sábado, 19 de enero de 2013

Un pésimo poema. ¡Y es de Darío!

Presente lo tengo Yo
 
Un saltillense, Julio Torri, fue causa indirecta de que Renato Leduc escribiera su más conocido poema, aquel soneto tan conocido que comienza con el verso “Sabia virtud de conocer el tiempo...”. Don Julio, en efecto, era maestro de la Escuela Nacional Preparatoria. No era —hay que decirlo— un buen maestro. Sus clases aburrían de tal manera a los alumnos que éstos se dedicaban a los más variados entretenimientos mientras Torri, con voz en tono menor, y vacilante, hablaba a las paredes. Leduc hizo una apuesta con uno de sus condiscípulos, de nombre Adán Santana, y para ganarla escribió en la clase de Torri aquel celebérrimo soneto en que se usa la palabra “tiempo” que, como se sabe, no rima con ninguna otra, si no es con sus derivados. En superar esa dificultad consistió la apuesta.
 
Pues bien: si a un saltillense se debió el mejor poema de Leduc, a otro saltillense, Carlos Pereyra, se debió el que es posiblemente el peor poema que en su vida escribió el más alto poeta de América, Rubén Darío.
 
Va de historia. Se acercaba la celebración del primer centenario de la Independencia de México. Rubén Darío fue designado representante de Nicaragua por el gobierno de ese país. Cuando el poeta venía rumbo a México el presidente nicaragüense fue derrocado en el curso de una de las muchas intervenciones de los Estados Unidos. La noticia la recibió Darío a su llegada a Veracruz. Ahí, con mucha delicadeza, Amado Nervo le comunicó que no sería recibido en México con carácter oficial. Su presencia podía ser motivo de problemas: de hecho, había ya manifestaciones en la Capital que, aparentemente de homenaje a Darío, eran en verdad manifestaciones de repudio al intervencionismo yanqui en los países latinoamericanos. Ante esa situación Rubén Darío viajó a Cuba acompañado por el pintor mexicano Alfredo Ramos Martínez. De este artista se conservan hermosas obras en la pinacoteca del Ateneo Fuente, entre ellas un perfecto retrato al pastel de la esposa de Gustavo Espinosa Mireles, quien fue gobernador de Coahuila.
 
Pues bien: en La Habana el saltillense Carlos Pereyra, distinguidísimo historiador y diplomático, entrevistó a Darío y le suplicó que, pues no podría estar en México a causa de las infortunadas circunstancias ya descritas, escribiera un poema que sería leído en las celebraciones. Darío aceptó. Pero ni siquiera los poetas geniales escapan de la maldición de los poemas por encargo, que siempre resultan muy malos. Pésimo le salió aquel lamentable poema, en el cual, a más de otros desaciertos raros en él, Darío intercalaba versos de los himnos nacionales de Cuba y de México:
 
“... Que morir por la patria es vivir al sonoro rugir del cañón...”.
 
Don Alfonso Reyes recuerda en uno de sus textos el incidente que originó aquellos versos deplorables, y califica de “monstruo híbrido” el poema de Darío. Pero mi recordado maestro, el profesor don Mateo Díaz, que me enseñó muy útiles etimologías en el bachillerato, solía decir: “Aliquando bonus dormitat Homerus”, De vez en cuando dormita el buen Homero.
 
Y si Homero, por dormitar a veces, cometía errores, con más razón Darío, a quien nuestro paisano Pereyra puso en el trance fatal de escribir un poema de ocasión.

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