martes, 24 de febrero de 2009

Imitación de la vida

De politica y cosas peores
 
Una joven soltera fue a consultar al ginecólogo. Había sentido miedo, le dijo, pues le iban a llegar sus días, y ahora sentía pánico, pues no le habían llegado. El médico, después de examinarla, le entregó unas pastillas. “¿Son anticonceptivas?” —preguntó, esperanzada, la muchacha. “No —contesta el facultativo—. Son aspirinas. Así no le dolerá la cabeza durante el embarazo”...
 
Llegó una señora a su casa y sorprendió a su marido en el lecho conyugal con una estupenda morenaza. Al ver aquello prorrumpió en pesias, maldiciones y dicterios. “Contente, Macalota —le dice el fornicario—. Yo no me quejo cuando tú comes galletas en la cama”...
 
Pipo Lanarts, crítico de arte, escribió esto al reseñar la ceremonia de los Óscares: “Casi 80 años han pasado desde que el 16 de mayo de 1929 se llevó a cabo por primera vez la entrega del premio que luego se llamó Óscar. Esa vez la película galardonada fue ‘Wings’ (‘Alas’), todavía perteneciente al cine mudo. Los protagonistas del film fueron Clara Bow, Richard Arlen y Charles Rogers, ya olvidados; pero si uno se fija bien reconocerá a un largirucho actor de nombre Gary Cooper, y a una mujer que quiso ser actriz y que después se convirtió en una de las mayores chismosas del ambiente artístico: Hedda Hopper. Quizás el único mérito de ‘Wings’ es que contiene escenas reales de batallas aéreas de la Primera Guerra. En esa ocasión el acto de la entrega se hizo en el fastuoso Blossom Room del Hotel ‘Roosevelt’. El anfitrión fue Douglas Fairbanks. Un escogido grupo de 270 invitados pagaron 5 dólares cada uno por asistir al banquete donde el premio se entregó. Los organizadores procuraron que la ceremonia fuera solemne y elegante, pues los clérigos y las agrupaciones de padres de familia se quejaban del poco apego que Hollywood y sus artistas tenían a la moral, y los dueños de los estudios pensaron que debían poner en la industria algo de aquello que se llamaba ‘clase’. Mucho celuloide ha corrido bajo el puente desde entonces, pero los sueños fabricados en esa mágica ciudad siguen teniendo al mundo bajo su encantamiento. La noche del domingo quien esto escribe contempló hechizado el prodigioso despliegue de talento y belleza que Hollywood es capaz de presentar; el genio de sus guionistas —ahí comienza todo—; de sus directores y productores; de sus actores y actrices; de todos esos maravillosos hombres y mujeres que ponen algo de sí para que nosotros podamos ocupar una butaca y ver, con un vaso de refresco y una caja de palomitas de maíz, las espléndidas creaciones del cine, que ya no es ‘el séptimo arte’, como antes se decía, sino el mayor de nuestro tiempo, el principal. Agradezcamos, pues, a esos locos geniales —o genios en trance de locura— el don de sueños que nos entregan con sus arrebatadas existencias; miremos en la oscuridad de la sala cinematográfica esa imitación de la vida que es el cine, y salgamos luego a la luz para seguir viviendo esa copia del cine que es la vida”. Hasta aquí Pipo Lanarts...
 
En cierta playa nudista unas chicas se rieron al ver a un hombre que salía del mar. Tan extremadamente dotado por la naturaleza estaba ese individuo que al caminar por la playa iba dejando en la arena la huella de su masculinidad, a más de levantar con ella toda suerte de moluscos, tanto cefalópodos como bivalvos y gasterópodos: calamares, chipirones, almejas, mejillones, chirlas, berberechos, pequeños pulpos y otros. A las muchachas aquella desmesura corporal les llamó la atención de tal manera que no pudieron menos que soltar el trapo de la risa. Les dice el hombre con dolorido tono de reconvención: “¿Por qué se ríen de mí, alegres señoritas? ¿Acaso ignoran que con el agua fría las partes del varón se ponen más pequeñas?”...
 
FIN.

No hay comentarios: