viernes, 27 de febrero de 2009

Azogado

De politica y cosas peores
Afrodisio Pitongo era proclive a todas las concupiscencias, especialmente a la carnal. Un día fue hospitalizado. Lo visitó un amigo, y lo encontró vendado de la cabeza hasta los pies, cual momia egipcia. “¿Qué te pasó?” —le preguntó afligido. Responde Afrodisio con voz feble: “Me golpeó Cornulio”. “¿Por qué?” ---inquiere el amigo. Contesta el lacerado: “Porque estuve de acuerdo con él”. “¿Cómo es posible? —se asombra el visitante—. Los acuerdos mueven más bien a la armonía que a la disensión. ¿Te golpeó Cornulio porque estuviste de acuerdo con él?”. “Sí —confirma Pitongo débilmente—. Me contó que su esposa hacía el amor muy bien, y yo le dije: ‘Estoy de acuerdo’”...
Martiriano, el abnegado esposo de Jodoncia, llevaba siempre en su cartera un retrato de su feróstica consorte. Una compañera de oficina le preguntó por qué. Explicó el pequeño señor: “Cuando tengo un problema veo el retrato de mi esposa, y el problema, por grande y difícil que sea, desaparece al punto”. “¡Qué bonito!” —se emociona la compañera. “Así es —prosigue don Martiriano—. Veo el retrato de mi esposa y me digo: ‘¿Qué problema puede ser mayor que éste?’”...
Tarzan llegó a su casa de la selva en horas de la madrugada. Jane, furiosa, le hizo una escena, y luego se puso en huelga de piernas cruzadas. Quiero decir que le negó al rey de la jungla sus encantos. Día tras día éste le suplicaba que accediera a sus demandas amorosas, pero Jane se mantenía en su empecinamiento riguroso. Una noche, encalabrinado por urticantes ímpetus eróticos, Tarzan le puso a Jane un ultimátum. “Si esta noche no me das lo que te pido —le dijo terminante—, me iré a una casa de chitas”...
El árbol del idioma deja caer sus hojas. Ese símil no es mío, desde luego. Pertenece a Jacob Grimm, filólogo notable y gran recopilador de cuentos de hadas junto con su hermano Wilhelm. En efecto, palabras que ayer se usaron mucho son arcaísmos hoy, y su empleo acarrea a quien las dice la nota de anacrónico o pedante. Ha desaparecido, por ejemplo, el término “avampiés”, que designaba a la polaina que cubría el empeine del pie de los señores para no dejar a la vista el calcetín, considerado entonces parte de la ropa interior. En las películas de Fred Astaire ese etéreo bailarín luce a veces avampiés. Desapareció la prenda, y desapareció por tanto la palabra que servía para nombrarla. Otro vocablo que dejó de usarse es “azogado”, que describe a quien sufre turbación y se agita inútilmente sin cesar. Si alguien respiraba los mefíticos vapores del azogue —o sea mercurio— contraía un mal que se manifestaba en temblores incesantes, y se decía de él que estaba “azogado”. Yo no diré que ante el problema de la violencia y la inseguridad el régimen calderonista se ve azogado. Y no lo diré porque el vocablo ha caído ya en desuso, y no quiero incurrir en pedantería o anacronismo...
Babalucas le dice a su mujer: “Estoy muy preocupado y muy molesto. En la oficina el jefe dijo que soy medio indejo”. “No te inquietes —lo tranquiliza la señora—. Dice eso porque sólo te conoce a medias”...
Don Senectino, hombre provecto, iba a casarse con Pompona, mujer en flor de edad. A fin de fortalecerse para el trance nupcial fue con un médico, y éste le aplicó una serie de inyecciones de glándulas de mono. La noche de las bodas, preocupado, el facultativo llamó a la habitación de los novios a ver cómo iba el importante evento del connubio. Le preguntó a la novia: “¿Dio resultado el tratamiento a base de glándulas de mono?”. Contesta la recién casada: “Lo sabré cuando mi marido deje de echar maromas en la alfombra y de columpiarse en el candil del cuarto”...

FIN.

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