Llegó don Juan al Cielo, y pidió ser admitido en la morada de la eterna bienaventuranza.
-No puedes entrar —le dijo San Pedro, terminante.
-¿Por qué? —quiso saber don Juan.
-Amaste a demasiadas mujeres —respondió el portero celestial.
-Te engañas —replicó don Juan—. En todas amé a una sola.
-No entiendo esas sutilezas —replicó San Pedro—. Pero no puedes entrar aquí.
En eso intervino el Señor. Dijo al apóstol:
-Déjalo que entre. No importa que haya amado a mil mujeres. Lo importante es que mil mujeres lo amaron a él.
-Está bien, que entre —cedió de mala gana el celestial portero—. Pero tampoco esas sutilezas las entiendo.
¡Hasta mañana!...
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