martes, 10 de febrero de 2009

Entre santa y santo III

Presente lo tengo Yo
 
¡Qué tremenda rivalidad había entre aquellos dos pueblitos! Amaneo el Alto y Amaneo el Bajo tenían de continuo pleitos graves por causa de sus santos patrones. Los alteños glorificaban a San Procorito, y decían pestes de Santa Dulia, la patrona de los abajeños. Éstos ponían a la virgen al mismo nivel de la Virgen, y llenaban de maldiciones a San Prócoro. Eso era fuente constante de pendencias. Si la sangre no llegaba al río era sólo porque no había ningún río por ahí. Pero menudeaban las pedreas, los encuentros a palos, las trompadas. Las guerras menos santas, ya se sabe, son las guerras santas.
 
Los curas de los dos pueblos, apremiados por el señor obispo, buscaron la manera de poner fin a aquel grave conflicto. Una idea brillante se les ocurrió: casarían a los dos santitos. El matrimonio de Santa Dulia con San Prócoro seguramente haría terminar el pleito, y los dos pueblos podrían vivir por fin en paz.
 
El párroco de Amaneo el Alto fue el primero en plantear a sus feligreses la cuestión. Les expuso la idea de la boda, y les preguntó su opinión sobre el asunto. La cofradía de San Prócoro se reunió en sesión plenaria, y ahí deliberaron los cofrades. No les pareció mal el proyecto. El santo era ya señor de edad, consideraron, y de seguro no le saldría otra oportunidad como ésta. Además Santa Dulia era muchachade buen ver. ¡Aquellos ojos suyos, tan azules; aquellas redondeces que bajo la túnica se adivinaban! Así, dieron su consentimiento al desposorio. Ipso facto el padre nombró una comisión para que fuera al pueblo vecino a pedir la mano de la doncella para San Procorito.
 
Faltaba lo más difícil, sin embargo. Antes de proceder a esa petición el señor cura de Amaneo el Bajo tenía que obtener el visto bueno de sus fieles. Los juntó en el salón de actos de la parroquia, y les manifestó la idea de casar a Santa Dulia con San Prócoro. Aquel matrimonio sería muy ventajoso, declaró. El santo era señor de buenas costumbres, respetable, y si bien era cierto que estaba ya algo entrado en años eso era prenda de formalidad. Además, a juzgar por sus vestidos, era hombre de posibles —el san sin el son no vale nada—, y eso ayudaría a dar mayor lucimiento a la fiesta de Santa Duliaque, como muy bien sabían ellos, cada año costaba más, sobre todo en el renglón de las flores y la pólvora.
 
Los abajeños oyeron en silencio las argumentaciones de su párroco. No olvidaban los fieros combates que habían tenido con los devotos de San Prócoro, a quienes juzgaban infieles o paganos. Nadie habló. Las palabras del cura fueron recibidas por un silencio tan denso que se podía partir con un cuchillo. Y ahí había varios.
-Necesito que me den su respuesta ahora mismo —los conminó el párroco—. Mañana van a venir los de Amaneo el Alto a pedirnos la mano de nuestra patrona celestial para San Prócoro.
 
Los feligreses se miraron unos a otros. Finalmente, haciéndose intérprete de la voluntad de todos, uno de ellos le pidió al cura que los dejara solos a fin de discutir más libremente el caso. Al término de la deliberación le llevarían su respuesta.
 
El sacerdote accedió. Se fue a la casa parroquial a esperar el resultado de aquel solemne cónclave. Pasó una hora; pasaron dos y tres. Cerca de la medianoche, cuando el padre desesperaba ya, llegó la comisión encargada de darle la contestación. Preguntó el párroco:
 
-¿Qué pensaron, hijos, acerca del matrimonio de Santa Dulia Virgen con San Prócoro Mártir?
 
-Señor cura —respondió solemnemente el portavoz de la feligresía—. Con el mayor respeto, hemos determinado que preferimos ver a la santita metida a puta que casada con ese cabrón.
 
Ver... Entre santa y santo parte 1
Ver... Entre santa y santo parte 2

No hay comentarios: