-¡Ira de Dios!
Así juraban los piratas en las novelas de Salgari.
Yo, lector niño, me asombraba. Si la ira es un pecado mortal
-lo decía el catecismo del Padre Ripalda- ¿cómo era posible que Dios fuera iracundo?
Al paso de los años, sin embargo, oí una historia.
En los primeros días de la creación Dios hizo a la hormiga.
La hormiga, imprudente, le picó al Señor.
Y entonces el Creador hizo al oso hormiguero.
¡Ira de Dios!
¡Hasta mañana!...
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