lunes, 23 de febrero de 2009

Aventura peligrosa

De politica y cosas peores
Afrodisio Pitongo, galán concupiscente, felicitó a Susiflor por el lindo vestido que llevaba. Pero le dijo: “Sé dónde se vería mejor”. “¿Dónde?” —preguntó inocentemente Susiflor—. Responde Afrodisio con salaz sonrisa: “En el piso de mi recámara”...
Le cuenta una señora a otra: “Estoy muy preocupada. En la escuela los niños insultan y golpean a mi hijo”. Sugiere la otra: “Que le diga al profesor”. Responde acongojada la señora: “Él es el profesor”...
Viene ahora el chiste más mamilas en lo que va del mes. Babalucas era soldado recién entrado a la milicia. Se queja con su cabo, y le dice: “Cabo: no cabo en la cama”. El hombre lo corrige: “No se dice ‘cabo’. Se dice ‘quepo’”. Y dice entonces Babalucas: “Quepo: no cabo en la cama”...
La verdad monda y lironda es que México no es un estado de derecho. Aquí la impunidad no es la excepción, sino la regla, y la administración de justicia marcha con paso testudíneo. (Permítanme un momentito. Voy a consultar el diccionario para ver qué significa esa palabra: testudíneo. “Testudíneo. Adj. Propio de la tortuga”. Gracias). Aquí la ley es letra muerta; lo mismo los poderosos que los débiles se sienten al margen o por encima de ella. Es falsa la afirmación según la cual la ley se aplica sólo a los pobres, según rezaba la sombría cuarteta que un anónimo versificador escribió en una celda de la antigua prisión de Lecumberri: 

“En este lugar maldito, / donde reina la tristeza, / no se castiga el delito: / se castiga la pobreza”. 

También los pobres evaden la ley todos los días, pues a nadie se aplica la legalidad. Ni siquiera los más salvajes pueblos del Salvaje Oeste estuvieron tan sin ley como están ahora nuestras ciudades. La vida en ellas se ha vuelto una aventura peligrosa. El Estado mexicano será sólo un remedo de estado mientras no sea un Estado de derecho...
La esposa se quejaba del constante asedio sexual de su marido. Un consejero matrimonial consiguió que el esposo redujera sus demandas: le pediría sexo a su señora únicamente en los días cuyo nombre comienza con la letra eme. Una mañana muy temprano el tipo se le acercó en la cama, muy mimoso, a su mujer. Le recuerda ella, terminante: “Prometiste que sólo haríamos esto los días con eme”. Pregunta con inocente tono el individuo: “¿Y qué no es momingo?”...
Aquel señor sospechaba que su esposa le estaba adornando la cabeza. Un día la siguió, y vio que entraba en el departamento de un sujeto que tenía fama de play boy. Al día siguiente contrató a un musculoso individuo para que irrumpiera en el pisito del lascivo galán y sacara de ahí a la señora, si era necesario por medio de la fuerza. Él esperaría afuera para reprender con severidad a la infidente. En efecto, llegaron ambos al departamento del play boy. El hombrón abrió la puerta con una violentísima patada y entró como una tromba. Se oyeron voces descompuestas, ruido de muebles que caían, y a poco salió el sujeto empujando con violencia a la mujer. La ve el señor que estaba afuera y le dice con desconcierto al individuo: “Oiga, esa mujer no es mi esposa”. “¡Pero es la mía!” —contesta hecho una furia el tipo...
Galateo, el lechero del barrio, se quejaba amargamente: “Esta recesión me está perjudicando mucho”. Le pregunta alguien: “¿Vendes ahora menos leche que antes?”. “No —contesta Galateo—. Pero con la recesión hay crisis económica. Con la crisis económica hay desempleo. Con el desempleo más maridos están en su casa. ¡Y eso me perjudica mucho!”...
Solicia Sinpitier, madura señorita soltera, recibió una llamada telefónica en su casa. El que llamaba era el director del manicomio local. “Señorita Sinpitier —le dice—. Llamo para avisarle que se nos escapó un maniático sexual”. “Sí —responde Solicia—. Mañana se los llevo”...
FIN.

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