jueves, 26 de febrero de 2009

De esto y aquello

Presente lo tengo Yo
 
El Papa Juan XXIII, de felicísima memoria, escribió en su autobiografía:

“... Hay tres formas seguras en que un hombre se puede arruinar: el juego, las mujeres y la agricultura. Mi padre escogió la manera más aburrida de las tres: era agricultor...”.

Es cierto: quien se dedica a las labores de la tierra, tan sujetas a las condiciones del cielo, está expuesto a toda suerte de calamidades. Los manzaneros de Arteaga suelen decir que son milperos.

-¿Por qué milperos? -les preguntan-. Ustedes son fruticultores; no cultivan maíz; no tienen milpas. ¿Por qué dicen que son milperos?

-Porque ya estaba buena la manzana, pero granizó... Había flor, pero cayó la helada.... Se veía venir ya la cosecha, pero nos llegó una plaga.... Tuvimos mucha producción, pero se desplomó el precio... Mil peros hay en esto. Por eso somos milperos.

- II -

Arte sutil es el del epigrama, ese difícil género que en modo genial cultivó don Francisco Liguori, con quien compartí páginas en la revista “Siempre”. La gracia del epigrama consiste en su punzante brevedad. Lindo ejemplar de la especie es este epigrama del queretano Luis Vega y Monroy, ingenioso señor durante muchos años escribió en la Cadena García Valseca con el seudónimo “Don Luis”. Un grupo de sacerdotes católicos, holandeses, pidieron que la mujer pudiera participar en los ritos de la Iglesia, y que la obligación del celibato sacerdotal fuera anulado. Y escribió don Luis:

Con Eva en la sacristía,
y abolido el celibato,
muy pronto en cada curato
tendrá que haber guardería.

- III -

El Cronista acaba de llegar de Chihuahua. Los tarahumaras, o tarahumares, veneran una planta cuyo nombre nada más ellos deben y pueden pronunciar. Se llama “jícuri”.
Virtudes taumaturgas tiene el jícuri. Macerada y comida, la planta produce un éxtasis que dura varios días, en los cuales el venturoso que la comió tiene visiones inefables y experimenta goces del cuerpo nunca conocidos. Puesto bajo el cinturón, el jícuri protege a quien lo lleva del ataque de bestias u hombres malos. Si se le lleva a las cacerías es prenda segura de buen éxito: el venado se acercará manso al percibir su olor, y sin moverse dejará que el cazador lo mate.

El jícuri es planta pudorosa; su honestidad y recato es de doncella. Por eso no se le puede tener en la cueva o la casa, pues aunque sea de noche sus ojos verán en la oscuridad cosas que no debe mirar. Así, el jícuri se ha de guardar en la troje, dentro de un jarro o chiquihuite.
 
Planta sagrada, no se le puede perder ni robar. Si ratas o tlacuaches se la comen el negligente dueño sentirá para siempre los dientes de aquellos animales en su corazón. Si alguien que no tiene jícuri roba el del vecino, el ladrón se volverá loco a los tres meses. Para evitar esa demencia debe invitar a todos a una fiesta. Ahí declarará su robo. En desagravio, al jícuri le ofrecerá tesgüino, y aquel a quien robó la planta le dará un buey.

El jícuri es planta divina. El Padre Dios, cansado de las maldades que veía, decidió cambiar de casa: dejó la tierra y se fue al cielo. A fin de compensar su ausencia, y para hecer menor la pena de los hombres, que quedaban tan solos en el mundo, les dio el jícuri.

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