jueves, 17 de enero de 2013

¿Recuerdas, Terry, cuando me recordabas?

Acababas de irte al paraíso al que seguramente se van todos los perros, y yo pensaba con tristeza en ti. Sentía entonces una presencia al lado mío; una presencia vaga, como la de una luz no encendida, como la de una sombra sin sombra, como la de una palabra que nadie dijo nunca.
 
Sabía entonces que eras tú. Me estabas recordando allá donde te hallabas, y tu recuerdo venía a echarse a mis pies, igual que hacías tú cuando vivías y te vivía yo.
 
No dejes de recordarme, Terry mío. Los hombres olvidamos, pero los perros no. Aunque yo sea hombre, sigue siendo mi perro. No te merezco, ya lo sé -¿acaso el hombre merece algo?-, pero tú lo perdonas todo, como Dios, y tu recuerdo se extiende sobre mí como una absolución.
¡Hasta mañana!...

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