos después era llevado, inconsciente, a la enfermería. El delgado y esbelto actor le puso una tunda de órdago.

Extraña cosa es la nostalgia. Cuando añoras el pueblo de tu juventud no añoras tu pueblo: añoras tu juventud. Ahora se antojan ingenuos aquellos tiempos en que la mayor droga en el pecaminoso Hollywood de entonces era la mariguana. Por cierto, al final de la vida de Errol Flynn un reportero le preguntó si alguna vez había consumido cocaína. Respondió el actor:

-Sólo en una ocasión la usé, en mi edad madura, como afrodisíaco. Me puse un poco en la punta. No funciona.

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